uan Cruz
El País/GDA
PARIS.- Hay un barco en miniatura en algún lugar del espléndido despacho que tiene Antoine Gallimard en la editorial que su abuelo Gaston fundó hace ahora un siglo.
Están, también, los libros de la Pléiade, la colección intachable de clásicos de esta editorial "que condiciona el juicio literario francés", como recoge Pierre Assouline en su monumental biografía del fundador. Y está, claro, la atmósfera que el mismo Antoine, al frente de este transatlántico de la cultura europea, ha creado para seguir haciendo de Gallimard un faro editorial del siglo XX dispuesto a surcar una navegación dificilísima, la de los retos oceánicos del siglo XXI. El está dispuesto, dice. Ante este marinero nos sentamos, en ese despacho sobrio desde cuyas paredes nos mira la Pléiade.
- ¿Cómo ve un gran editor el porvenir del libro?
-No hay grandes editores, sino, simplemente, editores, ya sean grandes o pequeños. No me preocupa el lugar del libro en el futuro. Estoy seguro de que seguirá siendo extremadamente importante. El libro digital, lejos de suponer el fin del libro, es una nueva oportunidad para éste. Un libro no es simplemente una alineación de caracteres, una maquetación, unos capítulos, y el libro digital no hace más que añadir un cuerpo nuevo, un peso nuevo al libro tradicional. El libro digital, como la fotografía, permite una gran flexibilidad: diferentes formatos, reimpresiones limitadas. Por lo tanto, es una oportunidad para enriquecer el catálogo y mantener los libros vivos. Creo que el porvenir del libro depende a la vez de los editores y de los autores. Es un oficio que surge del afán de compartir, a través del libro, universos secretos. Vargas Llosa lo dijo muy bien en su discurso del Nobel: "Cuento historias para hacer que la vida sea mejor". Siempre necesitaremos historias para mejorar la vida. Por eso creo que el libro tiene un brillante porvenir.
- ¿Es optimista desde hace tiempo? ¿O desde el momento en que todo el mundo ha empezado a ser pesimista?
-Hay que ser voluntariamente optimista. Lo que más me ha preocupado en los últimos años no ha sido la aparición del libro digital, sino una nueva manera de buscar satisfacción en las comunidades adolescentes, que han sumado al tiempo dedicado a la televisión toda una plétora de actividades y prácticas sociales en Internet, de manera que cada vez disponen de menos tiempo para leer.
- La música y el cine se han visto gravemente afectados por la piratería. ¿Considera que el mundo del libro está mejor equipado para luchar contra ella?
-El libro está mejor armado que la música porque, por naturaleza, no es tan inmaterial. El libro alcanza a más sentidos: el tacto por el formato, el olor del papel, la vista... Y su intermediario histórico es el librero. En Francia tenemos la suerte de seguir contando con muy buenos libreros, al contrario que en el Reino Unido, por ejemplo, donde el librero ha desaparecido... El mundo de la música nunca se dio cuenta del peligro, pero el libro ha llegado más tarde que la música al mundo digital.
-Hay un sector que considera que la cultura debe ser gratuita.
-Sin duda. No sólo en Francia, en todas partes.
-¿ Y cómo se puede luchar por el libro en el medio digital?
-Es importante construir un marco legislativo que permita sostener el mercado. Si los editores dejan de pelearse entre sí por el precio del libro, se puede crear un mercado capaz de instalarse. Hasta ahora, la política comercial la han dirigido, sobre todo, las grandes superficies, como la FNAC (líder europeo en la distribución de productos tecnológicos y culturales). Los editores deben ganar mayor presencia en la política comercial. Y el gobierno europeo debe acordar, de una vez por todas, medidas tan duras contra los servidores de acceso respecto a la piratería como, por ejemplo, respecto de la pedofilia. Aceptar el hecho de que la piratería existe y penalizarla. Cosa que hará; es una cuestión de tiempo.
- ¿Cree que la opinión pública europea está preparada para asumir medidas tan impopulares?
-No, creo que todavía es pronto. Pero creo que lo hará en los próximos 20 años.
- ¿Cuál es su percepción, como editor tradicional, del mercado del libro digital?
-Nuestra experiencia en este sector es muy limitada. En Estados Unidos, el mercado digital empieza a ser importante. En Francia, por ahora, supone menos del 1%. Encontramos en él muy poca literatura, y apenas libros de arte. Sin embargo, hemos digitalizado nuestro catálogo para que las obras estén más disponibles, lo cual nos facilita también la capacidad de reacción a la hora de editar. En 2007 se instaló en Estados Unidos la primera máquina pública de "libro expreso", que permitía al usuario la impresión y encuadernación "a la carta" de un libro en cuestión de minutos. Sin duda, el libro digital facilita muchas cosas; por ejemplo, las devoluciones de las librerías suponen una gran dificultad para el editor, pero el libro digital soluciona el problema del almacenamiento.
- Puede ocurrir que, como en las películas de Hitchcock, nos estén desviando con las preocupaciones digitales de otros asuntos cruciales del mundo del libro...
-El libro digital nos preocupa porque puede suponer, sobre todo, la desaparición de los intermediarios naturales entre el lector y el autor. Y se teme que esto arrastre toda una conmoción. Que ya no haya necesidad de editores ni de libreros. Creo, al contrario, que puede producirse un retorno a ciertos valores tradicionales, un rechazo a la idea de que nuestra vida gira en torno al dinero, del mismo modo que existen movimientos de reacción contra la comida rápida o contra el consumismo compulsivo.
DE HABITOS COTIDIANOS A OBJETOS DE CULTOLas firmas de los escritoresEn las ferias de libros pueden formarse largas filas de lectores, con ejemplar en mano, que pacientemente esperan una dedicatoria de su autor. Y ese libro firmado luego tiene un valor insustituible. ¿Qué firmarían los autores del futuro?
Para los románticos: secar flores entre sus páginasEsa flor que un amor adolescente nos regaló a la salida del colegio probablemente terminó entre las páginas de un libro, como un precario método de conservación. El resultado es algo así como unos pétalos verdosos, unas páginas manchadas y un libro arrugado. Ah, y probablemente, el nombre de quien la regaló en el olvido.
Las notas en los márgenesTomar un libro y encontrar anotaciones manuscritas en los bordes de las páginas significa que alguien ya pasó por él, leyó lo mismo que uno y quizá experimentó algo parecido. Si las notas son propias, sirven como testimonio del 'yo' de tiempos anteriores.
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