martes, 28 de febrero de 2012

Albert Espinosa: vivir para contarlo

Desde los 13 años estuvo en hospitales. Superó al cáncer varias veces, le amputaron una pierna y perdió un pulmón y parte del hígado. Los médicos le decían que no pasaría de los 20. A los 39, este catalán fue el escritor más vendido en España en 2011 y Steven Spielberg compró los derechos de su obra. Charla con un hombre positivo, a pesar de todo

Por Emilse Pizarro | LA NACION



No. No puede parar de reírse de sí mismo. La desgracia..., no. No es desgracia. El dice que no lo es. Cuesta medirlo. Hay quienes sufren por una arruga en una prenda, y ese padecer es válido para quien ve en un pantalón de lino la desdicha y la amenaza. ¿Quién puede decir qué es desgracia y qué no?

Albert Espinosa no se siente cómodo en la pena. Ni siquiera habla de una. A los 13 años le diagnosticaron cáncer y le amputaron una pierna. Tuvo metástasis, por lo que a los 16 le sacaron un pulmón. Dos años más tarde otros de guardapolvo blanco se quedarían, también, con parte del hígado. Albert Espinosa fue el escritor más vendido en España en 2011, pero la cosa arrancó mucho antes.

-Te dicen que tenés cáncer. Te sacan una pierna, luego un pulmón y parte del hígado. Entre idas y venidas al hospital estuviste 10 años internado... Hablemos de mala suerte.

[Echa suavemente la cabeza hacia atrás y vuelve con sonrisa que trae risa] -La suerte forma parte de la gente que conoces en esos sitios. La suerte no fue tener cáncer, pero en las pérdidas siempre hay una ganancia. Cuando crees que conoces todas las respuestas, llega el Universo y te cambia las preguntas. Yo tenía 13 años e iba para jugador de fútbol, jugaba en los alevines (las divisiones inferiores) del Barça. Conocí gente de 90 años, que son los que pasan temporadas largas con niños como nosotros con cáncer. Esa gente creó algo diferente en mi carácter. Me decían que debía ser valiente en la vida, en el amor y en el sexo. Tuve la suerte de conocerlos, los amarillos, que me marcaron.

"Los amarillos" son "esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver". El mundo amarillo es un libro que escribió en 2008; relata su convivencia con el cáncer y la vida en el hospital. Fue editado en 18 países. En Pulseras rojas, la adaptación para televisión -que también nació en su cabeza-, chicos y chicas enfermos de entre 8 y 17 años coinciden en, sí, un hospital. Un tal Steven Spielberg compró los derechos y Martha Kauffman (creadora de la serie Friends).

-En el film Planta 4° contás cómo viven unos chicos enfermos de cáncer en un hospital. En la serie televisiva, lo cotidiano de un grupo de adolescentes en algo similar. En El mundo amarillo narrás lo que viviste en esos 10 años de médicos. Las tres son éxitos. Las tres hablan de tu vida, con humor, y también tienen muchas líneas tiernas. ¿Por qué no borrar lo que uno vivió y seguir adelante, por qué hacerlo presente constantemente?

-Porque en el hospital teníamos un pacto: vivir la vida de los chicos que morían. Viví 3,7 vidas, más la mía, 4,7. La muerte de esos chicos se transformó en vida en mí. El reparto matemático que hicimos de las vidas de esos niños se tenía que explicar. Primero lo hice en el off de Barcelona, en la obra Los Pelones. Luego escribí el guión de cine. Tuve la suerte de convencer a Antonio Mercero; cuando estaba por estrenarse en DVD la Warner (Buena Vista/Disney) la estrenó en cine y se convirtió en la segunda peli más taquillera de ese año. Estuve cinco años haciendo otras historias que funcionaron. Al cabo de un tiempo decidí que quería escribirlo: las películas son ficcionarias; quería escribir la verdad. Nunca haré nada más importante en mi vida que superar cuatro cánceres. Es el gran logro, mío y de mi familia. No reniego, cada vez que vuelvo a hacer una historia de éstas lo siento como mi Star Wars.

