jueves, 6 de septiembre de 2012

Una triste road movie a tres voces

Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION


Qué pasa cuando tres personajes se ponen a hablar solos en una novela? ¿Es un testimonio de lo que les ocurre, un pedido de auxilio, o una forma de que las palabras los acompañen? ¿Y si además a esos tres personajes, solitarios en su voz, los unen el amor, la enfermedad y la literatura? En ese caso el resultado es una bella y trágica novela, al tiempo que gozosa en su afán de rescatar la memoria del deseo. Se trata de Hablar solos, la nueva ficción del escritor argentino Andrés Neuman, que luego de recibir el Premio Alfaguara por El viajero del siglo, ahora atisba el universo de lo íntimo en esta delicada entrega. Los personajes en cuestión son Elena, esposa, madre, lectora y amante; Lito, niño de diez años, ávido de juego y de padre, y Mario, esposo, padre y futuro difunto. El modo de hablar de cada uno de ellos nos indica algo del destino que los espera, promoviendo su desenlace.
Al hablar solos, los personajes existen en un tiempo suspendido que les permite andar por fuera de los códigos establecidos, sin relojes ni recatos, aunque los marca la inminencia de la muerte.
La historia parece simple: un padre diagnosticado de enfermedad terminal quiere viajar en camión con su hijo y así trazar la ruta del recuerdo; Elena acepta el último desafío de su marido y los espera en la casa, también zambulléndose en una oscura travesía. Es un triángulo de amor y de muerte. Los personajes se deslizan cada cual por su lado hablando del asunto, para usar el hermoso título de una novela de Julian Barnes.
Ésa es la apuesta y la propuesta de Neuman: el desplazamiento a través de la palabra y, en ese movimiento, la posibilidad de hallar el estilo. Como decía Barthes, "el estilo es lo que separa la carne del mundo". Y en esta historia se trata de la carne, o del cuerpo, y de los recuerdos, o el lenguaje. Lito, el niño, se las arregla sin demasiadas comas. Quiere jugar y avanzar, como si fuera una road movie paternal. El padre jadea en las frases, sabe que le queda poco tiempo y con eso infringe la gramática. Mientras que Elena es una intelectual aterrada. Se refugia en las citas. Tanto sexuales como literarias. Lo que importa es acudir a ellas. El sexo, en ese sentido, es la promesa del presente. Ya no una "pequeña muerte", sino la posibilidad de olvidar la muerte mediante una feroz entrega. Ella también viaja, pero quieta. Se desplaza leyendo. Más que una enseñanza, lo que Elena extrae de sus lecturas es una coincidencia. No necesariamente feliz, pero tranquilizadora. Los libros le hablan. Son varias las páginas que visita: El mar, de John Banville; La novela luminosa, de Mario Levrero; Estar enfermo, de Virginia Woolf; El periodista deportivo, de Richard Ford; Los enamoramientos, de Javier Marías, y Yo era una mujer casada, de César Aira, entre otras dieciséis más. Andrés Neuman aclara en una nota del autor: "Las traducciones al español de los libros citados en esta novela son improvisaciones del autor. Si la escritura nos permite hablar solos, leer y traducir se parecen a conversar".
Sin duda es una novela sobre la soledad de las voces, pero también sobre la compañía del recuerdo. Vale una confesión de Elena, muerto ya su marido: "Hasta olvidarte me recuerda a ti". La tristeza puede ser un hallazgo literario.

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