jueves, 6 de diciembre de 2012

Las voces de Manuel Puig siempre vuelven

Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION


En algunas ocasiones se podría decir, con cierta nostalgia e ironía, que las mejores novelas son las que ya están publicadas. Sobre todo cuando los libros en cuestión se encuentran agotados y bien merecen una renovada lectura; aquellos que no aparecen en las librerías comerciales y se los espera como pan caliente.
Es el caso de las novelas de Manuel Puig. Frescas, incisivas, melodramáticas, provocadoras, sensuales, sensatas y, créase o no (luego de semejantes epítetos), argentinas. Sus historias son tan cercanas a nuestra idiosincrasia -perdón por palabra tan adusta- que causan gracia y lamento. Más que detrás del espejo, como nos lleva Lewis Carroll con su Alicia, Puig nos pone magistralmente frente al espejo, quizá guiado por lo que él mismo decía: "Hay que pintar el mundo del cual uno se siente testigo privilegiado".
Ahora sus novelas están al alcance de la mano (también del bolsillo, la edición es económica) y del ojo: sus nuevas tapas tienen plena gracia y se corresponden con el amor al cine que tenía Puig. El sello Booket lanza en diciembre una primera entrega que consta de cuatro novelas: Pubis angelical, Sangre de amor correspondido, Cae la noche tropical y, una de las mejores, La traición de Rita Hayworth. Esta última es, en realidad, la primera. Se publicó en 1968 y causó revolución en la literatura. Nunca se había "escuchado" una prosa así. Y digo bien escuchado, porque el estilo de Puig se centra en lo que se dice. Eso no significa que sea una prosa de la oralidad, como se la solía clasificar. Se trata de lo que se dice en lo que se escribe. No es una traslación de modos de hablar, aunque la novela alterna primeras personas y también diálogos o diarios. Es la construcción de una voz en una lengua novedosa. Por momentos Toto, el protagonista, cuenta sus cuitas, luego lo hacen la niña Teté o Héctor, el primo seductor, o la pecadora Paquita, o dialogan Choli con Mita. Todo esto ocurre en un pueblo polvoriento, hundido, pero, sobre todo, chismoso y aglutinado, donde no hay sombra que proteja al audaz, y menos si la audacia radica en la indagación de sus impulsos o la búsqueda de sabores nuevos.
También en esta primera novela Puig traza las coordenadas del escenario para sus glamorosos y enquistados personajes, el pueblo de Coronel Vallejos, de fácil asociación con General Villegas, donde el propio escritor pasó -y en parte, sufrió- su infancia y adolescencia. El mismo pueblo donde transcurre su novela Boquitas pintadas. Una escritura de estilo único, que atraviesa por primera vez -luego habrá émulos- distintos discursos: el del cine, el chisme, el folletín, la literatura, la radio, el diario, etcétera. Y evidencia lo que Alan Pauls, uno de sus mejores críticos, llamó "la zona íntima", no por ello impúdica ni reducida. Más bien honda y conflictiva, en la que se enlaza el chisme con el psicoanálisis, en una cruzada literaria cargada de imágenes imborrables. Como la primera película que vio Manuel Puig, a los cuatro años, en el cine de Villegas, La novia de Frankenstein, con Boris Karloff; o los ojos traicioneros de Rita Hayworth en Sangre y arena, tan invocados en esta novela. Un detalle de la edición, quizá por consigna del pudor: en la breve reseña biográfica no figura la fecha de nacimiento del autor. Y es de festejar, este año Manuel Puig cumpliría ochenta años.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Los unos y los otros


El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz alerta sobre los efectos de la ?crisis en los países centrales y las consecuencias de la mala distribución de la riqueza
Por Ana María Vara  | Para LA NACION


La "tierra de las oportunidades", el "sueño americano": lugares comunes que se han demostrado errados en los últimos años. Estados Unidos se ha convertido en el país más desigual en el conjunto de los países industrializados, con ricos más ricos y pobres más pobres de manera sistemática y creciente. Y no se trata de las fuerzas ciegas del mercado o la globalización. La brecha entre unos y otros se ha profundizado debido a una serie de errores de la teoría económica que se trataron de acallar: ésa es la mala y la buena noticia que Joseph Stiglitz viene a dar en El precio de la desigualdad. El 1% de la población tiene lo que el 99% necesita. Mala, porque tamaña desigualdad "pone en peligro el futuro", como sugiere el subtítulo de la edición original; buena, porque revertir esa situación depende en gran medida de la decisión y la capacidad de actuar de los poderes de la democracia.
"Estados Unidos ha ido partiéndose en dos, a un ritmo cada vez mayor", advierte Stiglitz. Las cifras son elocuentes: el 1 por ciento de la población concentra el 30 por ciento de la riqueza del país. El proceso se aceleró en los años previos a la crisis de 2008: en 2007, el 0,1 por ciento más alto de las familias de ese país tenía unos ingresos 220 veces mayores que la media del 90 por ciento inferior. Y las ganancias de la "recuperación" fueron nuevamente a los más ricos: el 1 por ciento se quedó con el 93 por ciento de los ingresos adicionales que se crearon en 2010 respecto de 2009. "No tiene sentido hacer como si nada", provoca Stiglitz. "A pesar de la inveterada creencia de que los estadounidenses gozan de mayor movilidad social que los europeos, Estados Unidos ha dejado de ser el país de las oportunidades."
Como en un esfuerzo concertado de intervención en la discusión pública, El precio de la desigualdad llega tras una serie de trabajos de autores como Paul Krugman o Lawrence Lessing que analizan las causas de la crisis y la connivencia entre el poder político y el económico, de manera de asegurarse mutuos beneficios a costa de las clases media y baja. Thomas B. Edsall, profesor en la Escuela de Periodismo de Columbia, habla de una auténtica "insurgencia intelectual que desafía la ortodoxia económica dominante".
Los disidentes no son outsiders : Stiglitz es profesor de Columbia, fue funcionario de Bill Clinton y del Banco Mundial, publicó más de trescientos papers y recibió el Premio Nobel de Economía. Apoyado en su trabajo académico, ha construido una línea argumentativa en libros de divulgación que fueron marcando hitos en la crítica al neoliberalismo. Mientras que en El malestar en la globalización (2002) mostró que los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial parecían proteger los intereses del mercado financiero por sobre los de los países a los que aconsejaban, en Los felices 90 (2003) se concentró en Estados Unidos y explicó las falacias que llevaron del boom a la caída de la década. A esas obras diagnósticas les siguieron Comercio justo para todos (2005) y Cómo hacer que funcione la globalización (2006), en las que avanzó en el camino de las soluciones. En La guerra de los tres mil millones de dólares(2008), sobre la invasión a Irak, reveló cómo una economía distorsionada -en que los ricos no sufren los costos personales de las incursiones bélicas e incluso pueden aumentar sus beneficios- tiene impacto en la política exterior. Y en Caída libre (2010) analizó las causas de la crisis de los países centrales, y propuso medidas de intervención del Estado para enfrentarla y evitar su repetición.
El precio de la desigualdad se inscribe en esta trayectoria con un tono más indignado y urgente: se trata de una cuestión moral, porque la pésima distribución de la riqueza en Estados Unidos trae sufrimientos inmerecidos -y evitables- sobre muchas personas. Pero también de supervivencia, porque las sociedades desiguales son menos democráticas y menos prósperas. Indicadores como la expectativa de vida ya marcan una situación preocupante para el país que sigue siendo la primera economía mundial: es de apenas 78 años en Estados Unidos, frente a 83 en Japón, u 82 en Australia e Israel. De hecho, según datos del Banco Mundial de 2009, este país se encuentra en el cuadragésimo nivel mundial, un puesto por debajo de su insólita Némesis, Cuba, con una expectativa de vida de 79; la de Argentina es 76. Otras cifras son todavía más elocuentes: el número de familias estadounidenses en situación de pobreza extrema -que viven con dos dólares diarios por persona- alcanzó el millón y medio en 2011.
¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué se puede hacer? Las dos preguntas convergen. En primer lugar, abandonar el "fundamentalismo de mercado", como lo califica Stiglitz. Las fuerzas del mercado deben ser reguladas, porque la concentración de la riqueza afecta la competitividad tanto como un Estado avasallante. La política impositiva también debe modificarse, revirtiendo medidas de George W. Bush que redujeron las obligaciones de los más prósperos. Regular mejor a los bancos, limitando la capacidad de asumir riesgos y de que se dediquen a créditos usurarios, "clausurar" (sic ) los centros bancarios en paraísos fiscales, reformar la ley de quiebras. En lo social, Stiglitz aboga por una "atención sanitaria para todos" y por reforzar otros programas de protección.
Si un punto central en la advertencia de Stiglitz a sus conciudadanos es que el futuro del 1% depende del futuro del 99%, la alerta se debería extender al resto del mundo. La desigualdad en Estados Unidos tiene consecuencias también fuera de sus fronteras: por ser uno de los motores de la economía mundial, por su carácter de laboratorio de medidas y modelo para otros países, porque la política exterior del país con el mayor gasto militar se puede ver afectada. Es de desear que Stiglitz y demás "insurgentes" sean escuchados.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La nueva novela de J.K. Rowling llegará a LSF el 19 de diciembre





