Fue telefonista en el neoyorquino Hotel Shelton, donde escuchaba las conversaciones de Tennessee Williams. Fue secretaria de Remington Rand, donde, gracias a su belleza, posó para un catálogo promocional de la compañía junto con una hermosa modelo rubia que, años después, resultó ser Grace Kelly. Fue tripulante de cabina cuando el glamour de una azafata -máxime si volaba en Pan American Airlines- equivalía al de una estrella de Hollywood. Su avión fue el último en aterrizar en Praga antes de que la Cortina de Hierro cayera sobre la Europa oriental y ya no permitieran entrar vuelos de Occidente, y conoció Asia y Africa cuando todavía eran territorios colonizados. Pero su aventura como trotamundos asalariada sólo duraría un año, ya que debía cumplir con el mandato de toda mujer de raigambre irlandesa católica: renunció a la aerolínea para casarse con su primer marido, con quien tuvo cinco hijos. No obstante, la maternidad no le impidió a Mary Higgins Clark convertirse en lo que ella sabía que era su verdadero destino: ser la Reina del suspenso.
Es de mañana en el Hotel Alvear, donde la autora de 29 novelas de suspenso, todas best sellers, aún no ha terminado de desayunar. De paso por Buenos Aires y antes de embarcarse en un crucero que la paseará por el sur del continente, Higgins Clark habló con LNR. Saluda amablemente y pide disculpas por la demora. Con un paso enérgico, envidiable a los 83 años, y un inglés claro de acento más parecido al británico que al americano, Higgins Clark habla de sus libros, de cómo le llega la inspiración para crear esos universos intrincados y psicológicamente truculentos como en Recuerdos de otra vida, el último libro, editado en castellano por Random Argentina y Plaza & Janés, donde la heroína escucha los dictámenes de su nuevo corazón, producto de una donación de órganos.
-Cada uno de sus libros toca un tema bastante comprometido y enrevesado, ¿es ésta su percepción de la vida?
-(Ríe estruendosamente) No, le cuento: hay un tabloide famoso en Estados Unidos, el New York Post, del que soy fanática. Trae siempre las historias más extrañas y todos los chismes de la farándula, que también me sirven. A cada historia le hago tres preguntas o planteos: supongamos que, qué tal si y por qué. Allí fue que leí un artículo que inspiraría la premisa de Recuerdos de otra vida. Un hombre recibió el corazón de un muchacho de 32 años que se suicidó. Luego de recuperarse de la operación, este hombre con nuevo corazón se separó de la que era su mujer, se enamoró de la viuda de su donante, se casó con ella y, un año después, se suicidó de la misma manera que su donante. La teoría es que el corazón tiene memoria molecular, por lo cual cuando se recibe en un trasplante, puedes adoptar muchas emociones, sentimientos y hasta gustos del otro. Entonces pensé: supongamos que una joven abogada fiscal recibe un corazón y -no lo sabemos- es el de alguien que tendrá un papel primordial en su investigación.
-Justamente aborda algo muy humano y de mucha actualidad, como es la donación de órganos y elabora una historia bastante improbable.
-Bueno, puede ser improbable, pero no por eso deja de ser una premisa interesante. Algo así podría llegar a pasar, porque mucha gente no sabe quién es su donante. No lo quiere saber ni tampoco quiere saberlo la familia del donante. Una vez me preguntaron si quisiera donar mis órganos y, ¡la verdad que no!
-Estas preguntas que hace para obtener una premisa, ¿fueron producto de su instinto como escritora o las aprendió?
-Cuando decidí que ya era hora de convertirme en una escritora profesional, tomé algunos cursos de escritura en New York University (NYU). El primer día el profesor nos miró con un gesto de perro feroz y nos dijo: "Sí, ya sé, no saben sobre qué escribir, ¿no? Puedo decirlo por sus caras. Algo que leíste en el diario, un caso que estás siguiendo, quizás un buen secreto familiar. A esas cosas pregúntales supongamos si y qué tal si... y conviértelo en ficción". Yo le agregué una pregunta que es ¿por qué? Porque en suspenso si cuatro personas pudieron haber cometido el crimen, sólo una lo hizo.
-Tengo entendido que tardó seis años en vender su primera historia. ¿Cómo hizo para no darse por vencida?
-Yo sabía que iba a lograrlo.
-¿Cómo lo sabía?
-Porque era una buena escritora, lo sabía, y sabía que iba a vender. Cuando tenía 15 años y salía del colegio temprano, caminaba por la Quinta Avenida, en Nueva York, y elegía mentalmente toda la ropa que me iba a comprar cuando fuera una escritora famosa. Fueron muchísimos los editores que me rechazaron. Uno hasta me escribió que mis historias eran ligeras, sencillas y comunes. Cuando leí eso sólo pensé: Va a llegar el día en que se arrepienta de sus palabras. Simplemente, estaba segura.
