martes, 28 de febrero de 2012

Albert Espinosa: vivir para contarlo

Desde los 13 años estuvo en hospitales. Superó al cáncer varias veces, le amputaron una pierna y perdió un pulmón y parte del hígado. Los médicos le decían que no pasaría de los 20. A los 39, este catalán fue el escritor más vendido en España en 2011 y Steven Spielberg compró los derechos de su obra. Charla con un hombre positivo, a pesar de todo

Por Emilse Pizarro | LA NACION



No. No puede parar de reírse de sí mismo. La desgracia..., no. No es desgracia. El dice que no lo es. Cuesta medirlo. Hay quienes sufren por una arruga en una prenda, y ese padecer es válido para quien ve en un pantalón de lino la desdicha y la amenaza. ¿Quién puede decir qué es desgracia y qué no?

Albert Espinosa no se siente cómodo en la pena. Ni siquiera habla de una. A los 13 años le diagnosticaron cáncer y le amputaron una pierna. Tuvo metástasis, por lo que a los 16 le sacaron un pulmón. Dos años más tarde otros de guardapolvo blanco se quedarían, también, con parte del hígado. Albert Espinosa fue el escritor más vendido en España en 2011, pero la cosa arrancó mucho antes.

-Te dicen que tenés cáncer. Te sacan una pierna, luego un pulmón y parte del hígado. Entre idas y venidas al hospital estuviste 10 años internado... Hablemos de mala suerte.

[Echa suavemente la cabeza hacia atrás y vuelve con sonrisa que trae risa] -La suerte forma parte de la gente que conoces en esos sitios. La suerte no fue tener cáncer, pero en las pérdidas siempre hay una ganancia. Cuando crees que conoces todas las respuestas, llega el Universo y te cambia las preguntas. Yo tenía 13 años e iba para jugador de fútbol, jugaba en los alevines (las divisiones inferiores) del Barça. Conocí gente de 90 años, que son los que pasan temporadas largas con niños como nosotros con cáncer. Esa gente creó algo diferente en mi carácter. Me decían que debía ser valiente en la vida, en el amor y en el sexo. Tuve la suerte de conocerlos, los amarillos, que me marcaron.

"Los amarillos" son "esa gente que cambia tu vida (mucho o poco) y que quizá vuelvas o no vuelvas a ver". El mundo amarillo es un libro que escribió en 2008; relata su convivencia con el cáncer y la vida en el hospital. Fue editado en 18 países. En Pulseras rojas, la adaptación para televisión -que también nació en su cabeza-, chicos y chicas enfermos de entre 8 y 17 años coinciden en, sí, un hospital. Un tal Steven Spielberg compró los derechos y Martha Kauffman (creadora de la serie Friends).

-En el film Planta 4° contás cómo viven unos chicos enfermos de cáncer en un hospital. En la serie televisiva, lo cotidiano de un grupo de adolescentes en algo similar. En El mundo amarillo narrás lo que viviste en esos 10 años de médicos. Las tres son éxitos. Las tres hablan de tu vida, con humor, y también tienen muchas líneas tiernas. ¿Por qué no borrar lo que uno vivió y seguir adelante, por qué hacerlo presente constantemente?

-Porque en el hospital teníamos un pacto: vivir la vida de los chicos que morían. Viví 3,7 vidas, más la mía, 4,7. La muerte de esos chicos se transformó en vida en mí. El reparto matemático que hicimos de las vidas de esos niños se tenía que explicar. Primero lo hice en el off de Barcelona, en la obra Los Pelones. Luego escribí el guión de cine. Tuve la suerte de convencer a Antonio Mercero; cuando estaba por estrenarse en DVD la Warner (Buena Vista/Disney) la estrenó en cine y se convirtió en la segunda peli más taquillera de ese año. Estuve cinco años haciendo otras historias que funcionaron. Al cabo de un tiempo decidí que quería escribirlo: las películas son ficcionarias; quería escribir la verdad. Nunca haré nada más importante en mi vida que superar cuatro cánceres. Es el gran logro, mío y de mi familia. No reniego, cada vez que vuelvo a hacer una historia de éstas lo siento como mi Star Wars.

Albert ensaya plurales que meten miedo. Cánceres. El ve una saga de La guerra de las galaxias donde a los demás se nos anudan los dedos frente a una calculadora. Cuatro cánceres.

-Sos best seller. ¿Es que necesito creer en historias de gente que sufrió más que yo?

-No sé. El último libro (Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven) no va de esto. Es un chico al que lo deja la novia y vuelve a su infancia a buscar su mundo. Muchas respuestas están ahí. Cada vez que recuerdas tus raíces te haces más fuerte, y el tronco te aguanta mejor. Es una novela que tampoco esperaba el éxito que tuvo. Yo intento hacer libros que me gusten a mí. Es una mezcla de Stephen King cuando hace terror y (Haruki) Murakami, me gusta mezclarlos. Pero jamás pensé que pasaría esto.

-Decís que no escribís libros de autoayuda. ¿Estás seguro? ¿Te insulta que alguien lo compre con esa idea?

-No creo en la autoayuda. A mí me ha ayudado mucho un libro que se llama Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Lo leí a los 19 años, me impactó. Tuve la suerte de conocerlo y descubrí que él no había escrito autoayuda, sino una novela. Si mi historia ayuda, lo agradezco. Autoayuda es muy pretencioso. Pensar que tú puedes ayudar a otro es como creer que tú eres mejor, y no me creo mejor que nadie. Aparte, mi sabiduría no es mía, es de gente que conocí en el hospital; soy un tipo que toma las historias y las cuenta, pero no soy yo quien las inventa.