Albert ensaya plurales que meten miedo. Cánceres. El ve una saga de La guerra de las galaxias donde a los demás se nos anudan los dedos frente a una calculadora. Cuatro cánceres.

-Sos best seller. ¿Es que necesito creer en historias de gente que sufrió más que yo?

-No sé. El último libro (Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven) no va de esto. Es un chico al que lo deja la novia y vuelve a su infancia a buscar su mundo. Muchas respuestas están ahí. Cada vez que recuerdas tus raíces te haces más fuerte, y el tronco te aguanta mejor. Es una novela que tampoco esperaba el éxito que tuvo. Yo intento hacer libros que me gusten a mí. Es una mezcla de Stephen King cuando hace terror y (Haruki) Murakami, me gusta mezclarlos. Pero jamás pensé que pasaría esto.

-Decís que no escribís libros de autoayuda. ¿Estás seguro? ¿Te insulta que alguien lo compre con esa idea?

-No creo en la autoayuda. A mí me ha ayudado mucho un libro que se llama Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Lo leí a los 19 años, me impactó. Tuve la suerte de conocerlo y descubrí que él no había escrito autoayuda, sino una novela. Si mi historia ayuda, lo agradezco. Autoayuda es muy pretencioso. Pensar que tú puedes ayudar a otro es como creer que tú eres mejor, y no me creo mejor que nadie. Aparte, mi sabiduría no es mía, es de gente que conocí en el hospital; soy un tipo que toma las historias y las cuenta, pero no soy yo quien las inventa.

"En Twitter uno escribió: Espinosa es el tipo que más partido le ha sacado a una pierna desde Messi; me encantó. Joder, me encanta ese humor, forma parte del mío. No somos cojos, somos cojonudos. Me parece bonito que alguien pueda hacer un chiste sobre tu falta de pierna", dice. Ser platea de sus chicanas al espejo puede incomodar. Las autorreferencias son negras, negrísimas. Y muy divertidas. Se mueve perfecto en el tumulto de las ironías. El sarcasmo, en las yemas.

-Pero, ¿no tendrías que hacerlo vos (el chiste) para que fuera válido?

-No, cuando es tan bueno como ése, está muy bien. Y aparte te comparan con Dios (Messi), a mí me gusta. Nunca todo el mundo opinará que le gustan tus historias, pero soy honesto conmigo: todo lo que escribí lo puedo defender. Cuando escriba algo que no me interese lo habré hecho por dinero. Algo falló.

-Enterraste tu pie en un cementerio...

-Sí, vuelvo todos los años, el Día de Sant Jordi [el Día de San Jorge para los catalanes, 23 de abril], que fue el día que lo perdí. Es un homenaje que le hago, le llevo un zapato cada año. Es chulo. Siempre digo que soy de los pocos que pueden decir que tienen un pie en el cementerio, en el sentido estricto.

-¿Cómo te llevás con la compasión?

-Es un problema del otro. Cuando veo a un niño que le falta un brazo no le tengo compasión, pienso que ha aprendido cosas y quiero que me las explique. Hay una fuerza en esa pérdida que yo no la he vivido. No siento compasión, siento ganas de preguntar.

-Quemaste los manuales de consejos editoriales. Tenés títulos eternos: El fascinante chico que sacaba la lengua cuando hacía trabajos manuales, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo, Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven...

-Me han dicho de todo. Empecé con títulos pequeños. Ahora ya está, soy el que escribe títulos largos. Era muy tonto decidir ahora llamar a un libro, Luna o Sol. Lo llamaré El día que la luna conoció al sol, tuvieron un hijo y se llamó Estrella, pero un día se volvió rebelde. Ya está.

-¿Es un sello ya?

-Sí. También intento que pasen cosas cuando la gente pide el libro. Tú vas a la librería y le dices al librero Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven... Crea un contacto. Mi primera película se llamaba No me pidas que te bese porque te besaré, me imaginaba a la gente pidiendo la entrada diciéndole eso al de la boletería.

-¿Por qué jugar a provocar diálogos?

-Porque la gente se comunica poco. Los desconocidos son mis aliados. En el hospital todos son desconocidos. Y me tenía que fiar de eso.