-También, antes de iniciarse como escritora profesional fue tripulante de cabina.
-Bueno, en aquel entonces nos llamaban azafatas y era muy glamoroso, más si eras azafata de Pan American Airlines, que era la línea aérea. Tuve que pasar un montón de pruebas que, si las hiciera hoy, a las aerolíneas les lloverían demandas judiciales por discriminación (ríe): debíamos medir más de 1,65 m; no podíamos usar anteojos ni pesar más de 55 kilos. Trabajé durante un año, en 1949. No había comenzado la reconstrucción de Londres, así que conocí una ciudad aún en ruinas por los bombardeos. Mi vuelo fue el último que entró a Praga antes de que se prohibieran en Europa oriental vuelos de Occidente. Sólo volé un año porque me casé.
-¿No se arrepintió?
-No. Tenía muchos deseos de escribir y de insertarme dentro del mercado literario. Tanto que apenas volví de la luna de miel me inscribí en el primer curso de la NYU.
La joven viudaCuando Mary decidió abandonar su puesto de secretaria en Remington Rand para probar los aires glamorosos de Pan Am, su jefe organizó una fiesta de despedida a la que ella decidió invitar a un vecino, Warren Clark, por el cual sentía franca admiración. "Nos veíamos en los pasillos del edificio en el que vivía con mi madre. Nos saludábamos amablemente, pero nada más", cuenta Mary. Cuando volvían de la celebración, Clark le dijo, muy formalmente, que trabajara por un año como azafata y luego volviera para casarse con él. Aceptó la propuesta y fue así como, en diciembre de ese año, Mary Higgins contrajo matrimonio con Warren Clark.
Nueves meses después, llegó Marilyn, la primera hija de cinco. Luego de diez años de escribir para un taller literario, cambiar pañales y disfrutar de su vida familiar, a su marido le diagnosticaron con angina de pecho severa. "Tenía el 90% de las venas tapadas y luego del primer infarto los médicos me dijeron que estuviera preparada, que sólo el esfuerzo de caminar hasta la puerta podía matarlo." Warren sobrevivió cuatro años más, pero luego del tercer ataque tuvo que dejar el trabajo y en esa época Mary consiguió un puesto como guionista de una serie radial sobre patriotas americanos. En su primer día en la radio su marido tuvo el cuarto ataque cardíaco que fue fatal. "Mi suegra estaba de visita en casa y ella fue quien descubrió el cuerpo de Warren. No pudo con el dolor de ver muerto a su hijo y se fue con él. En pocas horas, mis hijos perdieron a su padre y a su abuela."
-Debe haber sido muy duro ser una viuda tan joven.
-Sólo tenía 36 años y fue muy duro. Aparte, por la enfermedad de mi marido se fueron todos nuestros ahorros. Cuando Warren murió no quedaba un peso. Estaba sola y con cinco hijos, con lo cual no podía darme el lujo de colapsar y deprimirme. No hubiera sido justo para ellos. Uno hace lo que tiene que hacer. Salí a trabajar.
-¿No ha pensado en escribir libros de autoayuda?
-Bueno, son los nuevos best sellers. ¡Hay por todos lados! Sólo los ojeo y algunos son muy buenos, otros no. Pero me hubiera encantado escribir Comer, rezar, amar (ríe).
-¿Qué está leyendo ahora?
-Estoy leyendo la última novela de Michael Korda. Es una novela histórica sobre Eisenhower, y amo las novelas históricas. También acabo de terminar el primer libro de la trilogía de Stieg Larsson, Los hombres que no amaban a las mujeres.
-Otro best seller... ¿Este le gustó?
-Oh, sí, muchísimo. El personaje femenino está muy bien delineado.
-¿Está familiarizada con las nuevas tecnologías?
-No, realmente. Tengo una página web a la que no le doy mucha bolilla. No twitteo ni estoy en Facebook. La verdad es que me parece una pérdida de tiempo, sin contar que han anulado por completo las cartas. Antes, con la correspondencia, uno podía conocer la vida de los otros. Ahora, entre los mensajes de texto, los mails, los comentarios y los thumbs up (el me gusta de Facebook), ya nadie se comunica realmente, nadie cuenta nada. Se ha perdido mucho y es una lástima.
-Usted es católica.
-Sí, una católica muy devota.
-Sí, pero también he leído que es muy aficionada a las videntes. ¿Es así?