"En Twitter uno escribió: Espinosa es el tipo que más partido le ha sacado a una pierna desde Messi; me encantó. Joder, me encanta ese humor, forma parte del mío. No somos cojos, somos cojonudos. Me parece bonito que alguien pueda hacer un chiste sobre tu falta de pierna", dice. Ser platea de sus chicanas al espejo puede incomodar. Las autorreferencias son negras, negrísimas. Y muy divertidas. Se mueve perfecto en el tumulto de las ironías. El sarcasmo, en las yemas.

-Pero, ¿no tendrías que hacerlo vos (el chiste) para que fuera válido?

-No, cuando es tan bueno como ése, está muy bien. Y aparte te comparan con Dios (Messi), a mí me gusta. Nunca todo el mundo opinará que le gustan tus historias, pero soy honesto conmigo: todo lo que escribí lo puedo defender. Cuando escriba algo que no me interese lo habré hecho por dinero. Algo falló.

-Enterraste tu pie en un cementerio...

-Sí, vuelvo todos los años, el Día de Sant Jordi [el Día de San Jorge para los catalanes, 23 de abril], que fue el día que lo perdí. Es un homenaje que le hago, le llevo un zapato cada año. Es chulo. Siempre digo que soy de los pocos que pueden decir que tienen un pie en el cementerio, en el sentido estricto.

-¿Cómo te llevás con la compasión?

-Es un problema del otro. Cuando veo a un niño que le falta un brazo no le tengo compasión, pienso que ha aprendido cosas y quiero que me las explique. Hay una fuerza en esa pérdida que yo no la he vivido. No siento compasión, siento ganas de preguntar.

-Quemaste los manuales de consejos editoriales. Tenés títulos eternos: El fascinante chico que sacaba la lengua cuando hacía trabajos manuales, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo, Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven...

-Me han dicho de todo. Empecé con títulos pequeños. Ahora ya está, soy el que escribe títulos largos. Era muy tonto decidir ahora llamar a un libro, Luna o Sol. Lo llamaré El día que la luna conoció al sol, tuvieron un hijo y se llamó Estrella, pero un día se volvió rebelde. Ya está.

-¿Es un sello ya?

-Sí. También intento que pasen cosas cuando la gente pide el libro. Tú vas a la librería y le dices al librero Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven... Crea un contacto. Mi primera película se llamaba No me pidas que te bese porque te besaré, me imaginaba a la gente pidiendo la entrada diciéndole eso al de la boletería.

-¿Por qué jugar a provocar diálogos?

-Porque la gente se comunica poco. Los desconocidos son mis aliados. En el hospital todos son desconocidos. Y me tenía que fiar de eso.

En Un tranvía llamado Deseo, Tennessee Williams le hace decir a su Blanche Dubois: "Yo he dependido siempre de la bondad de los extraños". En la vida -y obra- de Espinosa los ajenos son lo íntimo.

-En El mundo... le das muchísima entidad a los desconocidos.

-Claro, porque con 14 años mis padres me dicen no hables con desconocidos, y de repente somos cuatro personas en una habitación de hospital. Tres son desconocidos. Y no sólo no hables, tienes que dormir con ellos y comer con ellos. Vivir. Todo lo que me habían enseñado en mi casa (los desconocidos son malos) no va. No, los desconocidos son mi vida ahora. Un desconocido me lleva en silla de ruedas, otro me dice desvístete que te haré la radiografía. Otro, te voy a cortar la pierna. Pues, me voy a fiar de que son buena gente. Yo creo que los desconocidos me van a dar suerte. Y si resulta uno ser mala persona, pues es una pérdida interesante, ya servirá para algo.

En la respuesta Albert mezcla tiempos verbales, y no es un mal orador. En la habitación de un hotel porteño que suda verano de asfalto, sobrevuela, bajito, la sospecha de que lo vivido es presente. Siempre.

-¿No sos excesivamente positivo?

-Sí lo soy. Pero hay tanta gente excesivamente negativa que nosotros somos pocos. Ser positivo es como estar loco. Si no lo soy, habiendo estado diez años en un hospital, habiendo sobrevivido teniendo el 1,4% de chances, teniendo una peli que la ha comprado Spielberg, teniendo el libro más vendido, bueno..., no sé por qué no serlo.

-Las cinco etapas de un duelo...

-Enfado, negación, silencio, negocias, lo aceptas. Pasa en todo, desde una pareja que te deja hasta que te roban. El problema es que no hacemos el duelo. La gente lo acepta o lo niega. Se queda en una etapa, pero no lo hace entero, porque es un mundo tan inmediato que uno envía un WhatsApp y se sabe todo y ya. Y si rompes con alguien se quiere que conozcas a otro: no hay duelo. Ni de las pequeñas cosas, como recibir un mensaje y pensar la respuesta. Me da la sensación de que la gente no supera nada y luego más tarde le explotan cosas gordas.

Algo pasará en el mundo que se volverá al duelo, a la tranquilidad.

-¿Sos religioso?

-Creo en la gente, en su bondad. No creo en una religión concreta. Más que en rezar creo en hablar con alguien.

-¿Te analizás?

-No.

-Decís que vivís tiempo extra...

-Me dijeron que si llegaba a los 20 años era mucho, y a los 30 también te fallarán algunos órganos. Estoy por los 39 y no tiene pinta de acabarse esto. Me puse un techo de 45 años.

-¿Te ponés plazos?

-Sí. Al principio me los ponían los médicos, ahora yo. Me ayuda a vivir al día, no creo en esto lo haré cuando sea mayor o en dos años me voy a ir a vivir a Nueva York. Vete ya. Es ahora.

