Pilar Calveiro: "La visión heroica de los años 70 es contraproducente porque obtura la discusión"
Politóloga argentina residente en México, Calveiro propone un análisis crítico de aquellos años y señala líneas de continuidad en formas actuales de violencia estatal
Foto: Marcelo Gómez
sólo bajo regímenes autoritarios. Naturalizadas y legitimadas por los Estados nacionales, las formas extremas de castigo, penalización y aislamiento están a la orden del día y suceden hoy, tanto en los regímenes democráticos de los países centrales como en las democracias "alternativas" y "participativas" de Sudamérica. Y la Argentina no está exceptuada de estas formas de violencia estatal, plasmadas en torturas y abusos carcelarios, por ejemplo, como reflejaron informes recientes del CELS y la Comisión Provincial de la Memoria, y que son "deudas de esta democracia".
Así lo sostiene la politóloga argentina Pilar Calveiro, en ocasión de su último viaje a la Argentina, en el que presentó su último libro Violencias de Estado , un ensayo que aborda la violencia -y la consiguiente violación de los derechos humanos- desplegada en dos grandes combates definidos como guerras: la guerra contra el crimen y la guerra antiterrorista.
Ex militante montonera, detenida en diversos centros clandestinos de la dictatura y radicada en México desde 1979, Calveiro ha trabajado largamente sobre la memoria, la represión de Estado y la militancia revolucionaria de los años setenta a través de dos textos fundamentales: Poder y desaparición y Política y/o violencia , publicados en 2004 y 2007, respectivamente. "En lugar de seguir reflexionando en torno de los setenta trato de ver cuáles son los fenómenos que hoy se vinculan con aquellas prácticas de lo represivo y cuáles son las violaciones a los derechos que se producen hoy", agrega, al tiempo que pone distancia de la visión épica de los años setenta: "La visión heroica de los años setenta es contraproducente porque obtura la discusión", enfatiza en entrevista con Enfoques.
Entusiasmada con los procesos democráticos por los que transitan los distintos países de América latina, Calveiro rescata las políticas de resistencia frente a un orden global "que se basa en abrir de manera indiscriminada los países, las regiones, penetrarlos y vaciarlos".
¿Qué es hacer memoria hoy?
-Toda la práctica de memoria que se ha hecho en la Argentina me parece fundamental. La Argentina es uno de los países que han hecho esto de manera muy completa. Los juicios y la idea de establecer cuáles son las responsabilidades sociales por los delitos de lesa humanidad cometidos y sancionarlos han sido fundamentales porque permiten pasar a otra cosa. Entonces, como alguien que trabajó alrededor de eso, para mí la forma más cabal de hacer memoria hoy sí tiene que ver con mirar el pasado desde las necesidades del presente, pero, sobre todo, con mirar el presente a partir de las experiencias del pasado. Mi preocupación ahora es ver y analizar cuáles son las continuidades y las rupturas que ocurrieron a posteriori respecto de aquellas temáticas vinculadas con la violencia estatal, y marcar cuáles son las violaciones actuales de los derechos, porque ellos son los que requieren una denuncia y una acción.
Y en esa línea de continuidad usted hace referencia a la violencia estatal, los abusos y la intensidad de las formas de penalización y castigo.
-Sí, primero trabajé sobre la guerra antiterrorista, y después, la lucha contra el crimen, y encontré elementos en común, como la radicalidad de esta violencia directa y explícita sobre los cuerpos. Son violencias que no se ven y ahí hay elementos en común con los setenta cuando la gente decía que no pasaba lo que pasaba. Esa brutal violencia de Estado queda difuminada y es como si no se pudiera ver en el momento en el que se ejerce.
¿La pobreza, la exclusión y la inequidad no son también una forma extendida y naturalizada de violencia de Estado?
