miércoles, 22 de febrero de 2012

“Los libros y los ebooks se complementan” Robert Darnton

En París del siglo XVIII las canciones callejeras funcionaban como diarios y transmitían información, recuerda Robert Darnton el autor de “El beso de Lamourette”. En la historia de los medios de comunicación, afirma, el cambio implica “integrar lo nuevo con lo viejo”.

POR SANTIAGO BARDOTTI


Considerado uno de los mayores especialistas en Historia de Francia del siglo XVIII, desde su despacho como director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard, EE.UU., Robert Darnton atiende el teléfono con voz amable y serena, para hablar, entre otras cosas, de El beso de Lamourette, una serie de ensayos que reflexionan sobre la historia, los medios de comunicación y la historia de los medios , tomando para el título el apellido de un obispo que trabajó como ghost writer de Mirabeau.

En pleno auge de la era digital, pionero en el campo de la historia del libro, con inusual optimismo, Darnton ve cómo su objeto de estudio parece desvanecerse en el aire para transformarse en otra cosa. A su juicio, no hay lugar para la nostalgia, sin embargo: la historia del libro, como la de la tecnología y la de las ideas no puede ser sino una historia de la trasformación; del encuentro entre pasado y futuro. Ante la proclamación general de que “vivimos en la era de la información”, contesta: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento”. En complejizar y analizar esa historia ha invertido buena parte de su obra.


Recientemente se publicó en castellano su libro “El beso de Lamourette”. ¿Qué me puede decir de esta colección de ensayos con la perspectiva del tiempo transcurrido?

El libro se publicó en inglés en 1990, y aunque no parece demasiado tiempo, sí lo fue porque ocurrieron muchas cosas en los medios desde entonces. De hecho, la Web se inventó en 1991. La propia Internet – que no debe ser confundida con con la World Wide Web, WWW, que es sólo uno de sus desarrollos – data de 1974. Por eso, en cierto sentido, hoy, es un momento interesante para volver a este libro porque aunque toma a la comunicación y los medios como tema central, evalúa el estado de los medios en vísperas de la gran revolución de las comunicaciones en los tiempos modernos. Se puede leer como una serie de estudios sobre la naturaleza de la comunicación en vísperas de la revolución de las comunicaciones que todos estamos viviendo en la actualidad. Me parece interesante que hoy, que todo el mundo está obsesionado con Google, Internet, iPads, iPods,smartphones , como una suerte de reacción ante la fascinación que ejercen todas estas maravillas de las comunicaciones, exista a mi juicio una fascinación igual por el viejo mundo de la imprenta.


Muchos de los ensayos de este libro parten de una imagen o se centran en una figura marco …

Sí, encuentro imágenes que tienen tremendo poder para mí, que, como dicen los antropólogos, son “multifocales”, es decir, que tienen muchos significados.

El Beso de Lamourette empieza con imágenes de gente que era colgada, decapitada y luego exhibida por las calles en los extremos de las picas durante las terribles revueltas de 1789. Me parece que debemos aceptar que hubo violencia durante la Revolución Francesa. Es realmente un error pensar que fue sólo la aprobación de una Constitución y la Declaración de los Derechos del Hombre. Parte de mi modo de entender la Revolución Francesa, que quizá no sea el adecuado, es que la violencia colectiva produjo un shock que transformó el sentido de lo posible que tenía la gente. Tomar el poder y ejercer su poder simbólicamente a través de la violencia, no sólo matando personas sino cortándoles la cabeza y metiéndoles heno en la boca, y exhibiendo esas cabezas en los extremos de las picas, es algo muy impactante, toda una declaración. La muchedumbre amotinada decía: “Los poderosos tratarán de matarnos de hambre, nos dirán que debemos comer heno. Bueno, ahora, al llenarles la boca de heno a ellos, estamos revirtiendo la situación. Así, la violencia colectiva encontró un modo de expresarse simbólicamente, no tanto con palabras sino con objetos reales. Este es un ejemplo horroroso que describo en la introducción del libro, pero también hay ejemplos más felices; momentos en que la gente sortea los antagonismos y de alguna manera se une a través de la fraternidad, que, para mí, es el más misterioso de los valores que conforman la trinidad de la libertad, igualdad y fraternidad. Es una idea fascinante, que nos remite a la cultura de la Revolución Francesa. Una cultura que yo abordaría antropológicamente.


