viernes, 26 de agosto de 2011

Desde el country

Con Betibú, su reciente novela, vuelve a estar en el podio de los autores más vendidos. La muerte, los fantasmas, las claves de su literatura popular y el doble filo del éxito, según Claudia Piñeiro, primera dama del policial argentino.


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Hay algo que la niña, de pronto, sabe. Está recostada en la cama de su madre, en la duermevela de la tarde, quizás un fin de semana, seguramente en Burzaco, seguramente a fines de 1960. Está ahí la niña, durmiendo o mejor dicho, intentando dormir, intentando vaciarse de todas las palabras cuando de improviso llega eso: la certeza. Como una hiedra que trepa, como una oscuridad que le va tomando el cuerpo y por fin llega a la cabeza, la certeza avanza y se transforma en pensamiento, y ese pensamiento dice: la muerte es.

La muerte es.

Todo lo que está acá: el techo, la cama, los árboles, tu madre, vos misma, Claudia Piñeiro, todo va a morir. Todo va sumirse en un abismo eterno y no hay nada que puedas hacer al respecto.

-Mamá. -Claudia abre los ojos, llora. -Mamá.

Su madre se acerca, escucha las angustias de su hija, explica lo que está a su alcance. Su madre -que décadas después morirá de Parkinson; que décadas después será nombrada en el honesto libro Elena sabe - dice lo único que puede decirse en estos casos: "Pero si sos una nena, qué te vas a morir".

Claudia se queda mirándola: su madre no la entiende. No entiende que la certeza de la muerte la declara a ella, Claudia Piñeiro, muerta.

"Desde muy temprano tengo conciencia de que la vida es finita. Y eso cambia mucho a una persona." Cuarenta años más tarde, en el bar Rond Point, donde ha escrito fragmentos de todas sus novelas, Claudia Piñeiro habla sin seriedad y sin sonrisas. Como si dijera: es. "Pero bueno. Saber eso tiene algunas ventajas." La muerte es.

Lo que nadie sabe

Tres hombres flotando, muertos, sobre una piscina de aguas calmas. Una anciana sentada en un banquito y esperando que le haga efecto una pastilla. Un arquitecto dibujando un edificio que jamás va a construir. Una escritora esperando en su departamento que el diario de la mañana golpee contra la puerta. Una mujer escondida atrás de un árbol, viendo cómo su marido discute con su amante y la empuja y la mata por accidente.

Cuando empieza a trabajar en un libro, Claudia Piñeiro no parte de ideas sino de imágenes como ésas: construcciones enigmáticas que la acometen de un modo inesperado, como si fueran sueños o visiones o fenómenos de la naturaleza, y con las que Piñeiro va hilando, a lo largo de los meses, una historia mayor, una estructura, un esqueleto que permite que los muertos en el agua se transformen en Las viudas de los jueves ; que la anciana de la pastilla se convierta en Elena sabe ; que el arquitecto sea el personaje principal de Las grietas de Jara ; que la escena del árbol y la amante dé lugar a Tuya , y que la escritora sea la figura fuerte de Betibú , el último de todos los títulos, una novela de lectura fácil y estructura compleja que vuelve a instalar el nombre de Piñeiro en la lista de best sellers.

Nadie sabe -y todos quieren saber- cómo hace para vender. Nadie sabe -y todos quieren saber- si hay una fórmula, un mapa del tesoro, una especulación secreta que la deposite en el lado próspero de las palabras.

De todo esto, Piñeiro sólo sabe algunas cosas: que hay que cuidar las estructuras del relato para que sean hilos sólidos, pero a la vez invisibles. Que no importa tanto si un personaje es alto, bajo, rubio o morocho, como qué hace ese personaje ante ciertas situaciones límite. Que se deben elegir los nombres de los protagonistas con infinito cuidado porque en los nombre -sobre todo en los apellidos- yace la historia familiar de los personajes. Que dentro de la historia -principalmente, si puede leerse como un policial- el lector nunca debe saber más que el narrador. Esas cosas sabe. Pero las otras no.