-Hay quienes sostienen que el cáncer es una enfermedad de origen emocional.

-Que tengan cáncer. Tuve un oncólogo que me decía que vomitaba con la quimioterapia por una cuestión psicológica. Hay gente que quiere creer que el coco domina todo. Hay un día que un hueso se te puede quebrar. Estamos hechos de carbono, son células, y si a veces un ordenador falla y se queda colgado, ¿por qué no nos puede pasar?

-Le tengo miedo a la muerte. ¿Qué pensás de mí?

-Es que el colegio te educa en matemáticas, pero no te educa en el amor, el sexo, el dolor ni en la muerte. Luego pasas la vida hablando de viajes que no harás, de trabajos que quieres hacer, de personas que te gustaría conocer..., y todas esas cosas a veces no pasan. Morir, sí. El problema del miedo a la muerte es al dolor, al desaparecer. Si lo pudieras hablar con gente, no desaparecerías. Es hablarlo. Yo sé que quiero morir un viernes, día de estreno de cines. Es un día muy feliz.

En internet http://www.albertespinosa.com.

miércoles, 22 de febrero de 2012

“Los libros y los ebooks se complementan” Robert Darnton

En París del siglo XVIII las canciones callejeras funcionaban como diarios y transmitían información, recuerda Robert Darnton el autor de “El beso de Lamourette”. En la historia de los medios de comunicación, afirma, el cambio implica “integrar lo nuevo con lo viejo”.

POR SANTIAGO BARDOTTI


Considerado uno de los mayores especialistas en Historia de Francia del siglo XVIII, desde su despacho como director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard, EE.UU., Robert Darnton atiende el teléfono con voz amable y serena, para hablar, entre otras cosas, de El beso de Lamourette, una serie de ensayos que reflexionan sobre la historia, los medios de comunicación y la historia de los medios , tomando para el título el apellido de un obispo que trabajó como ghost writer de Mirabeau.

En pleno auge de la era digital, pionero en el campo de la historia del libro, con inusual optimismo, Darnton ve cómo su objeto de estudio parece desvanecerse en el aire para transformarse en otra cosa. A su juicio, no hay lugar para la nostalgia, sin embargo: la historia del libro, como la de la tecnología y la de las ideas no puede ser sino una historia de la trasformación; del encuentro entre pasado y futuro. Ante la proclamación general de que “vivimos en la era de la información”, contesta: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento”. En complejizar y analizar esa historia ha invertido buena parte de su obra.


Recientemente se publicó en castellano su libro “El beso de Lamourette”. ¿Qué me puede decir de esta colección de ensayos con la perspectiva del tiempo transcurrido?

El libro se publicó en inglés en 1990, y aunque no parece demasiado tiempo, sí lo fue porque ocurrieron muchas cosas en los medios desde entonces. De hecho, la Web se inventó en 1991. La propia Internet – que no debe ser confundida con con la World Wide Web, WWW, que es sólo uno de sus desarrollos – data de 1974. Por eso, en cierto sentido, hoy, es un momento interesante para volver a este libro porque aunque toma a la comunicación y los medios como tema central, evalúa el estado de los medios en vísperas de la gran revolución de las comunicaciones en los tiempos modernos. Se puede leer como una serie de estudios sobre la naturaleza de la comunicación en vísperas de la revolución de las comunicaciones que todos estamos viviendo en la actualidad. Me parece interesante que hoy, que todo el mundo está obsesionado con Google, Internet, iPads, iPods,smartphones , como una suerte de reacción ante la fascinación que ejercen todas estas maravillas de las comunicaciones, exista a mi juicio una fascinación igual por el viejo mundo de la imprenta.


Muchos de los ensayos de este libro parten de una imagen o se centran en una figura marco …

Sí, encuentro imágenes que tienen tremendo poder para mí, que, como dicen los antropólogos, son “multifocales”, es decir, que tienen muchos significados.

El Beso de Lamourette empieza con imágenes de gente que era colgada, decapitada y luego exhibida por las calles en los extremos de las picas durante las terribles revueltas de 1789. Me parece que debemos aceptar que hubo violencia durante la Revolución Francesa. Es realmente un error pensar que fue sólo la aprobación de una Constitución y la Declaración de los Derechos del Hombre. Parte de mi modo de entender la Revolución Francesa, que quizá no sea el adecuado, es que la violencia colectiva produjo un shock que transformó el sentido de lo posible que tenía la gente. Tomar el poder y ejercer su poder simbólicamente a través de la violencia, no sólo matando personas sino cortándoles la cabeza y metiéndoles heno en la boca, y exhibiendo esas cabezas en los extremos de las picas, es algo muy impactante, toda una declaración. La muchedumbre amotinada decía: “Los poderosos tratarán de matarnos de hambre, nos dirán que debemos comer heno. Bueno, ahora, al llenarles la boca de heno a ellos, estamos revirtiendo la situación. Así, la violencia colectiva encontró un modo de expresarse simbólicamente, no tanto con palabras sino con objetos reales. Este es un ejemplo horroroso que describo en la introducción del libro, pero también hay ejemplos más felices; momentos en que la gente sortea los antagonismos y de alguna manera se une a través de la fraternidad, que, para mí, es el más misterioso de los valores que conforman la trinidad de la libertad, igualdad y fraternidad. Es una idea fascinante, que nos remite a la cultura de la Revolución Francesa. Una cultura que yo abordaría antropológicamente.


Como director de la Biblioteca de Harvard, usted presta mucha atención a los libros como objetos físicos. Pero en la era de la informatización, los libros parecen destinados a desaparecer. Una especie de paradoja, ¿no?

¿Sabe? Me han invitado a tantas conferencias sobre la muerte del libro que estoy convencido de que el libro está bien vivo. La gente simplifica demasiado las cosas. Pocos entienden que cada año se publican muchos más libros que el año anterior. La impresión de libros se expande a un ritmo vertiginoso, y, de hecho, este año habrá un millón de nuevos títulos impresos. También es cierto que los libros digitales están adquiriendo cada vez más importancia, como nunca antes. Se piensa que el mercado de libros electrónicos ocupa el 15% de las ventas. Es mucho. A los libros electrónicos les está yendo muy bien en EE.UU. Es una tendencia mundial. Los libros electrónicos, por supuesto, se están volviendo cada vez más importantes. Pero, al mismo tiempo, eso sucede con los libros impresos. Entonces, ¿cómo podemos interpretar esta situación?


Por eso hablé de paradoja. Porque coincido en que no creo que el libro esté muerto; hubo, más bien, un cambio en la manera de abordarlo como objeto físico y de pensamiento. ¿Cómo cree que esta nueva manera de abordar la actividad de la lectura está cambiando nuestra forma de pensar?

Es una pregunta complicada. Yo sólo puedo darle mi opinión. Empezaría por hacer una observación que tiene que ver con la historia de la tecnología. Me parece que la gente hoy comprende la llegada del mundo digital como algo que transforma totalmente nuestra experiencia. Entonces imaginan que los medios de comunicación digitales y analógicos ocupan extremos opuestos del espectro tecnológico. Eso, en mi opinión, es un malentendido de base. Para mí, de hecho, se complementan entre sí. Me parece que estamos atravesando un período de transición hacia un futuro que va a ser impresionantemente digital. Pero aún no estamos allí y no sabemos cuándo llegará. Estamos, entonces, viendo la existencia de libros híbridos: libros que se pueden publicar en papel pero con complementos disponibles en Internet. Estamos viendo cómo florece la impresión a pedido. Para continuar con esta idea, una cosa que la historia de los libros nos ha enseñado es que un medio de comunicación no desplaza a otro. Así, uno de los descubrimientos más interesantes que han hecho los historiadores de libros en los últimos 10 años es que en los tiempos de Gutenberg, inmediatamente después de la invención de los tipos móviles por parte de Gutenberg, la publicación de manuscritos aumentó. Es incorrecto imaginar la invención de Gutenberg como algo que eliminó las formas tradicionales de publicación. No sabíamos esto, pero resultó que la publicación de manuscritos continuó por tres siglos después que se inventó la publicación de libros impresos. Creo que esto nos enseña una lección: no debemos imaginar que la revolución digital simplemente va a destruir a los viejos medios de comunicación que utilizan la impresión. De hecho, creo que esto es lo tan interesante de la situación actual, porque estamos viendo que todo el mundo de la comunicación cambia, pero que cambia integrándose lo nuevo con lo viejo.


En estos ensayos anteriores a la era de Internet, usted decía justamente que el libro y la televisión no eran tan opuestos como se creía.

Sigo con esa línea de pensamiento y la aplico al presente.


Percibo, sin embargo, un temor primitivo referido a las nuevas tecnologías en general que va más allá del tema del libro en sí. ¿Cómo lo ve usted?

La gente no es racional. Hace conclusiones rápidas. Tiende a simplificar demasiado. Estamos viviendo en un mundo en que se simplifica demasiado con relación a estos grandes cambios. A la gente le gusta dramatizar, por eso produce nociones como la de la muerte del libro.


Sin embargo, hay muchos intelectuales que comparten este miedo básico.

Quizá los intelectuales más que nadie (risas). Tal vez los intelectuales deberían estudiar más sobre la historia de los libros y así tendrían una perspectiva más amplia sobre el modo en que el cambio realmente ocurre en los sistemas de comunicación.


En varias entrevistas usted aludió al malentendido sobre la era de la información, sobre algunos mitos de la era de la información. ¿Me puede comentar algo sobre esto, en relación con lo que estábamos hablando?

Escuchaba y aún hoy escucho proclamar a mucha gente, como si fuese un anuncio que hace temblar al mundo, que “vivimos en la era de la información”Okey, así es. Pero mi respuesta es: “Toda era fue una era de la información, cada una a su manera y según los medios disponibles en ese momento. En distintos estudios que he realizado, particularmente a partir de El beso de Lamourette , quise mostrar cómo distintos medios de comunicación pudieron coexistir y operar en el pasado. Doy algunos ejemplos. Uno tiene que ver con canciones. La importancia de las canciones callejeras como una especie de diario en París del siglo XVIII. Era información, claro. La gente quería saber qué ocurría a su alrededor. Y tenían medios para comunicar ese conocimiento sobre los sucesos de actualidad. Pero los medios eran muy diferentes de los de hoy. Si tratáramos de entender exactamente cómo se desarrollaron los medios del pasado y se superpusieron y se cruzaron se renovaría nuestra comprensión general de la historia. En otras palabras, lo que impulso es la noción de una historia amplia de la comunicación, que incluya una suerte de enfoque sociológico o antropológico hacia sistemas de pensamiento de la cultura.


En varios de estos ensayos usted se muestra atento y preocupado por el vínculo entre la historia y las ideas sociales, la sociología y la antropología. ¿Qué opinión le merece hoy la relación entre la historia y las ciencias sociales?

Es una pregunta muy amplia. Cuando yo era un historiador más joven, trabajaba mucho en Francia. En ese momento, había mucho entusiasmo por lo que los franceses llamaban “Histoire des Mentalités” (Historia de las mentalidades). Eso ya no se usa más en Francia. No prendió en inglés y no sé si en español. Fue algo que creó mucho entusiasmo entre los historiadores de vanguardia y luego desapareció, especialmente en la llamada Escuela de los Anales; fue reemplazado en París por la historia antropológica. Y eso aún es fuerte. Muchos historiadores aún toman inspiración metodológica de los antropólogos. En ese sentido, debo decir que no he cambiado de opinión. Pero la antropología ha cambiado y esto se está poniendo complicado. En otras palabras, y tratando de hacerlo simple, me parece que la aplicación de los insights provenientes de la antropología, no la aplicación mecánica de alguna teoría, sino usando la riqueza conceptual de la antropología, esa clase de aplicación en la historia funciona muy bien. Pero los antropólogos han cambiado y ahora están mucho menos seguros de lo que se conoce como “la coherencia de la cultura”. La tendencia de muchos antropólogos es hoy cuestionar cómo la cultura se mantiene unida y ver cómo ellos no pueden con eso. La idea de obtener un principio organizador de la cultura como lo hicieron Victor Turner o Clifford Geerzt o Keeth Basso, los antropólogos que cito en mis ensayos, esa confianza en la naturaleza sistémica de la cultura se ha modificado y hoy muchos antropólogos abordan la cultura de un modo distinto y buscan el disenso, el desacuerdo, los puntos flojos, errados, la polémica. Somos testigos de discursos que compiten que no están integrados dentro de un sistema.


¿Y cómo pueden hacer los historiadores para buscar ayuda hoy?

No estoy seguro de tener una respuesta a esa inquietud. Me parece que nos volveremos mucho menos confiados en las generalizaciones; en mi caso, por ejemplo, sobre la cultura francesa del siglo XVIII como un todo. Creo que, por el contrario, vamos a ver maneras contrapuestas de construir el mundo por parte de distintos grupos sociales y esa clase de choque merecerá un estudio más profundo. En otras palabras, el foco no está en un sistema cultural sino en posiciones contrapuestas y diferentes sobre valores, actitudes y la naturaleza de la condición humana.

viernes, 17 de febrero de 2012

El Premio Planeta, para un libro sobre el amor en el diván de Jung

El escritor mexicano Jorge Volpi, feliz ganador de los 200 mil dólares del galardón, cuenta cómo trabajó esta historia que se basa en un caso real.

POR GUIDO CARELLI LYNCH

Con 5 palabras el escritor mexicano Jorge Volpi resume cómo hizo para ganar 7 premios internacionales y escribir 20 libros, entre novelas, ensayos y cuentos, a sus 43 años. “Soy muy curioso y disperso”, explica desde Madrid, adonde viajó para recibir el último y más jugoso de sus galardones, el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América de Narrativa 2012, dotado con 200 mil dólares. Un jurado compuesto por el escritor argentino Alberto Manguel, la uruguaya Carmen Posadas y la española Clara Sánchez eligió la novela de Volpi La tejedora de sombras entre las 454 que llegaron a la capital española desde 23 países, 93 de ellas desde la Argentina.

Volpi es mucho menos lacónico a la hora de explicar cómo encontró y trazó la historia de amor y terapia entre el jefe departamento de psicología de la Universidad de Harvard Henry Murray y su colega y amante Christiana Morgan, que narra en La tejedora..., donde Carl Jung, uno de los padres del psicoanálisis, es otro de los personajes principales. “Me topé con esta historia mientras escribía No será la tierra y terminé por solicitar a Harvard un puesto como investigador visitante para acceder a los archivos donde se encuentra toda la historia de ambos: sus cartas, sus documentos, los dibujos de Christiana y los libros que preparaban”, relata Volpi, que se pasó 18 meses en la universidad. Los dos protagonistas –explica el autor– estaban obsesionados por seguir el camino junguiano de encontrar la libertad individual y el autoconocimiento, pero además el amor. Por eso intentaron documentar su historia durante 30 años en ese borrador al que llamaban “Nuestro libro” o “La proposición”. Una parte central de la novela la ocupan las sesiones con Jung a la que ambos asistieron en Zurich. En ellas, el psicoanalista suizo aplicaba con Christiana su técnica de “imaginación activa”, que consistía en trances que buscaban visiones directas del inconsciente. “Jung lo había intentado con él mismo tras romper con Freud y eso es lo que dio lugar a su famoso Libro rojo”, se entusiasma Volpi.

En Harvard se encuentran cuadernos fantásticos con los dibujos y acuarelas “de su inconsciente” que Christiana copiaba junto al relato de sus sesiones con Jung, que la paciente transcribía simultáneamente. “Acceder a esos documentos fue como estar viendo la serie de televisión In treatment, pero con Jung”, se relame el autor, que afirma que el propio Jung le pidió los cuadernos a Christiana para estudiarlos en su “seminario de legos” en Zurich. Tanta terapia no le sirvió mucho a ella: terminó suicidándose, a los 69, en 1967.

Aunque muy documentado, el libro de Volpi no es una biografía. “La tarea del novelista implicaba sumergirme en los documentos para ver cómo sintió, vivió y padeció Christiana. La ficción está en inventar su inconsciente”, asegura el autor, que durante el proceso de escritura de la novela escribió el ensayo Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción , publicado el año pasado.

Su versatilidad para ensayo y novela, algunas distinciones, su tarea como funcionario público, su animosidad para las polémicas y sus opiniones sobre política y literatura emparientan a Volpi con Carlos Fuentes, quien ha llegado a comparar sus obras con películas de Fritz Lang. “Me convertí en escritor gracias a Fuentes, después de haber leídoTerra nostra, a los 16 años. El me honra con su amistad y es muy importante para mí en términos literarios”, señala.

Volpi –que hace un año renunció a la gerencia de un canal de televisión cultural que sólo le permitía escribir 2 horas al día– dice que su rutina de trabajo depende de la vida que lleve. Ahora le esperan presentaciones varios de los 19 países –entre ellos, el nuestro– donde La tejedora se publicará entre marzo y abril. No le molestará resignar algunas de las 8 horas que ahora dedica a la escritura. “Aunque los escritores lo negamos, tener el mayor número de lectores es uno de nuestros objetivos. Eso es lo que más me gusta de este premio”.

La carrera por las nuevas tecnologías

En La tercera revolución industrial, el sociólogo y economista Jeremy Rifkin propone, como salida a la dependencia del petróleo, reemplazar la producción centralizada de energía por otra basada en fuentes alternativas

Por Ana María Vara | Para LA NACION


La palabra "revolución" es una de las más evocativas de la política, la sociología, la historia, el periodismo. Es poderosa, sobre todo, porque apunta a un cambio de época. No sorprende, entonces, su inclusión en el título del último trabajo de Jeremy Rifkin, activista devenido consultor, profesor de la exclusiva Wharton School de la Universidad de Pensilvania, cuyas obras han golpeado repetidamente en la cuerda de las transformaciones grandiosas. En su veintena de libros, todos dedicados a cuestiones de actualidad, Rifkin ha anunciado desde "el fin de la cultura del ganado" hasta "el fin del trabajo", pasando por el advenimiento del "nuevo mundo" de la biotecnología, la "nueva conciencia" de la biosfera y la "nueva visión" de la entropía.

En algún sentido, La tercera revolución industrial. Cómo el poder lateral está transformando la energía, la economía y el mundo representa la síntesis de sus ideas más recientes. Finalmente, Rifkin tiene un programa. Y está decidido a ponerlo en movimiento, entrevistándose con cuanto mandatario o empresario tenga algún interés en escucharlo. Ante la convergencia de dos tendencias que nos obligan a dejar atrás la dependencia de los combustibles fósiles -la crisis provocada por el cambio climático y el paulatino agotamiento del petróleo-, Rifkin propone reemplazar la producción centralizada de energía por una distribuida y colaborativa, basada en fuentes alternativas.

Su propuesta es concreta y se apoya en cinco pilares. El primero es el principio general: abandonar el actual régimen energético basado en el petróleo, el carbón y el gas, centralizado, por uno fundado en energías renovables, abierto. El segundo ya es mucho más específico y apunta a la cuestión de la producción: reconfigurar casas y edificios para convertirlos en minicentrales, que generen electricidad a partir de fuentes renovables, sobre todo solar.

El tercer pilar tiene que ver con la acumulación: dado que las energías renovables no responden a las necesidades sino al estado del tiempo u otros factores variables, este cambio se acompañaría con el desarrollo de tecnologías de almacenamiento de energía, como las basadas en el hidrógeno, para poder conservar la electricidad y usarla cuando se la requiera. El cuarto aspecto es la forma de distribución. Rifkin sugiere apoyarse en Internet para transformar la red eléctrica, de modo que pase de ser un esquema centralizado a uno horizontal, donde productores y consumidores se alternan: cada casa podría enviar al sistema sus excedentes y tomar de la red la energía necesaria en momentos de producción insuficiente.

El último punto resulta complementario de los anteriores, al ocuparse del transporte, el otro gran sistema consumidor de petróleo: el norteamericano apuesta a transformar el parque automotor en uno eléctrico.

Cada uno de los pilares tiene sus dificultades técnicas, que Rifkin no analiza. Sí le dedica espacio a la cuestión de los costos y las formas organizativas. Aquí entra lo de la "revolución industrial" del título: para Rifkin, una transformación de este tipo ocurre cuando convergen una nueva tecnología de comunicación con una nueva tecnología energética.

La primera revolución fue el resultado de la combinación de la imprenta con la máquina de vapor, a pesar de que entre una y otra hayan transcurrido tres siglos. La segunda revolución se produjo en las primeras décadas del siglo XX, y deriva de la convergencia de los medios eléctricos -telégrafo, cine, radio- con el motor de combustión interna. Un subproducto de esta era de la producción en masa fue el automóvil, con el popular Ford T a la cabeza, que aceleró la búsqueda de petróleo y convirtió a Estados Unidos en el principal productor de crudo del mundo.

Estamos ahora ante la tercera revolución, derivada de la confluencia de Internet con las energías renovables. Su visión es clara: "En el siglo XXI, cientos de millones de seres humanos se generarán su propia energía verde en sus hogares, sus despachos y sus fábricas, y la compartirán entre sí a través de redes inteligentes, del mismo modo que ahora crean su propia información y la comparten por Internet".

Si la Web provee el modelo para compartir energía, también le sirve a Rifkin como metáfora de la posible velocidad de crecimiento que alcanzarían las transformaciones: "Actualmente, las instalaciones solares y eólicas duplican su número cada dos años y parecen destinadas a seguir durante las próximas dos décadas la misma trayectoria que los ordenadores personales y el uso de Internet en su momento".

Decíamos que La tercera revolución representa la puesta en marcha de un proyecto esbozado en obras previas. Así, en La economía del hidrógeno , publicado en 2002, Rifkin explicaba las ventajas de las nuevas tecnologías energéticas, y en La civilización empática , de 2010, argumentaba que es la generosidad y no el egoísmo el sentimiento que guía las acciones humanas: dos facetas clave de su propuesta. Un tercer aspecto importante, la cuestión territorial, estaba esbozado en un libro de 2004: El sueño europeo. Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano .

Rifkin no pone a su país a la cabeza de los cambios. No cree en Barack Obama: dice que "le falta un relato" que dé sentido al sinfín de iniciativas diferentes que encara su gobierno; lo acusa de haberse transformado en "la caricatura misma del tecnócrata de Washington". Los presidentes y primeros ministros con los que dialoga están del otro lado del Atlántico: Jacques Chirac, Angela Merkel, José Luis Rodríguez Zapatero, el príncipe Alberto de Mónaco.

El listado es curioso: dos mandatarios ya fueron eclipsados, un tercero es irrelevante en términos de peso político en su país. Entre esas naciones, una -Francia- ha apostado fuertemente a la energía nuclear, tecnología que es incompatible con el modelo distribuido y de la que Rifkin abjura, aunque representa una opción compatible con la preocupación por el cambio climático. De manera todavía más insólita, en su mapa no aparece China, la segunda economía del mundo.

Por otra parte, en su optimista visión de la web, Rifkin se olvida de comentar que su arquitectura horizontal no ha impedido que unas pocas transnacionales concentren las cuentas de correo electrónico, los buscadores, las redes sociales, los sitios para subir videos. ¿Cómo podría evitarse que ocurra lo mismo con sus redes eléctricas?

Una última omisión es la cuestión de los recursos naturales. Las nuevas tecnologías requieren minerales -tierras raras, litio- que, como el petróleo, no están en todos los continentes y cuya minería puede tener impacto social y ambiental. El noroeste de la Argentina, por ejemplo, es rico en litio pero su extracción puede afectar las aguas subterráneas y desplazar a poblaciones indígenas.

La cara oculta de la visión de Rifkin son los países en desarrollo, que otra vez podrían quedar en posición de vender naturaleza a cambio de tecnología. Básicamente, su propuesta es parte de una carrera por determinar quiénes -qué países, qué sectores industriales, qué empresas- se quedan con el negocio de la reconversión energética que demandan los tiempos. El sociólogo y economista norteamericano ya hizo su apuesta, pero no es el único jugador

viernes, 10 de febrero de 2012

Doce libros para leer o para releer

Sugerencias literarias para tener en cuenta en lo que resta del verano
Por Luis Gregorich | Para LA NACION

Febrero y marzo son meses especiales. Muchos han vuelto ya de las vacaciones. Otros las tomarán próximamente; entre ellos, se dice, los psicoanalistas y los jubilados. Otros se quedan en casa. Es la mitad final del verano: tiempo de descuento, segunda vuelta. El optimismo estival se hace menos estentóreo, más exigente.

Por eso, al sugerir lecturas o relecturas en febrero y marzo, vamos a desechar las caudalosas novelas policiales en boga, y las exitosas investigaciones político-biográficas. Para qué recomendarlas: se venden solas. En cuanto a géneros, nos vamos a limitar al cuento, a la novela no demasiado larga y al libro de viajes.

¿Qué les pedimos a esta docena de títulos (algunos muy recientes, otros con más de un siglo de edad) que nos atrevemos a ofrecer? Que estén bien escritos. Que su forma de usar el lenguaje nos brinde placer. Que disfrutar de la felicidad de sus tramas y la verdad de sus personajes nos haga mejores. Quizá sea mucho pedir, pero creo que la literatura tiene ese poder.

Damos a los autores por orden alfabético. La casualidad quiso que el primero y la última fuesen argentinos. No son los únicos. No citamos los datos comerciales. En cualquier buena librería, o por Internet, se consiguen.

1. El país imaginado , de Eduardo Berti (n. 1964).

No siempre los ganadores de concursos de importantes casas editoras terminan decepcionando a sus lectores. La novela del argentino (residente en España) Berti consigue el pequeño milagro de hacer disfrutable y verosímil una historia que transcurre en la China tradicional y ritualista de la década de 1930. Están cuestionados, a la vez, el documentalismo y la invención pura. El lector se rinde ante el personaje central -una adolescente- y la historia de amor que protagoniza. Hay fantasmas, ventas de novias y casamientos con muertos. La ficción manda.

2. Estrella distante , de Roberto Bolaño (1953-2003)

Novela corta, quizá la obra más perfecta, aunque no la más ambiciosa, de uno de los creadores emblemáticos de la nueva narrativa hispanoamericana. Tras el golpe contra Allende, Bolaño, joven militante, partió al exilio y vivió sucesivamente en México y España. En Estrella distante ensambla con maestría, sobre el fondo del mundillo literario (obsesivo en su producción), los temas de la doble identidad, la traición y la justicia. Carlos Wieder, aviador, poeta que escribe entre las nubes y asesino pinochetista, no puede eludir la determinación de su destino.

3. Ladrón de caballos y otros cuentos , de Erskine Caldwell (1903-1987)

Hay que volver a los maestros. Y los cuentos de Caldwell, norteamericano del sur, son una extraordinaria muestra del género, en la que se dosifican sabiamente el humor negro, la ironía y la denuncia de duras condiciones sociales. Caldwell también escribió novelas, la más conocida de las cuales es El camino del tabaco . La selección de cuentos incluida en Ladrón de caballos (y cualquier otra buena antología del autor) presenta a sus personajes típicos: los granjeros blancos pobres, los (teóricamente) liberados trabajadores negros.

4. Las hortensias y otros relatos , de Felisberto Hernández (1902-1964).

Las enciclopedias lo definen como "cuentista y músico uruguayo". Representó, superlativamente, las tres condiciones, y terminó reuniéndolas como escritor. Trabajó como pianista itinerante. Se casó seis veces. Su escritura, liviana y a la vez expresiva, descubre los escenarios de un fantástico cotidiano. Podría calificárselo como la contracara de su contemporáneo Borges, pero en realidad resiste cualquier esquematismo. Dijo que tenía "como un proceso de amistad con las palabras", y que "quedaba contento cuando aparecían juntas? las que nunca lo habían estado".

5. Aguafuertes norteamericanas , de O. Henry (William Sydney Porter, 1862-1910).

Muy populares a principios del siglo XX, algo desvalorizados más tarde, los cuentos urbanos de O. Henry (seudónimo derivado del llamado a un gato: "Oh! Henry") han vuelto a ser apreciados por su magistral construcción y la inteligencia y sorpresa de sus desenlaces. El escritor tuvo una existencia tormentosa, que incluyó episodios de alcoholismo, un desfalco a un banco y varios años de prisión. Recomendamos, entre las varias buenas antologías que hay en español, la selección de cuentos de las Aguafuertes , por la excelente traducción del inglés de Virginia Erhart.

6. La palabra del mudo , de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994).

Debido a desconocimientos mutuos y aduanas interiores típicas de Iberoamérica, escritores como Ribeyro son poco leídos fuera de su país (en este caso, el Perú), más allá de las Facultades de Letras. Y merecerían serlo mucho más. Se trata de uno de los mejores cuentistas del continente, que con una escritura despojada, y el uso de un realismo personal (que no es ni mágico ni fotográfico), presenta personajes y situaciones que documentan el pasaje del Perú tradicional al Perú moderno. Ribeyro vivió muchos años fuera de su patria, en especial en Francia.

7. La revolución es un sueño eterno , de Andrés Rivera (Marcos Ribak, n. 1928).

El primer período de la obra narrativa de Rivera, definido por la novela El precio , se caracteriza por una directa veta realista y de denuncia. A partir del tomo de relatos Ajuste de cuentas su estilo se hace más escueto y expresivo, y la nueva línea culmina en La revolución? , uno de los mayores logros de la novelística argentina de las últimas décadas. Con un tono filoso, rico en significaciones, Rivera narra la aventura vital y política de Juan José Castelli, el gran orador de la Revolución de Mayo, que paradójicamente muere de un cáncer de lengua.

8. Nadie nada nunca , de Juan José Saer (1937-2005).

Con una prosa bella y minuciosa, Saer construyó una memorable saga acerca del Paraná santafecino, en la que una obsesiva iluminación de la naturaleza recorta, también, la camaradería de un grupo de jóvenes. Algunos de ellos terminarán en el exilio francés; otros tendrán un final trágico. En Nadie nada nunca una sorda amenaza empieza a nublar el paisaje; para anunciarlo, el estilo objetivista se impone al eventual sentimentalismo. Están ahí los personajes de Saer, que entran y salen de sus libros: Tomatis, el Ladeado, el Gato Garay (que será un desaparecido más).

9. Animales y más que animales , de Saki (Hector Hugh Munro, 1870-1916).

Nació en Birmania, donde su padre, escocés de cuna, era inspector de la policía colonial. Perdió de chico a su madre, y recibió una severa educación de tías y otros parientes. Practicó diversos géneros, pero sobresalió en el cuento, del que es considerado uno de los maestros modernos. Se cree que su seudónimo deriva del farsí, de un personaje de los Rubaiat de Omar Jaiam. Borges celebró su pudor y falta de énfasis, que sin embargo no le impedían cultivar el humor negro y sugerir el horror. Hay también otras buenas selecciones de sus cuentos en español.

10. El fin de semana , de Bernhard Schlink (n. 1944).

Nos hemos cansado de recomendar otros dos libros de este escritor y juez alemán: El lector , éxito mundial (seguido por una película no tan feliz), y los magníficos cuentos de Amores en fuga . Ahora, su última novela elige una escena que reformula la memoria colectiva: se trata de un encuentro que sus allegados y amigos le organizan a un ex jefe guerrillero, con varios asesinatos sobre sus espaldas, y recién indultado, después de una larga cárcel, por el jefe de Estado alemán. Hay solidaridad, reproches, análisis cruzados del presente y del futuro. ¿Cómo lo haríamos nosotros? Vale la pena leerla.

11. El tiempo envejece deprisa , de Antonio Tabucchi (n. 1943).

Entre los muchos buenos libros de este escritor italiano disponibles en el mercado, vamos a optar por el último, un tomo de cuentos que replantea dramáticamente las quiebras de la identidad y el cosmopolitismo europeos. No, Europa ya no es lo que era. Basta asomarse a sus bordes heridos, a las guerras interétnicas, al acoso de los desposeídos, a los fracasos de la economía. Ese es el trasfondo de los cuentos de Tabucchi, escritos con la maestría de siempre. En uno de ellos, "Nubes", asistimos a un estremecedor diálogo en la playa, entre una niña adoptada y un militar enfermo.

12. Viajera crónica , de Hebe Uhart (n. 1936).

Para el firmante de estas líneas, Hebe Uhart es la mejor escritora argentina viva (sin distinción de sexo). Su amor por las palabras, su finísimo oído, su humor educado y a la vez irreverente, le otorgan una voz original, firmemente propia. Estas virtudes podrán encontrarse también en su obra más reciente, un libro de viajes típicamente "uhartiano", sin mayores concesiones a la ortodoxia del género. Así, de las orillas del Paraná a una visita a Paysandú, de Córdoba a Asunción o a Arequipa, de Rosario de la Frontera a Nápoles, siempre la sorpresa, el descubrimiento verbal, la humanización de los datos.

Advierto que, en mi lista para febrero y marzo, he mezclado clásicos con algunos que aspiran a serlo y con libros nuevos. Pero, ¿por qué no confiar en que todos los que no lo son, algún día, se convertirán en clásicos?