POR JULIÁN LÓPEZ
Es una de las autoras de habla inglesa más traducidas. En sus relatos, la pobreza, la infancia y la soledad.
31/01/12
A pesar de ser una de las escritoras de habla inglesa más traducidas de la actualidad, su literatura se lee en más de ocho lenguas, Claire Keegan nunca pensó en escribir. La autora de los libros de relatos Antártida , Recorre los campos azules y de la nouvelle Tres luces –todos publicados por la editorial argentina Eterna Cadencia–, nació en Irlanda en 1968, en el seno de una familia rural y su encuentro con la escritura fue casi un accidente. “Empecé a escribir”, dice, “cuando estaba desempleada y vivía con mi madre, me compré una máquina para tipiar las solicitudes de empleo y así, inesperadamente, apareció mi primer relato”.
Paradójicamente, Keegan llegó a España de la mano de la misma editorial que publicó su obra en la Argentina, Eterna Cadencia. La escritora suma una importante cantidad de premios, el Davy Byrnes Award y el Rooney Prize for Irish Literature entre otros, y su prosa cruda y contundente fue comparada nada menos que con las de las narradoras norteamericanas Carson MacCullers y Lorrie Moore. Además, cuenta con el padrinazgo de dos “pesos pesados” de la literatura universal, Haruki Murakami y Richard Ford.
Escritora al fin, no se molesta en crear un mito autorreferencial, ni se entretiene en respuestas complacientes que pongan al entrevistador en la comodidad de creerse muy despierto. “No, manifiesta rotundamente, no estoy buscando crear una visión sintética y poderosa de Irlanda y no creo que mis textos tengan esa mágica aridez a la que se refiere, eso corresponde a su lectura. Yo estoy mucho más interesada en preguntarme qué significa estar viva en un momento determinado”. Sobre la soledad –otra cuestión que al entrevistador le pareció particular en los textos de Keegan– respondió: “Una gran, enorme parte de la literatura se trata de si es posible o no comunicarse con un otro. Podría decir que una buena historia es un retrato de la manera en que lidiamos con eso y me río cuando la gente dice que mis cuentos son oscuros; no conozco a nadie que piense que la vida es fácil”.
Infancia y pobreza parecen los motores de sus relatos. ¿Hay en eso una intención de plantear su propia literatura, una literatura irlandesa? No sé cómo responder a eso… Usted parece sorprendido de que la infancia pueda ser el motor de una historia pero todos fuimos chicos durante 12 años y ése período está lleno de historias. ¿Por qué la literatura no saldría de ahí? Chéjov, Tolstoi, Hardy, Joyce, Elliot, han escrito muchísimo acerca de la soledad, la infancia y la pobreza. Yo no estoy haciendo nada nuevo, simplemente busco, con gran dificultad, voces frescas para eso que es tan viejo como la naturaleza humana.
La mayoría de sus relatos están sostenidos por lo que no dicen y por sus finales muchas veces sorprendentes. ¿Vale más el procedimiento de escritura que la misma historia? No, yo escribo cuentos, no trato de establecer procedimientos de escritura. Escribo sobre cómo se siente vivir con un caudal de deseos y necesidades que nunca será totalmente satisfecho, eso genera problemas y muchas veces daño: mucha gente en Irlanda no está en condiciones de proteger a los suyos por el elevadísimo costo de las propiedades y las hipotecas. Quizá lo que nos enseñó el fracaso del boom irlandés es que, de verdad, suficiente es suficiente.
Keegan se confiesa amante de Antón Chéjov. “Es el autor con quien mantengo mi relación más cercana, lo admiro inmensamente”, dice, pero toma distancia del ambiente literario. “Además de escribir, enseño literatura y leo los trabajos de mis alumnos, atiendo las consultas de mis traductores y desde que salió Recorre los campos azules ya visité veinte países. Cuando me queda un minuto quiero irme lejos y para mí es más interesante hablar con un pescador que con un escritor”.
Parece mucha actividad literaria para alguien que no pensaba ser escritora.
Es verdad que no estaba en mis planes, no tenía ningún tipo de ambiciones en ese sentido y probablemente eso resulte mejor para la escritura. Con esa máquina de escribir que le conté llené 300 solicitudes de empleo que fueron respondidas con 300 cartas de rechazo. Ahora creo que fue una suerte, pero fue un tiempo muy duro y la biblioteca fue lo que me mantuvo sana.
Sin embargo, su voz parece haber estado lista para hacerse oír, clara y sólida.
Bueno, eso es un gran halago y me alegra, pero a mí nunca me resultó fácil escribir, ni confiar en quienes dicen eso.
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