viernes, 26 de octubre de 2012

DIARIO DE UN CUERPO de Daniel Pennac

Un chico de doce años, que le tiene "miedo a todo", aun a su propia madre, empieza a llevar un diario a fin de anotar en él hasta la más irrisoria manifestación de su cuerpo. La redacción de dicho diario, lejos de quedar circunscripta a la adolescencia, lo acompañará, no sin un par de interrupciones, hasta la cama de hospital en la que muere a los ochenta y siete años. Es decir que las entradas del diario abarcan desde la rutina de ejercicios realizada en la adolescencia para aumentar la musculatura o las formas de orinar, pasando por los escarceos sexuales, hasta las dolencias postreras. El diario llega a manos de la hija de su autor. Ella determina darlo a publicación, y eso es lo que leemos, bajo el título de Diario de un cuerpo, en el nuevo libro de Daniel Pennac. Dicho esto, la anatomía textual de la novela se resiente a causa de las intenciones edificantes de Pennac, quien se vale de una prosa amena con pinceladas humorísticas -a excepción de los pasajes moteados de un lirismo chirriante- para que cale la moraleja. Alguna vez, César Aira declaró: "Yo nunca usaría la literatura para pasar por una buena persona". Por su parte, Pennac pareciera usarla para poco más que eso. Ramiro Quintana

Foto: LA NACION 

martes, 23 de octubre de 2012

Por qué duele el amor Eva Illouz


Eva Illouz
Por qué duele el amor
Una explicación sociológica
Si este libro tiene alguna pretensión por fuera de lo académico, es ayudar a "calmar el dolor" que provoca el amor mediante una explicación de sus fundamentos sociales. EVA ILLOUZ



Eva Illouz presenta Por qué duele el amor (Video)


Dicen los medios

El enorme talento de Eva Illouz para interpretar el vasto material empírico de entrevistas, estadísticas, revistas y novelas con imaginación sociológica y comprensión filosófica conduce a resultados sorprendentes y bien fundados, tales como el papel cada vez más importante de la sensualidad y el atractivo físico en la elección de pareja. Un hito en la investigación de los cambiantes patrones del amor y el matrimonio.
AXEL HONNETH

Eva Illouz, filósofa; deconstructora de la autoayuda, la psicología y las nuevas religiones.
LLUÍS AMIGUET - LA VANGUARDIA


Por qué duele el amor es un tour de force, una lectura emocionante. Al discutir la primacía de la psicología individual en la explicación de las tribulaciones del amor moderno y demostrar la naturaleza profundamente social de nuestros sentimientos más íntimos, Eva Illouz traza un mapa absolutamente novedoso de las emociones.
LAURA KIPNIS

La generación de grandes maestros de las ciencias sociales de los años sesenta está pasando el relevo a figuras llenas de interés. Los Goffman, Lipovetsky, Bourdieu o Mattelart leerían con interés a intelectuales que como Eva Illouz se han socializado en un marco cultural, político y académico bien distinto.
BERNABÉ SARABIA



Sostiene la autora


Más allá de que haya sido su intención o no, el psicoanálisis y la psicoterapia han suministrado un arsenal formidable de técnicas para que portemos con elocuencia, pero sin vías de escape, toda la responsabilidad por nuestro sufrimiento romántico.

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Una de las principales transformaciones culturales que acompañan a la modernidad es la combinación del amor con las estrategias económicas de movilidad social.

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El triunfo del amor y la libertad sexual marca la penetración de la economía en la maquinaria del deseo.

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La competencia sexual generalizada transforma la estructura misma de la voluntad y del deseo, y que este último asume las propiedades del intercambio económico, o sea, que comienza a regularse según las leyes de la oferta y la demanda, la escasez y la sobreabundancia.

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Me he concentrado en las mujeres porque el terreno femenino me resulta más familiar, porque la mujer ha sido objeto constante de la industria psicológica de la autoformación y necesita con urgencia dejar de indagar penosamente sobre las supuestas "falencias" de su psiquis; y porque, como muchas otras personas, creo que el sufrimiento emocional se relaciona, de modo complejo, con la organización del poder políticoeconómico.

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El objetivo de este trabajo ha sido llevar la disciplina sociológica adonde reina la psicología para hacer aquello que mejor sabe la sociología de la cultura, es decir, para demostrar que los recovecos más profundos de nuestra subjetividad están configurados por entidades tan "amplias" como las relaciones sociales.

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Por causas normativas (la revolución sexual), tecnológicas (el surgimiento de Internet, con los correspondientes sitios de encuentros online) y sociales (el debilitamiento de la endogamia racial, étnica y de clase), el proceso de búsqueda y selección de pareja se ha visto modificado profundamente.
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En el mercado matrimonial, la elección se realiza en virtud de los criterios de estatus económico, atractivo físico, educación, ingresos y otros atributos menos tangibles, como la personalidad, el encanto o el sex appeal. El hecho de que exista un mercado matrimonial no es un dato natural, sino un fenómeno histórico provocado por la transformación en la ecología de la elección amorosa.
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Nunca antes había sucedido que hombres y mujeres de distinta clase social, distinta religión y distinta raza se encontraran, por así decirlo, en un mercado libre y desregulado donde los atributos como la belleza, la sensualidad y la clase social se evaluaran e intercambiaran de modo racional e instrumental.
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Hoy se utilizan el atractivo y el capital sexual como señales y herramientas de valor social, lo que les otorga un papel central en los procesos de reconocimiento. A la inversa, el fracaso en esos campos puede amenazar el sentido del valor propio y la identidad.

