miércoles, 21 de agosto de 2013

Una joven muchacha con una idea espantosa


Por   | Para LA NACION

El último libro de Esther Cross, La mujer que escribió Frankenstein , (Emecé), también podría titularse "De cómo enamorarse de la muerte". Es un texto mágico, oscuro, una extraña forma de biografía, más próxima al secreto, al desentierro. Ya en las primeras páginas Cross nos entrega a su biografiada en un párrafo mortífero: "En el Cementerio Protestante de Roma, en la tumba de Percy B. Shelley, hay una lápida que dice «Corazón de corazones», pero falta el corazón. El corazón de Shelley está enterrado con Mary Shelley, su mujer, a cientos de kilómetros, en la ciudad costera de Bornemouth, Inglaterra. Así que en una tumba hay una urna con cenizas incompletas y en la otra hay un corazón de más".
Así comienza -o termina, según desde dónde se la lea o entienda- la historia de la genial escritora Mary Shelley, autora de Frankenstein , esposa del poeta Percy Shelley, hija de una de las primeras feministas de la historia, Mary Wollstonecraft, y del filósofo político William Godwin, ambos progresistas que a fines del siglo XVIII consideraban el matrimonio el peor de los monopolios.
La muerte y el amor marcaron el ritmo de la vida de Mary Shelley. A las pocas semanas de nacer, su madre murió de una septicemia; a ella misma se le murieron dos hijos, y su amado marido falleció al hundirse su velero, en 1822. De adolescente ella solía pasearse entre las lápidas del cementerio hasta llegar a la de su madre; allí se recostaba a leer. Tanta muerte parece haberla impulsado a crear vida después de la muerte (más allá de la época, que coincidía con los experimentos de galvanismo). Frankenstein surge de las penas y las lecturas de Mary; es un monstruo capaz de amar, y de leer a Goethe, Milton y Rousseau. En realidad, es producto de un desafío. La historia es conocida: una apuesta para ver quién escribía el relato más escalofriante entre Percy Shelley, Lord Byron, su médico, Polidori, y Mary Shelley, una noche de desvelo, en una casa frente al lago Leman. Mary Shelley no sólo les ganó a sus colegas con su "Prometeo moderno", sino que también le ganó a la muerte, convirtiéndose en la mujer que escribióFrankenstein .
Así pasó a la historia. Y a la vez, su historia cobró vida a lo largo de los años -¡siglos!- en múltiples formatos, entre ellos el cine y el cómic. Varios escritores investigaron su tenebrosa vida y el origen de su engendro; entre ellos, Muriel Spark.
Esther Cross se arrimó de una manera distinta. A través de un recorrido por los fantasmas, sueños, naufragios, cartas, sepulcros y paisajes, reconstruyó la biografía como si reviviera a Mary Shelley de sus muertes. Es un texto con un ritmo desvelado; una biografía que viene con la respiración a cuestas (¿será la de Mary Shelley o la del monstruo?).
En la introducción a la novela de 1831, la propia Mary se preguntaba: "¿Cómo una joven muchacha pudo imaginar una idea tan espantosa?". Una vez creado, lo hizo andar: "...Pido a mi horrible progenie que ahora salga y prospere". Tanto prosperó que terminó creándola a ella.

domingo, 11 de agosto de 2013

Las batallas de la prensa ya son historia


En la noche de los Martín Fierro, Jorge Lanata definió la situación de división de aguas en la Argentina de hoy como "la grieta".
El tema ya repercute en el mundillo editorial. Así como en su momento fueron tema recurrente en los libros de política el fenómeno del peronismo, los años 70, el terrorismo de Estado, las grandes investigaciones en la década del 90 y la crisis de 2001, las batallas en el periodismo ya es tema dominante o excluyente de varios títulos.
Hacer un rápido repaso por algunos libros emblemáticos en la materia publicados en los últimos tiempos permite dimensionar el abismo en las posturas.
Sorprenderá saber que el contraste más grande no se da entre periodistas ubicados en diferentes veredas, sino por parte de dos que simpatizan con el actual gobierno. Así, K, Letra bárbara. Periodismo sucio y sublevado, del panelista de 6,7,8 Orlando Barone, y Redacciones. La profesión va por dentro, de Carlos Ulanovsky, ambos publicados por Sudamericana, tienen enfoques diametralmente opuestos. El primero es una catarsis tosca, apurada y resentida de alguien que se ufana de ser un renegado del oficio de informar. Enchastra con nombre y apellido a colegas críticos, de quienes asevera que "la letra [K] los persigue como una pesadilla". Todo el libro destila rencor hacia quienes no comulgan con el actual poder.
En sus antípodas, el de Ulanovsky es un libro delicioso y recomendable que se vuelve del todo original por reivindicar la felicidad de trabajar en un medio precisamente en una época en la que los periodistas nos miramos con desconfianza o somos descriptos desde el atril presidencial y sus adláteres como la peor basura del mundo. En Redacciones, en cambio, Ulanovsky revisa su vida profesional con aire fresco, que no quiere decir ingenuo ni concesivo, desde sus comienzos en la década del 60 y llega hasta nuestros días. Y arma enormes y afectuosas listas de periodistas, en las que los nombres vuelven a entremezclarse sin las actuales divisiones inútiles.
Mucho menos condescendiente, el periodista Pablo Rossi, en Libertad o barbarie (El Emporio Ediciones), adopta un enfoque hipercrítico al calificar a Néstor y a Cristina Kirchner como "alquimistas del rencor" que no dudaron en llevar adelante la "cooptación de organismos de lucha y su conversión en pymes satelitales del Gobierno".
El filósofo Tomás Abraham no se muestra menos concesivo en La lechuza y el caracol (Sudamericana), pero abre el foco a la "bipolaridad" del problema: "«Ser» kirchnerista o «ser»antikirchnerista es el nuevo emblema del embrutecimiento que se nos impone".
Pretendiendo mayor ecuanimidad, el periodista Reinaldo Sietecase sentencia en Kamikazes (Aguilar) que "el kirchnerismo no es tan bueno como sus funcionarios pregonan ni tan malo como los opositores afirman" y agrega que "la disputa por imponer un relato implica la eliminación de los matices".
Daniel Muchnik en Aquel periodismo (Edhasa) logra una historia minuciosa y equilibrada, con sesgo autobiográfico, sobre los medios de comunicación más relevantes. Y hace un esfuerzo grande de objetividad para diagnosticar lo que viene ocurriendo. Está convencido de que la "crispación manifiesta contra el «enemigo» ha demorado los cambios que el periodismo necesitaba y ha ido en perjuicio de todos".
En este mismo sentido, Eduardo Levy Yeyeti y Marcos Novaro en Vamos por todo (Sudamericana) aportan que "periodistas y empresas, mientras más duramente criticaban las políticas que éste les imponía, más comprometían su posición, fortaleciendo la tesis oficial de que la objetividad era un mito, y la información no era más que un arma entre otras de la lucha en el poder".
Tanto Rossi como Abraham no dudan en calificar al kirchnerismo de fascista. El periodista que acompaña a Mariano Grondona en Hora clave asegura que el Gobierno "desentierra rasgos de un fascismo característico de las derechas". El autor de La lechuza y el caracol habla del "relato fascista del poder" porque "el fascismo se define por la superposición entre información y propaganda".
El director de la Biblioteca Nacional, y conspicuo integrante de Carta Abierta, Horacio González, presenta un enjundioso y documentado estudio que parte de algunas ingenuidades en Historia conjetural del periodismo (Colihue) y remata que en Página 12 "sigue residiendo el periodismo que más nos gusta".
Hay otros dos libros muy esperados que todavía no salieron: el de Edi Zunino, sobre periodistas contra periodistas, que publicará Sudamericana en noviembre y Guerras mediáticas, de Fernando Ruiz, que verá la luz gracias a la misma editorial en marzo.
Martín Sivak logra en Clarín. Una historia (Planeta) un relato detallado y atractivo del enemigo público N° 1 del Gobierno, en tanto que Eduardo Blaustein en Años de rabia (Ediciones B) habla con mayor desdén del "sistema Clarín", aunque reconoce que "la comunicación periodística del kirchnerismo tiende a espejar y amplificar la agenda oficial". Pero también se la agarra con Lanata, al que acusa de tener "poder de fuego propio puesto en alquiler, demiurgo virtual, cowboy solitario cabalgando el crepúsculo". Como se ve, nadie se guarda nada..