-Sí, sí, es verdad. Me intrigan. No quiere decir que esté pendiente de lo que me dicen ni manejo mi vida a partir de ellas, pero debo admitir que las personas con capacidades psíquicas me atraen. Hay personas que tienen una sensibilidad extrasensorial. Una vidente me dijo una vez que viviría hasta ser muy vieja y moriría en el extranjero, así que ¡estoy caminando sobre hielo fino!
-¿Le teme a la muerte?
-No. No la deseo, pero tampoco le temo. Disfruto mucho de mi vida, de mis hijos, de mis seis nietos. Y mi marido tiene cuatro hijos y once nietos. Somos una familia muy grande y vivimos todos muy cerca los unos de los otros. Nos manejamos como clan. La gente me dice: ¡Que reuniones maravillosas que deben tener! Y yo respondo: Para qué vamos a tener reuniones familiares ¡si tengo a todos metidos en mi casa todo el tiempo!
-Este es su tercer marido. ¿Qué pasó con el segundo?
-Fue el error del siglo y le puedo contar todo lo que quiera de él, pero, por su bien y el de su revista, le aconsejo que no lo escriba. Es un abogado muy litigante. Han pasado más de 20 años de la anulación de nuestro matrimonio y aún sigue pendiente de mis publicaciones. No fue su culpa, pero nuestro matrimonio fue un gran error, el más grande. Luego de 14 años como virtuosa viuda no pensé que fuera a ser víctima de la estafa del siglo.
-¿Alguna vez la acusaron de ser una escritora muy comercial?
-El éxito en ventas significa que eres muy comercial. Pero yo escribo la historia que quiero escribir y estoy bendecida porque las historias que escribo son de por sí comerciales. No escribo para vender, pero vendo y mucho lo que escribo. Me han criticado también por no tener escenas de sexo ni de violencia explícita. Esto me parece bastante ridículo, porque en las grandes historias de amor, como Cumbres borrascosas o Jane Eyre, uno podía sentir la pasión que emergía de esas palabras y no era nada que un niño de 11 años no pudiera leer.
-¿Y por qué adhiere a esta línea de no sexo y violencia explícita? ¿Se siente incómoda?
-No soy una puritana. ¡Por Dios, me casé tres veces! Y no estoy de pie en un altar al grito de ¡arrepentíos! Puedo disfrutar de un libro de contenido sexual, pero no quiere decir que lo quiera escribir. (Baja el tono de voz y comienza a hablar como narradora.) Prefiero ver las huellas en la escalera, el celular que se desliza entre mis manos y que no puedo alcanzar mientras veo como una puerta se abre en la oscuridad. Prefiero escribir esas cosas antes que describir un tiroteo.
-Claro, a la manera hitchcockiana.
-Me hubiera encantado que Alfred Hitchcock filmara uno de mis libros y, de hecho, estuvo muy interesado en uno, pero ya estaba muy enfermo.
-Se hicieron varias películas para televisión de sus libros. ¿Le gustaron?
-Todas malas. También se hicieron dos versiones cinematográficas. Muy malas también.
-Todos sus libros han sido best sellers. ¿Cómo se sentiría en este momento de su vida si alguno de los próximos no lo fuera?
-La competencia es feroz y aunque me gusta la competencia, tengo muy en claro que hay muchos escritores, nuevos y buenos. Muy pocos autores duran más de una semana al frente de la lista del The New York Times y podrá ser con este nuevo libro o con el siguiente, no sé cuándo será, pero sé que a todos nos llega el momento de dar el saludo final y abandonar el escenario.
Por Constanza Guariglia
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MENTIRAS DE SANGRELa próxima novela de Mary Higgins Clark, Mentiras de sangre, será publicado en nuestro país en abril por Plaza & Janés. La premisa para esta nueva y particular historia llegó a su autora mientras asistía a una ceremonia de beatificación en un convento en las afueras de la ciudad de Nueva York. El argumento: a Olivia Morrow, de 82 años, le quedan pocas semanas de vida y no puede posponer más la decisión más difícil. Catherine, su prima ya fallecida, tuvo un bebe que fue adoptado al nacer, justo antes de su ingreso en un convento. Ahora, la Iglesia ha iniciado el proceso de beatificación de la hermana Catherine. Si Olivia cuenta la verdad, todo se vendrá abajo. Sin embargo, si no la cuenta, la fortuna que dejó Alex Gannon, el padre biológico del niño, caerá en manos de sus dos sobrinos despilfarradores y egoístas, que ya han derrochado en gastos personales casi todo el dinero de la fundación benéfica que creó su tío. Si Olivia revela el nacimiento del hijo de Catherine, su hija Monica heredará esta fortuna.