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Mientras que el deseo premoderno estaba gobernado por la economía de la escasez, el deseo en la actualidad está gobernado por una economía de la abundancia generada por la libertad sexual en términos normativos y por la mercantilización del sexo. 


domingo, 21 de octubre de 2012

La irresistible seducción de los chicos malos

Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION



Hace unos días, cuando terminó una entrevista para la televisión española, un camarógrafo se le acercó y le dijo: "Oiga, ¿sabe que la novela que más me ha gustado en toda mi vida ha sido La velocidad de la luz ?" Javier Cercas se quedó perplejo. Jamás habla de esa novela maldita, escrita furiosamente contra la corriente luego de haber obtenido un éxito mundial con Soldados de Salamina , que lo transformó en una celebridad. "Después de semejante suceso viene la tentación del suicidio -me cuenta-. Se acabó, piensa uno. No podré escribir un libro más. Voy a decepcionarlos a todos." Es por eso que prefiere olvidar aquel desesperado eslabón de su obra. Pero el camarógrafo no le permitió eludirlo. Le contó a continuación que padecía un viejo problema de dislexia, y que un día tomó un ejemplar y fue poseído por esa historia hipnótica. Y que se la leyó de cabo a rabo de una sentada, algo que jamás le había sucedido. Fue corriendo al médico y le preguntó: "¿Me he curado, doctor? ¿Qué me pasó? Deme una explicación". El doctor le preguntó qué novela era. Y el paciente recitó el título y el autor. Cuando el médico supo que se trataba de Cercas, lanzó en nombre de la ciencia un diagnóstico certero: "Ah, entonces fue el libro".
Hace rato que su literatura le produce situaciones inesperadas. Tal vez porque generan adicción los enigmas verdaderos que construye y porque todas sus novelas parten de una pregunta. Que Cercas intenta responder de la manera más compleja posible. Su primer éxito surge de un episodio de la Guerra Civil, cuando el fundador de la Falange escapaba por el bosque y un soldado republicano, pudiendo ejecutarlo, le permitió vivir. ¿Quién era ese soldado, por qué lo hizo? La investigación iniciada por el narrador no solo es histórica y política, resulta también psicológica y existencial. Algo similar ocurre con Anatomía de un instante , un relato de no ficción que realzó su fama, y donde el autor indaga obsesivamente en un momento clave para la Transición Española, cuando el comando de Tejero entró en el Congreso a los tiros y Adolfo Suárez permaneció sentado en su escaño de diputado, mientras los demás se escondían. ¿Por qué Suárez permaneció en su sitio?, se pregunta el autor, y desarrolla la respuesta en cuatrocientas páginas apasionantes, que son un ensayo, una crónica y una novela a un mismo tiempo.
Su último proyecto se incubó durante la infancia de Cercas, que nació en Extremadura, pero que se mudó con su familia a Gerona, una pequeña ciudad de Cataluña. Su padre era veterinario y los instaló en un barrio de inmigrantes. Javier jugaba al básquet con los vecinos, pero un día un amigo lo llevó a unos albergues donde se alojaban los inmigrantes sin recursos. Cruzando el río Ter todo era miseria. Y de allí surgieron delincuentes juveniles que protagonizaban asaltos a bancos en los años 70 y 80, y que formaron junto con otros una galería de leyendas. Figuras malogradas que llegaron a la prensa escrita, las películas, los libros, y también a las canciones. Irrumpían en España la heroína, la rebeldía y el culto al coraje. No todos esos pandilleros, algunos de los cuales fueron inmortalizados en las páginas de la revista Interviú , surgieron de Gerona. Pero Cercas conoció a algunos: vivían a cien metros de su casa.
Mucho tiempo después, hace tres años, el escritor asistió a una muestra de la cultura ochentista en Barcelona. "Al final había una sala con retratos de muchachos lúmpenes de aquella época -dice Javier-. Todos estaban muertos. Y me pregunté: ¿cómo es que yo no soy uno de ellos?"
Esa pregunta íntima disparó Las leyes de la frontera , esta nueva novela que acaba de aterrizar en Buenos Aires y que cuenta, con aires de moderno western crepuscular, el drama de tres jóvenes salvajes: un malviviente sin escrúpulos (El Zarco), su presunta novia (Tere) y una suerte de alter ego del propio autor (Gafitas). El punto de vista central de ese derrotero, que dura más de treinta años, se encierra en los ojos de ese último pibe de clase media que durante el verano de 1969 cruza la línea y vive tres meses al otro lado de la ley. Lo hace porque es víctima de un feroz acoso en el colegio acomodado, porque se enamora de esa adolescente marginal y misteriosa, y porque sigue a un matón de esquina que, sin embargo, le enseña la libertad. "El amor y el temor te hacen valiente."
En un momento, El Zarco trata de convencer a Gafitas de abandonar la pandilla. "Porque no somos iguales -le dice-. Tu vas a la escuela y nosotros no. Tú tienes familia y nosotros no. Tú piensas en el miedo y nosotros no." Luego sucede un hecho crucial: un buchón los vende y la policía corre a los dos chicos por un campo. A la manera de El jardín del mal , aquella película de Gary Cooper, El Zarco le dice a Gafitas que escape, mientras entretiene a sus perseguidores. El destino de ambos cambia a partir de ese hecho. Uno va veinte años a la cárcel; protagoniza motines, fugas, nuevos atracos: se transforma en un delincuente célebre. Y el otro recupera una vida normal y se convierte en un abogado penalista.  Dos décadas después, Tere convence al abogado de que defienda a su viejo amigo, y entonces todas las dudas regresan: ¿quién fue el buchón, quién es verdaderamente la chica, quién ama a quién, quién usó a quién, dónde está el bien y dónde está el mal? Es tan profunda, trepidante y conmovedora la peripecia imaginada por Cercas que uno termina llorando por culpa de esos tres desgraciados.
La novela conversa imaginariamente con su ídolo: Mario Vargas Llosa. En especial, con su obra maestra, La ciudad y los perros , sobre la que Cercas escribió un magnífico artículo a pedido de la Real Academia Española. En la fábula de Vargas también hay jóvenes de doble vida que cruzan fronteras físicas y morales, hombres enamorados de una misma mujer, ritos iniciáticos entre la adolescencia y la madurez, y soplones.  En ambas novelas, los buenos terminan siendo algo canallas y los malos terminan ganándose el respeto del lector; el derrotado se vuelve exitoso y la leyenda se transforma en un gran fracaso. Cercas crea un reino de la ambigüedad donde no podemos estar seguros de nada, y jamás cae en la sordidez de la crónica roja ni en la demagogia de convertir a El Zarco en un Robin Hood. Escribe sin concesiones. Con una prosa limpia que le enseñó el periodismo: "Cuando hice crónica, yo que era un profesor libresco de gabinete, tuve que salir a la calle y dinamitar la jerga académica que usaba", me confiesa. Ahora escribe con una frase de cabecera, que pertenece a Kundera: "Las novelas han de ser fáciles de leer y difíciles de entender". Al revés de Hemingway, escribe sobre lo que no conoce, y, por lo tanto, sus textos requieren de una larga investigación. Pamuk decía: "Escribir una novela es cavar un foso con una aguja". Para esta historia escribió primero un ensayo y luego un primer borrador improvisado. Y después, para los sucesivos borradores que le siguieron, vio películas y leyó libros sobre el tema, estudió los diarios y revistas de la época, consultó abogados y policías, y visitó prisiones. "¿Sabes algo? Estoy seguro de que debería ser obligatoria en la escuela secundaria una visita a las cárceles", me dice. Le pregunto si él también fue víctima del bullying en el colegio, y me responde: "Serviría para ligar y para vender libros decir que lo fui, pero no es cierto. Aunque fui testigo de crueldades. La adolescencia es un terreno cruel".
Es interesante todo lo que su libro no dice, puesto que en esos puntos ciegos respira la historia y se torna verosímil e inquietante. "Yo creo en esos puntos ciegos de la literatura, en esa oscuridad que ilumina -añade Cercas-. La novela es el arte de callar." Vivió tres años con sus personajes, ya son como parte de su familia. Pero afortunadamente no termina de comprenderlos. Son admirables y despreciables, como cualquiera, y tienen zonas oscuras como las personas que más conocemos. El pasado nos atraviesa, a ellos y a nosotros. "El pasado no pasa nunca", decía Faulkner.
Nos despedimos hasta mayo. Javier Cercas vendrá a la Argentina. Se siente en falta por no conocer en profundidad la ciudad de Buenos Aires. "Es que mi vida sería inimaginable sin Borges y sin Bioy", susurra, a la velocidad de la luz, el príncipe de las preguntas..


