miércoles, 30 de enero de 2013

Una travesía desopilante

Por Silvia Hopenhayn  | Para LA NACION


En una novela, un buen comienzo es un alivio. No hay que esperar a que el autor se decida a conformarnos con un párrafo brillante o una vuelta de tuerca. Nada más arduo que adentrarse en las primeras páginas de cualquier libro de Faulkner. La demora vale la pena, pero el aliento no siempre alcanza.
También norteamericano, pero menos desquiciado y actual, L.J. Davis -como buen periodista en The New York Times y Harper's- nos presenta de entrada a su personaje, Lowell Lake, de la mejor manera: un iluso a la espera de algo. El título de la novela, publicada recientemente por la casa editorial La Bestia Equilátera, ya es promisorio:  Una vida plena. Simpática ironía para dar cuenta de las ambiciones pueriles del treintañero Lake.
El comienzo, en este caso, es genial. Una especie de anti-Bartlebly. En vez de calar hondo en la rutina, minimizando los gestos como hace el personaje de Melville, Lake toma conciencia de lo terrible que puede ser un trabajo cuando no es provisorio. "Una mañana, Lowell Lake se despertó y cayó en la cuenta de que su empleo no era provisorio. Como si un ángel flamígero lo hubiera visitado en sueños con un mensaje apocalíptico, saltó de la cama al borde del pánico, mirando en derredor con ojos desorbitados. Su empleo no era provisorio y las cosas no mejorarían. No empeorarían... pero no mejorarían. Ése era el meollo de la cuestión. Había encontrado su nivel, y ahí estaba." Esta última frase es casi la misma que pronuncia Don Johnson en el final de una película sórdida y hermosa de Dennis Hopper, The hot spot, basada en otra novela norteamericana, Hell Hath No Fury, de Charles Williams. En este caso, el protagonista, en vez de quedarse con la chica inocente, bella y joven, termina con la rubia viciada, pero ávida de aventuras ruteras, y dice: "Encontré mi nivel. Vivo en él".
A Lake le sucede lo contrario. Esa mañana del comienzo, frente a la atónita mirada de su mujer, cambia de carril, negándose a permanecer como secretario de redacción de un semanario dedicado a la plomería. Rebobinando su vida al cumplir los treinta años, el anhelo de un cambio rotundo le hace olvidar por un momento su falaz tendencia a la repetición. Se embarca -como el propio autor- en la compra de una casa de la zona más pobre de Brooklyn, para convertirla en una mansión: la suya. Pero la mudanza a Nueva York no lo salva del tan temido "nivel" que, como un tono vital, empareja todas sus decisiones. "Lowell intentó escribir a diversas horas del día para ver cuál le sentaba mejor. [Pero] Si escribía por la mañana, la tarde vacía lo miraba a la cara, y si escribía por la tarde, la mañana ya lo había aburrido tanto que estaba demasiado atontado para pensar." El humor acompaña esta travesía tan personal como desopilante. La prosa aguda y fresca alcanza, de alguna extraña manera, una complicidad vertiginosa con el lector. Como si Lake nos estuviera contando sus fracasos en el oído y de ello se desprendiera, sin embargo, la hidalguía del intento.
Entre tantas novelas eróticas que se lanzan en este verano, mejor calmarse -¡y gozar!- con una novela de verdad.
© LA NACION.