-Efectivamente, ellas son una forma de la violencia de Estado. Pero el hecho de que trabaje sobre las formas de lo represivo es intencional. A partir de lo que se llamaron "los tránsitos a la democracia" existe una especie de acuerdo implícito en que parecería ser que las dictaduras han quedado atrás y que las formas de la violencia del Estado ahora son estructurales e indirectas y que las otras quedaron atrás porque son parte de los modelos autoritarios. Lo que yo me propongo mostrar es, justamente, que esto no es cierto y que las violencias clásicas, que tienen que ver con los encierros más brutales y la desaparición forzada, no son algo que terminó con las democracias actuales, sino que sigue presente. Es importante visibilizar esto porque justamente la proliferación de un discurso democrático disimula y obtura buena parte de la discusión sobre la violencia directa, represiva y explícita sobre los cuerpos en formas muy radicales. Todos los Estados de las actuales democracias han incrementado las modalidades represivas: los porcentajes de presos en relación con la población total se han incrementado de manera alarmante en las últimas décadas, no sólo en los países centrales, también en los periféricos, y en América latina.
Una serie de sucesos recientes han puesto a las cárceles bajo la lupa. ¿Qué nos dice el sistema penitenciario de un país?
-Los sistemas penitenciarios son parte de la anatomía política de un país, y en los gobiernos de democracias más abiertas en América latina este asunto no ha tenido un tratamiento radicalmente diferente al de otras democracias. El incremento de la población en situación de encierro, el incremento de las penas y la disminución de la edad penal, todo esto está ocurriendo. Cada año la Comisión Provincial por la Memoria presenta un informe en el que hace referencia a la situación de las cárceles en la provincia de Buenos Aires y demuestra los abusos que ocurren también dentro de las prisiones de estas democracias llamadas amplias y participativas que existen en buena parte del continente. Y hay otras cuestiones que también son importantes. Por ejemplo, el énfasis en la privatización de las cárceles. Esto es fundamental porque en la medida en la que se privatizan se convierten en un negocio muy rentable y hay intereses en que se encierre cada vez más gente. Aunque hay diferencias entre los distintos países, hay elementos que se reiteran: el incremento de la población penitenciaria, la existencia de leyes antiterroristas que habilitan una legislación de excepción y la tendencia a combinar encierros de seguridad media con encierros de aislamiento.
Usted describe a las democracias actuales de los países centrales como democracias procedimentales, fuertemente excluyentes y con altos componentes de violencia. ¿Esto no aplica al caso argentino?
-Es muy interesante lo que está pasando en las democracias de América del Sur. Si uno analiza estas democracias alternativas de una manera aislada, puede pensarlas como relativamente decepcionantes, porque las transformaciones que realizan en principio resultan menores: transforman la distribución del ingreso, pero no lo hacen de una manera radical; mejoran las condiciones de vida, pero no rompen con una sociedad que es de exclusión; están incorporadas a un mercado global porque no podría ser de otra manera, y por lo tanto implican concesiones y acuerdos con los grandes sectores corporativos. Entonces, si uno lo analiza de manera aislada, se podría pensar a estas democracias como una especie de fraude.
Son las críticas "por izquierda".
-Exacto, pero yo creo que esto es producto de no colocar estos procesos en el contexto global. En la medida en que uno no coloca esto en el contexto global y analiza sus logros en función de cuál es la orientación que no sólo está propiciando, sino casi imponiendo este orden global, es difícil ver la importancia de estas alternativas. Y la importancia de estos modelos alternativos es que, justamente, erosionan, dificultan y postergan estas medidas y, en ese sentido, van a contracorriente y resisten a esta polarización mundial que se está dando. Si uno lo mira desde esa perspectiva, se valoriza mucho más. Esto que parece menor, se torna importante porque tiene el valor de una resistencia a un modelo que se basa en abrir de manera indiscriminada los países, las regiones, penetrarlos y vaciarlos. Por otro lado, esto tiene que ver también con otra discusión importante en las izquierdas y que tiene que ver con qué tan importante es la lucha política y la lucha partidaria dentro del sistema político formal.