Javier Cercas Un fresco marginal de la transición española


La nueva novela de Javier Cercas, el autor de Soldados de Salamina, se centra en las andanzas de tres delincuentes juveniles durante el posfranquismo, y sus vidas posteriores
Por José María Brindisi  | Para LA NACION

La historia de Las leyes de la frontera ya se ha contado miles de veces. ¿Y entonces qué? John Gardner, novelista estadounidense de culto sobre todo famoso por haber sido el primer y único maestro de Raymond Carver, se atrevió en su momento a reducir prácticamente la historia de la literatura al siguiente planteo: alguien busca algo, tiene más o menos problemas para lograrlo, al final lo logra o no. Sobre ese esquema esencial se han montado millones de relatos y lo más probable es que se mantenga saludable por muchísimo tiempo. Lo que quiere decir que se están contando siempre, en el fondo, las mismas anécdotas, las mismas motivaciones, los mismos temores; y, también, que lo más importante está en otro lado. Para Borges existían apenas tres temas: el amor, el poder y la muerte. Y alguna vez, con esa grandilocuencia disimulada que en parte era sólo un modo de justificar su escritura, tradujo esa economía brutal en algo así como "la diversa entonación de unas cuantas metáforas".
El español Javier Cercas (Cáceres, 1962) demuestra en Las leyes de la frontera que ciertas fórmulas o relaciones modélicas son muchas veces la plataforma óptima para que la buena literatura despegue, para que reconozcamos la raíz humana de esas historias mientras las palabras nos arrastran inevitablemente a otro espacio; uno que no niega la familiaridad con el tema, pero que se lo apropia, transformándolo en sus propios términos, para hacer de eso que se cuenta algo único. La pluma de Cercas había evidenciado ya su excepcionalidad en una novela como Soldados de Salamina (2001), en la que supo darle forma a un tono mesurado y sensible desde el que podía sonreír amargamente ante el drama común -la Guerra Civil Española- sin sonar efectista ni cínico. O en Anatomía de un instante (2009), el libro que para muchos es su obra maestra, donde tomaba un momento clave de la transición en su país -el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981- y lo desmenuzaba en un registro tan riguroso que hacía que los hechos se vieran paradójicamente irreales, o que sólo desde allí pudieran justificarse.
Cercas parte esta vez de una situación anónima, pero el esquema es paradigmático: la relación entre dos amigos que son como hermanos. Uno leal y algo ingenuo, otro sombrío y marcado por el desafío constante y la fatalidad. Es un conflicto que en particular la literatura y el cine estadounidenses han narrado desde innumerables perspectivas, desde los álter ego de Kerouac y Neal Cassady de En el camino hasta las indispensables La ley de la calle , de Francis Ford Coppola, o la primera película que dirigió Sean Penn: The Indian Runner . El imaginario de Cercas dialoga con todos esos modelos, pero aquí es donde comienza a construir su singularidad: el momento clave en la vida de su protagonista, cuando conoce a las dos personas que le cambiarán la vida, es el verano de 1978, que en la España posfranquista quiere decir: cuando todo había cambiado, pero todo parecía seguir igual.
En rigor, la relación fraternal que se narra en Las leyes de la frontera es una hermandad de tres: la del narrador, el Zarco y Tere. En cada lazo hay una pieza que no termina de encajar, la promesa de una tragedia: el narrador y el Zarco, el líder de una banda juvenil, cuya figura se vuelve mítica en la cárcel y propicia todo el enjambre de la novela; el narrador y Tere, la chica por la que se decide a ingresar a esa banda y por culpa de quien se convierte en delincuente de un día para otro, casi sin pensarlo; y entre ella y el Zarco, quienes mantienen un vínculo imposible de definir pero que sin duda enlaza sus destinos con una fuerza irrebatible. Es allí, en ese intersticio en el que en última instancia casi no se respira, donde se cuela entre ambos Ignacio Cañas, el narrador. Durante aquel verano de 1978, Cañas encuentra en la banda del Zarco un refugio, la posibilidad de huir de los compañeros que lo atormentan en la escuela y las calles de la pequeña ciudad catalana de Gerona. Veinte años más tarde, ya convertido en un abogado exitoso y por tanto en hábil ave de rapiña, Cañas es a quien su vieja amiga Tere va a buscar para que ponga fin al encierro del Zarco. Pero lo dicho: eso que hay entre él y Tere quiere ser amor, y nunca termina de serlo; y lo que hay entre él y el Zarco es una amistad desgarradora que, sin embargo, raramente atraviesa la barrera de lo íntimo.
La decisión formal de Cercas de sostener la totalidad del relato a través del diálogo -pero sobre todo en los largos soliloquios de Cañas- resulta riesgosa, incluso extrema, y el precio que quizá pague por esa fluidez que le permite la oralidad es el de exponer demasiado los hechos. Al no haber silencios ni pausas, al no haber descripciones ni sobreentendidos, todo se resuelve en la superficie del texto y, cuando algo se oculta, sólo es porque los personajes lo olvidan, o muestran renuencia, o mienten. El otro punto en que la novela no termina de hacer pie es en la construcción del mito: el Zarco se convierte de un día para otro en una figura gigantesca, alguien a quien no sólo no hemos visto crecer sino que, para ser mítica, quizá se desnude excesivamente. Los mitos, al menos los de carne y hueso, se construyen por medio del misterio y la distancia; es decir, de la mezquindad. Cuando los vemos de cerca descubrimos que, con sus buenas y sus malas, no son muy diferentes del resto.
Al margen de esas cuestiones menores, el trabajo de Cercas en Las leyes de la frontera es notable, en especial por el modo en que aborda los vaivenes emocionales de su protagonista, alguien que en buena medida vive su vida a partir de los otros, como si fuese una sombra. Y en ello reside su desdicha.

LAS LEYES DE LA FRONTERA

 
Javier Cercas
Mondadori
384 páginas
$ 125.

miércoles, 17 de octubre de 2012

RELACIONARNOS CON LOS ADOLESCENTES


Relacionarnos con los adolescentes
El drama de los adolescentes es que apenas ayer, eran niños relativamente abandonados, exigidos y descuidados. Ahora se encuentran repentinamente con más fuerza física, cierto nivel de autonomía y con deseos opuestos a los nuestros -padres o maestros- registrando la necesidad interna de desafiarnos. Lamentablemente, la consecuencia habitual de ese desafío va a ser la expulsión -en términos emocionales- del territorio de intercambio afectivo. Claro, los adultos no estamos dispuestos a que alguien nos contradiga, mucho menos quien hasta hace poco tiempo dependía de nuestras decisiones. De ese modo actualizamos el abandono histórico, reflejado en el desprecio por las elecciones que el adolescente realiza. Luego -para rematar- aumentamos el control sobre los actos que el adolescente pretende desplegar, suponiendo que es incapaz de tomar decisiones adecuadas. De hecho, raramente el joven o la joven amado/a por el adolescente será aceptado/a en la familia. Sus elecciones –diferentes a las nuestras- difícilmente tendrán nuestro apoyo. Hasta la rebeldía será despreciada y humillada.

Si los adultos comprendiéramos que los adolescentes –es decir quienes están en una compleja transición entre la infancia y la adultez- necesitan auto regularse entre ellos, permitiríamos que se junten más, convivan más entre pares, resuelvan más y mejor sus asuntos y sobre todo, apoyaríamos sus movimientos mientran van calibrando armónicamente la capacidad de valerse por sí mismos. Suponer que la adolescencia es sinónimo de dolor de cabeza para los padres, es una estupidez. Si hubieran sido niños amados, acompañados, observados sin prejuicios ni exigencias; la adolescencia transcurriría con alegría y libertad. Pero si quienes son adolescentes hoy, ayer han sufrido el abandono emocional en cualquiera de sus formas, la confrontación hacia nosotros será feroz. En esos casos sentiremos la rabia acumulada de nuestros hijos, y seremos nosotros quienes les tendremos miedo. Casi tanto como el que ellos han sentido de nuestra parte.

Si verdaderamente queremos reparar aquello que no supimos hacer en el pasado, ahora es el momento justo. Es hora de pedirles disculpas y empezar a amarlos como ellos necesitan, no como nos resulta cómodo a nosotros.
Laura Gutman.

martes, 16 de octubre de 2012

La irreverente vida sexual de una señora mayor


POR ESTHER DÍAZ FILÓSOFA. ENTRE SUS LIBROS DESTACAN “LAS GRIETAS DEL CONTROL” Y “LA SEXUALIDAD, ESA ESTRELLA APAGADA”

De eso no se habla. La sociedad actual, en apariencia cada vez más libre en temas sexuales, oculta el deseo de los “viejos”. Se genera así vergüenza entre quienes sienten que aún les queda mucho por vivir. La autora de la nota, una intelectual de 72 años, profesora de la UBA y de la Universidad de Lanús, confiesa cómo el goce, a veces, llega con la edad.
A partir de los cincuenta años mi vida sexual comenzó a ponerse interesante. Antes, lo obvio para una chica de mediados del siglo pasado.
Calenturas insoportables hasta el día del casamiento, sexualidad matrimonial domesticada hasta el día del divorcio. Después, los tiempos del sexo compulsivo y culposo . Es duro conocer varios cuerpos cuando por tradición, familia y religión te convencieron de que lo correcto es uno solo y para toda la vida. Hay que lidiar con eso.
Me inicié en la práctica sexual a los 21 años, no sin haberme provisto de las dos libretas que me habilitaban legal y religiosamente a acostarme con un hombre. Aunque mi espíritu no era tan virgen como mi cuerpo. Pues a pesar de aceptar sin chistar todas las ñoñerías que les imponían a las señoritas de entonces, me había atiborrado con textos místicos, ocultamente pornográficos e indiscutiblemente sádicos. Con ellos alimentaba mi sexualidad reprimida y satisfacía mi masoquismo elemental . Evoco la Biblia, que leí dos veces desde el enigmático Verbo del principio hasta el catastrófico apocalipsis del final, pasando por masturbaciones, violaciones e incestos.
Fue mi segunda lectura erótica, la primera había sido el catecismoque me preguntaba si había hecho “cosas malas”; la indefinición del término lo tornaba transparente despertando oleadas de mórbida atracción . Inquiría asimismo si había gozado con alguien que me hubiera forzado. También con quién había hecho esas cosas, ¿con hombres, con mujeres, con animales? Me revelaba posibilidades inimaginables.
La moralina familiar de humildes inmigrantes españoles y el adoctrinamiento de las monjas me habían convencido de que sólo siendo adulta y casada podría acceder a esas cosas, aunque mis rudimentarios saberes las concebían mucho más ingenuas. En aquellos tiempos no se conocía tele ni internet, las niñitas de antes sólo tenían fe.
Nunca se me habría ocurrido que si me obligaban a algo “malo” podría gozarlo, tampoco que era posible hacerlo con mujeres y menos aún con animales. Esto me arrojó a un pansexualismo delirante.
Todo lo referente al deseo me producía culpa.
Con esa mochila penetré en la vida sexual. Mi desfloración fue en Mar de Ajó en el mítico Hotel El Águila, un lujo para nuestros bolsillos recién casados.
Deseo y enamoramiento sobraban, brillaba por su ausencia en cambio la práctica sexual, la más mínima técnica. Éramos un par de chicos inexpertos y vírgenes. Una vez le había preguntado a mi mamá de dónde venían los bebés y, por hablar de esas cosas, me trató de puta. Con mi novio nunca se nos permitió salir solos y en casa siempre había un familiar “relojeando”. Pero llegó el día. Mi flamante marido cerró la habitación y sin juego amoroso previo, en frío, a dos metros de distancia y bajo una luz humillante, me ordenó desnudarme. Obedecí con infinita vergüenza. Él se quitó torpemente la ropa y apareció ese miembro algo obsceno.
Cuando en mis célibes noches calenturientas había soñado con abrazar a Gustavo Adolfo Bécquer no imaginaba que los hombres pudieran tener tal monstruosidad entre las piernas. Me sentí descuidada.
Entre el despropósito carnal y la indiferencia existencial mi excitación se evaporó.
Pensé decepcionada ¿esto es un hombre?
Excepto el tenaz latigazo de las olas que no se cansaban de aporrear la playa, no escuché ninguna de las armonías que había imaginado para mi himeneo. Ese desencanto crucial instauró casi tres décadas de sexo desangelado.
Después de cuatro años de relación legal todo había terminado, no sin violencia. Luego, convivencias y relaciones furtivas abundantes y mediocres. Hasta mis cuarenta años contabilicé cada varón con el que me acosté. Luego corté por lo sano.
Dejé de contarlos, no de frecuentarlos.
De todos modos con el paso del tiempo disminuyó la cantidad y se incrementó la calidad; puse en valor los genitales masculinos. Bordeando mi medio siglo manó miel de las brevas.
Mis hijos se independizaron , me doctoré, opté por relaciones sin convivencia, experimenté con estimulantes y con hombres jóvenes, reciclé mi refugio de San Telmo, me llené de música y se me retiró la menstruación. Me dejó de yapa orgasmos en cascada . Fue como capturarle el código a la vida.
Las mujeres de mi edad solemos quejarnos de las arrugas en lugar de festejar que el cuerpo haya dejado de escupir sangre. No más ropa manchada, ni aparición justo el día de la primera cita , ni olor nauseabundo, ni temor a la preñez. En cuanto a las flaccideces, se asumen con naturalidad o se recurre a atenuantes tecnológicos. Yo opté por lo segundo.
Nuevas puertitas se fueron abriendo. En un viaje a Machu Pichu, entre apunamientos y mochilas, me regocijé calentando las heladas camas de los albergues con jóvenes compañeros de aventura. Regresé encantada: el sexo que durante años había sido una necesidad engorrosa ahora fluía con libertad. Recién entonces comprendí que mi cuerpo no se cachondea con hombres de mi edad (o mayores). Sin embargo había respetado el principio machista de que las mujeres no deben tener parejas menores que ellas.
Transgredí ese imperativo y logré mi plenitud.
Me apasioné con la estética del rock. Cuero, tachas, crestas, Pink Floyd y toda la parafernalia que en los dorados sesenta no pude gozar porque me la pasaba lavando pañales (no existían descartables). Con mi nuevo look dictaba clase en el CBC, donde fui profesora titular de Pensamiento Científico durante veinte años. Pero en la misma época en que me animé con los muchachos comenzó el reconocimiento público de mi trayectoria y –como por arte magia– se esfumaron los candidatos.
A mayor prestigio menos hombres.
Desde entonces sólo me abordan quienes no saben quién soy. Mis promociones académicas lograron que los colegas varones dejaran de verme como objeto erótico. Aunque una intelectual medianamente conocida espanta también a los no académicos. Una noche, en el efímero Paladium , un desconocido me invitó a un trago y acepté. El camarero me reconoció y exclamó “¡Mi profesora de la Facultad!”; el galán se esfumó.
En un período de alarmante escasez fantaseé con pagar por sexo.
No tengo prejuicio si es mutuamente consentido y entre adultos; peroles temo a las citas a ciegas y a la prostitución crapulosa . De modo que realicé una investigación sobre las posibilidades de Buenos Aires. Encontré algo que venía como anillo al dedo. Existen universitarios que, además de estudiar o ejercer su profesión, funcionan como surrogate partner . El término en inglés intenta disimular lo obvio, son prostitutos. Se relacionan con sexólogos que se los recomiendan a sus pacientes. Garantizan honestidad y buen trato. Me conectó una amiga.
Primero llamé a un porno-psicoanalista frío como la muerte. Seco y distante. Ese trato glacial apagó mis fogatas. Tampoco pasamos más allá del teléfono con un aprendiz de contador. Ofrecía sus servicios en horarios de oficina y en el microcentro. Olía a corralito bancario. Mi deseo se disolvió como lo habían hecho mis ahorros. Del tercero mejor no hablar. Era abogado. Nos encontramos en un bar. Pero cuando constató que en los comienzos de su carrera había sido alumno mío, huyó despavorido.
Fin de mi fantasía prostibularia.
En compensación, a esa altura de mi vida se me reveló el divertido mundo de los juguetes sexuales y los videos hot.
Aunque vinieron con chasco, porque el señor que me incitó en realidad los quería para él y cuando los probó se tornó más pasivo que una muñeca inflable.
Transitando ya mis setenta me requirió un alto funcionario. Perfil que no cotiza en mis gustos. Pero cedí , me confesó que era transexual y se me dispararon todos los ratones . Anatómicamente nació mujer, pero se sentía varón y se vestía como tal. Había realizado la ablación de su aparato reproductor. El uso de hormonas le proveyó barba y voz de trueno . Estaba a punto de operarse para obtener genitales masculinos. Mientras tanto se arreglaba con prótesis, aunque esa palabra estaba prohibida, había que decir pene, en versión soez. Sus brazos eran férreos a fuerza de entrenar con pesas. En nuestro segundo encuentro pasó de las caricias a los apretones en partes muy sensibles de mi cuerpo. Mis protestas potenciaban su avidez. Me sometía atenazándome mientras chuponeaba agresivamente. Después de debatirme largo rato –mejor dicho de sentir la inmovilidad a la que me había reducido– emití un grito tan desquiciado que lo desconcertó. Aproveché para huir. Teníamos pocos años de diferencia, era más joven que yo pero se trataba de una persona mayor. Es obvio que, como a mí, el crepúsculo no le apaciguaba el sexo (sé que no somos los únicos) .
Entonces, ¿por qué nuestra sociedad invisibiliza el deseo de los viejos si el sexo no tiene fecha de vencimiento?
Aunque ya no apremia de modo compulsivo, mi anhelo sexual sigue activo. Actualmente –como en Perú allá lejos y hace tiempo– no siento pudor de juguetear con alguien si me gusta y me siento deseada.
La última historia de amor (no la última de sexo) duró casi un decenio.
¿Cuántos años más joven?
Veintiséis. Lo conocí en Cemento , bebimos cerveza y bailamos al ritmo de Memphis, La Blusera con un Adrián Otero brillante poseído de musical locura. Luego nos fuimos tomados de la mano como si estuviéramos paseando. La dulzura con la que me despertó al día siguiente me inspiró un “te amo” que se prolongó mutuamente en el tiempo. Era casi un marginal, nada sabía de mí, con nadie la pasé tan bien, a nadie lloré tanto cuando se fue.
Hace unos meses, después de doce años, volvió por otra oportunidad. Por un instante me sentí penetrada por el fuego de la antigua pasión. Aluciné conciertos de rock, viajes en moto, abrazos interminables. Pero fui descubriendo que ese cuerpo joven escondía un alma anquilosada . La frescura de la noche de Cemento estaba irremediablemente perdida. Era un ser vetusto, una cáscara vacía. Por segunda vez en mi vida pensé ¿esto es un hombre? Me despedí con elegancia y eché a andar con pasos lentos –serena e irreversible– decidida a esperar nuevos devenires multicolores.