La primera novela para adultos de J.K. Rowling saldrá a la venta de forma simultánea en España y América Latina con una tirada de 300.000 ejemplares. El mismo día 19 de diciembre también se lanzará la versión digital. 

Publicada en inglés el 27 de septiembre, Una vacante imprevista se ha convertido en un bestseller en Reino Unido, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Irlanda y Australia. Tres semanas después de su aparición, ha alcanzado un total de ventas en esta lengua de más de un millón de ejemplares. Una vacante imprevista se traducirá a 43 idiomas en todo el mundo, ¡y esta cifra sigue creciendo! 

La historia de esta primera obra de Rowling para adultos se centra en Pagford, un imaginario pueblecito del sudoeste de Inglaterra donde la súbita muerte de un concejal desata una feroz pugna entre las fuerzas vivas del pueblo para hacerse con el puesto del fallecido, factor clave para resolver un antiguo litigio territorial. 

La minuciosa descripción de las virtudes y miserias de los personajes conforman un microcosmos tan intenso como revelador de los obstáculos que lastran cualquier proyecto de convivencia, y, al mismo tiempo, dibujan un divertido y polifacético muestrario de la infinita variedad del género humano. 

Sin que el lector apenas lo perciba, Rowling consigue involucrarlo en temas de profundo calado mientras lo conduce sin pausa a un sorprendente desenlace final. 


«Una novela maravillosa. J.K. Rowling se sitúa a la altura de R.L. Stevenson, Conan Doyle y P.D. James. Sus dotes narrativas se combinan con su habilidad para crear personajes memorables y conmovedores, y el resultado es una novela muy representativa de Inglaterra, rebosante de rabia y ternura.» Melvyn Bragg, The Observer 

«Una comedia negra exquisita y en ocasiones enternecedora [...]. La prueba de fuego: creo que tendría éxito incluso si su autora no se llamara J.K. Rowling.» David Robinson, Scotsman 

«Una gran novela, ambiciosa, genial, irreverente, divertida, profundamente perturbadora y magníficamente elocuente sobre la Inglaterra contemporánea [...]. Éste es un libro conmovedor escrito por alguien que entiende muy bien a los seres humanos y que sabe mucho de novela.» Lev Grossman, Time Magazine 


viernes, 16 de noviembre de 2012

TENTATIVA DE AGOTAR UNA VIDA

"Nací" es el título del primero de los textos aquí incluidos, pero es válido que nombre todo este breve volumen. El impulso de quien se arranca (o es arrancado) de la nada define cada una las tentativas de Georges Perec: llegar al fondo sin fondo de la memoria. Lo que el autor trae de ese viaje suele ser fragmentario: listados de los lugares en los que se durmió, sueños, entradas de un diario que no existe. O, más bien, como señala Philippe Lejeune en una de las notas introductorias, estos escritos "muestran (práctica o teóricamente) de qué manera Perec consideraba la autobiografía: oblicua, múltiple, astillada y, al mismo tiempo, girando sin cesar alrededor de lo indecible". El libro -que ya había aparecido en España, en otra traducción, en 2006- concluye con un texto aparte. Perec lo escribió cuatro meses antes de su muerte y sin saber todavía que padecía un cáncer terminal. Se llama, sin rodeos, "Algunas de las cosas que en todo caso tendría que hacer antes de morir". La enumeración, que termina con "Conocer a Vladimir Nabokov", incluye treinta y siete deberes incumplidos. Gerardo García

viernes, 26 de octubre de 2012

DIARIO DE UN CUERPO de Daniel Pennac

Un chico de doce años, que le tiene "miedo a todo", aun a su propia madre, empieza a llevar un diario a fin de anotar en él hasta la más irrisoria manifestación de su cuerpo. La redacción de dicho diario, lejos de quedar circunscripta a la adolescencia, lo acompañará, no sin un par de interrupciones, hasta la cama de hospital en la que muere a los ochenta y siete años. Es decir que las entradas del diario abarcan desde la rutina de ejercicios realizada en la adolescencia para aumentar la musculatura o las formas de orinar, pasando por los escarceos sexuales, hasta las dolencias postreras. El diario llega a manos de la hija de su autor. Ella determina darlo a publicación, y eso es lo que leemos, bajo el título de Diario de un cuerpo, en el nuevo libro de Daniel Pennac. Dicho esto, la anatomía textual de la novela se resiente a causa de las intenciones edificantes de Pennac, quien se vale de una prosa amena con pinceladas humorísticas -a excepción de los pasajes moteados de un lirismo chirriante- para que cale la moraleja. Alguna vez, César Aira declaró: "Yo nunca usaría la literatura para pasar por una buena persona". Por su parte, Pennac pareciera usarla para poco más que eso. Ramiro Quintana

