Me gustan las reediciones. Hay algo del orden de lo inusual en una antigua novela o libro de cuentos que se reedita, como si ese pequeño acto de justicia viniera a demostrar que todavía quedan lectores: que la buena literatura puede seguir siendo fuente de interés y placer para alguien. Estoy convencido de que si de un día para otro todos los escritores fueran barridos de la faz de la tierra por una extraña enfermedad, podríamos seguir leyendo mil años más sin ningún problema, solo revisitando las ficciones que ya fueron escritas. Las reediciones funcionan a veces también como un salvataje, una suerte de rescate mediante el cual se vuelven a poner en circulación obras que faltaban desde hace años. Cuando es así, la felicidad es doble.
Algo por el estilo viene sucediendo con algunos libros fundamentales de la literatura argentina de las últimas décadas. Desde hace un tiempo podemos conseguir otra vez novelas como El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza, y El traductor, de Salvador Benesdra, gracias a la editorial Eterna Cadencia. José Luis de Diego y Sylvia Saítta vienen realizando un trabajo similar con la Serie de los Dos Siglos para Eudeba: ya aparecieron con ese sello Ema, la cautiva , de César Aira, El oído absoluto, de Marcelo Cohen, y Diálogo en los patios rojos , de Roberto Raschella, entre otros títulos. Y Ricardo Piglia, en el Fondo de Cultura Económica, ha vuelto a editar obras inhallables como Minga!, de Jorge Di Paola, El mal menor , de Charlie Feiling, y Nanina, de Germán García.
Estoy convencido de que si de un día para otro todos los escritores fueran barridos de la faz de la tierra por una extraña enfermedad, podríamos seguir leyendo mil años más sin ningún problema, solo revisitando las ficciones que ya fueron escritas
En esta colección, que Piglia llamó "Serie del Recienvenido", también figura uno de los dos libros de cuentos que escribió Miguel Briante (1944-1995), Hombre en la orilla, editado originalmente en 1968. Briante tiene una obra breve (de apenas cuatro libros, que se completa con los relatos Las hamacas voladoras y Ley de Juego , y con la novela Kincón ) y fue un autor extremadamente precoz: entre los 15 y los 21 años ya le había dado forma a los cuentos de Las hamacas voladoras, y ganado su primer premio literario importante. Más tarde trabajó como periodista en las redacciones de Primera Plana, Panorama, La Opinión y El Porteño, dirigió la sección de artes plásticas del diario Página/12,y estuvo tres años (de 1990 a 1993) a cargo del Centro Cultural Recoleta. Tuvo una muerte también temprana, y sobre todo absurda: se cayó de una escalera mientras arreglaba el techo de su casa. Y sus libros, redistribuidos a principios de la década del 2000 por Sudamericana, corrieron por mucho tiempo un destino errático: extrañas joyas perdidas en el barro caótico de las mesas de las librerías de saldo.
Lo que no deja de ser curioso, porque hay pocos escritores que puedan jactarse, como lo hiciera él, de haber instalado en la narrativa argentina una voz propia, y de haber construido, al mismo tiempo, una zona personal (una geografía, como lo hicieran en el Río de la Plata Juan Carlos Onetti y Juan José Saer) en donde desplegarla. Un modo de narrar, según escribe Piglia en la presentación deHombre en la orilla, que "viene de Faulkner (o mejor, de la manera de narrar que Faulkner aprendió de Conrad): donde no se narra los hechos, sino el efecto de esos hechos. Donde las historias tienen un doble fondo que remite a un violento mundo social y a un conjunto oscuro de prejuicios y estereotipos de clase. Relatos que tienden al melodrama: buscan transmitir la emoción de la experiencia y no su sentido; se apoyan en una épica altiva y plebeya que está siempre al borde de la locura y del crimen".
La mejor literatura argentina contemporánea está hecha de obras como la de Briante: una segunda línea de escritores de indudable talento, pero intocados por la celebridad
Hay en los textos de Briante, en ese pueblo donde transcurren muchas de las acciones y que recrea su General Belgrano natal, algo de Juan Rulfo (cierto clima de siesta, lentitud y agotamiento, cierta trabajada oralidad), y bastante de los malevos de Borges pasados por el tamiz de la gauchesca. Hay apuestas y traiciones, hay fortunas perdidas, la soledad del campo, la presencia constante del río, y una tensión permanente entre la decadencia de los viejos hacendados bonaerenses y la ascensión de la nueva burguesía rural. Sus paisajes se repiten, los linajes y personajes cruzan de un cuento a otro, generando una suerte de territorio familar entre cuento y cuento. O, como alguna vez señaló María Rosa Lojo en el epílogo de una vieja edición de Las hamacas voladoras , "todo en la cuentística de Briante es obsesión, reiteración, retorno: de los personajes, los paisajes, los tiempos y espacios. Pero no monotonía. La riqueza en el juego de los puntos de vista, el hábil manejo de las técnicas narrativas, el rigor del lenguaje y la profundidad de la mirada dan a sus cuentos la complejidad y la autonomía de un cosmos que se levanta sobre el espacio 'real' para configurar una realidad otra".
¿Será este rescate de Hombre en la orilla el que haga que el nombre de Briante salga del olvido en el que fue cayendo con los años? ¿O habrá que esperar a las futuras reencarnaciones de sus otros textos? La mejor literatura argentina contemporánea está hecha de obras como la de Briante: una segunda línea de escritores de indudable talento, pero intocados por la celebridad, las luces de los medios, los favores del mercado. Es hora de que los lectores comiencen a disfrutarlas..