POR ALBERTO AMATO
Dos libros escritos por periodistas bucean en términos políticos y sociales de la era K.
Dos libros flamantes, todavía con olor a tinta, se han echado a la espalda la responsabilidad, levemente tremenda y extraña por partida triple, de definir, encarrilar, precisar, fijar al estilo de la Real Academia Española, una serie de términos políticos y sociales que abundan, flotan dispersos o se han hecho carne en el lenguaje cotidiano.
Los dos libros, sinónimos en su intención, antónimos en su estilo, son fruto de una década, ganada o perdida según quién la mire, que representa un lapso enorme para un país como la Argentina en el que sufrimos “el despiadado impacto de la fugacidad”, como afirma uno de los autores en la presentación de su obra.
Por total casualidad o por destino ineludible, los dos libros adoptaron la forma de un diccionario de palabras o de expresiones que intentan definir una época y un país. Que dos obras literarias y periodísticas, periodistas son sus autores, intenten echar luz sobre una época y un país, hablan de una época y de un país inexplicables: mérito del kirchnerismo, involuntario si se quiere, pero al César lo que es del César.
De todo esto, y de bastante más, tratan Esto que pasa, de José PepeEliaschev (Sudamericana) y El relato K en 200 expresiones, de Pablo Mendelevich (Ediciones B). Y, de nuevo, son dos periodistas, profesión vapuleada si las hubo en los últimos diez años, quienes develan la cara oculta de un “relato” (ya empezamos con las palabras a definir) que lo colonizó todo, hasta el idioma. Mendelevich lo adjudica al “cristinismo”, Eliaschev a un país enfermo por la corrupción, por la ratería política, por un menefreguismo constante en las normas y las leyes.
Esto que pasa no puede eludir, ni tendría por qué hacerlo, cierto tono épico y un mirada extendida y constante hacia la gran tragedia argentina de los años 70 de la que Eliaschev, de algún modo, formó parte.
El relato K exhibe con cierto orgullo un tonito zumbón, irónico y corrosivo que a Mendelevich se le da muy bien. El resultado es apasionante: dos libros divertidos, inquietantes, trágicos a su manera por lo que encierran entre líneas, que revelan con agudeza y lucidez la flora y fauna, los rugidos y maullidos, los lamentos, mentiras, decepciones y falsificaciones de los protagonistas de una era, en la que ya alborea su ocaso, que será discutida, estudiada, defendida y vapuleada, pero que jamás llegará a ser apasionante.
Mendelevich refiere en su acápite “La Cámpora”: “Organización de la juventud kirchnerista, así llamada en homenaje al presidente conservador ‘cooptado’ por Montoneros”. También remite al único sobreviviente político de esa época (no es el único), Esteban Righi, ministro del interior en 1973 y Procurador General durante el kirchnerismo, hasta que su accionar se le hizo intolerable a la defensa del vicepresidente Amado Boudou, investigado por corrupción.
Los dos libros hacen referencia también al “Periodismo”. Eliaschev se pregunta si el periodismo profesional colapsó. Mendelevich define a la profesión, según los ojos del kirchnerismo, como “intermediación innecesaria” y recuerda la preferencia del ex presidente Kirchner por los fotógrafos “porque no hacen preguntas”.
También coinciden en hablar de “Progresismo” y “Progresistas”: “izquierdismo desteñido”, según el dardo de Mendelevich, algo “profundamente desconcertante e indigerible es esa vapuleada franquicia política que en la Argentina se llama progresismo o, más convencionalmente, centro izquierda” para Eliaschev.
A esas definiciones punzantes, los autores le agregan un análisis histórico, social, político en muchos casos indispensable para la comprensión del término y del entorno que le dio vida, o para certificar el grado de tergiversación, deformación o falsificación que les adjudicó a cada uno el kirchnerismo. Por ejemplo, Mendelevich define la marca Louis Vuitton como “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Quien quiera oír, que oiga.
Por cierto, con una presidente tan autorreferencial, son estilos, no podía faltar el vocablo “Yo”. Es el preferido por Cristina Fernández según Mendelevich, que se tomó el trabajo de citar un estudio de catorce discursos presidenciales que detectó el pronombre personal repetido 176 veces, más que Argentina (110). Eliaschev también contó 9.074 palabras de discursos presidenciales para descubrir “Yo” reiterada cuarenta y dos veces, una vez cada doscientas dieciséis palabras: “una fenomenal estima por sí misma”, fruto de “una retórica narcisista”.
Basta de coincidencias, porque la riqueza de los dos libros está en la variedad. Por Esto que pasa desfilan las definiciones de “destituyentes, cosita, dolarizados, historia, fuego, garcas, helicóptero, indigencia, propaganda, tempestades, stalinismo, suicidios, eterfascismo”, entre otras riquezas del lenguaje.
Por El relato K pasan “Avanti morocha, cadena del desánimo, Clarín miente, criminalizar la protesta, Nac&Pop, Nunca menos, oligarquía, rulos, seis, siete, ocho, todas y todos” y otras expresiones que ya son características, inconfundibles y significativas. Hay que estudiarlasantes de que pasen al olvido.
A no engañarse, Eliaschev y Mendelevich han trazado adrede el retrato inclemente de un gobierno y de un estilo de entender la política. Pero también han dejado sentados los grandes trazos, a pura carbonilla, de una sociedad autocomplaciente a la que le encanta desempeñar el papel de víctima.
Que nadie diga después que no estaba avisado.