¿En qué sentido?
-En el hecho de que en las izquierdas se dice que los partidos políticos son parte del sistema y que están totalmente corrompidos. Yo creo que eso es un error y que justamente lo que muestran estos gobiernos de América del Sur es la importancia que tiene contar con políticas alternativas de gobiernos que no ceden de manera abierta a las presiones del orden global. Aunque también lo son, por supuesto, los movimientos sociales, los movimientos de indignados y todas las formas de organización, desechar la alternativa de la política formal es una salida falsa. Las políticas gubernamentales son importantes, y también lo son los partidos políticos y el papel que juegan desde los sistemas políticos.
Usted hizo referencias a las democracias de América del Sur. Aunque con grandes diferencias en cuanto a origen, orientación y trayectoria, la mayoría de los líderes regionales actuales o recientes, como Bachelet, Lula o Mujica, tienen una prehistoria de militancia. ¿Qué lectura hace?
-Los casos son muy distintos. Una cosa es hablar de Bachelet, otra de Mujica y otra de los Kirchner. Pero creo que hay un elemento común y es que iniciaron su militancia en un contexto completamente diferente y que era el mundo bipolar, en el que la apuesta era por la alternativa socialista. Ese proyecto, que fue compartido por las izquierdas, fue derrotado. De alguna manera, estas personas y estos grupos políticos de los que forman parte fueron capaces de modificar lo que era la perspectiva política y la mirada política de los años setenta, hacer una adecuación a un momento político diferente, y hacer otras apuestas que no tienen que ver con el socialismo, sino con una democracia que intenta ser, con todas las diferencias que existen entre ellos, una democracia participativa y no sólo formal. Creo que esta nueva apuesta es como una "actualización" y un reconocimiento de la derrota de un proyecto político por el que se había apostado previamente.
Sin embargo, en el caso argentino, hay una permanente evocación a los años setenta y una idealización de esa época y de "esa generación".
-La heroización de los setenta es contraproducente y obtura la discusión porque no permite hacer el análisis crítico de esa época, y pensar en la responsabilidad que les cupo a los distintos actores políticos. Yo no creo en la política como forma de exclusión de la violencia. Creo más bien que en la política siempre hay un núcleo violento y lo que hay que ver es qué lugar ocupa este núcleo violento, cuáles son las formas de la violencia, y cómo operan en relación con el poder instituido y con las resistencias a este poder. Entonces, el análisis de aquella experiencia puede ayudar a pensar hoy esta relación nodal entre política y violencia. Y si uno glorifica o heroiza los setenta, no puede hacer esto. En el contexto de democracias participativas esto requiere una formulación. No puede pasarse al desconocimiento de esta relación entre política y violencia como si esto hubiera desaparecido y como si en las democracias no existiera esta relación.
Se ha repuesto la palabra "militante". ¿Qué significa para usted hoy la palabra "militancia"?
-La militancia es una apuesta de vida por un proyecto político. Los proyectos políticos de hoy son diferentes de los que existían en los setenta y la militancia tiene otras características. Me parece que hay una parte importante de la sociedad, y en particular gente joven, que vuelve a hacer una apuesta política y en ese sentido vuelve a pensar a la política como parte de su apuesta de vida. Ahora bien, las características de la militancia cambian si uno está cobijado por el gobierno, si uno está en la oposición o si uno está en la clandestinidad. Son circunstancias muy distintas de la militancia que exigen también compromisos diferentes.
MANO A MANO
Diálogo con el pasado y el presente
Pasaron siete años desde la primera vez que entrevisté a Pilar Calveiro. Ella volvía a la Argentina para presentar Política y/o violencia y un auditorio colmado esperaba la palabra de esta militante secuestrada en 1977, detenida en diferentes centros clandestinos, cuyo destino final de aquel infierno había sido la ESMA.