Foto: LA NACION 

martes, 23 de octubre de 2012

Por qué duele el amor Eva Illouz


Eva Illouz
Por qué duele el amor
Una explicación sociológica
Si este libro tiene alguna pretensión por fuera de lo académico, es ayudar a "calmar el dolor" que provoca el amor mediante una explicación de sus fundamentos sociales. EVA ILLOUZ



Eva Illouz presenta Por qué duele el amor (Video)


Dicen los medios

El enorme talento de Eva Illouz para interpretar el vasto material empírico de entrevistas, estadísticas, revistas y novelas con imaginación sociológica y comprensión filosófica conduce a resultados sorprendentes y bien fundados, tales como el papel cada vez más importante de la sensualidad y el atractivo físico en la elección de pareja. Un hito en la investigación de los cambiantes patrones del amor y el matrimonio.
AXEL HONNETH

Eva Illouz, filósofa; deconstructora de la autoayuda, la psicología y las nuevas religiones.
LLUÍS AMIGUET - LA VANGUARDIA


Por qué duele el amor es un tour de force, una lectura emocionante. Al discutir la primacía de la psicología individual en la explicación de las tribulaciones del amor moderno y demostrar la naturaleza profundamente social de nuestros sentimientos más íntimos, Eva Illouz traza un mapa absolutamente novedoso de las emociones.
LAURA KIPNIS

La generación de grandes maestros de las ciencias sociales de los años sesenta está pasando el relevo a figuras llenas de interés. Los Goffman, Lipovetsky, Bourdieu o Mattelart leerían con interés a intelectuales que como Eva Illouz se han socializado en un marco cultural, político y académico bien distinto.
BERNABÉ SARABIA



Sostiene la autora


Más allá de que haya sido su intención o no, el psicoanálisis y la psicoterapia han suministrado un arsenal formidable de técnicas para que portemos con elocuencia, pero sin vías de escape, toda la responsabilidad por nuestro sufrimiento romántico.

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Una de las principales transformaciones culturales que acompañan a la modernidad es la combinación del amor con las estrategias económicas de movilidad social.

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El triunfo del amor y la libertad sexual marca la penetración de la economía en la maquinaria del deseo.

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La competencia sexual generalizada transforma la estructura misma de la voluntad y del deseo, y que este último asume las propiedades del intercambio económico, o sea, que comienza a regularse según las leyes de la oferta y la demanda, la escasez y la sobreabundancia.

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Me he concentrado en las mujeres porque el terreno femenino me resulta más familiar, porque la mujer ha sido objeto constante de la industria psicológica de la autoformación y necesita con urgencia dejar de indagar penosamente sobre las supuestas "falencias" de su psiquis; y porque, como muchas otras personas, creo que el sufrimiento emocional se relaciona, de modo complejo, con la organización del poder políticoeconómico.

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El objetivo de este trabajo ha sido llevar la disciplina sociológica adonde reina la psicología para hacer aquello que mejor sabe la sociología de la cultura, es decir, para demostrar que los recovecos más profundos de nuestra subjetividad están configurados por entidades tan "amplias" como las relaciones sociales.

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Por causas normativas (la revolución sexual), tecnológicas (el surgimiento de Internet, con los correspondientes sitios de encuentros online) y sociales (el debilitamiento de la endogamia racial, étnica y de clase), el proceso de búsqueda y selección de pareja se ha visto modificado profundamente.
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En el mercado matrimonial, la elección se realiza en virtud de los criterios de estatus económico, atractivo físico, educación, ingresos y otros atributos menos tangibles, como la personalidad, el encanto o el sex appeal. El hecho de que exista un mercado matrimonial no es un dato natural, sino un fenómeno histórico provocado por la transformación en la ecología de la elección amorosa.
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Nunca antes había sucedido que hombres y mujeres de distinta clase social, distinta religión y distinta raza se encontraran, por así decirlo, en un mercado libre y desregulado donde los atributos como la belleza, la sensualidad y la clase social se evaluaran e intercambiaran de modo racional e instrumental.
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Hoy se utilizan el atractivo y el capital sexual como señales y herramientas de valor social, lo que les otorga un papel central en los procesos de reconocimiento. A la inversa, el fracaso en esos campos puede amenazar el sentido del valor propio y la identidad.

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Mientras que el deseo premoderno estaba gobernado por la economía de la escasez, el deseo en la actualidad está gobernado por una economía de la abundancia generada por la libertad sexual en términos normativos y por la mercantilización del sexo. 


