jueves, 19 de mayo de 2011

Un premio más para Philip Roth

El gran cronista de la experiencia judeo-americana de Nueva Jersey, ganador del Pulitzer y el National Book Award, recibió ahora el Man Booker Internacional. Compitiendo para el mismo reconocimiento estuvieron, entre otros, John le Carré y Juan Goytisolo

Philip Roth, el prestigioso escritor estadounidense de 78 años y más de 25 novelas —y también perenne candidato para el Premio Nobel— acaba de ser premiado con el Man Booker Internacional. Es la cuarta edición de esta versión globalizada del premio que en su origen, hace cuarenta años, premiaba la mejor novela del año publicada en el Reino Unido, la Commonwealth, la República de Irlanda o Zimbabwe.


En su discurso, que leyó de una hoja impresa, Roth agradeció el premio, que entrega 60.000 libras (96 mil dólares), y dijo:


“Me gustaría agradecer los jueces del premio Man Booker por haberme dado este premio de gran estima. Uno de los placeres particulares que he disfrutado como escritor es que mi obra haya sido leída internacionalmente, a pesar de todos los ataques de corazón que implican las traducción. Espero que el premio atraiga la atención de lectores en todo el mundo que no están familiarizados con mi trabajo. Esto es un gran honor y estoy dichoso de haberlo recibido.”


El discurso, subido a You Tube, dura tan solo 33 segundos.


El Man Booker Internacional, a diferencia del tradicional, se otorga a un corpus entero, no simplemente a una obra específica. Los tres ganadores previos fueron Ismail Kadaré en 2005, Chinua Achebe en 2007 y Alice Munro en 2009.


El encargado del jurado, Rick Gekoski, dijo sobre Roth:


“Su carrera es notable en el sentido de que comienza en un nivel altísimo y solo ha mejorado. En sus 50 y 60, en una edad en la cual la mayoría de los novelistas están en declive, el escribió una serie de novelas de la más alta calidad y que perdurarán. De hecho, su más reciente, Némesis (2010), es tan fresca, memorable y viva con sentimiento que cualquiera de las obras que ha escrito. Es un logro asombroso.”


El jurado del premio estuvo integrado por el escritor, académico y librero anticuario Dr. Rick Gekoski; la editora, escritora y crítica Carmen Callili, que renunció al jurado en disidencia con la elección (VER NOTA APARTE); y el novelista Justin Cartwright.


Los candidatos para el premio de este año fueron: Juan Goytisolo (España), James Kelman (Rieno Unido), John le Carré (Rieno Unido), Amin Maalouf (Lebanon), David Malouf (Australia), Dacia Maraini (Italia), Rohinton Mistry (India/Canadá), Philip Pullman (Rieno Unido), Marilynne Robinson (EE.UU.), Su Tong (China), Anne Tyler (EE.UU.) y Wang Anyi (China).


El premio se entregará el 28 de junio de este año en una cena formal en Londres.

martes, 17 de mayo de 2011

Hobsbawm: “Marx fue un profeta sin armas”

Con la crisis global, el pensamiento De Eric Hobsbawm ha vuelto a estar en boga. Aquí, habla sobre el interés de los financistas por las ideas de Marx, opina sobre el comunismo en China y afirma Que en América Latina se siente “como En casa” porque todavía se habla el lenguaje del socialismo. Su libro “Cómo cambiar El mundo” será publicado próximamente.

Hampstead Heath, en la zona arbolada del norte de Londres, se enorgullece del papel destacado que tuvo en la historia del marxismo. Es aquí donde los domingos Karl Marx llevaba a su familia hasta Parliament Hill, recitando en el camino a Shakespeare y a Schiller, para pasar una tarde de picnic y poesía. Los días de semana, se reunía con su amigo Friedrich Engels, que vivía cerca, para hacer una caminata a paso ligero por el monte, donde los “viejos londinenses”, como se los conocía, reflexionaban sobre la Comuna de París, la Segunda Internacional y la naturaleza del capitalismo.

POR TRISTRAM HUNT

Hoy, sobre una calle lateral que sale del monte, la ambición marxista sigue viva en la casa de Eric Hobsbawm. Nacido en 1917 (en Alejandría, bajo el protectorado británico de Egipto) a más de 20 años de la muerte de Marx y Engels, no conoció personalmente a ninguno de esos dos filósofos, por supuesto. Pero al hablar con Eric en la espaciosa sala de estar, llena de fotos familiares, honores académicos y toda una vida de objetos culturales, se percibe una sensación casi tangible de conexión con estos hombres y su memoria.

