Enrique Valiente Noailles
Para LA NACION
Murió Jorge Semprún, escritor y político que perteneciera a la resistencia comunista y que fuera deportado de Francia a Buchenwald en 1943. No estamos entonces sólo ante la muerte de un gran escritor y de un hombre comprometido con su tiempo, sino ante la muerte de un sobreviviente de los campos de concentración nazis, que escribió un conmovedor libro alusivo, llamado La escritura o la vida . El derrotero de Semprún fue singular y queda esbozado en la curiosa alternativa que expresa ese título. Porque así como para Primo Levi, por ejemplo, escribir era salir del horror para volver a la vida, para Semprún significaba permanecer en la memoria de la muerte y sentía que podía conducirlo al suicidio. De allí su inicial compromiso político, su lanzarse de lleno al porvenir, como una forma de terapia y de "olvido". Y de allí también la nueva torsión de recomenzar la escritura cuando rompe con la política en 1963. Por muchos años, posiblemente por varios siglos, los hombres seguiremos leyendo los testimonios directos escritos acerca de los campos de concentración.
Será necesariamente así porque no comprendemos, no podemos pensar, no podemos concebir lo que Semprún llama "el mal radical", forma del mal que se distingue de toda otra. Cuentan que un periodista célebre de la época, Edward Munrow, de la CBS, culminó su emisión desde Buchenwald, dos días después de su liberación, diciendo lo siguiente: "Sólo les he contado una pequeña parte, créanme que para la mayoría de lo que he visto y oído, no tengo palabras". Y es por eso que damos vuelta esas páginas una y otra vez: para buscar las palabras.
"Imagino que habrá buen número de testimonios", le dice a Semprún un prisionero francés. "Valdrán lo que vale la nada del testigo, su agudeza, su perspicacia... Y enseguida vendrán los documentos... Todo será dicho, consignado... Todo será verdadero..., salvo que faltará la verdad esencial". Esa cosa esencial es la que uno teme que se pierda cuando muere un testigo directo.
Sin embargo, no se trata sólo de la muerte de una memoria viva de algo que todavía resta aprender de nosotros mismos. El significado de la muerte de alguien que ha sobrevivido a un campo de concentración es más singular. Por de pronto, no es la misma muerte la que vuelve después de varias décadas, de una manera serena, a completar la faena. El tiempo que medió entre aquel momento y éste puede resumirse en una diferencia: antes hubiera muerto un número, el 44904, que lo identificaba en el campo. Ahora, murió un hombre. Pero no sólo eso. Porque pareciera no bastar una sola muerte para dar cuenta de un sobreviviente, es decir, de alguien que debió aprender dos veces a vivir. Y, a la vez, una sola muerte tampoco puede dar cuenta de quien vivió por todos los que fueron asesinados brutalmente allí. Un sobreviviente es un hombre en el que vivían los fragmentos de los que nunca pudieron salir. En un sobreviviente del horror, la vida deja de ser sólo su vida y la muerte deja de ser sólo su muerte.
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