domingo, 21 de octubre de 2012

La irresistible seducción de los chicos malos

Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION



Hace unos días, cuando terminó una entrevista para la televisión española, un camarógrafo se le acercó y le dijo: "Oiga, ¿sabe que la novela que más me ha gustado en toda mi vida ha sido La velocidad de la luz ?" Javier Cercas se quedó perplejo. Jamás habla de esa novela maldita, escrita furiosamente contra la corriente luego de haber obtenido un éxito mundial con Soldados de Salamina , que lo transformó en una celebridad. "Después de semejante suceso viene la tentación del suicidio -me cuenta-. Se acabó, piensa uno. No podré escribir un libro más. Voy a decepcionarlos a todos." Es por eso que prefiere olvidar aquel desesperado eslabón de su obra. Pero el camarógrafo no le permitió eludirlo. Le contó a continuación que padecía un viejo problema de dislexia, y que un día tomó un ejemplar y fue poseído por esa historia hipnótica. Y que se la leyó de cabo a rabo de una sentada, algo que jamás le había sucedido. Fue corriendo al médico y le preguntó: "¿Me he curado, doctor? ¿Qué me pasó? Deme una explicación". El doctor le preguntó qué novela era. Y el paciente recitó el título y el autor. Cuando el médico supo que se trataba de Cercas, lanzó en nombre de la ciencia un diagnóstico certero: "Ah, entonces fue el libro".
Hace rato que su literatura le produce situaciones inesperadas. Tal vez porque generan adicción los enigmas verdaderos que construye y porque todas sus novelas parten de una pregunta. Que Cercas intenta responder de la manera más compleja posible. Su primer éxito surge de un episodio de la Guerra Civil, cuando el fundador de la Falange escapaba por el bosque y un soldado republicano, pudiendo ejecutarlo, le permitió vivir. ¿Quién era ese soldado, por qué lo hizo? La investigación iniciada por el narrador no solo es histórica y política, resulta también psicológica y existencial. Algo similar ocurre con Anatomía de un instante , un relato de no ficción que realzó su fama, y donde el autor indaga obsesivamente en un momento clave para la Transición Española, cuando el comando de Tejero entró en el Congreso a los tiros y Adolfo Suárez permaneció sentado en su escaño de diputado, mientras los demás se escondían. ¿Por qué Suárez permaneció en su sitio?, se pregunta el autor, y desarrolla la respuesta en cuatrocientas páginas apasionantes, que son un ensayo, una crónica y una novela a un mismo tiempo.
Su último proyecto se incubó durante la infancia de Cercas, que nació en Extremadura, pero que se mudó con su familia a Gerona, una pequeña ciudad de Cataluña. Su padre era veterinario y los instaló en un barrio de inmigrantes. Javier jugaba al básquet con los vecinos, pero un día un amigo lo llevó a unos albergues donde se alojaban los inmigrantes sin recursos. Cruzando el río Ter todo era miseria. Y de allí surgieron delincuentes juveniles que protagonizaban asaltos a bancos en los años 70 y 80, y que formaron junto con otros una galería de leyendas. Figuras malogradas que llegaron a la prensa escrita, las películas, los libros, y también a las canciones. Irrumpían en España la heroína, la rebeldía y el culto al coraje. No todos esos pandilleros, algunos de los cuales fueron inmortalizados en las páginas de la revista Interviú , surgieron de Gerona. Pero Cercas conoció a algunos: vivían a cien metros de su casa.
Mucho tiempo después, hace tres años, el escritor asistió a una muestra de la cultura ochentista en Barcelona. "Al final había una sala con retratos de muchachos lúmpenes de aquella época -dice Javier-. Todos estaban muertos. Y me pregunté: ¿cómo es que yo no soy uno de ellos?"
Esa pregunta íntima disparó Las leyes de la frontera , esta nueva novela que acaba de aterrizar en Buenos Aires y que cuenta, con aires de moderno western crepuscular, el drama de tres jóvenes salvajes: un malviviente sin escrúpulos (El Zarco), su presunta novia (Tere) y una suerte de alter ego del propio autor (Gafitas). El punto de vista central de ese derrotero, que dura más de treinta años, se encierra en los ojos de ese último pibe de clase media que durante el verano de 1969 cruza la línea y vive tres meses al otro lado de la ley. Lo hace porque es víctima de un feroz acoso en el colegio acomodado, porque se enamora de esa adolescente marginal y misteriosa, y porque sigue a un matón de esquina que, sin embargo, le enseña la libertad. "El amor y el temor te hacen valiente."
En un momento, El Zarco trata de convencer a Gafitas de abandonar la pandilla. "Porque no somos iguales -le dice-. Tu vas a la escuela y nosotros no. Tú tienes familia y nosotros no. Tú piensas en el miedo y nosotros no." Luego sucede un hecho crucial: un buchón los vende y la policía corre a los dos chicos por un campo. A la manera de El jardín del mal , aquella película de Gary Cooper, El Zarco le dice a Gafitas que escape, mientras entretiene a sus perseguidores. El destino de ambos cambia a partir de ese hecho. Uno va veinte años a la cárcel; protagoniza motines, fugas, nuevos atracos: se transforma en un delincuente célebre. Y el otro recupera una vida normal y se convierte en un abogado penalista.  Dos décadas después, Tere convence al abogado de que defienda a su viejo amigo, y entonces todas las dudas regresan: ¿quién fue el buchón, quién es verdaderamente la chica, quién ama a quién, quién usó a quién, dónde está el bien y dónde está el mal? Es tan profunda, trepidante y conmovedora la peripecia imaginada por Cercas que uno termina llorando por culpa de esos tres desgraciados.
La novela conversa imaginariamente con su ídolo: Mario Vargas Llosa. En especial, con su obra maestra, La ciudad y los perros , sobre la que Cercas escribió un magnífico artículo a pedido de la Real Academia Española. En la fábula de Vargas también hay jóvenes de doble vida que cruzan fronteras físicas y morales, hombres enamorados de una misma mujer, ritos iniciáticos entre la adolescencia y la madurez, y soplones.  En ambas novelas, los buenos terminan siendo algo canallas y los malos terminan ganándose el respeto del lector; el derrotado se vuelve exitoso y la leyenda se transforma en un gran fracaso. Cercas crea un reino de la ambigüedad donde no podemos estar seguros de nada, y jamás cae en la sordidez de la crónica roja ni en la demagogia de convertir a El Zarco en un Robin Hood. Escribe sin concesiones. Con una prosa limpia que le enseñó el periodismo: "Cuando hice crónica, yo que era un profesor libresco de gabinete, tuve que salir a la calle y dinamitar la jerga académica que usaba", me confiesa. Ahora escribe con una frase de cabecera, que pertenece a Kundera: "Las novelas han de ser fáciles de leer y difíciles de entender". Al revés de Hemingway, escribe sobre lo que no conoce, y, por lo tanto, sus textos requieren de una larga investigación. Pamuk decía: "Escribir una novela es cavar un foso con una aguja". Para esta historia escribió primero un ensayo y luego un primer borrador improvisado. Y después, para los sucesivos borradores que le siguieron, vio películas y leyó libros sobre el tema, estudió los diarios y revistas de la época, consultó abogados y policías, y visitó prisiones. "¿Sabes algo? Estoy seguro de que debería ser obligatoria en la escuela secundaria una visita a las cárceles", me dice. Le pregunto si él también fue víctima del bullying en el colegio, y me responde: "Serviría para ligar y para vender libros decir que lo fui, pero no es cierto. Aunque fui testigo de crueldades. La adolescencia es un terreno cruel".
Es interesante todo lo que su libro no dice, puesto que en esos puntos ciegos respira la historia y se torna verosímil e inquietante. "Yo creo en esos puntos ciegos de la literatura, en esa oscuridad que ilumina -añade Cercas-. La novela es el arte de callar." Vivió tres años con sus personajes, ya son como parte de su familia. Pero afortunadamente no termina de comprenderlos. Son admirables y despreciables, como cualquiera, y tienen zonas oscuras como las personas que más conocemos. El pasado nos atraviesa, a ellos y a nosotros. "El pasado no pasa nunca", decía Faulkner.
Nos despedimos hasta mayo. Javier Cercas vendrá a la Argentina. Se siente en falta por no conocer en profundidad la ciudad de Buenos Aires. "Es que mi vida sería inimaginable sin Borges y sin Bioy", susurra, a la velocidad de la luz, el príncipe de las preguntas..


Javier Cercas Un fresco marginal de la transición española


La nueva novela de Javier Cercas, el autor de Soldados de Salamina, se centra en las andanzas de tres delincuentes juveniles durante el posfranquismo, y sus vidas posteriores
Por José María Brindisi  | Para LA NACION

La historia de Las leyes de la frontera ya se ha contado miles de veces. ¿Y entonces qué? John Gardner, novelista estadounidense de culto sobre todo famoso por haber sido el primer y único maestro de Raymond Carver, se atrevió en su momento a reducir prácticamente la historia de la literatura al siguiente planteo: alguien busca algo, tiene más o menos problemas para lograrlo, al final lo logra o no. Sobre ese esquema esencial se han montado millones de relatos y lo más probable es que se mantenga saludable por muchísimo tiempo. Lo que quiere decir que se están contando siempre, en el fondo, las mismas anécdotas, las mismas motivaciones, los mismos temores; y, también, que lo más importante está en otro lado. Para Borges existían apenas tres temas: el amor, el poder y la muerte. Y alguna vez, con esa grandilocuencia disimulada que en parte era sólo un modo de justificar su escritura, tradujo esa economía brutal en algo así como "la diversa entonación de unas cuantas metáforas".
El español Javier Cercas (Cáceres, 1962) demuestra en Las leyes de la frontera que ciertas fórmulas o relaciones modélicas son muchas veces la plataforma óptima para que la buena literatura despegue, para que reconozcamos la raíz humana de esas historias mientras las palabras nos arrastran inevitablemente a otro espacio; uno que no niega la familiaridad con el tema, pero que se lo apropia, transformándolo en sus propios términos, para hacer de eso que se cuenta algo único. La pluma de Cercas había evidenciado ya su excepcionalidad en una novela como Soldados de Salamina (2001), en la que supo darle forma a un tono mesurado y sensible desde el que podía sonreír amargamente ante el drama común -la Guerra Civil Española- sin sonar efectista ni cínico. O en Anatomía de un instante (2009), el libro que para muchos es su obra maestra, donde tomaba un momento clave de la transición en su país -el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981- y lo desmenuzaba en un registro tan riguroso que hacía que los hechos se vieran paradójicamente irreales, o que sólo desde allí pudieran justificarse.
Cercas parte esta vez de una situación anónima, pero el esquema es paradigmático: la relación entre dos amigos que son como hermanos. Uno leal y algo ingenuo, otro sombrío y marcado por el desafío constante y la fatalidad. Es un conflicto que en particular la literatura y el cine estadounidenses han narrado desde innumerables perspectivas, desde los álter ego de Kerouac y Neal Cassady de En el camino hasta las indispensables La ley de la calle , de Francis Ford Coppola, o la primera película que dirigió Sean Penn: The Indian Runner . El imaginario de Cercas dialoga con todos esos modelos, pero aquí es donde comienza a construir su singularidad: el momento clave en la vida de su protagonista, cuando conoce a las dos personas que le cambiarán la vida, es el verano de 1978, que en la España posfranquista quiere decir: cuando todo había cambiado, pero todo parecía seguir igual.
En rigor, la relación fraternal que se narra en Las leyes de la frontera es una hermandad de tres: la del narrador, el Zarco y Tere. En cada lazo hay una pieza que no termina de encajar, la promesa de una tragedia: el narrador y el Zarco, el líder de una banda juvenil, cuya figura se vuelve mítica en la cárcel y propicia todo el enjambre de la novela; el narrador y Tere, la chica por la que se decide a ingresar a esa banda y por culpa de quien se convierte en delincuente de un día para otro, casi sin pensarlo; y entre ella y el Zarco, quienes mantienen un vínculo imposible de definir pero que sin duda enlaza sus destinos con una fuerza irrebatible. Es allí, en ese intersticio en el que en última instancia casi no se respira, donde se cuela entre ambos Ignacio Cañas, el narrador. Durante aquel verano de 1978, Cañas encuentra en la banda del Zarco un refugio, la posibilidad de huir de los compañeros que lo atormentan en la escuela y las calles de la pequeña ciudad catalana de Gerona. Veinte años más tarde, ya convertido en un abogado exitoso y por tanto en hábil ave de rapiña, Cañas es a quien su vieja amiga Tere va a buscar para que ponga fin al encierro del Zarco. Pero lo dicho: eso que hay entre él y Tere quiere ser amor, y nunca termina de serlo; y lo que hay entre él y el Zarco es una amistad desgarradora que, sin embargo, raramente atraviesa la barrera de lo íntimo.
La decisión formal de Cercas de sostener la totalidad del relato a través del diálogo -pero sobre todo en los largos soliloquios de Cañas- resulta riesgosa, incluso extrema, y el precio que quizá pague por esa fluidez que le permite la oralidad es el de exponer demasiado los hechos. Al no haber silencios ni pausas, al no haber descripciones ni sobreentendidos, todo se resuelve en la superficie del texto y, cuando algo se oculta, sólo es porque los personajes lo olvidan, o muestran renuencia, o mienten. El otro punto en que la novela no termina de hacer pie es en la construcción del mito: el Zarco se convierte de un día para otro en una figura gigantesca, alguien a quien no sólo no hemos visto crecer sino que, para ser mítica, quizá se desnude excesivamente. Los mitos, al menos los de carne y hueso, se construyen por medio del misterio y la distancia; es decir, de la mezquindad. Cuando los vemos de cerca descubrimos que, con sus buenas y sus malas, no son muy diferentes del resto.
Al margen de esas cuestiones menores, el trabajo de Cercas en Las leyes de la frontera es notable, en especial por el modo en que aborda los vaivenes emocionales de su protagonista, alguien que en buena medida vive su vida a partir de los otros, como si fuese una sombra. Y en ello reside su desdicha.