Alguna gente que la conoce y la quiere (ése es un dato: mucha gente quiere a Claudia Piñeiro) tiene, sin embargo, hipótesis. Dice Guillermo Martínez, escritor: "Un elemento que, creo, resultó inicialmente atractivo en su escritura fue el de develar un mundo relativamente oculto y hasta ese momento ?no escrito': la intimidad del country. Ese mundo aparece a la vez dentro de un relato policial, que tiene un público propio, fiel e interesado en nuevas variantes. La parte más abierta y saludable de la crítica valoró también que sus novelas abordaran indirectamente las consecuencias sociales del menemismo, el derrumbe de 2001, etcétera, lo que les da el plus de ?seriedad', más allá de lo ?meramente policial' que parece necesitar la crítica para aceptar una novela policial".

Dice Alberto Díaz, director editorial de Emecé, elegido editor del año por la Fundación El Libro en 2009: "Confieso que en el año 2005 leí Las viudas de los jueves más como curiosidad sociológica que por interés literario. Error. Al leerlo descubrí que no era un libro más: había un lenguaje solvente y perfectamente adecuado al tema, capacidad para construir personajes y contar una historia sin fisuras, concienzudo detalle de un microcosmos que la autora logra elevar a categoría universal, y que en algunos momentos recuerda a Arthur Miller? A partir de entonces leí todos sus libros. Ya es posible hablar de una obra y de una autora con voz propia".

Dice Cristian Domingo, compañero de Piñeiro en un grupo de lectura y escritura al que Claudia aún hoy concurre, y uno de los primeros lectores de Betibú cuando estaba en proceso: "No creo que la suya sea una fórmula secreta, al estilo de la de Coca-Cola. Lo que convoca tanto es qué cuenta y cómo lo cuenta. Casi todos los lectores, a pesar de lo que creen algunos esnobs literarios, abrimos un libro esperando que nos cuenten una buena historia. A su talento hay que agregarle aquello que decía Arlt: la prepotencia de trabajo. Cree en eso y lo practica rigurosamente. Además de que es sincera, humilde y generosa, algo que creo que es apreciado entre sus colegas y genera ese afecto que la aparta de las camarillas literarias".

Dice Julia Saltzmann, a cargo de Alfaguara, la editorial de Piñeiro: "Tratándose de Claudia Piñeiro, me parece fuera de lugar hablar de fórmulas. La fórmula es una receta que cualquiera puede seguir, valiéndose de determinados ingredientes y dosis. No creo que las novelas de Claudia nazcan de ese tipo de procedimientos. Si la pregunta, en cambio, es por qué sus libros son muy leídos, diría que, además de por su indudable solvencia narrativa, es, sobre todo, porque son cercanos: los lectores pueden encontrarse a cada paso con situaciones similares a las que han vivido y con formas de diálogo familiares. En cuanto a los temas, Claudia parece tener unas antenas poderosas para captar preocupaciones o asuntos que están en el ambiente. Y finalmente, creo que a todo esto se suma un factor que también resulta convocante, que es la crítica social que impera en sus libros, que proviene de un deseo muy genuino de manifestarse respecto de asuntos que nos afectan a todos como sociedad. Aunque muchas veces se la considere una escritora de novelas policiales, en la raíz de lo que hace Claudia está la dramaturgia, aquello que sí o sí quiere ser dicho en voz alta, no en secreto".

Dice Rosa Montero, jurado del premio Clarín de Novela (que fue otorgado a Piñeiro por Las viudas de los jueves ): "La verdad es que nunca se sabe por qué se vende un libro. Leo novelas superventas que me parecen horrendas y un tostón, y luego hay libros maravillosos que de pronto no se venden nada. Pero en algunas felices ocasiones, como ésta, obras que te parecen apasionantes, maravillosamente escritas, con emoción, ritmo, humor, inteligencia y contenido resulta que además se venden un montón. Cosas así son las que te hacen sentir confianza en el ser humano".

Dice Claudia Piñeiro: "No he tenido problemas por escribir libros populares. Aunque sí, a veces, hay un prejuicio de gente que dice ?yo best sellers no leo, así que no leo lo que vos escribís'. Pero bueno. Cada uno tiene derecho a elegir qué leer. Yo tampoco leo todo lo que sale".

Y no sonríe. Y no está seria. Como si dijera: es.

La grieta

En el country La Maravillosa, en una casa con mesas de mármol y adornos de plata, sobre un sillón de terciopelo verde, hay un hombre degollado. La noticia llega pronto a las redacciones y en el diario El Tribuno deciden contratar a Nurit Iscar, una escritora de pasado exitoso y presente deslucido (su último libro recibió pésimas críticas y desde entonces sólo trabaja como escritora fantasma), que pronto es enviada a vivir en el country para escribir "desde adentro" y en clave de non fiction sobre las hipótesis del crimen.

Cuando llega a La Maravillosa, Nurit no sólo queda de cara al misterio de un asesinato (que luego derivará en varios). Debe internarse también en la incógnita mayor que supone vivir en un barrio cerrado: interminables pedidos de datos en la entrada, calles despobladas, casas vacías y empleadas domésticas denunciadas por robarse un queso forman parte de un mundo que Nurit descubre con la boca abierta.

Algo parecido -pero sin muertos y sin fracaso literario- le sucedió a Claudia Piñeiro trece años atrás, cuando se mudó al country de zona norte donde hoy vive y donde terminó escribiendo todos sus libros. Llegó con su marido arquitecto -del que ya se separó- y con tres hijos que hoy tienen 13, 15 y 17 años.

-Me costó mucho adaptarme. Sentí una soledad muy grande, una abstinencia de no poder salir a la esquina y tomarme un café. Yo tenía una sensación que luego le presté a Nurit: la idea de que acá nada puede pasarte. Ni para bien ni para mal. Nada. Me acuerdo de que una vez iba hablando con una amiga acá adentro y le decía: "¿Pero con quién podés llegar a cruzarte acá??", y justo en ese momento pasó Nicolás Repetto, en la época del primer Sábado Bus , que era un éxito. Guau, dijimos. Nos pasó algo.

Es mediodía de un martes y en el living -sillones claros, ventanales y una vista que da a un césped lacio, una pileta, árboles- Claudia Piñeiro sonríe. Sus ojos son azules. Su voz es plácida. Todo lo demás es silencio.

-Pero no creas. Con el tiempo las cosas cambiaron. Ahora todo está tranquilo, pero acaban de irse catorce chicos que se quedaron a dormir. Hay escritores que sólo pueden trabajar de noche, cuando nada se mueve, je. Yo no.

Sin rituales, sin horarios malditos, sin botellas de ginebra, sin tormentas visibles, en este lugar con luz, Piñeiro escribió cinco novelas -además de dos obras de teatro, un ensayo histórico y dos libros para niños- que la transformaron en una de las autoras más populares de la Argentina. Tuya es usada en las escuelas secundarias para iniciar a los estudiantes en la lectura. Las viudas de los jueves, ganadora del premio Clarín, tiene cientos de miles de ejemplares vendidos y fue llevada al cine por Marcelo Piñeyro. Elena sabe tendrá una versión teatral con dirección de Marcelo Moncartz e Inés Cuesta. Las grietas de Jara, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz, también irá a la pantalla grande, esta vez dirigida por Julia Solomonoff. Betibú no baja del ranking de los más vendidos desde el mes de su lanzamiento. Y todos los libros, en definitiva, terminaron colocándola en un pedestal que a veces no es sólo simbólico. Una tarde de diciembre, caminando con su hija por un shopping , Piñeiro llegó a una librería donde se alzaba una montaña de ejemplares que en la cima, como una estrella de Navidad, estaba coronada por el rostro de Claudia.

-Fue impactante. Con mi hija nos miramos, dimos media vuelta y nos fuimos.

-¿Por qué?

-Porque noto que mis hijos necesitan preservarse de algunas cosas. Esto lo he visto mucho en los hijos de otros dramaturgos o escritores: en la obra de sus padres hay demasiada información, y ellos raramente quieren acceder a eso.

-Tus hijos, entonces, no han leído tus libros.

-No les impongo nada. Las novelas están ahí, y si quieren pueden leerlas. Pero yo no los obligo a leer ningún libro, menos todavía si es mío. Además, me parece que la cabeza de la madre está demasiado abierta ahí. Ellos son chicos, les va a costar distinguir qué es fantasía y qué es verdad, y quizás empiecen a pensar: "¿A mi mamá le habrá pasado esto que dice ahí?". Si eso pasa con los lectores adultos, ¿cómo no les va a pasar a ellos?

-¿Te molesta ese equívoco?

