lunes, 8 de octubre de 2012



En La espada de Damocles (Tusquets), el escritor griego Petros Márkaris reúne sus artículos sobre la debacle en su país. Aquí, una pieza de 2010
El primer ministro griego, Georgios Papandreu, anunció desde la idílica isla de Kastellorizo que Grecia había solicitado el paquete de ayuda de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional y preparó a los griegos para el inicio de una «nueva Odisea». Al día siguiente un periodista le recordó que, al fi nal de la Odisea, sólo Odiseo alcanza Ítaca, pues ninguno de sus acompañantes sobrevive al viaje. No pasó mucho tiempo hasta que las profecías del periodista se hicieron realidad: los tres primeros compañeros de camino murieron ya el miércoles 5 de mayo de camino a Ítaca, es decir, de regreso a los años setenta, que es donde nos encontramos ahora. No sé por qué el primer ministro no eligió Ítaca para anunciar la nueva Odisea. Quizá porque sospechaba que lo que Grecia está viviendo en la actualidad no se asemeja mucho a una epopeya. Más bien recuerda a una tragedia.
Goethe afirmaba que las epopeyas relatan grandes acontecimientos históricos. Sin embargo, hoy en Grecia no se desarrollan grandes acontecimientos, sino que nos hallamos ante una realidad miserable, que está muy lejos de pasar a la Historia. Si los griegos buscasen un poco en la tragedia clásica no les costaría mucho encontrar un coro adecuado para su situación. Sería el coro de Las troyanas, de Eurípides, que alzan su lamento ante las ruinas de Troya. Un director ingenioso incluso podría añadir al coro a algunos griegos, preferiblemente jubilados.
Sin embargo, la tragedia que se representó en Atenas el miércoles 5 de mayo fue Los siete contra Tebas, de Esquilo, un texto en el que dos hermanos, Eteocles y Polinices, se dan muerte brutalmente. La tragedia que sigue a Los siete contra Tebas y que constituye, por así decirlo, su segunda parte es Antígona, de Sófocles, en la cual Antígona trata de enterrar a su hermano Polinices y se encuentra con la oposición de Creonte. En un principio, los griegos esperaban que la señora Merkel adoptase el papel de Antígona. Sin embargo, Merkel eligió el papel de Creonte e impidió a los griegos, forzados a ponerse la máscara de Antígona, que enterrasen a sus hermanos o, en este caso, que enterrasen sus montañas de deudas, porque la relación de los griegos con sus deudas se ha convertido últimamente en una relación fraternal.
Yo, no obstante, tengo mis dudas de que la señora Merkel sea una fi gura trágica. Tampoco George W. Bush lo era, aunque sí que desató más de una tragedia. Las fi guras trágicas no se caracterizan por su dureza, sino por su sufrimiento y su ruina. Willy Brandt sería un buen ejemplo. La señora Merkel me recuerda más bien a la Lisístrata de Aristófanes. Como Lisístrata, empeñada en poner fin a la guerra entre Atenas y Esparta, también Angela Merkel parece, por lo menos desde los últimos días, empeñada en detener el descalabro del euro. Todavía no sabemos si tendrá éxito, como Lisístrata, ni tampoco si sobreviviremos a la crisis. Sólo si fracasase se convertiría Angela Merkel en un personaje trágico.
Los alemanes creen que dominan la Grecia clásica mejor que ninguna otra nación, mejor incluso que los propios griegos. Una afirmación un tanto exagerada, pero no carente de verdad. Cualquiera que lea la segunda parte del Fausto reconocerá de inmediato el conocimiento de los alemanes sobre la Antigüedad; por no hablar de Benjamin Hederich y su Diccionario mitológico básico o Eduard Zeller y su Filosofía de los griegos. Se podría explicar así por qué la rabia de los alemanes hacia Grecia tiene algo de «clásico». Quieren que bebamos cicuta, como Sócrates, porque hemos desafi ado las leyes.
Por desgracia, los alemanes han idealizado de tal manera la Grecia clásica que ésta ha perdido la humanidad y cotidianidad que poseía. Otro vistazo al Fausto resulta sufi ciente para aclarar este aspecto. La Arcadia nunca ha existido en la tragedia de Helena, ni en la Antigüedad ni hoy en día. Y en el personaje de Euforión se revela la diferencia entre los alemanes y los ingleses. Goethe idealiza a Lord Byron como Euforión, pero Lord Byron no deseaba en realidad salvar la Grecia clásica, sino luchar en el bando de los agricultores y de los pastores griegos, sencillos e iletrados, contra los otomanos. Esto es algo que algunos periódicos y revistas, como Bild o Focus, no pueden comprender. Nos reprochan que en los últimos dos mil años no hayamos producido un nuevo Platón, un Sófocles o un Pericles y afirman que, por este motivo, somos un montón de fracasados. Glorifican la antigua Grecia pero su actitud es la de los espartanos. Su idealización les impide ver que la Grecia clásica y la Grecia moderna no convergen en los grandes poetas o en los filósofos, sino en el día a día.
El día a día de los antiguos atenienses, su mentalidad, la forma de llevar sus negocios, sus argucias con las leyes, todo eso les resulta a los griegos modernos muy cercano y familiar. Y son éstos también los motivos por los que los espartanos desdeñaban a los atenienses. La vida en Esparta era ordenada, muy disciplinada, pero también muy aburrida. Las cosas eran diferentes en Atenas, tanto en la Antigüedad como, a pesar de la miseria, en la época moderna.
En este sentido, también Aristófanes está más cerca de los griegos modernos que los grandes poetas trágicos, aunque aquéllos no lo sepan. No es necesario buscar mucho entre las obras de Aristófanes para encontrar el texto adecuado. Se trata de Pluto («la riqueza»). Aristófanes tuvo la genial idea de retratar a una riqueza ciega. Todos los personajes de la obra tratan de disputarse la riqueza y ésta no tiene más remedio que tolerarlo, porque está ciega y es indefensa. Si vemos al Pluto actual también como un ciego, entonces todo parece encajar: los griegos, los alemanes, la eurozona, los mercados financieros, los bancos, los especuladores. Todo. En la actualidad también se zarandea a Pluto y él, como es ciego, sigue sin poder defenderse..