A partir de 1979 México fue para Calveiro tierra de exilio y hogar, espacio de reconstrucción personal, y la posibilidad de una carrera académica. Esa fértil relación entre experiencia personal y saber teórico le permitió tramitar cuestiones personales y comprender mejor las razones de la derrota de aquel proyecto político.
Alejado de la visión heroica y nostálgica, ese texto autocrítico podía leerse, junto con su libro anterior, Poder y desaparición, como un díptico imprescindible para entender aquellos años sangrientos y dolorosos.
Aunque sus actuales búsquedas muestran líneas de continuidad con sus trabajos anteriores, se advierte que Calveiro ha ajustado cuentas con el pasado y ha dicho, a través de esos dos textos, todo lo que necesitaba decir sobre los años 70. Y lo hizo con todos los matices y claroscuros que exige un análisis honesto, sin estridencias ni artificios, y que elude por igual la autorreferencia permanente y la victimización personal..
sólo bajo regímenes autoritarios. Naturalizadas y legitimadas por los Estados nacionales, las formas extremas de castigo, penalización y aislamiento están a la orden del día y suceden hoy, tanto en los regímenes democráticos de los países centrales como en las democracias "alternativas" y "participativas" de Sudamérica. Y la Argentina no está exceptuada de estas formas de violencia estatal, plasmadas en torturas y abusos carcelarios, por ejemplo, como reflejaron informes recientes del CELS y la Comisión Provincial de la Memoria, y que son "deudas de esta democracia".
Así lo sostiene la politóloga argentina Pilar Calveiro, en ocasión de su último viaje a la Argentina, en el que presentó su último libro Violencias de Estado , un ensayo que aborda la violencia -y la consiguiente violación de los derechos humanos- desplegada en dos grandes combates definidos como guerras: la guerra contra el crimen y la guerra antiterrorista.
Ex militante montonera, detenida en diversos centros clandestinos de la dictatura y radicada en México desde 1979, Calveiro ha trabajado largamente sobre la memoria, la represión de Estado y la militancia revolucionaria de los años setenta a través de dos textos fundamentales: Poder y desaparición y Política y/o violencia , publicados en 2004 y 2007, respectivamente. "En lugar de seguir reflexionando en torno de los setenta trato de ver cuáles son los fenómenos que hoy se vinculan con aquellas prácticas de lo represivo y cuáles son las violaciones a los derechos que se producen hoy", agrega, al tiempo que pone distancia de la visión épica de los años setenta: "La visión heroica de los años setenta es contraproducente porque obtura la discusión", enfatiza en entrevista con Enfoques.
Entusiasmada con los procesos democráticos por los que transitan los distintos países de América latina, Calveiro rescata las políticas de resistencia frente a un orden global "que se basa en abrir de manera indiscriminada los países, las regiones, penetrarlos y vaciarlos".
¿Qué es hacer memoria hoy?
-Toda la práctica de memoria que se ha hecho en la Argentina me parece fundamental. La Argentina es uno de los países que han hecho esto de manera muy completa. Los juicios y la idea de establecer cuáles son las responsabilidades sociales por los delitos de lesa humanidad cometidos y sancionarlos han sido fundamentales porque permiten pasar a otra cosa. Entonces, como alguien que trabajó alrededor de eso, para mí la forma más cabal de hacer memoria hoy sí tiene que ver con mirar el pasado desde las necesidades del presente, pero, sobre todo, con mirar el presente a partir de las experiencias del pasado. Mi preocupación ahora es ver y analizar cuáles son las continuidades y las rupturas que ocurrieron a posteriori respecto de aquellas temáticas vinculadas con la violencia estatal, y marcar cuáles son las violaciones actuales de los derechos, porque ellos son los que requieren una denuncia y una acción.
Y en esa línea de continuidad usted hace referencia a la violencia estatal, los abusos y la intensidad de las formas de penalización y castigo.