-Es raro. Con Elena sabe se me ocurrió contar que mi mamá, al igual que la protagonista, había tenido Parkinson, y eso dio lugar a todo tipo de malentendidos. Una vez Rosa Montero me dijo: "Nunca hay que decir que algo es autobiográfico porque la gente lo interpreta mal". Y tenía razón. La relación entre madre e hija en el libro es mala y tuve que aclarar mil veces que mi relación con mi mamá no era mala, a pesar de que había un montón de situaciones en el libro que tenían que ver con nosotras y de las que mi madre, que tenía muy buen humor, se hubiera reído.

-Igualmente, Elena sabe es un libro muy duro.

-Sí. La enfermedad es dura. Es difícil de mirar. Mientras mi mamá estaba enferma, yo noté que hay mucha gente que no puede mirar a los enfermos. Y el enfermo empieza a perder la mirada del otro.Elena sabe es como un primer plano de ese cuerpo. Si querés leer la novela, tenés que ver todo lo que aparece ahí, y algo te va a doler.

-A vos también te habrá dolido.

-No siempre es agradable ponerte a sacar todo eso para afuera. No todo el mundo se atreve. Cuando doy clases me pasa que hay gente que trae historias y a veces te das cuenta de que esas historias tienen algo tremendo detrás y que no logran sacarlo porque es doloroso. Y a la vez, al no poder sacarlo, se quedan en la superficie de la historia. La cuestión es poder nombrar. El recuerdo, la escritura tienen que ver con poder nombrar. Y para poder nombrar, hay que tener cierta valentía.

-Hay que escribir desde la fisura, entonces.

-De algún modo, sí. Las fisuras que tienen los personajes no necesariamente son todas propias, pero son fantasmas que uno conoce y que finalmente te permiten construir al personaje. A mí no me interesan mucho los personajes íntegros, porque no me los creo. El ser más íntegro alguna fisura debe tener, y esa grieta a su vez es el punto de empatía con el lector, que tampoco es íntegro.

-Nurit Iscar, la protagonista de Betibú , es una escritora de best sellers que se cayó del podio. Más allá de las diferencias entre ficción y realidad, da la sensación de que ése podría ser un temor tuyo.

-Sí, claro. Lo que más le presté a Nurit son fantasmas. Temores de lo que me puede pasar en unos años, cuando mis hijos tengan 20 y ya no me necesiten tanto. Fantasmas respecto de qué pasa si alguna vez sacás un libro que no le interesa a nadie. ¿Qué hacés? ¿Seguís escribiendo? ¿No seguís escribiendo?

-A su vez, dentro del libro esas preguntas aparecen en un contexto de mucho humor negro.

-Es que ése era un objetivo. Quería reírme de algunas cosas que tenían que ver conmigo. El regreso al escenario del country también se relaciona con eso. Tengo amigos escritores que llegaron a ser encasillados en un tema y se matan por correrse de ese tema, por aclarar todo el tiempo que ése no es "su" tema y que fue sólo "ese" libro, y me dije: ¿Qué pasa si lo hacemos al revés? ¿Qué pasa si vuelvo al country pero la historia es totalmente diferente? Y eso es lo que hice: mientras que Las viudas de los jueves tiene un punto de vista endogámico, en Betibú no hay nadie "de adentro" que cuente la historia.

-¿Te leen tus vecinos del country?

-No lo sé. Hace un tiempo una persona me dijo: "Así que escribiste otra vez sobre el lugar donde vivimos", y le contesté que era un error: todos esos lugares son parecidos. Con Las viudas... pasó que el libro se vendía muchísimo y había ganado un premio importante, y el éxito creo que en eso te protege.

-Pero ese éxito también debe tener un doble filo. Betibú es el cuarto título que publicás luego de Las viudas? , y sin embargo, en las contratapas de tus libros se te sigue mencionando como "la autora de Las viudas de los jueves ".

-Sí. Ese libro me produce una sensación ambivalente. Por un lado, le estoy sumamente agradecida al libro y al premio Clarín, por lo lindo que es que te conozcan un montón de lectores. Si voy por la calle y alguien me para y me dice: "Leí tu libro", sé que se refiere a Las viudas? Pero por otro lado pensás: "Basta ya, hablemos de otro?".