Como director de la Biblioteca de Harvard, usted presta mucha atención a los libros como objetos físicos. Pero en la era de la informatización, los libros parecen destinados a desaparecer. Una especie de paradoja, ¿no?

¿Sabe? Me han invitado a tantas conferencias sobre la muerte del libro que estoy convencido de que el libro está bien vivo. La gente simplifica demasiado las cosas. Pocos entienden que cada año se publican muchos más libros que el año anterior. La impresión de libros se expande a un ritmo vertiginoso, y, de hecho, este año habrá un millón de nuevos títulos impresos. También es cierto que los libros digitales están adquiriendo cada vez más importancia, como nunca antes. Se piensa que el mercado de libros electrónicos ocupa el 15% de las ventas. Es mucho. A los libros electrónicos les está yendo muy bien en EE.UU. Es una tendencia mundial. Los libros electrónicos, por supuesto, se están volviendo cada vez más importantes. Pero, al mismo tiempo, eso sucede con los libros impresos. Entonces, ¿cómo podemos interpretar esta situación?


Por eso hablé de paradoja. Porque coincido en que no creo que el libro esté muerto; hubo, más bien, un cambio en la manera de abordarlo como objeto físico y de pensamiento. ¿Cómo cree que esta nueva manera de abordar la actividad de la lectura está cambiando nuestra forma de pensar?

Es una pregunta complicada. Yo sólo puedo darle mi opinión. Empezaría por hacer una observación que tiene que ver con la historia de la tecnología. Me parece que la gente hoy comprende la llegada del mundo digital como algo que transforma totalmente nuestra experiencia. Entonces imaginan que los medios de comunicación digitales y analógicos ocupan extremos opuestos del espectro tecnológico. Eso, en mi opinión, es un malentendido de base. Para mí, de hecho, se complementan entre sí. Me parece que estamos atravesando un período de transición hacia un futuro que va a ser impresionantemente digital. Pero aún no estamos allí y no sabemos cuándo llegará. Estamos, entonces, viendo la existencia de libros híbridos: libros que se pueden publicar en papel pero con complementos disponibles en Internet. Estamos viendo cómo florece la impresión a pedido. Para continuar con esta idea, una cosa que la historia de los libros nos ha enseñado es que un medio de comunicación no desplaza a otro. Así, uno de los descubrimientos más interesantes que han hecho los historiadores de libros en los últimos 10 años es que en los tiempos de Gutenberg, inmediatamente después de la invención de los tipos móviles por parte de Gutenberg, la publicación de manuscritos aumentó. Es incorrecto imaginar la invención de Gutenberg como algo que eliminó las formas tradicionales de publicación. No sabíamos esto, pero resultó que la publicación de manuscritos continuó por tres siglos después que se inventó la publicación de libros impresos. Creo que esto nos enseña una lección: no debemos imaginar que la revolución digital simplemente va a destruir a los viejos medios de comunicación que utilizan la impresión. De hecho, creo que esto es lo tan interesante de la situación actual, porque estamos viendo que todo el mundo de la comunicación cambia, pero que cambia integrándose lo nuevo con lo viejo.


En estos ensayos anteriores a la era de Internet, usted decía justamente que el libro y la televisión no eran tan opuestos como se creía.

Sigo con esa línea de pensamiento y la aplico al presente.


Percibo, sin embargo, un temor primitivo referido a las nuevas tecnologías en general que va más allá del tema del libro en sí. ¿Cómo lo ve usted?

La gente no es racional. Hace conclusiones rápidas. Tiende a simplificar demasiado. Estamos viviendo en un mundo en que se simplifica demasiado con relación a estos grandes cambios. A la gente le gusta dramatizar, por eso produce nociones como la de la muerte del libro.


Sin embargo, hay muchos intelectuales que comparten este miedo básico.