LAS LEYES DE LA FRONTERA

 
Javier Cercas
Mondadori
384 páginas
$ 125.

miércoles, 17 de octubre de 2012

RELACIONARNOS CON LOS ADOLESCENTES


Relacionarnos con los adolescentes
El drama de los adolescentes es que apenas ayer, eran niños relativamente abandonados, exigidos y descuidados. Ahora se encuentran repentinamente con más fuerza física, cierto nivel de autonomía y con deseos opuestos a los nuestros -padres o maestros- registrando la necesidad interna de desafiarnos. Lamentablemente, la consecuencia habitual de ese desafío va a ser la expulsión -en términos emocionales- del territorio de intercambio afectivo. Claro, los adultos no estamos dispuestos a que alguien nos contradiga, mucho menos quien hasta hace poco tiempo dependía de nuestras decisiones. De ese modo actualizamos el abandono histórico, reflejado en el desprecio por las elecciones que el adolescente realiza. Luego -para rematar- aumentamos el control sobre los actos que el adolescente pretende desplegar, suponiendo que es incapaz de tomar decisiones adecuadas. De hecho, raramente el joven o la joven amado/a por el adolescente será aceptado/a en la familia. Sus elecciones –diferentes a las nuestras- difícilmente tendrán nuestro apoyo. Hasta la rebeldía será despreciada y humillada.

Si los adultos comprendiéramos que los adolescentes –es decir quienes están en una compleja transición entre la infancia y la adultez- necesitan auto regularse entre ellos, permitiríamos que se junten más, convivan más entre pares, resuelvan más y mejor sus asuntos y sobre todo, apoyaríamos sus movimientos mientran van calibrando armónicamente la capacidad de valerse por sí mismos. Suponer que la adolescencia es sinónimo de dolor de cabeza para los padres, es una estupidez. Si hubieran sido niños amados, acompañados, observados sin prejuicios ni exigencias; la adolescencia transcurriría con alegría y libertad. Pero si quienes son adolescentes hoy, ayer han sufrido el abandono emocional en cualquiera de sus formas, la confrontación hacia nosotros será feroz. En esos casos sentiremos la rabia acumulada de nuestros hijos, y seremos nosotros quienes les tendremos miedo. Casi tanto como el que ellos han sentido de nuestra parte.

Si verdaderamente queremos reparar aquello que no supimos hacer en el pasado, ahora es el momento justo. Es hora de pedirles disculpas y empezar a amarlos como ellos necesitan, no como nos resulta cómodo a nosotros.
Laura Gutman.

martes, 16 de octubre de 2012

La irreverente vida sexual de una señora mayor


POR ESTHER DÍAZ FILÓSOFA. ENTRE SUS LIBROS DESTACAN “LAS GRIETAS DEL CONTROL” Y “LA SEXUALIDAD, ESA ESTRELLA APAGADA”