-Sobre todo porque los otros libros, en mi opinión, son incluso mejores.

-Totalmente. Las viudas? tampoco es el libro que a mí más me gusta. El periodista Vicente Muleiro, que me acompañaba a algunas charlas organizadas por la revista Ñ , me decía que yo quería ser la viuda de Las viudas de los jueves . Y algo de eso hay.

Antes y después

Antes del éxito de Las viudas de los jueves , Claudia Piñeiro fue muchas cosas. Fue, en primer lugar, una niña. Una niña que escribía muy bien. Sus composiciones se leían siempre en los actos escolares, las maestras le decían a su madre -la de Piñeiro- que guardara esos cuentos y la madre los guardó en un lavadero. Un lavadero que un día, años después, se inundó.

-Mis carpetas de Ciencias Económicas estaban en un lugar privilegiado dentro de la casa, pero mis cuentos estaban ahí. No quedó nada.

Antes del éxito de Las viudas de los jueves , Claudia Piñeiro fue una contadora eficiente -el mejor promedio de su promoción en Ciencias Económicas- que trabajaba para un estudio importante, y que solía llorar en el ascensor de la empresa.

-Eso lo conté en algunas entrevistas, y desde entonces me ha pasado de encontrarme con ex socios de ese estudio que me preguntan: "¿Fui yo el que te hizo llorar?". Je. Todos creían que podían haber sido. En ese estudio debemos haber llorado varios.

Antes del éxito de Las viudas de los jueves , Claudia Piñeiro fue una mujer de veintinueve años ytailleur inmaculado que subió a un avión rumbo a San Pablo con el fin de hacer un inventario en una fábrica de tornillos. Para no pensar en los tornillos -para no seguir llorando- Piñeiro abrió el diario y vio un aviso: la editorial Tusquets convocaba a un concurso de novela erótica llamado "La sonrisa vertical". Piñeiro decidió presentarse. Pidió licencia en el trabajo para dedicarse a escribir y escribió. Con esa primera escritura salió finalista del premio.

-Entonces pensé: "Esto puede que funcione no sólo por placer. Acá hay algo".

Antes del éxito de Las viudas de los jueves , Claudia Piñeiro escribió finalmente, en el año 2005,Las viudas de los jueves : una historia que había trabajado en el taller de Guillermo Saccomanno y que la terminó instalando como autora de renombre en el escenario literario argentino primero, y en el internacional después.

Fue entonces cuando Las viudas de los jueves , al menos en la vida de Piñeiro, dejó de ser un libro para transformarse en un punto de partida. Así llegó Tuya , un thriller de humor ácido escrito antes de Las viudas... pero publicado después, que se lee en una sola noche de insomnio. Llegó Elena sabe , un relato honesto y lacerante sobre la enfermedad y la vejez. Llegó Las grietas de Jara , una metáfora sobre el desmoronamiento -familiar y social- que tiene como telón de fondo la cara oscura del boom inmobiliario. Y llegó Betibú , un policial de lenguaje llevadero y exacto, que Piñeiro construyó cruzando humor, fantasmas y varias páginas de medicina forense.

-Sí, leo libros de medicina forense. Tengo dos que se usan en la facultad. Si el primer asesinado muere degollado, yo tengo que leer todas las posibilidades de degüello que hay: para arriba, para abajo, con un chorro de sangre en la mano, con la mano limpia? -enumera con una voz dulce, delicada: maligna.

-¿Y nunca hablaste con un forense?

-No. No conozco a ninguno.

Los ojos de Piñeiro -azules, oscuros- se detienen en alguna observación remota.

-Pero sería bárbaro, ¿no? No podés hablar con mucha gente de cómo es un degüello.

Silencio.

-De la muerte, bah.

De la muerte. No podés, dice Piñeiro, hablar con mucha gente de la muerte.

COMO ESCRIBE CLAUDIA

"No hay veredas. La gente va en auto, moto, cuatriciclo, bicicleta, carro de golf, scooter o rollers . Y si camina, camina por la calzada. En general, cualquier persona caminando que no lleve equipo de entrenamiento es empleada doméstica o jardinero." "Los que venimos a vivir a Altos de la Cascada decimos que lo hacemos buscando ?el verde', la vida sana, el deporte, la seguridad. Excusados en eso, inclusive ante nosotros mismos, no terminamos de confesar por qué venimos. Y con el tiempo ya ni nos acordamos. El ingreso a La Cascada produce cierto mágico olvido del pasado."

