miércoles, 11 de julio de 2012

Literatura infantil en vacaciones", de Sylvia Hopenhayn

"Literatura infantil en vacaciones", de Sylvia Hopenhayn (y nuestras recomendaciones de dónde encontrar los títulos sugeridos)

La frase de Bernard Shaw, tan citada en rebeldes causas (incluso por Jorge Luis Borges): "Interrumpí mi educación cuando empecé el colegio", puede incluir una extensión, "...y la recobré en las vacaciones de invierno".

Los quince días de julio son un momento propicio para los libros infantiles. Las editoriales lanzan novedades y promueven citas literarias de lo más diversas, principalmente en la Feria del Libro Infantil.

Una vez elegidos los títulos -porque de leer se trata- hay cierta paz reasegurada. No hace falta tropezar con una baldosa en días de lluvia, hacer larguísimas filas en cines y teatros, tampoco someterse a gastos interminables en shoppings atestados, ni apiadarse del león en el zoológico. Pasar las páginas es una forma de pasear contentos. Sobre todo, como diría Alicia, "si hay dibujos y diálogos".

La balada del rey y la muerte, de los holandeses Koos Meinderts y Harrie Jekkers, con ilustraciones de Piet Groblet, es una bella cita de palabras con imágenes. ¡Dan ganas de enmarcar las páginas! Cielos de acuarelas donde cada animal proyecta su nube, palmeras que estornudan, un león que es rey de puro rojo, y la muerte atrapada por una mancha grisácea con forma de campana. El texto es vivaz aunque vuelve sobre el tema de la muerte. Parece inevitable. En todas las edades aparece la misma consternación y la misma pregunta formulada de distinta manera, como si la palabra pudiera separar la vida de la muerte o mitigar su fatalidad.

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En esta historia, un rey convoca a los sabios para preguntarles por qué es necesaria la muerte. Ninguna respuesta le basta para calmar su espíritu atormentado; considera las explicaciones meras patrañas filosóficas que justifican la impotencia. Sólo se ilusiona cuando un sabio oportunista le asegura que la muerte existe. Y si existe, se la puede atrapar. El rey, junto a su séquito, acuden al lecho del hombre más agonizante y con una campana de vidrio, consiguen encerrar a la muerte. "Sentada detrás del vidrio, triste y afligida, la muerte parecía una pieza de museo en vida". Luego viene la cascada previsible: la alegría, la juerga, el exceso, los juegos peligrosos, la superpoblación, las guerras, el hastío... Y finalmente, las ganas de descansar. ¿No hay manera de evitar esta moraleja? ¿La premonición del hartazgo como una forma de compensar lo inevitable? ¿En vez de liberar a la muerte para aplacar los vicios no puede considerarse su extravío?

Otro infaltable para niños, con menos dibujos y sin pretensiones trascendentales: La Jirafa, el Pelícano y el Mono, de Roald Dahl (creador de los Gremlins y de Charlie y la fábrica de chocolate , entre muchísimos otros personajes y títulos). Una propuesta lúdica de amistad urbana.

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Por último, pequeños libros imprescindibles para contar con entonación: las nuevas ediciones de los cuentos de María Elena Walsh. Mi preferido: Historia de una princesa, su papá y el príncipe Kinoto Fukasuka. Juguetona enseñanza de lengua suelta y amor verdadero.

© La Nacion

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