-Sí, primero trabajé sobre la guerra antiterrorista, y después, la lucha contra el crimen, y encontré elementos en común, como la radicalidad de esta violencia directa y explícita sobre los cuerpos. Son violencias que no se ven y ahí hay elementos en común con los setenta cuando la gente decía que no pasaba lo que pasaba. Esa brutal violencia de Estado queda difuminada y es como si no se pudiera ver en el momento en el que se ejerce.
¿La pobreza, la exclusión y la inequidad no son también una forma extendida y naturalizada de violencia de Estado?
-Efectivamente, ellas son una forma de la violencia de Estado. Pero el hecho de que trabaje sobre las formas de lo represivo es intencional. A partir de lo que se llamaron "los tránsitos a la democracia" existe una especie de acuerdo implícito en que parecería ser que las dictaduras han quedado atrás y que las formas de la violencia del Estado ahora son estructurales e indirectas y que las otras quedaron atrás porque son parte de los modelos autoritarios. Lo que yo me propongo mostrar es, justamente, que esto no es cierto y que las violencias clásicas, que tienen que ver con los encierros más brutales y la desaparición forzada, no son algo que terminó con las democracias actuales, sino que sigue presente. Es importante visibilizar esto porque justamente la proliferación de un discurso democrático disimula y obtura buena parte de la discusión sobre la violencia directa, represiva y explícita sobre los cuerpos en formas muy radicales. Todos los Estados de las actuales democracias han incrementado las modalidades represivas: los porcentajes de presos en relación con la población total se han incrementado de manera alarmante en las últimas décadas, no sólo en los países centrales, también en los periféricos, y en América latina.
Una serie de sucesos recientes han puesto a las cárceles bajo la lupa. ¿Qué nos dice el sistema penitenciario de un país?
-Los sistemas penitenciarios son parte de la anatomía política de un país, y en los gobiernos de democracias más abiertas en América latina este asunto no ha tenido un tratamiento radicalmente diferente al de otras democracias. El incremento de la población en situación de encierro, el incremento de las penas y la disminución de la edad penal, todo esto está ocurriendo. Cada año la Comisión Provincial por la Memoria presenta un informe en el que hace referencia a la situación de las cárceles en la provincia de Buenos Aires y demuestra los abusos que ocurren también dentro de las prisiones de estas democracias llamadas amplias y participativas que existen en buena parte del continente. Y hay otras cuestiones que también son importantes. Por ejemplo, el énfasis en la privatización de las cárceles. Esto es fundamental porque en la medida en la que se privatizan se convierten en un negocio muy rentable y hay intereses en que se encierre cada vez más gente. Aunque hay diferencias entre los distintos países, hay elementos que se reiteran: el incremento de la población penitenciaria, la existencia de leyes antiterroristas que habilitan una legislación de excepción y la tendencia a combinar encierros de seguridad media con encierros de aislamiento.
Usted describe a las democracias actuales de los países centrales como democracias procedimentales, fuertemente excluyentes y con altos componentes de violencia. ¿Esto no aplica al caso argentino?
-Es muy interesante lo que está pasando en las democracias de América del Sur. Si uno analiza estas democracias alternativas de una manera aislada, puede pensarlas como relativamente decepcionantes, porque las transformaciones que realizan en principio resultan menores: transforman la distribución del ingreso, pero no lo hacen de una manera radical; mejoran las condiciones de vida, pero no rompen con una sociedad que es de exclusión; están incorporadas a un mercado global porque no podría ser de otra manera, y por lo tanto implican concesiones y acuerdos con los grandes sectores corporativos. Entonces, si uno lo analiza de manera aislada, se podría pensar a estas democracias como una especie de fraude.
Son las críticas "por izquierda".
-Exacto, pero yo creo que esto es producto de no colocar estos procesos en el contexto global. En la medida en que uno no coloca esto en el contexto global y analiza sus logros en función de cuál es la orientación que no sólo está propiciando, sino casi imponiendo este orden global, es difícil ver la importancia de estas alternativas. Y la importancia de estos modelos alternativos es que, justamente, erosionan, dificultan y postergan estas medidas y, en ese sentido, van a contracorriente y resisten a esta polarización mundial que se está dando. Si uno lo mira desde esa perspectiva, se valoriza mucho más. Esto que parece menor, se torna importante porque tiene el valor de una resistencia a un modelo que se basa en abrir de manera indiscriminada los países, las regiones, penetrarlos y vaciarlos. Por otro lado, esto tiene que ver también con otra discusión importante en las izquierdas y que tiene que ver con qué tan importante es la lucha política y la lucha partidaria dentro del sistema político formal.
¿En qué sentido?
-En el hecho de que en las izquierdas se dice que los partidos políticos son parte del sistema y que están totalmente corrompidos. Yo creo que eso es un error y que justamente lo que muestran estos gobiernos de América del Sur es la importancia que tiene contar con políticas alternativas de gobiernos que no ceden de manera abierta a las presiones del orden global. Aunque también lo son, por supuesto, los movimientos sociales, los movimientos de indignados y todas las formas de organización, desechar la alternativa de la política formal es una salida falsa. Las políticas gubernamentales son importantes, y también lo son los partidos políticos y el papel que juegan desde los sistemas políticos.
Usted hizo referencias a las democracias de América del Sur. Aunque con grandes diferencias en cuanto a origen, orientación y trayectoria, la mayoría de los líderes regionales actuales o recientes, como Bachelet, Lula o Mujica, tienen una prehistoria de militancia. ¿Qué lectura hace?
-Los casos son muy distintos. Una cosa es hablar de Bachelet, otra de Mujica y otra de los Kirchner. Pero creo que hay un elemento común y es que iniciaron su militancia en un contexto completamente diferente y que era el mundo bipolar, en el que la apuesta era por la alternativa socialista. Ese proyecto, que fue compartido por las izquierdas, fue derrotado. De alguna manera, estas personas y estos grupos políticos de los que forman parte fueron capaces de modificar lo que era la perspectiva política y la mirada política de los años setenta, hacer una adecuación a un momento político diferente, y hacer otras apuestas que no tienen que ver con el socialismo, sino con una democracia que intenta ser, con todas las diferencias que existen entre ellos, una democracia participativa y no sólo formal. Creo que esta nueva apuesta es como una "actualización" y un reconocimiento de la derrota de un proyecto político por el que se había apostado previamente.
Sin embargo, en el caso argentino, hay una permanente evocación a los años setenta y una idealización de esa época y de "esa generación".
-La heroización de los setenta es contraproducente y obtura la discusión porque no permite hacer el análisis crítico de esa época, y pensar en la responsabilidad que les cupo a los distintos actores políticos. Yo no creo en la política como forma de exclusión de la violencia. Creo más bien que en la política siempre hay un núcleo violento y lo que hay que ver es qué lugar ocupa este núcleo violento, cuáles son las formas de la violencia, y cómo operan en relación con el poder instituido y con las resistencias a este poder. Entonces, el análisis de aquella experiencia puede ayudar a pensar hoy esta relación nodal entre política y violencia. Y si uno glorifica o heroiza los setenta, no puede hacer esto. En el contexto de democracias participativas esto requiere una formulación. No puede pasarse al desconocimiento de esta relación entre política y violencia como si esto hubiera desaparecido y como si en las democracias no existiera esta relación.
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-La militancia es una apuesta de vida por un proyecto político. Los proyectos políticos de hoy son diferentes de los que existían en los setenta y la militancia tiene otras características. Me parece que hay una parte importante de la sociedad, y en particular gente joven, que vuelve a hacer una apuesta política y en ese sentido vuelve a pensar a la política como parte de su apuesta de vida. Ahora bien, las características de la militancia cambian si uno está cobijado por el gobierno, si uno está en la oposición o si uno está en la clandestinidad. Son circunstancias muy distintas de la militancia que exigen también compromisos diferentes.
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3 comentarios:
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