"Todas acá somos muy distintas, aunque algunos se confundan y crean que vivir en un lugar así hace que las mujeres terminemos pareciéndonos. Mujer country, nos llaman. La falsedad del estereotipo." "Hoy en este país no hay quien se pueda parecer a Rodolfo Walsh. ¿Por qué? Porque Walsh, antes que periodista, antes que esritor, antes que ninguna otra cosa, era un revolucionario, y el periodismo ya nada tiene que ver con la revolución."

"El amor y el arte no se llevan bien. Sexo y arte, sí, pero amor y arte, no. El amor sufriente también. Pero ese amor pelotudo, el de cuchi cuchi amorcito de mi vida, ése no."

DE GÉNERO Y POPULAR

Por Guillermo Saccomanno

Dado que conocí a Claudia como integrante de mi taller, mi objetividad puede ser reducida en cuanto a una apreciación de su escritura. No obstante, voy a intentarlo. Lo que sé es que Piñeiro, como Ángela Pradelli, como María Inés Krimer, entre otras firmas que surgieron del taller, venían "puestas". En todo caso el taller les aportó discusión y cartografía literaria para afirmar una voz que venía en ciernes. El caso Piñeiro, en términos de literatura popular, me parece tan paradigmático como los de Silvina Bullrich, Marta Lynch o Beatriz Guido. Como ellas, goza de mayor simpatía de un vasto público lector que del gueto intelectual, al que lo popular, habitualmente, inspira tirria. Hay en Claudia una escritura vertiginosa, eficaz, cinematográfica -el oficio de Piñeiro como guionista debe tomarse en cuenta-. Su profesionalismo es notable y no tiene competencia. Una vez que se empieza una de sus historias es difícil soltarla. En dos o tres tomas y en dos o tres secuencias -deliberadamente empleo términos de guión-, logra con sus personajes secundarios una empatía tal vez mayor que con sus protagonistas. Y es sabido, el manejo de los personajes secundarios es una clave en la literatura popular.

La suya es a la vez una escritura de género y también una escritura popular. Como tal, al modo folletín de Eugène Sue, es una literatura crítica, pero también redencionista y consoladora. Su repercusión se cifra en la presentación de personajes en los cuales se reconocen sus lectores: una escritura espejo. Más que costumbrista, arriesgo, es de registro sociológico. Ésta es una clave de toda literatura popular "realista": una ratificación de la ideología de sus lectores. La escritura de Piñeiro está clara, consciente y frontalmente dirigida a un sector de público que es y no es el del country. Cuando escribía Las viudas... , Piñeiro sonreía nerviosa: "Me van a echar del country". No fue así. Y si no la echaron es porque, si bien describió el country, si bien su paisajismo fue mordaz, en el final de su relato buscó redimir a sus personajes abyectos. Se sabe, todo final es moral. Pues bien, el final de Las viudas? salva moralmente el country. Algo similar pasa en Betibú : termina bien. Y ese "final feliz", edificante, es una regla de la literatura popular desde los tiempos de Sue. Piñeiro, en este sentido, es una ortodoxa del género en términos ideológicos..


martes, 23 de agosto de 2011

Ari Paluch: Tras el verdadero éxito

El verborrágico conductor y su vuelco hacia un camino más espiritual


Por Alicia Petti Para LA NACION


jueves, 18 de agosto de 2011

La autobiografía de Keith Richards

Vida. La autobiografía de Keith Richards


Así será la autobiografía de Keith Richards





















“No creo que lo estuviera buscando”, dice Keith Richards en voz baja, casi gruñendo. El guitarrista de los Rolling Stones se refiere a todos los tipos de problemas que recorren su autobiografía, Vida, como un tren descarrilado: las drogas, los policías, su síndrome de abstinencia y también las luces y sombras en la relación con su amigo de la infancia, Mick Jagger. “Esta es la forma en la que sucedió”, dice Richards sentado en la oficina de su mánager en Nueva York mientras prueba, a media tarde, un cóctel en un vaso de plástico rojo. “Los conflictos surgen todo el rato, especialmente cuando trabajas en una unidad cerrada”, dice el stone. Después de una profunda carcajada, suelta: “Si yo estoy en conflicto con alguien, significa que alguien está en conflicto conmigo”.