De eso no se habla. La sociedad actual, en apariencia cada vez más libre en temas sexuales, oculta el deseo de los “viejos”. Se genera así vergüenza entre quienes sienten que aún les queda mucho por vivir. La autora de la nota, una intelectual de 72 años, profesora de la UBA y de la Universidad de Lanús, confiesa cómo el goce, a veces, llega con la edad.
A partir de los cincuenta años mi vida sexual comenzó a ponerse interesante. Antes, lo obvio para una chica de mediados del siglo pasado.
Calenturas insoportables hasta el día del casamiento, sexualidad matrimonial domesticada hasta el día del divorcio. Después, los tiempos del sexo compulsivo y culposo . Es duro conocer varios cuerpos cuando por tradición, familia y religión te convencieron de que lo correcto es uno solo y para toda la vida. Hay que lidiar con eso.
Me inicié en la práctica sexual a los 21 años, no sin haberme provisto de las dos libretas que me habilitaban legal y religiosamente a acostarme con un hombre. Aunque mi espíritu no era tan virgen como mi cuerpo. Pues a pesar de aceptar sin chistar todas las ñoñerías que les imponían a las señoritas de entonces, me había atiborrado con textos místicos, ocultamente pornográficos e indiscutiblemente sádicos. Con ellos alimentaba mi sexualidad reprimida y satisfacía mi masoquismo elemental . Evoco la Biblia, que leí dos veces desde el enigmático Verbo del principio hasta el catastrófico apocalipsis del final, pasando por masturbaciones, violaciones e incestos.
Fue mi segunda lectura erótica, la primera había sido el catecismoque me preguntaba si había hecho “cosas malas”; la indefinición del término lo tornaba transparente despertando oleadas de mórbida atracción . Inquiría asimismo si había gozado con alguien que me hubiera forzado. También con quién había hecho esas cosas, ¿con hombres, con mujeres, con animales? Me revelaba posibilidades inimaginables.
La moralina familiar de humildes inmigrantes españoles y el adoctrinamiento de las monjas me habían convencido de que sólo siendo adulta y casada podría acceder a esas cosas, aunque mis rudimentarios saberes las concebían mucho más ingenuas. En aquellos tiempos no se conocía tele ni internet, las niñitas de antes sólo tenían fe.
Nunca se me habría ocurrido que si me obligaban a algo “malo” podría gozarlo, tampoco que era posible hacerlo con mujeres y menos aún con animales. Esto me arrojó a un pansexualismo delirante.
Todo lo referente al deseo me producía culpa.
Con esa mochila penetré en la vida sexual. Mi desfloración fue en Mar de Ajó en el mítico Hotel El Águila, un lujo para nuestros bolsillos recién casados.
Deseo y enamoramiento sobraban, brillaba por su ausencia en cambio la práctica sexual, la más mínima técnica. Éramos un par de chicos inexpertos y vírgenes. Una vez le había preguntado a mi mamá de dónde venían los bebés y, por hablar de esas cosas, me trató de puta. Con mi novio nunca se nos permitió salir solos y en casa siempre había un familiar “relojeando”. Pero llegó el día. Mi flamante marido cerró la habitación y sin juego amoroso previo, en frío, a dos metros de distancia y bajo una luz humillante, me ordenó desnudarme. Obedecí con infinita vergüenza. Él se quitó torpemente la ropa y apareció ese miembro algo obsceno.
Cuando en mis célibes noches calenturientas había soñado con abrazar a Gustavo Adolfo Bécquer no imaginaba que los hombres pudieran tener tal monstruosidad entre las piernas. Me sentí descuidada.
Entre el despropósito carnal y la indiferencia existencial mi excitación se evaporó.
Pensé decepcionada ¿esto es un hombre?
Excepto el tenaz latigazo de las olas que no se cansaban de aporrear la playa, no escuché ninguna de las armonías que había imaginado para mi himeneo. Ese desencanto crucial instauró casi tres décadas de sexo desangelado.
Después de cuatro años de relación legal todo había terminado, no sin violencia. Luego, convivencias y relaciones furtivas abundantes y mediocres. Hasta mis cuarenta años contabilicé cada varón con el que me acosté. Luego corté por lo sano.
Dejé de contarlos, no de frecuentarlos.
De todos modos con el paso del tiempo disminuyó la cantidad y se incrementó la calidad; puse en valor los genitales masculinos. Bordeando mi medio siglo manó miel de las brevas.
Mis hijos se independizaron , me doctoré, opté por relaciones sin convivencia, experimenté con estimulantes y con hombres jóvenes, reciclé mi refugio de San Telmo, me llené de música y se me retiró la menstruación. Me dejó de yapa orgasmos en cascada . Fue como capturarle el código a la vida.
Las mujeres de mi edad solemos quejarnos de las arrugas en lugar de festejar que el cuerpo haya dejado de escupir sangre. No más ropa manchada, ni aparición justo el día de la primera cita , ni olor nauseabundo, ni temor a la preñez. En cuanto a las flaccideces, se asumen con naturalidad o se recurre a atenuantes tecnológicos. Yo opté por lo segundo.
Nuevas puertitas se fueron abriendo. En un viaje a Machu Pichu, entre apunamientos y mochilas, me regocijé calentando las heladas camas de los albergues con jóvenes compañeros de aventura. Regresé encantada: el sexo que durante años había sido una necesidad engorrosa ahora fluía con libertad. Recién entonces comprendí que mi cuerpo no se cachondea con hombres de mi edad (o mayores). Sin embargo había respetado el principio machista de que las mujeres no deben tener parejas menores que ellas.
Transgredí ese imperativo y logré mi plenitud.
Me apasioné con la estética del rock. Cuero, tachas, crestas, Pink Floyd y toda la parafernalia que en los dorados sesenta no pude gozar porque me la pasaba lavando pañales (no existían descartables). Con mi nuevo look dictaba clase en el CBC, donde fui profesora titular de Pensamiento Científico durante veinte años. Pero en la misma época en que me animé con los muchachos comenzó el reconocimiento público de mi trayectoria y –como por arte magia– se esfumaron los candidatos.
A mayor prestigio menos hombres.
Desde entonces sólo me abordan quienes no saben quién soy. Mis promociones académicas lograron que los colegas varones dejaran de verme como objeto erótico. Aunque una intelectual medianamente conocida espanta también a los no académicos. Una noche, en el efímero Paladium , un desconocido me invitó a un trago y acepté. El camarero me reconoció y exclamó “¡Mi profesora de la Facultad!”; el galán se esfumó.
En un período de alarmante escasez fantaseé con pagar por sexo.
No tengo prejuicio si es mutuamente consentido y entre adultos; peroles temo a las citas a ciegas y a la prostitución crapulosa . De modo que realicé una investigación sobre las posibilidades de Buenos Aires. Encontré algo que venía como anillo al dedo. Existen universitarios que, además de estudiar o ejercer su profesión, funcionan como surrogate partner . El término en inglés intenta disimular lo obvio, son prostitutos. Se relacionan con sexólogos que se los recomiendan a sus pacientes. Garantizan honestidad y buen trato. Me conectó una amiga.
Primero llamé a un porno-psicoanalista frío como la muerte. Seco y distante. Ese trato glacial apagó mis fogatas. Tampoco pasamos más allá del teléfono con un aprendiz de contador. Ofrecía sus servicios en horarios de oficina y en el microcentro. Olía a corralito bancario. Mi deseo se disolvió como lo habían hecho mis ahorros. Del tercero mejor no hablar. Era abogado. Nos encontramos en un bar. Pero cuando constató que en los comienzos de su carrera había sido alumno mío, huyó despavorido.
Fin de mi fantasía prostibularia.
En compensación, a esa altura de mi vida se me reveló el divertido mundo de los juguetes sexuales y los videos hot.
Aunque vinieron con chasco, porque el señor que me incitó en realidad los quería para él y cuando los probó se tornó más pasivo que una muñeca inflable.
Transitando ya mis setenta me requirió un alto funcionario. Perfil que no cotiza en mis gustos. Pero cedí , me confesó que era transexual y se me dispararon todos los ratones . Anatómicamente nació mujer, pero se sentía varón y se vestía como tal. Había realizado la ablación de su aparato reproductor. El uso de hormonas le proveyó barba y voz de trueno . Estaba a punto de operarse para obtener genitales masculinos. Mientras tanto se arreglaba con prótesis, aunque esa palabra estaba prohibida, había que decir pene, en versión soez. Sus brazos eran férreos a fuerza de entrenar con pesas. En nuestro segundo encuentro pasó de las caricias a los apretones en partes muy sensibles de mi cuerpo. Mis protestas potenciaban su avidez. Me sometía atenazándome mientras chuponeaba agresivamente. Después de debatirme largo rato –mejor dicho de sentir la inmovilidad a la que me había reducido– emití un grito tan desquiciado que lo desconcertó. Aproveché para huir. Teníamos pocos años de diferencia, era más joven que yo pero se trataba de una persona mayor. Es obvio que, como a mí, el crepúsculo no le apaciguaba el sexo (sé que no somos los únicos) .
Entonces, ¿por qué nuestra sociedad invisibiliza el deseo de los viejos si el sexo no tiene fecha de vencimiento?
Aunque ya no apremia de modo compulsivo, mi anhelo sexual sigue activo. Actualmente –como en Perú allá lejos y hace tiempo– no siento pudor de juguetear con alguien si me gusta y me siento deseada.
La última historia de amor (no la última de sexo) duró casi un decenio.
¿Cuántos años más joven?
Veintiséis. Lo conocí en Cemento , bebimos cerveza y bailamos al ritmo de Memphis, La Blusera con un Adrián Otero brillante poseído de musical locura. Luego nos fuimos tomados de la mano como si estuviéramos paseando. La dulzura con la que me despertó al día siguiente me inspiró un “te amo” que se prolongó mutuamente en el tiempo. Era casi un marginal, nada sabía de mí, con nadie la pasé tan bien, a nadie lloré tanto cuando se fue.
Hace unos meses, después de doce años, volvió por otra oportunidad. Por un instante me sentí penetrada por el fuego de la antigua pasión. Aluciné conciertos de rock, viajes en moto, abrazos interminables. Pero fui descubriendo que ese cuerpo joven escondía un alma anquilosada . La frescura de la noche de Cemento estaba irremediablemente perdida. Era un ser vetusto, una cáscara vacía. Por segunda vez en mi vida pensé ¿esto es un hombre? Me despedí con elegancia y eché a andar con pasos lentos –serena e irreversible– decidida a esperar nuevos devenires multicolores.