Quizá los intelectuales más que nadie (risas). Tal vez los intelectuales deberían estudiar más sobre la historia de los libros y así tendrían una perspectiva más amplia sobre el modo en que el cambio realmente ocurre en los sistemas de comunicación.


En varias entrevistas usted aludió al malentendido sobre la era de la información, sobre algunos mitos de la era de la información. ¿Me puede comentar algo sobre esto, en relación con lo que estábamos hablando?

Escuchaba y aún hoy escucho proclamar a mucha gente, como si fuese un anuncio que hace temblar al mundo, que “vivimos en la era de la información”Okey, así es. Pero mi respuesta es: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento. En distintos estudios que he realizado, particularmente a partir de El beso de Lamourette , quise mostrar cómo distintos medios de comunicación pudieron coexistir y operar en el pasado. Doy algunos ejemplos. Uno tiene que ver con canciones. La importancia de las canciones callejeras como una especie de diario en París del siglo XVIII. Era información, claro. La gente quería saber qué ocurría a su alrededor. Y tenían medios para comunicar ese conocimiento sobre los sucesos de actualidad. Pero los medios eran muy diferentes de los de hoy. Si tratáramos de entender exactamente cómo se desarrollaron los medios del pasado y se superpusieron y se cruzaron se renovaría nuestra comprensión general de la historia. En otras palabras, lo que impulso es la noción de una historia amplia de la comunicación, que incluya una suerte de enfoque sociológico o antropológico hacia sistemas de pensamiento de la cultura.


En varios de estos ensayos usted se muestra atento y preocupado por el vínculo entre la historia y las ideas sociales, la sociología y la antropología. ¿Qué opinión le merece hoy la relación entre la historia y las ciencias sociales?

Es una pregunta muy amplia. Cuando yo era un historiador más joven, trabajaba mucho en Francia. En ese momento, había mucho entusiasmo por lo que los franceses llamaban “Histoire des Mentalités” (Historia de las mentalidades). Eso ya no se usa más en Francia. No prendió en inglés y no sé si en español. Fue algo que creó mucho entusiasmo entre los historiadores de vanguardia y luego desapareció, especialmente en la llamada Escuela de los Anales; fue reemplazado en París por la historia antropológica. Y eso aún es fuerte. Muchos historiadores aún toman inspiración metodológica de los antropólogos. En ese sentido, debo decir que no he cambiado de opinión. Pero la antropología ha cambiado y esto se está poniendo complicado. En otras palabras, y tratando de hacerlo simple, me parece que la aplicación de los insights provenientes de la antropología, no la aplicación mecánica de alguna teoría, sino usando la riqueza conceptual de la antropología, esa clase de aplicación en la historia funciona muy bien. Pero los antropólogos han cambiado y ahora están mucho menos seguros de lo que se conoce como “la coherencia de la cultura”. La tendencia de muchos antropólogos es hoy cuestionar cómo la cultura se mantiene unida y ver cómo ellos no pueden con eso. La idea de obtener un principio organizador de la cultura como lo hicieron Victor Turner o Clifford Geerzt o Keeth Basso, los antropólogos que cito en mis ensayos, esa confianza en la naturaleza sistémica de la cultura se ha modificado y hoy muchos antropólogos abordan la cultura de un modo distinto y buscan el disenso, el desacuerdo, los puntos flojos, errados, la polémica. Somos testigos de discursos que compiten que no están integrados dentro de un sistema.


¿Y cómo pueden hacer los historiadores para buscar ayuda hoy?

No estoy seguro de tener una respuesta a esa inquietud. Me parece que nos volveremos mucho menos confiados en las generalizaciones; en mi caso, por ejemplo, sobre la cultura francesa del siglo XVIII como un todo. Creo que, por el contrario, vamos a ver maneras contrapuestas de construir el mundo por parte de distintos grupos sociales y esa clase de choque merecerá un estudio más profundo. En otras palabras, el foco no está en un sistema cultural sino en posiciones contrapuestas y diferentes sobre valores, actitudes y la naturaleza de la condición humana.

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