Algunos dicen que no puede escribir tanto, o que ya ni siquiera escribe. Que dicta o delega y cuenta con una corte de escritores fantasma dispuestos a organizar sus maquinaciones. De todos modos, por cada uno de sus libros recibe una fortuna, lo haya escrito o no. Lo que vale es su nombre: Stephen King. Un sello de oscuridad garantizada, de culpables verdaderos y, aunque no siempre se lo reconozca, de escritura candente y veloz, no exenta de imborrables metáforas.
Yo apuesto a que es él quien escribe todas esas historias. A que no puede parar de escribir y hace sangrar la página con sus propias pesadillas. Que el sosiego conseguido -familia, perro, moto, campo- le permite alejarse de sus épocas más destructivas -terrible accidente automovilístico, drogas, etcétera- conservando la intensidad en relatos revulsivos, atroces y tremendamente atrayentes.
En su último libro publicado, aún más cruento que los anteriores, King ofrece una explicación. Todo oscuro, sin estrellas (Plaza & Janés) cuenta con un epílogo que justifica lo que ha escrito (desde su primera novela La larga marcha, a los dieciocho años) con una pregunta acuciante: "¿Cómo es posible que ocurran cosas así?". Si uno revisa sus grandes títulos (auténticas iluminaciones siniestras, de las que se hicieron cargo algunos excelentes directores de cine como Brian de Palma o Stanley Kubrick), esa pregunta aparece como clave. En El resplandor, Carrie, La zona muerta, Misery, Cujo, Cementerio de animales o La mitad siniestra, siempre hay un personaje o un acontecimiento que encarna lo peor. La fuerza de lo peor, aunque provenga de una debilidad.
Esta última entrega va en aumento. Se trata de cuatro relatos largos, muy distintos entre sí, siempre con la reconocible carga funesta. Para aquellos que no se pierden un título del genio del terror, hay temas que vuelven. En el primer cuento largo, "1922", la trama se centra en una granja terrible y oscura de Nebraska; o sea, el infierno acotado a coordenadas precisas, como un hundimiento en el terreno de la ficción. Comienza con una primera persona aborrecible, de manera genial: "A quien pueda interesar: Me llamo Wilfred Leland James y ésta es mi confesión. En junio de 1922 asesiné a mi esposa, Arlette Chirstina Winters James y sepulté su cadáver en un viejo pozo. Mi hijo, Henry Freeman James, me asistió en este crimen, aunque a sus catorce años no se le puede atribuir ninguna responsabilidad". El último relato del libro, "Un buen matrimonio", es casi inverso: el protagonista vive desde hace treinta y pico de años con su esposa, sin que ella perciba en absoluto su impulso criminal.
King discurre en minuciosas descripciones que revelan el desgaste de sus personajes, así como confesiones despreciables que, paradójicamente, los vuelven trágicamente humanos, violentados al tiempo que vulnerables. También en el epílogo, hay una aclaración del autor con respecto a los lectores y su tarea de escritor: "No me toca a mí hacerlos pensar mientras leen". ¿Será por eso que el miedo es tan real? © LA NACION.
2 comentarios:
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