Una Alicia lánguida y distante

Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION

No sólo de traducciones viven los clásicos; también, de sus dibujos. La palabra escrita tiene cada vez más adeptos que provienen de la ilustración. Hay nuevas versiones de novelas (por lo general se las prefiere fantásticas) que recuperan la tradición del relato salpicado de imágenes. Esto contribuye al tacto (se toma al libro de otra manera) y le agrega un nuevo autor al texto. No es lo mismo una película, donde hay trasposición.
El libro ilustrado o incluso las llamadas "novelas gráficas" apelan a un lector dispuesto a contemplar lo que otro ha imaginado previamente. Podríamos decir que los dibujos provienen de un lector fijo. Aquel que dispuso un modo de representar la historia y a sus personajes.
Sin embargo, la ilustración, como la traducción, también implica un traslado. Así como el traductor aloja las palabras en otra lengua, el ilustrador deja las palabras libradas a su trazo. De allí que resulte tan cambiante el clima de una novela cuando está acompañada de dibujos. Parece que cobrara vida. Es lo que clamaba Alicia, desde un principio, recostada con su hermana a orillas del río Támesis, supuestamente sin hacer nada: "¿De qué sirve un libro si no tiene dibujos ni diálogos?".
Pues esta vez se trata de una nueva versión ilustrada de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, tan renovada como personal, a cargo de la joven y descollante Rébecca Dautremer, publicada por Fondo de Cultura. Son decenas de dibujos que alteran bellamente el formato clásico de los originales de John Tenniel, a quien Lewis Carroll le encargó, a mediados del siglo XIX, unas treinta y cuatro viñetas por la suma total de 138 libras.
La apuesta de Dautremer (apellido que en francés se pronuncia del mismo modo que "De otro mar") es oscura e intensa. Renueva el oleaje de las vertiginosas páginas de Carroll y consigue ilustrar el riesgo y la ausencia, sin perderse el juego de lo inefable y la inmensidad de la tristeza.
Hay mucho color rojo, rulos, ojos vidriosos, astillas y bichos. Los célebres personajes del relato de Alicia adquieren nueva piel y mirada. El conejo manifiesta su apuro con una elegancia inaudita. Está vestido con botas y polainas y sus orejas sedosas apuntan al asombro. La oruga parece un dedal peludo; el célebre gato de Cheshire irrumpe en la página como un puño dentudo. Y Alicia. ya no es la rubiecita de momentos caprichosa y otras, absorta. Se parece más a la de la vida real, la pequeña Alice Liddell, a quien Carroll le inventaba historias y le tomó aquella desquiciada foto disfrazada de pordiosera que incluye esta edición.
La de Dautremer lleva pelo oscuro, las mechas desordenadas y lacias, sin bucles ni concesiones isabelinas. Sin embargo, es distinta: se asemeja a las niñas actuales de melancólica languidez y mirada detenida. Conmueve por su distancia, más que por el característico aire de sorpresa y rebeldía que se desprende del relato original. Por eso, si uno la contempla demasiado, la lectura de la novela cambia.

lunes, 15 de octubre de 2012

MITOMANIAS ARGENTINAS     MITOMANIAS ARGENTINAS
Cómo hablamos
de nosotros mismos
El nuevo libro
de Alejandro Grimson

Cuán profundamente argentino es insultar cotidianamente
a la Argentina. Y sin embargo…, como dice una conocida canción,
este rasgo de identidad tiene su contracara: la argentinidad al palo,
“La calle más larga, el río más ancho, las minas más lindas
del mundo...
Que el Che, Gardel y Maradona son los number one,
y argentinos ¡gracias a Dios! También Videla y el Mundial 78,
Galtieri y ‘los estamos esperando’. ¿Yo?... ¡Argentino! Del éxtasis
a la agonía oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor,
o también lo peor, con la misma facilidad”.
En Mitomanías argentinas, Alejandro Grimson se atreve a un original ejercicio de introspección: ofrece una lista abierta de mitos y los revisa uno por uno para hacerlos “caer”, para que muestren lo que tienen de vulnerable, de falso, de argumento insostenible, de repetición machacona.
¿Es cierto que los argentinos descendemos de los barcos, así como los mexicanos descienden de los aztecas?¿Son los paraguayos, peruanos o bolivianos los responsables del desempleo en la Argentina? ¿Fuimos la nación más europea de América Latina y una maldición nos arrojó al basurero de la periferia? ¿Brasil o Chile están en el camino correcto y la Argentina no deja de cometer errores?
Mitos patrioteros – Mitos decadentistas – Mitos de lo "nazional"
Mitos racistas – Mitos de la unidad cultural de la Argentina
Mitos sobre la Capital versus el Interior – Mitos de la sociedad inocente
Mitos sobre el Estado bobo – Mitos sobre los impuestos
Mitos sobre el peronismo
– Mitos sobre los sindicatos
y las luchas sociales – Mitos del granero del mundo
Mitos sobre el poder de los medios – Mitos del falso igualitarismo
No importa que los mitos sean de derecha o de izquierda, religiosos o laicos, patrioteros o extranjerizantes: son bombas de tiempo que hay que desactivar para que el rompecabezas argentino se organice sobre bases plurales y para que el debate público no quede encerrado en Mitolandia. Grimson nos convence de que tener una mirada más compleja y cabal de nosotros mismos es un primer paso para construir una sociedad mejor.

Para leer y conocer un poco más acerca de Mitomanías argentinas, visitá: http://www.mitomanias.com.ar/

Alejandro Grimson es doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Realizó estudios de comunicación en la Universidad de Buenos Aires, y desde entonces ha investigado procesos migratorios, zonas de frontera, movimientos sociales, culturas políticas, identidades e interculturalidad. Su primer libro, Relatos de la diferencia y la igualdad, ganó el premio FELAFACS a la mejor tesis de comunicación de América Latina. Después de publicar La nación en sus límites, Interculturalidad y comunicación y compilaciones como La cultura en las crisis latinoamericanas, obtuvo el Premio Bernardo Houssay otorgado por el Estado argentino. Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad mereció el Premio Iberoamericano que otorga la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). Ha dictado conferencias y cursos en numerosas universidades del país y del extranjero. Actualmente es investigador del CONICET y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín.