Desde 1954 se celebra, cada 16 de junio, el Bloomsday en honor a Leopold Bloom, personaje principal del «Ulises» de James Joyce
Nadie mejor para razonar la elección que el autor de «Dublinesca», Enrique Vila-Matas: «Siempre que me acerco al Finnegans lo hago sabiendo que estoy ante el más denso de los tapices y con el temor de que una vez más, como lector me llegue una sensación, primero, de estar al borde del colapso, y después del colapso mismo». Vila-Matas, Eduardo Lago, Jordi y Antonio Soler, Malcolm Otero y José Antonio Garriga Vela son los caballeros escritores de «La Orden del Finnegans», compendio de lecturas joyceanas que publica ediciones Afabia.
Quien se haya leído de corrido el condenado «Finnegans» que levante la mano. Eduardo Lago se atrevió con 17 años con el no menos enrevesado «Ulises» que tradujo la editorial bonaerense Rueda y celebró el centenario del Bloomsday en el pub «Ulises» de Manhattan Sur. Miles de personas merodean los arcanos del Finnegans y algunos saborean cada palabra hasta que ésta cobra sentido, como «quark», aprovechada por un profesor de Física Cuántica.
También anda metido en tan peliagudo «work in progress» Jordi Soler, al evocar mitologías celtas desde Veracruz: «En Dublín la gente sabe que, cuando un manto de niebla cae sobre el paisaje, significa que Manannán MacLir -el hijo del mar- trae algo entre manos…». Y otro Soler (Antonio), se reúne en la Torre Martello de Sandycove con sus colegas de la Orden para conmemorar el Bloomsday, en la habitación donde un 16 de junio de 1904 comenzó la travesía de don Leopoldo. «Normalmente éste es el lugar inicial, no el final de la conmemoración, pero los fundadores de la Orden, hace ya muchos años, lo hicieron de este modo y así se ha transmitido a los nuevos miembros cada año», aclara Malcolm Otero, el más joven caballero del sexteto joyceano. Y el último en llegar, José Antonio Garriga Vela, cumple desde hace un año con la cita dublinesa y vuelve a leer por enésima vez el «Ulises».
La torre de Joyce
Las torres Martello se levantaron en el siglo XIX para prevenir cualquier tentativa de invasión napoleónica. Así la describe Joyce en el primer capítulo de su célebre novela: «En el sombrío cuarto de estar abovedado, en la torre, la figura de Buck Mulligan en bata se movía con viveza de un lado a otro ante la chimenea, ocultando y revelando su fulgor amarillo. Desde las altas troneras caían dos lanzadas de suave luz del día: en la intersección de sus rayos flotaba, dando vueltas, una nube de carbón y vapores de grasa fría».
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