Una Alicia lánguida y distante

Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION

No sólo de traducciones viven los clásicos; también, de sus dibujos. La palabra escrita tiene cada vez más adeptos que provienen de la ilustración. Hay nuevas versiones de novelas (por lo general se las prefiere fantásticas) que recuperan la tradición del relato salpicado de imágenes. Esto contribuye al tacto (se toma al libro de otra manera) y le agrega un nuevo autor al texto. No es lo mismo una película, donde hay trasposición.
El libro ilustrado o incluso las llamadas "novelas gráficas" apelan a un lector dispuesto a contemplar lo que otro ha imaginado previamente. Podríamos decir que los dibujos provienen de un lector fijo. Aquel que dispuso un modo de representar la historia y a sus personajes.
Sin embargo, la ilustración, como la traducción, también implica un traslado. Así como el traductor aloja las palabras en otra lengua, el ilustrador deja las palabras libradas a su trazo. De allí que resulte tan cambiante el clima de una novela cuando está acompañada de dibujos. Parece que cobrara vida. Es lo que clamaba Alicia, desde un principio, recostada con su hermana a orillas del río Támesis, supuestamente sin hacer nada: "¿De qué sirve un libro si no tiene dibujos ni diálogos?".
Pues esta vez se trata de una nueva versión ilustrada de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, tan renovada como personal, a cargo de la joven y descollante Rébecca Dautremer, publicada por Fondo de Cultura. Son decenas de dibujos que alteran bellamente el formato clásico de los originales de John Tenniel, a quien Lewis Carroll le encargó, a mediados del siglo XIX, unas treinta y cuatro viñetas por la suma total de 138 libras.
La apuesta de Dautremer (apellido que en francés se pronuncia del mismo modo que "De otro mar") es oscura e intensa. Renueva el oleaje de las vertiginosas páginas de Carroll y consigue ilustrar el riesgo y la ausencia, sin perderse el juego de lo inefable y la inmensidad de la tristeza.
Hay mucho color rojo, rulos, ojos vidriosos, astillas y bichos. Los célebres personajes del relato de Alicia adquieren nueva piel y mirada. El conejo manifiesta su apuro con una elegancia inaudita. Está vestido con botas y polainas y sus orejas sedosas apuntan al asombro. La oruga parece un dedal peludo; el célebre gato de Cheshire irrumpe en la página como un puño dentudo. Y Alicia. ya no es la rubiecita de momentos caprichosa y otras, absorta. Se parece más a la de la vida real, la pequeña Alice Liddell, a quien Carroll le inventaba historias y le tomó aquella desquiciada foto disfrazada de pordiosera que incluye esta edición.
La de Dautremer lleva pelo oscuro, las mechas desordenadas y lacias, sin bucles ni concesiones isabelinas. Sin embargo, es distinta: se asemeja a las niñas actuales de melancólica languidez y mirada detenida. Conmueve por su distancia, más que por el característico aire de sorpresa y rebeldía que se desprende del relato original. Por eso, si uno la contempla demasiado, la lectura de la novela cambia.

lunes, 15 de octubre de 2012

MITOMANIAS ARGENTINAS     MITOMANIAS ARGENTINAS
Cómo hablamos
de nosotros mismos
El nuevo libro
de Alejandro Grimson

Cuán profundamente argentino es insultar cotidianamente
a la Argentina. Y sin embargo…, como dice una conocida canción,
este rasgo de identidad tiene su contracara: la argentinidad al palo,
“La calle más larga, el río más ancho, las minas más lindas
del mundo...
Que el Che, Gardel y Maradona son los number one,
y argentinos ¡gracias a Dios! También Videla y el Mundial 78,
Galtieri y ‘los estamos esperando’. ¿Yo?... ¡Argentino! Del éxtasis
a la agonía oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor,
o también lo peor, con la misma facilidad”.
En Mitomanías argentinas, Alejandro Grimson se atreve a un original ejercicio de introspección: ofrece una lista abierta de mitos y los revisa uno por uno para hacerlos “caer”, para que muestren lo que tienen de vulnerable, de falso, de argumento insostenible, de repetición machacona.
¿Es cierto que los argentinos descendemos de los barcos, así como los mexicanos descienden de los aztecas?¿Son los paraguayos, peruanos o bolivianos los responsables del desempleo en la Argentina? ¿Fuimos la nación más europea de América Latina y una maldición nos arrojó al basurero de la periferia? ¿Brasil o Chile están en el camino correcto y la Argentina no deja de cometer errores?
Mitos patrioteros – Mitos decadentistas – Mitos de lo "nazional"
Mitos racistas – Mitos de la unidad cultural de la Argentina
Mitos sobre la Capital versus el Interior – Mitos de la sociedad inocente
Mitos sobre el Estado bobo – Mitos sobre los impuestos
Mitos sobre el peronismo
– Mitos sobre los sindicatos
y las luchas sociales – Mitos del granero del mundo
Mitos sobre el poder de los medios – Mitos del falso igualitarismo
No importa que los mitos sean de derecha o de izquierda, religiosos o laicos, patrioteros o extranjerizantes: son bombas de tiempo que hay que desactivar para que el rompecabezas argentino se organice sobre bases plurales y para que el debate público no quede encerrado en Mitolandia. Grimson nos convence de que tener una mirada más compleja y cabal de nosotros mismos es un primer paso para construir una sociedad mejor.

Para leer y conocer un poco más acerca de Mitomanías argentinas, visitá: http://www.mitomanias.com.ar/

Alejandro Grimson es doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Realizó estudios de comunicación en la Universidad de Buenos Aires, y desde entonces ha investigado procesos migratorios, zonas de frontera, movimientos sociales, culturas políticas, identidades e interculturalidad. Su primer libro, Relatos de la diferencia y la igualdad, ganó el premio FELAFACS a la mejor tesis de comunicación de América Latina. Después de publicar La nación en sus límites, Interculturalidad y comunicación y compilaciones como La cultura en las crisis latinoamericanas, obtuvo el Premio Bernardo Houssay otorgado por el Estado argentino. Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad mereció el Premio Iberoamericano que otorga la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). Ha dictado conferencias y cursos en numerosas universidades del país y del extranjero. Actualmente es investigador del CONICET y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín.

jueves, 11 de octubre de 2012

MO YAN Premio Nobel de Literatura 2012


El escritor chino ha sido galardonado por la Academia Sueca por su capacidad para combinar «los cuentos populares, la historia y la contemporaneidad con un realismo alucinante»

El escritor Mo Yan ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2012, según ha dado a conocer la Academia Sueca en Estocolmo. El jurado ha destacado que el autor chino «combina los cuentos populares, la historia y la contemporaneidad con un realismo alucinante».
Al recibir la noticia vía telefónica en su domicilio, Mo Yan se ha mostrado «lleno de alegría y asustado», según ha confirmado la Academia, que recomienda su obra «Las baladas del ajo» (Kailas, 2008).
Gracias a su novela «Sorgo rojo», llevada al cine en 1987 por el prestigioso director Zhang Yimou, el recién nombrado premio Nobel de Literatura es uno de los escritores más famosos de China. En el país de las copias y la censura, tal distinción conlleva un par de pesadas cargas: ser uno de los autores más pirateados del mundo y estar permanentemente en el ojo de huracán, ya sea por su compromiso político o por la falta del mismo. Precisamente, esto es lo que le achacan algunos disidentes como Ma Jian, prohibido en China por obras como «Pekín en coma».
Aunque sus libros destacan por su aguda crítica social, Mo Yan ha conseguido sobrevivir en el difícil mundo de la literatura china sin pisar demasiados callos al autoritario régimen del Partido Comunista. Para ello, quizás haya tenido que morderse la lengua en más de una ocasión, empezando por su propio nombre literario, Mo Yan, que en mandarín significa algo así como «abstente de hacer comentarios».
Toda una declaración de intenciones que Guan Moye, como realmente se llama, confesó durante un discurso en la Universidad Abierta de Hong Kong. Quizás porque en la antigua colonia británica se respira más libertad que en Pekín, allí reconoció ante un auditorio lleno de estudiantes que escogió dicho nombre para recordarse a sí mismo que era mejor no hablar demasiado en un país como China, donde las opiniones sinceras no son siempre bienvenidas.

«Generación pérdida»

Nacido en 1955 en la provincia oriental de Shandong, en el seno de una familia de campesinos, Mo Yan pertenece a esa «generación pérdida» de chinos que tuvo que dejar los estudios para trabajar en una fábrica durante la infame «Revolución Cultural» (1966-76) de Mao Zedong. Con 20 años, ingresó en el Ejército Popular de Liberación, donde empezó a escribir sus primeros relatos a principios de los 80 ante la mirada inquisitiva de sus superiores.
Tras ser nombrado profesor de Literatura en la Academia Cultural del Ejército, Mo Yan alcanzó renombre mundial gracias a la adaptación cinematográfica de su novela«Sorgo rojo», que supuso el debut del director Zhang Yimou y de la actriz Gong Li y ganó elOso de Oro del Festival de Berlín en 1988. Ambientada, como muchas de sus obras, en los pueblos de su provincia natal que le vieron crecer y pasar hambre, «Sorgo rojo» retrata la azarosa vida de una joven que es vendida al dueño leproso de una destilería durante los violentos años de la ocupación japonesa (1931-45).
Influido por la ironía social de Lu Xun, el padre de la Literatura china contemporánea, el realismo mágico de Gabriel García Márquez, y autores occidentales como William Faulkner, Mo Yan ha cultivado unfino sentido del humor, bastante negro a veces, en títulos como «La vida y la muerte me están desgastando» y «Grandes pechos, amplias caderas», ambos publicados en español por Kailas.

Homenaje a las sufridas mujeres chinas

En el primero repasa la turbulenta historia de China durante la segunda mitad del siglo XX gracias a una metafórica reencarnación budista que convierte a un terrateniente ejecutado por sus «pecados burgueses» en un burro, un buey, un cerdo, un perro, un mono y, finalmente, de nuevo en un niño. En el segundo, prohibido en China, su visión histórica se amplía desde los últimos tiempos de la dinastía Qing hasta el fin del maoísmo para homenajear a las sufridas mujeres de este país, ya que su protagonista, casada con un hombre impotente, tiene ocho hijas fuera de su matrimonio antes de alumbrar al ansiado varón.
Mientras en «Las baladas del ajo» (Kailas) vuelve a posar su mirada en la China rural durante el principio de las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping en 1978, en «La república del vino» critica la corrupción de un régimen que aún se denomina comunista pero practica el capitalismo de Estado más salvaje mientras una sociedad anestesiada por la modernidad y el dinero se entrega a los placeres de la comida y el alcohol tras décadas de penurias. Con estas obras monumentales, el mundo entero, y sus propios compatriotas, han conocido un país tan fascinante, pero también brutal, como China. Y todo gracias a un escritor que, curiosamente, no quería hablar.

El «primer» Nobel que China puede celebrar

Por primera vez, China puede celebrar abiertamente que uno de sus ciudadanos ha sido galardonado con el premio Nobel. En 2010, el disidente Liu Xiaobo se enteró de que había recibido el de la Paz en la cárcel, mientras cumplía una condena de 12 años de prisión por liderar la «Carta 08» por la democracia. Y no entre rejas, sino en su exilio en la India, es donde el Dalai Lama supo en 1989 que su lucha por la causa tibetana le había hecho merecedor también del Nobel de la Paz.
En 2000, el de Literatura recayó sobre Gao Xingjian, que huyó de China en 1987 y cuyos libros están prohibidos en este país. Por su parte, los otros Nobeles chinos son científicos que han cambiado de nacionalidad para desarrollar sus carreras en otros países.

Bibliografía de Mo Yan:

lunes, 8 de octubre de 2012



En La espada de Damocles (Tusquets), el escritor griego Petros Márkaris reúne sus artículos sobre la debacle en su país. Aquí, una pieza de 2010
El primer ministro griego, Georgios Papandreu, anunció desde la idílica isla de Kastellorizo que Grecia había solicitado el paquete de ayuda de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional y preparó a los griegos para el inicio de una «nueva Odisea». Al día siguiente un periodista le recordó que, al fi nal de la Odisea, sólo Odiseo alcanza Ítaca, pues ninguno de sus acompañantes sobrevive al viaje. No pasó mucho tiempo hasta que las profecías del periodista se hicieron realidad: los tres primeros compañeros de camino murieron ya el miércoles 5 de mayo de camino a Ítaca, es decir, de regreso a los años setenta, que es donde nos encontramos ahora. No sé por qué el primer ministro no eligió Ítaca para anunciar la nueva Odisea. Quizá porque sospechaba que lo que Grecia está viviendo en la actualidad no se asemeja mucho a una epopeya. Más bien recuerda a una tragedia.
Goethe afirmaba que las epopeyas relatan grandes acontecimientos históricos. Sin embargo, hoy en Grecia no se desarrollan grandes acontecimientos, sino que nos hallamos ante una realidad miserable, que está muy lejos de pasar a la Historia. Si los griegos buscasen un poco en la tragedia clásica no les costaría mucho encontrar un coro adecuado para su situación. Sería el coro de Las troyanas, de Eurípides, que alzan su lamento ante las ruinas de Troya. Un director ingenioso incluso podría añadir al coro a algunos griegos, preferiblemente jubilados.
Sin embargo, la tragedia que se representó en Atenas el miércoles 5 de mayo fue Los siete contra Tebas, de Esquilo, un texto en el que dos hermanos, Eteocles y Polinices, se dan muerte brutalmente. La tragedia que sigue a Los siete contra Tebas y que constituye, por así decirlo, su segunda parte es Antígona, de Sófocles, en la cual Antígona trata de enterrar a su hermano Polinices y se encuentra con la oposición de Creonte. En un principio, los griegos esperaban que la señora Merkel adoptase el papel de Antígona. Sin embargo, Merkel eligió el papel de Creonte e impidió a los griegos, forzados a ponerse la máscara de Antígona, que enterrasen a sus hermanos o, en este caso, que enterrasen sus montañas de deudas, porque la relación de los griegos con sus deudas se ha convertido últimamente en una relación fraternal.
Yo, no obstante, tengo mis dudas de que la señora Merkel sea una fi gura trágica. Tampoco George W. Bush lo era, aunque sí que desató más de una tragedia. Las fi guras trágicas no se caracterizan por su dureza, sino por su sufrimiento y su ruina. Willy Brandt sería un buen ejemplo. La señora Merkel me recuerda más bien a la Lisístrata de Aristófanes. Como Lisístrata, empeñada en poner fin a la guerra entre Atenas y Esparta, también Angela Merkel parece, por lo menos desde los últimos días, empeñada en detener el descalabro del euro. Todavía no sabemos si tendrá éxito, como Lisístrata, ni tampoco si sobreviviremos a la crisis. Sólo si fracasase se convertiría Angela Merkel en un personaje trágico.
Los alemanes creen que dominan la Grecia clásica mejor que ninguna otra nación, mejor incluso que los propios griegos. Una afirmación un tanto exagerada, pero no carente de verdad. Cualquiera que lea la segunda parte del Fausto reconocerá de inmediato el conocimiento de los alemanes sobre la Antigüedad; por no hablar de Benjamin Hederich y su Diccionario mitológico básico o Eduard Zeller y su Filosofía de los griegos. Se podría explicar así por qué la rabia de los alemanes hacia Grecia tiene algo de «clásico». Quieren que bebamos cicuta, como Sócrates, porque hemos desafi ado las leyes.
Por desgracia, los alemanes han idealizado de tal manera la Grecia clásica que ésta ha perdido la humanidad y cotidianidad que poseía. Otro vistazo al Fausto resulta sufi ciente para aclarar este aspecto. La Arcadia nunca ha existido en la tragedia de Helena, ni en la Antigüedad ni hoy en día. Y en el personaje de Euforión se revela la diferencia entre los alemanes y los ingleses. Goethe idealiza a Lord Byron como Euforión, pero Lord Byron no deseaba en realidad salvar la Grecia clásica, sino luchar en el bando de los agricultores y de los pastores griegos, sencillos e iletrados, contra los otomanos. Esto es algo que algunos periódicos y revistas, como Bild o Focus, no pueden comprender. Nos reprochan que en los últimos dos mil años no hayamos producido un nuevo Platón, un Sófocles o un Pericles y afirman que, por este motivo, somos un montón de fracasados. Glorifican la antigua Grecia pero su actitud es la de los espartanos. Su idealización les impide ver que la Grecia clásica y la Grecia moderna no convergen en los grandes poetas o en los filósofos, sino en el día a día.
El día a día de los antiguos atenienses, su mentalidad, la forma de llevar sus negocios, sus argucias con las leyes, todo eso les resulta a los griegos modernos muy cercano y familiar. Y son éstos también los motivos por los que los espartanos desdeñaban a los atenienses. La vida en Esparta era ordenada, muy disciplinada, pero también muy aburrida. Las cosas eran diferentes en Atenas, tanto en la Antigüedad como, a pesar de la miseria, en la época moderna.
En este sentido, también Aristófanes está más cerca de los griegos modernos que los grandes poetas trágicos, aunque aquéllos no lo sepan. No es necesario buscar mucho entre las obras de Aristófanes para encontrar el texto adecuado. Se trata de Pluto («la riqueza»). Aristófanes tuvo la genial idea de retratar a una riqueza ciega. Todos los personajes de la obra tratan de disputarse la riqueza y ésta no tiene más remedio que tolerarlo, porque está ciega y es indefensa. Si vemos al Pluto actual también como un ciego, entonces todo parece encajar: los griegos, los alemanes, la eurozona, los mercados financieros, los bancos, los especuladores. Todo. En la actualidad también se zarandea a Pluto y él, como es ciego, sigue sin poder defenderse..