lunes, 28 de enero de 2013

¡Oh, casualidad!: la música del azar suena entre los economistas

Por Sebastián Campanario  | Para LA NACION


Lo bueno de ser bisexual es que se duplican las chances de conseguir una cita para el sábado a la noche. "La frase de Woody Allen muestra cómo la teoría de la probabilidad cruza cualquier aspecto de la vida cotidiana. Sus trampas y espejismos, sus dificultades de cálculo para el promedio de los seres humanos y, especialmente, la ubicuidad del azar asumieron un rol protagónico en las investigaciones de los economistas en los últimos cinco años.
En buena medida, la fascinación de los economistas por el azar y sus misterios se aceleró a partir de la crisis internacional que comenzó en 2007, que configuró un escenario más propicio para el análisis de la incertidumbre extrema y la proliferación de los "cisnes negros" (hechos altamente improbables, con un impacto sistémico).
Ese año se publicó lo que puede considerarse la biblia de este campo de estudio, El cisne negro, de Nassim Taleb, tal vez el libro con mayor influencia en los mercados en la última media década.
Pero la publicación de Taleb es sólo una de las obras que abordaron en profundidad la influencia del azar en la economía, los mercados y los negocios.
El andar del borracho, de Leonard Mlodinow, es otro ejemplo, al igual que Finanzas y Fractales, de Benoit Mandelbrot. En la Argentina, con un enfoque más general, en el último año se publicaron El azar en la vida cotidiana (Siglo XXI), de Alberto Rojo (allí se cita el chiste de Woody Allen del primer párrafo), y Azar, Ciencia y Sociedad, de editorial Eudeba, escrito por Roberto Perazzo y Pablo Javovkis.
"Los antecedentes de nuestra relación con el azar son tan viejos como la humanidad. Ian Hacking da cuenta de dados o tabas encontrados en Egipto antiguo, que habían sido limados y retocados para que todas sus caras fueran aproximadamente equiparables. Hasta la aparición de los matemáticos del siglo XVII, el azar fue cuestión de juegos, acertijos o brujería adivinatoria", cuenta Perazzo, director del programa de doctorado en ingeniería informática del Instituto tecnológico de Buenos Aires (ITBA).
El padre fundador de la discusión sobre la naturaleza del azar y su impacto en vastos campos de la economía, los negocios y la vida cotidiana en general murió el 14 de octubre de 2010. El matemático polaco -nacionalizado francés-Mandelbrot, pionero de la geometría fractal, tenía por entonces 85 años. Su infancia y su adolescencia estuvieron signadas por eventos catastróficos. Mandelbrot nació el 20 de noviembre de 1924 en Varsovia, en el seno de una familia de judíos lituanos que escapó por milagro de Polonia tras la invasión nazi y luego vivió escondida en la Francia ocupada. No pudo tener una educación formal y recurrió a un tío matemático y pintor que influyó en su vocación.
Tras la guerra, comenzó una brillante carrera que lo llevó a viajar cada vez más seguido a los Estados Unidos, donde descolló en el departamento de research de IBM, antes de ingresar como profesor en la Universidad de Yale.
El término "fractal" fue acuñado por Mandelbrot en 1975 para describir una nueva rama de la geometría que debía lidiar con superficies "rugosas" y formas irregulares, que van desde la costa de Inglaterra hasta la estructura del coliflor, pasando por el errático camino del precio de las acciones de Wall Street. Su teoría entró en la cultura popular e inspiró desde canciones hasta novelas (de Arthur Clarke y David Foster Wallace) y obras de arte generadas por computadora.
En los últimos años, Mandelbrot captó la atención de los inversores con la aplicación de sus ideas a los mercados de bonos y acciones. En su libro Finanzas y Fractales (2007, Tusquets), escrito con Richard Hudson, mostró cómo los brokers suelen ignorar la probabilidad de catástrofes.
Mandelbrot se inspiró a su vez en los estudios de Harold Hurst, un funcionario del Imperio Británico que un siglo atrás analizó en Egipto la frecuencia de las crecidas del Nilo. A Hurst, sus investigaciones le sirvieron para aproximar mejor las causas de la desaparición de los faraones. A Mandelbrot, para captar la esencia del "lunes negro" del 19 de octubre de 1987, cuando la Bolsa de Nueva York perdió un quinto de su valor en sólo un día -una anomalía extrema en términos de una "distribución normal.
Desde 2007, el gran impulsor de los hallazgos de Mandelbrot a nivel de divulgación es el autor de El cisne negro, Taleb, quien se declara a sí mismo "profundamente mandelbrotiano".

LOS "CISNES NEGROS"

Taleb nació en Palestina y en la década del 80 amasó una fortuna vendiendo y comprando bonos en Wall Street, antes de dedicarse más de lleno al estudio de las probabilidades y de la filosofía.
Los "cisnes negros" a los que alude en su obra son hechos extremadamente improbables, con efectos que pueden cambiar el mundo; y que mirados a posteriori, por culpa de ciertos sesgos en nuestra forma de pensar, pueden parecer hasta obvios o por lo menos explicables.
Los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, las grandes debacles de la bolsa o las catástrofes naturales son ejemplos que suele citar.
En temas de azar, la psicología y la economía del comportamiento pulieron una certeza: los seres humanos somos pésimos a la hora de calcular probabilidades. Nuestro cerebro está preparado para buscar (y creer que encuentra) patrones y conspiraciones donde no los hay; a atribuirles un significado divino o cósmico a coincidencias que no tienen por qué tenerlo y a encontrar relaciones de causalidad allí donde hay puros hechos fortuitos.
"Yo creo que, muy en lo profundo, todos creen en que lo que sucederá se puede orientar en favor o en contra de lo que uno desea o espera. El solo hecho de que se atribuya importancia a la oración y la plegaria por la salud de un enfermo muestra que se piensa que hay una relación de causa y efecto entre actos, rituales o acciones personales y resultados de eventos aleatorios", explica el economista Perazzo.
La economía del comportamiento acumula centenares de experimentos y observaciones que dan cuenta de los sesgos y errores sistemáticos en el cálculo probabilístico, que van desde pifiadas recurrentes de los jugadores y entrenadores en la supercompetitiva liga de básquet de los Estados Unidos (NBA) hasta equivocaciones frecuentes en journals académicos.
Si ser bisexual duplica chances de conseguir cita para el sábado, como dice Woody Allen, es un dilema que aún no fue testeado a nivel econométrico. Pero no debe faltar mucho, en esta era dorada de la "economía de cualquier cosa", para que alguien lo compruebe.

ESTUDIOS SOBRE LO PROBABLE

  • Tras la crisis
    Después de la debacle financiera que se inició en 2007, los trabajos económicos sobre el azar y los misterios se aceleraron
  • Un pequeño tratado
    Ese año se publicó El cisne negro, de Nassim Taleb, un libro con mucha influencia en los mercados
  • Cambios profundos
    Los cisnes negros son hechos altamente improbables cuyos efectos son tan grandes que pueden cambiar el mundo
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