En Un tranvía llamado Deseo, Tennessee Williams le hace decir a su Blanche Dubois: "Yo he dependido siempre de la bondad de los extraños". En la vida -y obra- de Espinosa los ajenos son lo íntimo.

-En El mundo... le das muchísima entidad a los desconocidos.

-Claro, porque con 14 años mis padres me dicen no hables con desconocidos, y de repente somos cuatro personas en una habitación de hospital. Tres son desconocidos. Y no sólo no hables, tienes que dormir con ellos y comer con ellos. Vivir. Todo lo que me habían enseñado en mi casa (los desconocidos son malos) no va. No, los desconocidos son mi vida ahora. Un desconocido me lleva en silla de ruedas, otro me dice desvístete que te haré la radiografía. Otro, te voy a cortar la pierna. Pues, me voy a fiar de que son buena gente. Yo creo que los desconocidos me van a dar suerte. Y si resulta uno ser mala persona, pues es una pérdida interesante, ya servirá para algo.

En la respuesta Albert mezcla tiempos verbales, y no es un mal orador. En la habitación de un hotel porteño que suda verano de asfalto, sobrevuela, bajito, la sospecha de que lo vivido es presente. Siempre.

-¿No sos excesivamente positivo?

-Sí lo soy. Pero hay tanta gente excesivamente negativa que nosotros somos pocos. Ser positivo es como estar loco. Si no lo soy, habiendo estado diez años en un hospital, habiendo sobrevivido teniendo el 1,4% de chances, teniendo una peli que la ha comprado Spielberg, teniendo el libro más vendido, bueno..., no sé por qué no serlo.

-Las cinco etapas de un duelo...

-Enfado, negación, silencio, negocias, lo aceptas. Pasa en todo, desde una pareja que te deja hasta que te roban. El problema es que no hacemos el duelo. La gente lo acepta o lo niega. Se queda en una etapa, pero no lo hace entero, porque es un mundo tan inmediato que uno envía un WhatsApp y se sabe todo y ya. Y si rompes con alguien se quiere que conozcas a otro: no hay duelo. Ni de las pequeñas cosas, como recibir un mensaje y pensar la respuesta. Me da la sensación de que la gente no supera nada y luego más tarde le explotan cosas gordas.

Algo pasará en el mundo que se volverá al duelo, a la tranquilidad.

-¿Sos religioso?

-Creo en la gente, en su bondad. No creo en una religión concreta. Más que en rezar creo en hablar con alguien.

-¿Te analizás?

-No.

-Decís que vivís tiempo extra...

-Me dijeron que si llegaba a los 20 años era mucho, y a los 30 también te fallarán algunos órganos. Estoy por los 39 y no tiene pinta de acabarse esto. Me puse un techo de 45 años.

-¿Te ponés plazos?

-Sí. Al principio me los ponían los médicos, ahora yo. Me ayuda a vivir al día, no creo en esto lo haré cuando sea mayor o en dos años me voy a ir a vivir a Nueva York. Vete ya. Es ahora.

-Hay quienes sostienen que el cáncer es una enfermedad de origen emocional.

-Que tengan cáncer. Tuve un oncólogo que me decía que vomitaba con la quimioterapia por una cuestión psicológica. Hay gente que quiere creer que el coco domina todo. Hay un día que un hueso se te puede quebrar. Estamos hechos de carbono, son células, y si a veces un ordenador falla y se queda colgado, ¿por qué no nos puede pasar?

-Le tengo miedo a la muerte. ¿Qué pensás de mí?

-Es que el colegio te educa en matemáticas, pero no te educa en el amor, el sexo, el dolor ni en la muerte. Luego pasas la vida hablando de viajes que no harás, de trabajos que quieres hacer, de personas que te gustaría conocer..., y todas esas cosas a veces no pasan. Morir, sí. El problema del miedo a la muerte es al dolor, al desaparecer. Si lo pudieras hablar con gente, no desaparecerías. Es hablarlo. Yo sé que quiero morir un viernes, día de estreno de cines. Es un día muy feliz.

En internet http://www.albertespinosa.com.

No hay comentarios.: