lunes, 24 de octubre de 2011

Vida de artista- Anthony Browne

Por Graciela Melgarejo | LA NACION

Para alguien que a los cuatro años imaginaba su futuro "en un ring de box más que en un estudio" y que después, en la primera adolescencia, creyó que iba a ser rugbier, hay que reconocer que se equivocó de lado a lado. Porque Anthony Browne llevaba el dibujo y la creación de historias en la sangre. Esto no es una metáfora: hijo de un padre que fue profesor de arte y caricaturista, pero también soldado, boxeador y hasta actor amateur , el arte iba a ser el único camino posible para este joven inglés siempre atraído por la "vulnerabilidad" de las personas y de las cosas.

Browne, que tiene ya más de 40 libros infantiles publicados, como autor e ilustrador, y numerosos premios ganados (entre ellos, el Christian Andersen, en 2000), en Jugar el juego de las formas -título que recrea el de otro libro suyo, El juego de las formas , de 2004- acomete, esta vez, un género distinto: la autobiografía. Cuenta para su empresa con un asistente excepcional, su hijo Joe, que fue tomando notas y apuntes de la vida de su padre en largas y agradables tardes de charlas y dibujos.

Como en sus obras para chicos, esta narración de hechos ciertos tiene, por supuesto, esos mismos lugares escondidos que Browne va creando para sus textos y sus acuarelas, en busca de atraer la atención de sus pequeños lectores y divertirlos y hasta preocuparlos. El libro se escribe, sobre todo, para compartir su "apasionada convicción en la fuerza del arte para enriquecer nuestras vidas", pero es también la descripción de cómo alguien aparentemente común va a encontrar en el arte su salvación. Siempre con imágenes y textos, y "piernas que esconden piratas", porque "para una niña o niño, un par de piernas guardan infinidad de posibilidades; los calcetines y los zapatos son sólo un punto de partida de menor interés".

Seguir la vida de Browne, sus pormenorizadas descripciones, es tarea fácil porque, a partir de una narración muy sencilla, el autor cuenta un cuento para niños con final abierto. En este largo cuento infantil hay, obviamente, una familia omnipresente: papá (el gran héroe e inspirador de sus personajes más importantes: los gorilas y el tímido y soñador chimpancé Willy), mamá ("nuestra Doris") y un hermano, Michael. También, las primeras lecturas (ese "embriagante cóctel de reinas asesinas, orugas parlantes y sombrereros locos" de Alicia en el País de las Maravillas y las ilustraciones de John Tenniel), los primeros trabajos (diseñador gráfico frustrado, ilustrador médico y de postales), los grandes maestros: Francis Bacon y los surrealistas, y toda la historia del arte plástico, y la forma ideal: el libro-álbum. Del relato minucioso de sus experiencias va brotando también la reflexión sobre un campo tan específico como el de la ilustración y la narración para chicos, uno de los aportes fundamentales de esta intensa y magníficamente ilustrada autobiografía: el valor del arte para los niños, "tantas veces subestimados" en su capacidad de comprensión.

En este libro se descubre a la persona detrás del gran artista y, como dice Borges, "el hombre era parecido a la voz".

JUGAR EL JUEGO DE LAS FORMAS
Por Anthony y Joe Browne
FCE

Adelanto Steve Jobs: el visionario

LNR presenta en exclusiva tres capítulos de la biografía definitiva del creador de Apple, que Random House Mondadori lanzará esta semana
El principio de todo. Jobs, en 1984, apoyado sobre el primer Mac; es la imagen de la contraportada del libro que se publica en todo el mundo tres semanas después de su muerte.

UNA PERSONALIDAD INQUIETANTE

La personalidad de Jobs se veía reflejada en los productos que creaba. En el núcleo mismo de la filosofía de Apple, desde el primer Macintosh de 1984 hasta el iPad, una generación después, se encontraba la integración completa del hardware y el software, y lo mismo ocurría con el propio Steve Jobs: su personalidad, sus pasiones, su perfeccionismo, sus demonios y deseos, su arte, su difícil carácter y su obsesión por el control se entrelazaban con su visión para los negocios y con los innovadores productos que surgían de ellos.

La teoría del campo unificado que une la personalidad de Jobs y sus productos comienza con su rasgo más destacado: su intensidad. Sus silencios podían resultar tan virulentos como sus diatribas. Había aprendido por su cuenta a mirar fijamente sin pestañear. En ocasiones esta intensidad resultaba encantadora, en un sentido algo obsesivo, como cuando explicaba la profundidad de la música de Bob Dylan o por qué el producto que estuviera presentando en ese momento era lo más impresionante que Apple había creado nunca. En otras ocasiones podía resultar terrorífico, como cuando despotricaba acerca de cómo Google o Microsoft habían copiado a Apple.

Esta intensidad daba pie a una visión binaria del mundo. Sus compañeros se referían a ella como la dicotomía entre héroes y capullos. Podías ser una cosa o la otra, y a veces ambas a lo largo de un mismo día. Otro tanto ocurría con los productos, con las ideas e incluso con la comida. Un plato podía ser «lo mejor que he probado nunca» o bien una bazofia asquerosa e incomestible. Como resultado, cualquier atisbo de imperfección podía dar paso a una invectiva. El acabado de una pieza metálica, la curva de la cabeza de un tornillo, el tono de azul de una caja, la navegación intuitiva por una pantalla: de todos ellos solía afirmar que eran completamente horribles hasta el momento en que, de pronto, decidía que eran absolutamente perfectos. Se veía a sí mismo como un artista y lo era, y manifestaba el temperamento propio de uno.

Su búsqueda de la perfección lo llevó a su obsesión por que Apple mantuviera un control integral de todos y cada uno de los productos que creaba. Le daban escalofríos, o cosas peores, cuando veía el gran software de Apple funcionando en el chapucero hardware de otra marca, y también era alérgico a la idea del contenido o las aplicaciones no autorizadas que pudieran contaminar la perfección de un aparato de Apple. Esta capacidad para integrar el hardware, el software y el contenido en un único sistema unificado le permitía imponer la sencillez. El astrónomo Johannes Kepler afirmó que «la naturaleza adora la sencillez y la unidad». Lo mismo le ocurría a Steve Jobs.

Este instinto por los sistemas integrados lo situaba sin reparos en un extremo de la división más fundamental del mundo digital: los sistemas abiertos contra los cerrados. Los valores de los hackers que se impartían en el Homebrew Computer Club favorecían los sistemas abiertos, en los que el control centralizado era escaso y la gente tenía libertad para modificar el hardware y el software, compartir los códigos de programación, escribir mediante estándares abiertos, rechazar los sistemas de marca registrada y crear contenidos y aplicaciones compatibles con una gran variedad de dispositivos y sistemas operativos. El joven Wozniak se enmarcaba en ese campo; el Apple II que diseñó se podía abrir con facilidad y contaba con un montón de ranuras y puertos en los que los usuarios podían conectar tantos periféricos como quisieran. Con el Macintosh, Jobs se convirtió en uno de los padres fundadores de la concepción contraria. El Macintosh era como un electrodoméstico, con el hardware y el software estrechamente interrelacionados y cerrados ante las posibles modificaciones. El código de los hackers se sacrificaba para crear una experiencia de usuario integrada y sencilla.

Todo ello empujó a Jobs a decidir que el sistema operativo del Macintosh no estaría a disposición del hardware de ninguna otra compañía. Microsoft planteó la estrategia opuesta, permitiendo que su sistema operativo, Windows, se licenciara con promiscuidad. Aquello no daba lugar a los ordenadores más elegantes del mundo, pero sí hizo que Microsoft dominara el mundo de los sistemas operativos. Después de que la cuota de mercado de Apple se redujese a menos del 5%, la táctica de Microsoft quedó declarada como la vencedora en el campo de los ordenadores personales.

A largo plazo, no obstante, el modelo de Jobs demostró que ofrecía ciertas ventajas. Incluso con una cuota de mercado menor, Apple fue capaz de mantener un enorme margen de beneficios mientras otros fabricantes de ordenadores se convertían en productores de bienes genéricos de consumo. En 2010, por ejemplo, Apple sólo contaba con el 7% de los beneficios del mercado de los ordenadores personales, pero se hizo con el 35% del beneficio neto.

Lo que resulta más significativo aún es que, a principios de la década de 2000, la insistencia de Jobs en conseguir una integración completa le ofreció a Apple la ventaja a la hora de desarrollar una estrategia de centro digital, que permitía que el ordenador de sobremesa se conectara a la perfección con diferentes dispositivos móviles. El iPod, por ejemplo, formaba parte de un sistema cerrado y firmemente integrado. Para utilizarlo, debías emplear el software iTunes de Apple y descargar el contenido de su tienda iTunes. El resultado fue que el iPod, al igual que el iPhone y el iPad que vinieron tras él, eran una elegante maravilla en comparación con los deslavazados productos de la competencia, que no ofrecían una experiencia integral completa.

La estrategia dio resultado. En mayo de 2000, el valor de mercado de Apple era veinte veces menor que el de Microsoft. En mayo de 2010, Apple superaba a Microsoft como la compañía tecnológica más valiosa, y en septiembre de 2011 su valor se encontraba un 70% por encima del de Microsoft. En agosto se había convertido en la compañía más valiosa del mundo.

Para entonces, la batalla había comenzado de nuevo en el mundo de los dispositivos móviles. Google adoptó la postura más abierta y dispuso que su sistema operativo Android estuviera al alcance de cualquier fabricante de tabletas o teléfonos móviles. En 2011, su cuota en el mercado de los teléfonos móviles igualaba a la de Apple. La desventaja del carácter abierto del Android era la fragmentación resultante. Varios fabricantes de móviles y tabletas modificaron el Android para crear decenas de variedades y sabores, lo que dificultaba que las aplicaciones pudieran mantener su consistencia o aprovechar al máximo sus características. Ambos enfoques tenían sus propios méritos. Algunas personas querían tener la libertad de utilizar sistemas más abiertos y contar con una mayor variedad de opciones de hardware; otras preferían sin dudarlo la firme integración y el control de Apple, que daban como resultado productos con interfaces más simples, una mayor vida útil de las baterías, una mayor facilidad de uso y una gestión de los contenidos más sencilla.

La desventaja de la postura de Jobs era que su deseo de maravillar al usuario lo llevaba a resistirse a concederle ningún poder. Entre los defensores más reflexivos de los entornos abiertos se encuentra Jonathan Zittrain, de Harvard. Su libro El futuro de internet y cómo detenerlo comienza con una escena en la que Jobs presenta el iPhone y alerta acerca de las consecuencias de sustituir los ordenadores personales por dispositivos estériles encadenados a una red de control. Cory Doctorow realiza una defensa aún más ferviente en el manifiesto que escribió, titulado Por qué no voy a comprarme un iPad, para Boing Boing. "El diseño demuestra una gran reflexión e inteligencia, pero también se aprecia un desprecio palpable por el usuario -escribió-. Comprarles un iPad a tus hijos no es la forma de fomentar la idea de que el mundo es suyo para que lo desmonten y lo vuelvan a construir; es una forma de decirle a tu prole que incluso el cambio de baterías es algo que deberías dejarles a los profesionales."

Para Jobs, su creencia en el planteamiento integrado era una cuestión de rectitud moral. "No hacemos estas cosas porque seamos unos obsesos del control -explicó-. Las hacemos porque queremos crear grandes productos, porque nos preocupamos por el usuario y porque queremos responsabilizarnos de toda su experiencia en lugar de producir la basura que crean otros fabricantes." También creía que estaba prestándole un servicio al público: "Ellos están ocupados haciendo lo que mejor se les da, y quieren que nosotros hagamos lo que mejor se nos da. Sus vidas están llenas de compromisos, y tienen cosas mejores que hacer que pensar en cómo integrar sus ordenadores y sus dispositivos electrónicos."

Esta postura iba en ocasiones en contra de los intereses comerciales a corto plazo de Apple. Sin embargo, en un mundo lleno de dispositivos chapuceros, de software inconexo, de inescrutables mensajes de error y de molestas interfaces, el enfoque integrado daba como resultado productos impresionantes marcados por una cautivadora experiencia del usuario. Utilizar un producto de Apple podía resultar tan sublime como pasear por uno de los jardines zen de Kioto, que Jobs adoraba, y ninguna de esas experiencias tenía lugar al postrarse ante el altar de los sistemas abiertos o al permitir que florezcan un millar de flores. En ocasiones resulta agradable quedar en manos de un obseso del control.

Jobs atribuía su capacidad para concentrarse y su amor por la sencillez a su formación zen, que había afinado su sentido de la intuición, le había enseñado a filtrar cualquier elemento que resultase innecesario o que lo distrajese, y había alimentado en él una estética basada en el minimalismo.

Desgraciadamente, su formación zen nunca despertó en él una calma o serenidad interior propias de esta filosofía, y eso también forma parte de su legado. A menudo se mostraba muy tenso e impaciente, rasgos que no se esforzaba por ocultar. La mayoría de las personas cuentan con un regulador entre el cerebro y la boca que modula los sentimientos más bruscos y los impulsos más hirientes. Eso no ocurría en el caso de Jobs. El tenía a gala el ser brutalmente sincero. "Mi trabajo consiste en señalar cuándo algo es un asco en lugar de tratar de edulcorarlo", afirmó. Eso lo convertía en una persona carismática e inspiradora, pero en ocasiones también, por usar el término técnico, en un gilipollas.

Andy Hertzfeld me dijo una vez: "La pregunta que me encantaría que respondiera Steve es: ¿Por qué eres tan cruel algunas veces?" Incluso los miembros de su familia se preguntaban si sencillamente carecía del filtro que evita que la gente dé rienda suelta a sus pensamientos más hirientes o si hacía caso omiso de él de forma consciente. Jobs aseguraba que la respuesta era la primera opción. «Yo soy así, y no puedes pedirme que sea alguien que no soy», respondió cuando le planteé la pregunta. Sin embargo, creo que sí podría haberse controlado algo más si hubiera querido. Cuando hería a otras personas, no se debía a que careciera de sensibilidad emocional. Al contrario: podía evaluar a las personas, comprender sus pensamientos internos y saber cómo conectar con ellas, cautivarlas o herirlas según su voluntad.

Este rasgo desagradable de su personalidad no era en realidad necesario. Lo entorpecía más de lo que lo ayudaba. Sin embargo, en ocasiones sí que servía para un fin concreto. Los líderes educados y corteses que se preocupan por no molestar a los demás resultan por lo general menos eficaces a la hora de forzar un cambio. Decenas de los compañeros de trabajo que más ataques recibieron de Jobs acababan su letanía de historias de terror afirmando lo siguiente: había conseguido que hicieran cosas que nunca creyeron posibles.

La historia de Steve Jobs es un claro ejemplo del mito de la creación de Silicon Valley: el comienzo de una compañía en el proverbial garaje y su transformación en la empresa más valiosa del mundo. Jobs no inventó muchas cosas de la nada, pero era un maestro a la hora de combinar las ideas, el arte y la tecnología de formas que inventaban el futuro. Diseñó el Mac tras valorar el poder de las interfaces gráficas de una forma que Xerox había sido incapaz de hacer, y creó el iPod tras apreciar la maravilla que suponía contar con mil canciones en el bolsillo con una eficacia que Sony (que contaba con todos los elementos y la capacidad para ello) nunca pudo alcanzar. Algunos líderes fomentan la innovación al considerar una perspectiva más general. Otros lo logran mediante el dominio de los detalles. Jobs hizo ambas cosas de forma implacable. Como resultado revolucionó seis industrias: ordenadores personales, películas de animación, música, teléfonos, tablets, y edición digital.

¿Era Jobs inteligente? No, no de una manera excepcional. Y, sin embargo, era un genio. Conseguía saltos imaginativos instintivos, inesperados y en ocasiones mágicos. Constituía sin duda un ejemplo de lo que el matemático Mark Kac llamaba un «genio matemático», alguien cuyas ideas salen de la nada y requieren más intuición que una mera potencia de procesamiento mental. Como si fuera un explorador, podía absorber la información, percibir el cambio del viento e intuir qué iba a encontrar en su camino.

Así pues, Steve Jobs se convirtió en el ejecutivo empresarial de nuestra era con más posibilidades de ser recordado dentro de un siglo. La historia lo consagrará en su panteón justo al lado de Edison y Ford. Consiguió, más que nadie en su época, crear productos completamente innovadores que combinaban el poder de la poesía y los procesadores. Con una ferocidad que podía hacer que trabajar con él fuera tan perturbador como inspirador, también construyó la compañía más creativa del mundo. Además, fue capaz de grabar en su ADN la sensibilidad por el diseño, el perfeccionismo y la imaginación que probablemente la lleven a ser, incluso dentro de varias décadas, la compañía que mejor se desenvuelva en la intersección entre el arte y la tecnología.

ALMAS GEMELAS

Cuando Jobs reunió a sus principales ejecutivos para darles una charla de ánimo justo después de convertirse en el consejero delegado en funciones en septiembre de 1997, entre el público se encontraba un británico de treinta años, sensible y apasionado, que dirigía el equipo de diseño de la compañía. Jonathan Ive -conocido por todos como Jony- estaba planeando dejar su trabajo. Estaba harto del enfoque de la empresa, centrado en la maximización de los beneficios en lugar de en el diseño de los productos. El discurso de Jobs le hizo reconsiderar su postura. "Recuerdo muy claramente cómo Steve anunció que nuestra meta no era simplemente ganar dinero sino también crear grandes productos -recordaba-. Las decisiones que se toman de acuerdo con esta filosofía son radicalmente diferentes de las que se habían estado adoptando en Apple". Ive y Jobs pronto forjaron una relación que llevaría a la mayor colaboración de su época en el campo del diseño industrial.

(...) En Ive, Jobs conoció a su alma gemela en la búsqueda de una sencillez auténtica y no superficial. Ive, sentado en su estudio de diseño, describió en una ocasión su filosofía.

"¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Porque con los productos físicos tenemos que sentir que podemos dominarlos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez no es simplemente un estilo visual. No es sólo el minimalismo o la ausencia de desorden. Es un concepto que requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para conseguir una auténtica simplicidad, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para que algo no lleve tornillos, a lo mejor necesitas un producto muy enrevesado y complejo. La mejor forma de enfrentarse a ello es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencia de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que no son esenciales."

Aquél era el principio fundamental que compartían Ive y Jobs. El diseño no era simplemente el aspecto superficial de un producto; tenía que reflejar la esencia del producto. "En el vocabulario de la mayoría de la gente, diseño significa -declaró Jobs a Fortune poco después de recuperar el mando de Apple-, pero para mí no podría haber un concepto más alejado del significado del diseño. El diseño es el alma fundamental de una creación humana que acaba por manifestarse en las sucesivas capas exteriores."

(...) La conexión entre el diseño de un producto, su esencia y su producción quedó de manifiesto para Jobs e Ive cuando se encontraban viajando por Francia y entraron en una tienda de electrodomésticos de cocina. Ive cogió un cuchillo que le gustaba, pero después lo volvió a dejar en su sitio, desilusionado. Jobs hizo lo mismo. «Los dos advertimos una pizca de pegamento entre el mango y la hoja», recordaba Ive. Hablaron acerca de cómo el buen diseño del cuchillo había quedado arruinado por la forma en que se había fabricado (...).

LAS VOCES CANTANTES

Bono, el cantante de U2, estaba convencido de que su banda dublinesa seguía siendo la mejor del mundo, pero en 2004, después de casi treinta años juntos, estaba tratando de darle un nuevo ímpetu a su imagen. Habían creado un disco nuevo increíble con una canción que, según The Edge, el guitarrista principal de la banda, era la madre de todas las melodías del rock. Bono sabía que necesitaba encontrar la forma para tener algo de tirón, así que llamó a Jobs.

"Quería algo muy concreto de Apple -recordaba Bono-. Teníamos una canción titulada Vertigo que contaba con un potente riff de guitarra que yo sabía que sería contagioso, pero sólo si la gente llegaba a escucharla muchas, muchas veces". Le preocupaba que el tiempo de promocionar canciones mediante repeticiones radiofónicas hubiera terminado, así que fue a visitar a Jobs a su casa de Palo Alto y le presentó una propuesta poco común. Durante años, U2 había rechazado ofertas de hasta 23 millones de dólares por aparecer en anuncios. Ahora quería que Jobs los sacara en un anuncio del iPod sin cobrar nada, o como parte de un intercambio que los beneficiara a ambos. "Nunca habían hecho un anuncio -recordaba Jobs después-, pero se veían atacados por las descargas gratuitas, les gustaba lo que estábamos haciendo con iTunes y pensaron que podíamos promocionarlos ante un público más joven."

Bono no sólo quería que apareciera la canción en el anuncio, sino todo el grupo. Cualquier otro consejero delegado habría dado lo que fuera con tal de tener a U2 en un anuncio, pero Jobs se resistió un poco. Apple no incluía a personajes reconocibles en los anuncios del iPod, sólo siluetas. "Ya tienes siluetas de los fans -replicó Bono-, ¿que tal si la siguiente fase fueran las siluetas de los artistas?" Jobs respondió que pensaría en ello. Bono le dejó una copia del disco que todavía no había salido, How to Dismantle an Atomic Bomb, para que Jobs lo escuchara. "Era la única persona ajena al grupo que tenía uno", afirmó Bono.

Entonces se sucedieron una serie de reuniones. Jobs fue a hablar con Jimmy Iovine (cuyo sello discográfico, Interscope Records, distribuía la música de U2) a su casa de Holmby Hills, en Los Angeles. The Edge estaba allí, junto con el representante de U2, Paul McGuinness. Otra de las reuniones se celebró en la cocina de Jobs, donde McGuinness redactó los términos del acuerdo en la parte de atrás de su agenda. U2 aparecería en el anuncio y Apple haría una gran promoción del disco a través de diferentes canales, desde carteles publicitarios hasta la página Web de iTunes. El grupo no cobraría honorarios, pero sí el porcentaje de sus derechos de autor por la venta de una edición especial del iPod con la imagen de U2. Bono creía que los músicos deberían recibir un tanto por ciento por cada iPod vendido, y aquel era su pequeño intento de defender este principio, aunque limitado, para su grupo. "Bono y yo le pedimos a Steve que preparara un iPod negro -recordaba Iovine-. No sólo estábamos hablando de patrocinio, estábamos firmando un acuerdo para unir nuestras marcas."

"Queríamos nuestro propio iPod, algo diferente del modelo blanco habitual -recordaba Bono-. Lo queríamos en negro, pero Steve dijo: «Hemos probado con otros colores distintos al blanco y no funcionan»". Sin embargo, cuando nos volvimos a ver nos mostró uno negro y nos pareció fantástico."

El anuncio intercalaba planos muy potentes de la silueta del grupo con la silueta habitual de una mujer bailando mientras escuchaba un iPod. Pero ya durante el rodaje en Londres, el acuerdo con Apple se estaba viniendo abajo. Jobs no estaba a gusto con la idea del iPod especial en negro y el porcentaje de derechos de autor no había quedado del todo fijado. Llamó a James Vincent que estaba supervisando el anuncio para la agencia publicitaria, y le pidió que interrumpiera el rodaje. "No creo que vayamos a hacerlo -anunció Jobs-. No se dan cuenta de lo mucho que les estamos ofreciendo, así que no va a funcionar. Pensemos en algún otro anuncio que podamos preparar". Vincent, que durante toda su vida había sido fan de U2, sabía lo importante que sería aquel anuncio, tanto para el grupo como para Apple, y le rogó que le diera la oportunidad de llamar a Bono y de intentar que la cosa volviera a encarrilarse. Jobs le dio el número del móvil de Bono y Vincent encontró al cantante en su cocina, en Dublín.

"Creo que esto no va a funcionar -le dijo Bono a Vincent-. El grupo no lo tiene claro". Vincent preguntó cuál era el problema. "Cuando éramos adolescentes, en Dublín, prometimos que pasaríamos de cutreces", respondió Bono. Vincent, a pesar de ser inglés y estar familiarizado con la jerga del mundo del rock, contestó que no sabía a qué se refería. "Que no vamos a hacer ninguna chapuza sólo por dinero -explicó Bono-. Lo que más nos importa son nuestros seguidores. Si saliéramos en un anuncio sentiríamos como si los estuviéramos decepcionando. No nos parece bien. Lamento haberlos hecho perder el tiempo."

Vincent le preguntó qué más podría hacer Apple para que aquello funcionara. "Les estamos entregando lo más importante que les podemos ofrecer, nuestra música -respondió Bono-, ¿y qué nos están dando ustedes a cambio? Publicidad, y los fans pensarán que lo hacen en beneficio propio. Necesitamos algo más". Vincent respondió que la oferta de la edición especial del iPod y el acuerdo de derechos de autor era muchísimo. "Esto es lo más valioso que podemos ofrecer", le dijo a Bono.

Vincent llamó inmediatamente a Jony Ive, director de diseño de Apple, otro gran fan de U2 (los había visto en concierto por primera vez en Newcastle en 1983), y le describió la situación. Después llamó a Jobs y le sugirió que enviara a Ive a Dublín para que les mostrara el aspecto que tendría el iPod en negro. Vincent volvió a llamar a Bono y le preguntó si conocía a Jony Ive porque no sabía que ya se conocían y se admiraban mutuamente.

"¿Que si conozco a Jony Ive? -Bono se rió-. Me encanta ese hombre. Es uno de mis ídolos."

"Qué fuerte -replicó Vincent-. ¿Qué te parecería que él te visitara y te mostrara lo genial que sería su iPod?"

"Voy a ir a recogerlo en mi Maserati -respondió Bono-. Se quedará en mi casa, lo sacaré de fiesta y lo emborracharé a lo bestia."

"Jony llegó a Dublín y lo instalé en la casa de invitados, un lugar muy tranquilo sobre una antigua vía de tren y con vistas al mar -recordaba Bono-. Me enseñó un iPod negro precioso con una rueda de un rojo intenso y yo le dije: «De acuerdo, lo haremos»". Se fueron a un pub cercano, aclararon algunos de los detalles y después llamaron a Jobs a Cupertino para ver si estaba de acuerdo. Jobs discutió sobre cada uno de los puntos del acuerdo y sobre el diseño, pero aquello impresionó a Bono. "En realidad, es sorprendente que un consejero delegado se preocupe tanto por los detalles", aseguró. Cuando todo quedó resuelto, Ive y Bono se dedicaron a emborracharse con gran disciplina. Ambos se sienten a gusto en los pubs. Tras unas cuantas pintas, decidieron llamar a Vincent a California. No estaba en casa, así que Bono le dejó un mensaje en el contestador, que Vincent se aseguró de no borrar nunca. "Estoy aquí sentado en la bella Dublín con tu amigo Jony -dijo-. Los dos estamos un poco borrachos, y nos encanta este iPod tan maravilloso, tanto que no me lo puedo ni creer, y lo tengo ahora mismo en la mano. ¡Gracias!"

Jobs alquiló una sala de cine en San José para la presentación del anuncio televisivo y del iPod especial. Bono y The Edge subieron con él al escenario. El álbum vendió 840.000 copias en su primera semana e irrumpió en el número uno de la lista de los más vendidos. Bono le contó después a la prensa que había grabado el anuncio sin cobrar porque "U2 sacará tantos beneficios de él como Apple". Jimmy Iovine añadió que aquello permitiría al grupo "llegar a un público más joven".

Lo más curioso fue que asociarse con una empresa de computadoras y aparatos electrónicos resultó ser la mejor opción para que una banda de rock le pareciera moderna y atractiva a la juventud. Bono explicó después que no todos los patrocinios empresariales eran pactos con el diablo. "Analicemos la situación -le dijo a Greg Kot, el crítico musical del Chicago Tribune-. El diablo, aquí, es un grupo de mentes creativas, más creativas que muchas personas que tocan en grupos de rock. El cantante del grupo es Steve Jobs. Estos hombres han colaborado en el diseño del objeto artístico más hermoso en la cultura musical desde la guitarra eléctrica: el iPod. El objetivo del arte consiste en ahuyentar la fealdad."

Bono consiguió llegar a otro acuerdo con Jobs en 2006, en esta ocasión para la campaña Product Red, que recaudaba fondos y promovía la sensibilización en la lucha contra el sida en África. A Jobs nunca le interesó mucho la filantropía, pero accedió a producir un iPod especial rojo como parte de la campaña de Bono. No era un compromiso sin reservas, en cualquier caso. Puso obstáculos, por ejemplo, a la costumbre de aquella campaña de poner el nombre de la compañía entre paréntesis junto a la palabra Red en letra volada a continuación, como en (Apple) Red. "No quiero que Apple aparezca entre paréntesis", insistió Jobs. Bono replicó: "Pero Steve, así es como mostramos unidad por nuestra causa". La conversación se fue encendiendo hasta llegar a la fase de los improperios y hasta que decidieron consultarlo con la almohada. Al final, Jobs llegó a una especie de acuerdo. Bono podía hacer lo que quisiera en sus anuncios, pero Jobs no estaba dispuesto a poner el nombre de Apple entre paréntesis en ninguno de sus productos ni en ninguna de sus tiendas. Por tanto, el iPod quedó etiquetado con (Product) Red, no como (Apple) Red.

"Steve puede ser muy vehemente -recordaba Bono-, pero aquellos momentos nos hicieron más amigos, porque no hay mucha gente en la vida de uno con la que se puedan mantener discusiones tan sólidas. Tiene unas opiniones muy firmes. Después de nuestros conciertos iba a hablar con él, y siempre tenía algo que decir." Jobs y su familia visitaron alguna vez a Bono, a su esposa y a sus cuatro hijos en su casa cerca de Niza, en la Riviera francesa. Durante unas vacaciones, en 2008, Jobs alquiló un barco y lo atracó junto a la casa de Bono. Comieron todos juntos y Bono les tocó algunos extractos de las canciones que U2 y él estaban preparando para lo que después pasó a ser su disco No Line on the Horizon. Pero a pesar de su amistad, Jobs seguía siendo un negociador duro. Intentaron hacer un trato para rodar otro anuncio y preparar una presentación especial de la canción Get On Your Boots, pero no llegaron a ponerse de acuerdo. Cuando Bono se lesionó la espalda en 2010 y tuvo que cancelar una gira, Powell, la esposa de Jobs, le envió una cesta de regalo con un DVD del dúo cómico Flight of the Conchords, el libro Mozart's Brain and the Fighter Pilot, un poco de miel de su jardín y una crema analgésica. Jobs escribió una nota que adjuntó a este último detalle, en la que decía: "Crema analgésica: me encanta el invento."

SOBRE EL LIBRO

Walter Isaacson es un escritor nacido en Nueva Orleans hace 59 años. Para esta biografía entrevistó a Jobs en más de 40 ocasiones, además de a un centenar de personas del entorno del creador de Apple. Aunque Jobs colaboró con la realización del libro, no exigió ningún control sobre el contenido, ni siquiera leerlo antes de su publicación..

miércoles, 19 de octubre de 2011

Una mirada desde el más allá - Michel Houellebecq

Michel Houellebecq, enfant terrible de la literatura francesa, logró el premio Goncourt con El mapa y el territorio, novela en que narra la vida de un artista e imagina su propia muerte

En una entrevista para la edición norteamericana de The Paris Review , en agosto de 2010, le preguntaron a Michel Houellebecq de dónde sacaba el temperamento para escribir ideas tan polémicas sobre el islam, la prostitución o la diferencia de géneros como las que suelen aparecer en sus novelas Las partículas elementales (1998) o Plataforma (2001), a lo que el consagrado escritor francés respondió: "Es fácil. Simplemente imagino que ya estoy muerto". En su reciente novela El mapa y el territorio , publicada en castellano apenas un año más tarde que su edición francesa, este ejercicio de imaginación parece haberse radicalizado, no por el contenido polémico de la historia, sino porque un tal Houellebecq, convertido en personaje secundario, literalmente muere al promediar la novela. La inclusión de sí mismo como parte de la ficción no se agota en un gesto narcisista; por el contrario, se ensambla a la perfección con uno de los temas que domina su libro: la reflexión sobre el arte y los artistas en la sociedad actual, y la representación de un clima de "fin de época" -la del capitalismo industrial tal como lo conocemos- que no sólo se lleva consigo las fábricas y las profesiones tradicionales, sino también a un escritor francés, a veces moderno y otras posmoderno, lector de los reformadores del siglo XIX e innegable producto del siglo XX, como Houellebecq.

Ganadora del prestigioso premio Goncourt en Francia, El mapa y el territorio ya es señalada por algunos críticos europeos como la "mejor" novela de Houllebecq, y si bien es cierto que el trazado de este tipo de rankings siempre es discutible, sobre todo en la inmediatez de la publicación, el entusiasmo parece justificado por un rasgo característico que ésta comparte con sus anteriores novelas: un lúcido trabajo con la contemporaneidad, con las formas de producción y de socialización, con la circulación de una sensibilidad de época propia de las sociedades capitalistas actuales (en particular las europeas), sometidas al punto de vista de un futuro relativamente cercano, en 2020 o más, lo que permite concebir la realidad actual con la distancia de una etnología literaria, que no tiene, empero, nada de "científica", y sí, en cambio, mucho de lo aprendido en la mejor ciencia ficción, género del que Houellebecq se declara ferviente lector.

Ese ejercicio de "imaginarse muerto" al que se refería Houellebecq en la entrevista, así como su efectiva muerte dentro de la ficción de El mapa y el territorio , sintetizan, en realidad, la perspectiva global desde la cual el autor francés mira su universo narrado: desde el "post" de los tiempos, desde el capítulo siguiente de una actualidad cuya imborrable atmósfera de "fin de era" obliga a proyectar su caducidad. En lugar de fabular otros mundos posibles con huellas del mundo conocido, ejercicio clásico de la ciencia ficción, Houellebcq posee la habilidad de mirar el mundo actual como si se tratase de "otro" mundo al que hay que observar con extrañamiento. Y si bien fue en La posibilidad de una isla (2006) donde algunos tópicos propios de la ciencia ficción aparecían de manera explícita -la clonación de humanos, el avance tecnológico conjetural-, en El mapa y el territorio la irrupción de una enunciación del futuro es un claro préstamo al género, aunque con fines inusuales: entre ellos, narrar el ciclo completo de la carrera del artista plástico Jed Martin, incorporando lo que los historiadores del arte dirán sobre la evolución de su obra, aun cuando todavía desconozcamos buena parte de la vida del personaje y estemos leyendo su historia en tiempo presente.

El ciclo artístico de Jed Martin -un artista que reduce su vida personal a un grado cero de la sociabilidad, exceptuando a dos mujeres amadas (una de ellas prostituta), su galerista, su padre y Houellebecq- se desarrolla en cuatro etapas principales, bien diferenciadas entre sí, pero en última instancia conectadas por una inquietud común: "el trabajo humano". La primera tuvo como meta lograr "una descripción objetiva del mundo" a través de la fotografía, "consistente en confeccionar un catálogo exhaustivo de los objetos fabricados por el hombre en la era industrial". Cientos de fotografías dedicadas a "tuercas, pernos y llaves inglesas como si fuesen joyas de un resplandor discreto". La segunda etapa se concentró en los mapas Michelin del territorio francés, concebidos desde una perspectiva estética: en esos mapas, Jed detecta mezclados, como algo sublime, "la esencia de la modernidad, de la percepción científica y técnica del mundo, con la esencia de la vida animal", superposición que, por cierto, es perturbadora para el propio Houellebecq, tal como ha testimoniado en sus otras novelas. Con la serie de fotografías de mapas, las obras de Jed Martin comienzan a cotizar en el mercado internacional del arte. La tercera etapa es la responsable de su escalada al primer puesto de los artistas más cotizados de Occidente: Jed produce una serie de cuadros figurativos que representan los oficios y profesiones de su época. Desde los iniciales "oficios sencillos", como el de Ferdinand Desroches, carnicero caballar, hasta roles más complejos como los que capturan los cuadros de Bill Gates y Steve Jobs conversando sobre el futuro de la informática, del arquitecto Jean-Pierre Martin abandonando la dirección de su empresa o el inconcluso, luego destruido, de Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte, finalmente reemplazado por el último cuadro de la serie, dedicado a un artista contemporáneo: Michel Houellebecq, escritor. En la cuarta etapa, tras veinte años de no exhibir obra alguna y hallarse recluido en una mansión de la campiña francesa, el artista combina, en un programa informático, largas filmaciones de plantas, de retratos dejados a la intemperie y de productos electrónicos degradados con ácidos, y obtiene una yuxtaposición que transmite el fin de un ciclo de manufacturas y la invasión de lo vegetal. Esta etapa ya acontece en el futuro y Jed vuelve a encarnar -independientemente de las reglas alocadas del mercado del arte- al artista que representa procesos globales, no siempre evidentes, de su contemporaneidad, y cuyas obras poseen un estatuto estético que es un auténtico misterio.

Con inteligente deriva hacia el policial en sus últimos capítulos -deriva que recuerda que "el contar una historia" sigue imponiéndose por sobre cualquier tesis velada en la novela-, El mapa y el territorio no sólo resulta una brillante obra por su combinación de sólida narración y antojos autorales (describir con minuciosidad aparatos electrónicos, autos de lujo o la reproducción de los insectos, con la convicción de un ecléctico "materialismo" realista), o por la lucidez cuasi morbosa con que describe personajes de la vida cultural francesa (el propio Houellebecq; su amigo, el escritor Frédréric Beigbeder; el animador televisivo Julien Lepers, entre otros) o por la rara intensidad vital que poseen los personajes, a pesar de estar situados en un ostracismo monacal de rutinas laicas; también lo es porque en ella vuelve a brillar esa mirada del "realista que exagera un poco", tal como define Houellebecq su tarea de escritor. Gracias a ese margen de "exageración", es posible disfrutar de la novela como un excéntrico mapa -mezcla de referencialidad y trampas engañosas de la representación- que se imprime como espectro sobre el territorio de lo real.

WIKIPEDIA COMO EXPERIMENTO

En la página final del libro, donde figuran los "Agradecimientos", Houellebecq aclara, con el honesto desparpajo que lo caracteriza: "No suelo deber gratitud a nadie porque me documento bastante poco, muy poco incluso comparado con un autor norteamericano". No obstante, admite su deuda con el sitio web Wikipedia de Francia, "cuyas notas he utilizado como fuente de inspiración". Lo cierto es que este vínculo de "inspiración" fue interpretado de otra manera por algunos compatriotas, y a poco de editarse la novela, en septiembre de 2010, Houellebecq fue acusado de plagiar varias entradas del sitio. Acostumbrado a los escándalos con la prensa francesa (suelen recaer sobre él acusaciones de misógino, antimusulmán y reaccionario, basadas tanto en algunas declaraciones provocativas como en la impericia de ciertos periodistas para separar al novelista de sus personajes), Houellebecq salió a defender su posición: "Robar de Wikipedia, una enciclopedia on line , no constituye plagio necesariamente. Puede ser, también, una forma experimental de literatura. Incluso, una forma de belleza".

Michel Foucault- El filósofo del poder

El autor de Vigilar y castigar dejó como legado un pensamiento cuya vigencia permanece intacta.

A lo largo de su vida, Michel Foucault se especializó en plantear problemas de actualidad, aunque para explorarlos se remontara al pasado. Esos problemas siguen estando vigentes hoy con la misma fuerza de entonces: ¿por qué la prisión?, ¿desde cuándo se encierra a los locos?, ¿cuál es la historia que hay detrás de los juegos de placer?, ¿qué relaciones hay entre el saber y el poder?, ¿tiene historia la verdad? En sus investigaciones no privilegió la palabra de quienes habían teorizado sobre estas cuestiones, sino la de quienes habían sido sus protagonistas. Revisó sentencias judiciales, analizó estructuras arquitectónicas, exhumó antiguas recomendaciones alimentarias. Para tratar de comprender cómo funcionaba la razón, indagó sobre la locura; para comprender cómo operaba la ley, escuchó a los criminales. Y nunca perdió la oportunidad de lanzar frases provocativas, como aquella con la que cierra la introducción de La arqueología del saber : "No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir".
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Cuando en 1951 Foucault aprueba el examen que lo habilita para dar clases en la École Normale Supérieure de la calle de Ulm, en París, cierra una etapa dolorosa, aunque indudablemente fructífera. Tiene 25 años, 22 de los cuales han transcurrido en un ambiente escolar que detesta. Lo apasiona el estudio, particularmente de la historia, la filosofía, la psicología y las letras. Pero la vida comunitaria lo abruma, y las arbitrariedades de los profesores le resultan intolerables. Para sobrevivir en esa atmósfera adversa -tras protagonizar al menos dos intentos de suicidio en cuatro años- ha desarrollado dos armas: la erudición, fruto de horas de enclaustramiento entre libros en la soledad de su habitación o en el silencio de las bibliotecas, y un carácter mordaz, amenazante, que no sólo atemoriza a sus compañeros sino que pone a la defensiva a muchos de sus profesores. Es sumamente competitivo con los demás pero, sobre todo, consigo mismo. Una muestra de ello podemos encontrarla en el mencionado examen de agregación. En un primer intento, en 1950, obtiene un resultado negativo. En el dictamen de uno de los jurados se lee que se lo desaprueba por "preocuparse mucho más de hacer gala de su erudición que de tratar el tema propuesto". En 1951 decide presentarse de nuevo y se prepara con un rigor que bordea lo humanamente tolerable. Multiplica los resúmenes, las fichas, los esquemas. Aprueba sin dificultades y obtiene el tercer puesto. Sin embargo, en lugar de alegrarse por el logro, se enfurece por no haber alcanzado la primera ubicación, para la cual había trabajado denodadamente.

Entre 1951 y 1955, Foucault se dedica a la psicología. Imparte clases, como pasante, en la École; colabora, como psicólogo, en el hospital psiquiátrico SainteAnne y en el hospital del centro penitenciario de Fresnes. Por entonces, ya había obtenido las licenciaturas en Filosofía y en Psicología en La Sorbona y un diploma en Psicopatología en el Instituto de Psicología de París. El contacto con los internados psiquiátricos y con los reclusos dejará hondas marcas que no tardarán en aflorar cuando llegue el tiempo de la filosofía y la política.

En 1955 acepta un puesto como "lector de francés" en la Universidad de Uppsala, Suecia, conseguido por recomendación de Georges Dumézil. Las tareas que realiza son variadas: dictado de conferencias, promoción de las letras y las artes francesas, organización de encuentros culturales. Foucault se muestra entusiasmado con su cargo que no sólo le deja tiempo para investigar y comenzar a escribir su tesis de doctorado, sino que también le permite vincularse con algunos de los principales protagonistas de la cultura francesa del momento, como Marguerite Duras, Albert Camus, Roland Barthes, Jean Hyppolite. En las conferencias que él mismo imparte tanto en Uppsala como en Estocolmo fascina a sus auditorios. Pronto se gana la fama de "espíritu genial". Pero, al mismo tiempo que deslumbra por su inteligencia, escandaliza por su comportamiento. Contra la imagen de un intelectual serio y austero, el joven profesor exhibe un hedonismo que lo coloca permanentemente al borde del escándalo. Su Jaguar beige, que conduce algunas veces alcoholizado y casi siempre a muy altas velocidades, es tan célebre en Uppsala como su conductor. Tras desempeñar durante tres años este cargo, ocupará uno semejante en Varsovia y luego en Hamburgo para, en 1960, regresar a París con su tesis "Locura y sinrazón. Historia de la locura en la época clásica" íntegramente redactada.

Otra vez se enfrenta Foucault con un tribunal, ante el que debe defender su tesis de doctorado. En el acta redactada por el jurado, se lee:

Cabe destacar en esta lectura un curioso contraste entre el incuestionable talento que todos y cada uno [de los examinadores] reconocen al candidato y la multiplicidad de los reparos que se formulan desde el inicio hasta el final de la sesión [...]. Nos encontramos ante una tesis principal verdaderamente original, de un hombre cuya personalidad, cuyo dinamismo intelectual, cuyo talento de exposición califican para ejercer la enseñanza superior. Por eso, y pese a los reparos, fue concedida la calificación "muy honorable" por unanimidad.

A lo largo de la vida de Foucault van a multiplicarse los juicios análogos al del dictamen del tribunal de la École. Lo valioso, lo singular, aquello que le va a otorgar celebridad a Foucault es lo que, entre sus pares, apenas será tolerado. Y lo es porque el filósofo no se cansará de exhibir un dominio teórico que resultará apabullante para cualquier detractor.

Entre 1960 y 1966 Foucault se desempeña como profesor en la Universidad de Clermont-Ferrand, a la que viaja una vez por semana, mientras continúa residiendo en París. Comienza a colaborar con revistas importantes como Critique y Tel Quel . En 1963 publica dos libros:Raymond Roussel y El nacimiento de la clínica .

Pero el salto a la consideración pública lo da Foucault en 1966, con la publicación de Las palabras y las cosas , que se convierte de modo instantáneo en un best seller: durante el primer año se vendieron más de 20.000 ejemplares. Este paso a la fama lo colocará en otro nivel de discusión. Ya no deberá conformarse con disputar con sus condiscípulos o profesores. Ahora se enfrentará a contendientes de la talla de... ¡Sartre!, quien califica el libro como "la última barrera que la burguesía todavía pueda levantar contra Marx". ¿Foucault burgués? A la luz de los textos y las acciones posteriores, resulta difícil imaginarlo. Pero si nos situamos en 1966, esa afirmación no es descabellada. Salvo un fugaz paso por el comunismo, influido por Althusser, a comienzos de los años cincuenta, no se le conoce demasiado interés por lo político. Se lo ve como un académico excéntrico, incluso frívolo; como "un dandi", pero de ningún modo como un militante.

En los medios culturales se instala una áspera disputa en torno a "la muerte del hombre" proclamada en el libro. Inicialmente, Foucault acude a cuanta entrevista se le solicita para intentar esclarecer el sentido de la expresión. Pero pronto lo satura la exposición mediática y decide tomar distancia para escribir otro libro con el que pueda ajustar algunas cuestiones metodológicas. Acepta entonces un ofrecimiento para hacerse cargo de una cátedra de Filosofía en la Universidad de Túnez y se establece en ese país hasta 1968.

Los "retiros" de Foucault nunca son ociosos. Ahora sabe que tiene un público esperando el siguiente libro. De ahora en adelante, Foucault se encargará de satisfacer a sus seguidores decepcionándolos. Porque nunca les dará lo que le pidan, lo que esperan. Ni siquiera lo que él mismo les promete. Cada uno de sus libros será una auténtica sorpresa.

Todo comienza a transcurrir del modo previsto: deslumbra a sus jóvenes estudiantes, disfruta del sol mientras pasea en su nuevo auto descapotable y se entrega al placer de escribir. Pero el clima en la universidad cambia drásticamente. Un número importante de sus alumnos toma parte en manifestaciones opositoras al gobierno, en las que se los reprime de un modo brutal. Foucault se siente impresionado por el grado de compromiso de sus estudiantes y comienza a prestarles apoyo. Lo que le atrae no es la cuestión ideológica, sino el carácter concreto y puntual de sus luchas.

Foucault está a 1500 km de París cuando tienen lugar los sucesos de Mayo del 68. Pero las experiencias vividas en Túnez lo preparan sobradamente para encarar el nuevo período que se abrirá en su regreso a Francia, en octubre de 1968.

Quizás en la memoria de algún funcionario resonara todavía la voz de Sartre cuando se pronunciaba el nombre de Foucault como candidato para organizar la carrera de Filosofía en la Universidad de Vincennes. Probablemente todavía se viera en él a la última barrera con la que la burguesía podía intentar contener el marxismo. Lo que pocos sabían -quizá ni siquiera él mismo- es que el Foucault que regresaba a París ya no era el joven "frívolo" que se había marchado un par de años atrás.

En Vincennes, Foucault organiza la vida universitaria. Interviene en el nombramiento de profesores y, a partir de 1969, dicta clases. Al mismo tiempo, se entrega de lleno a la vida política. Participa en innumerables marchas, firma incontables manifiestos, concurre a asambleas, es golpeado y encarcelado con sus colegas y alumnos.

En el aspecto académico, indudablemente su momento de gloria tiene lugar un año más tarde cuando, el 2 de diciembre de 1970, asume su cátedra en el Collège de France tras superar por un amplio margen a quienes le disputaban el puesto: nada menos que Paul Ricoeur e Yvon Belaval.

A partir de entonces, las actividades militantes e intelectuales de Foucault se multiplican. En 1971, y ante el creciente número de presos políticos, crea el Grupo de Información sobre las Prisiones con el objetivo de que los propios presos puedan exponer las condiciones de su vida en la cárcel. Simultáneamente, comienza a trabajar en los materiales que irán dando forma aVigilar y castigar , que también se convertirá inmediatamente en éxito de ventas apenas se publique, en 1975. Es el momento del Foucault maduro, el que alcanzará un amplio reconocimiento internacional y será cita obligada para todo aquel que se refiera al poder.

En los años ochenta se produce un nuevo repliegue. Foucault parece haberse hartado de las celadas que le tienden por derecha y por izquierda. Acrecienta su trabajo en las bibliotecas y, fundamentalmente, se refugia en la Antigüedad. Dos nociones ocupan los últimos años de trabajo del filósofo: el "cuidado de sí" y la "parresía" (el "hablar franco" con el que alguien en inferioridad de condiciones se dirige a otro más poderoso y, corriendo un riesgo, le dice la verdad). La fuerza de estas nociones le permite reformular y prácticamente concluir el proyecto de la Historia de la sexualidad , que parecía haber quedado abandonado. Es así como en unos pocos meses escribe El cuidado de sí y El uso de los placeres , dejando el manuscrito definitivo de Las confesiones de la carne casi terminado en el momento de su muerte.

En estos años a Foucault parece pesarle su fama. Pasa más tiempo recluido con sus íntimos en su departamento en París y disfruta de sus viajes al extranjero, particularmente a Estados Unidos, donde dicta conferencias y se siente más libre para disfrutar de su sexualidad. Se cree que fue precisamente en San Francisco donde contrajo el sida, que acabó con su vida el 25 de junio de 1984..