El título del libro de Richards, Vida, es una descripción simple y concisa del contenido: los altos y bajos en la vida del guitarrista de 66 años, desde su nacimiento hasta ahora, todo relacionado con su cadencia natural de pirata inconformista. En Life, Richards, que ha escrito el libro junto al biógrafo británico James Fox, da marcha atrás y se sumerge en la infancia que vivió durante la posguerra, a su condición de hijo único de padres divorciados en el suburbio londinense de Dartford. También relata el momento en el que el blues lo rescata emocionalmente, cuando se forman los Rolling Stones y el vínculo creativo que le une a Jagger. Hay un momento en el que Richards describe la vuelta al lugar donde se crió, en Dartford, su visita al piso de tres habitaciones y a la tienda de comestibles donde él, su madre Doris y su padre Bert, vivieron desde 1949 hasta 1952. “Es casi como si estuvieras observando a otra persona”, dice Richards ahora. Y añade: “Después empiezas a recordar con dolor ciertas cosas, como el olor de la lámpara de gas de mi abuela o el sonido que hacía mi abuelo al arrastrar los pies y cuando decía: ‘Hacedle al chico unos huevos con patatas fritas”.

Richards relata, con todo lujo de detalles, la sórdida relación con la heroína que le mantuvo al margen de la ley durante diez años, y que finalizó en 1979. “Si no hubiese hecho hincapié en esta etapa, se habría perdido algo importante”, afirma el guitarrista. “Mientras me drogaba, estaba completamente convencido de que mi cuerpo era mi templo y por la tanto que podía hacer lo que quisiera con él y nadie tenía derecho a decirme nada”, señala. Sin embargo, también cuenta todo el daño que causó al tomar esta determinación: la pérdida de su compañero, el vaquero cósmico Gram Parsons, la ruptura con su novia, Anita Pallenberg, y la muerte de su pequeña hija en 1976, Tara, mientras él estaba de gira. “Abandonar a un recién nacido es algo que nunca podré perdonarme”, declara Richards en Vida.

“Cuando empezamos a hablar de esta etapa”, explica el coescritor, James Fox, “a Keith no le salían más de cinco palabras seguidas. Entonces nos dimos cuenta de que teníamos que volver a ella, y después Richards me dijo que pensaba en ello cada semana”. La primera vez que Fox entrevistó a Richards fue en 1973 para un periódico de Londres. Fox explica la mecánica a la hora de elaborar Vida: “Hablamos de momentos y periodos, pero nunca cronológicamente. Tuvimos encuentros desde 2007, a veces hasta tres horas al día durante varias jornadas consecutivas”. El libro incluye testimonios de amigos de Richards entrevistados por Fox, como la cantante Ronnie Spector (“un amor temprano”) y el saxofonista Bobby Keys. Pero Fox no habló con el resto de los Stones. “Lo intenté”, dice, “pero hay una especie de tradición entre ellos de no contar nada en los libros de los demás”.

Life en última instancia consta de dos historias: una de música, mala conducta y supervivencia; y otra de cariño, perplejidad y a veces indignación sobre la relación entre Richards y Jagger, incluyendo sus batallas por el control y el destino de la banda. “Tenía la sensación de que Mick no iba a tener ningún problema con la verdad”, comenta Keith. Se queda en silencio durante unos momentos y continúa: “No hay duda de que es tan irritante para él como puede ser para mí”.

Jagger ha leído el libro, dice Richards: “Y estaba un poco molesto por esto y por aquello”. Sin embargo, el guitarrista insiste: “Mick y yo seguimos siendo grandes amigos y todavía queremos trabajar juntos”. La prueba de Richards: él y Mick estuvieron hablando en verano sobre hacer algo con los Stones en 2011. Otra carcajada del demonio. “¿Qué sería de la vida si todos estuviésemos de acuerdo y no hubiera problemas?”, se pregunta Richards. “Pues sin conflictos no pasaría nada, no habría blues o no existiría Happy [refiriéndose a su canción del Exile on main street de 1972]”. Y definitivamente tampoco existiría Vida.