La última vez que entrevisté a Eric, en 2002, su brillante autobiografía Años interesantes –la crónica de un joven en la Alemania de Weimar, el amor de toda su vida por el jazz y la forma en que realizó la transformación del estudio de la historia en Gran Bretaña– acababa de salir y había recibido críticas elogiosas. También coincidió con otro ataque cíclico de los medios a la pertenencia de Eric al Partido Comunista, tras la publicación del libro de Martin Amis contra Stalin, Koba el temible. En ese entonces, el “profesor marxista” explicó que no buscaba, tal como escribió, “acuerdo, aprobación o simpatía” sino más bien, comprensión histórica para una vida en el siglo XX moldeada por la lucha contra el fascismo.


La crisis neoliberal

Las cosas cambiaron desde entonces. La crisis global del capitalismo, que causa estragos en la economía mundial desde 2007, transformó los términos del debate.

De pronto, resurgió la crítica que hace Marx acerca de la inestabilidad del capitalismo. “Ha vuelto”, proclamó el London Times en el otoño de 2008 cuando las bolsas se desplomaban, los bancos eran nacionalizados en forma sumaria y Sarkozy, el presidente de Francia, era fotografiado hojeando Das Kapital (cuyas ventas aumentaron al punto de llegar a las listas alemanas de libros más vendidos). Hasta el papa Benedicto XVI se vio obligado a elogiar la “gran habilidad analítica” de Marx. Karl Marx, el gran ogro del siglo XX, había sido resucitado en las universidades, los encuentros de debate y las oficinas editoriales.

Parecería ser, pues, el momento ideal para que Eric Hobsbawm reúna sus ensayos más celebrados sobre Marx en un solo volumen, junto con material nuevo sobre el marxismo a la luz del colapso económico. Para Hobsbawm, el deber continuo de abordar a Marx y sus múltiples legados –entre otras cosas, en este libro, algunos nuevos capítulos excelentes sobre el significado de Gramsci– sigue siendo fuerte.

El propio Eric, empero, cambió. Sufrió una fea caída en Navidad y ya no puede eludir las limitaciones físicas de sus 93 años. El humor y la hospitalidad tanto suyos como de su esposa, Marlene, así como su intelecto, su agudeza política y su amplitud de visión, continúan no obstante maravillosamente intactos. Con un Financial Times sobre la mesa de café, Eric pasó sin contratiempos de los sondeos sobre Lula, el presidente saliente de Brasil, a las dificultades ideológicas que afronta el Partido Comunista en Bengala Occidental o las convulsiones en Indonesia que siguieron a la caída económica global de 1857.

La sensibilidad global y la ausencia total de provincianismo, siempre tan sólidas en su obra, siguen configurando su política y su historia.

Y después de una hora hablando sobre Marx, el materialismo y la lucha continua por la dignidad humana frente a los chubascos del libre mercado, uno se va de la terraza de Hobsbawm en Hampstead –cerca de los senderos por los que solían caminar Karl y Friedrich– con el sentimiento de haber pasado por un seminario vertiginoso con una de las grandes mentes del siglo XX. Una mente resuelta, además, a mantener una mirada crítica sobre el XXI.

¿En el núcleo de este libro hay una idea de reivindicación? ¿De que aun cuando las ideas propuestas en su momento por Karl Marx no sean ya relevantes, él hacía las preguntas correctas sobre la naturaleza del capitalismo y que el capitalismo que surgió en los últimos 20 años se parecía mucho a lo que Marx pensaba allá por el año 1840?

Sí, sin duda. El redescubrimiento de Marx en esta en esta época de crisis capitalista se debe a que en 1848 predijo más que ningún otro el mundo moderno. Es, creo, lo que ha atraído hacia su obra la atención de una serie de nuevos observadores, paradójicamente, en primer lugar gente de negocios y comentaristas de negocios más que de la izquierda. Recuerdo haberlo observado justamente en la época del 150° aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, cuando en la izquierda no se estaban haciendo muchos planes para celebrar. Descubrí para mi gran asombro que los editores de la revista que daban en el avión de United Airlines decían que querían publicar algo sobre El Manifiesto . Al poco tiempo, estuve almorzando con el financista George Soros que me preguntó: “¿Qué piensa usted de Marx?” Aunque no coincidíamos en muchas cosas, me dijo: “Ese tipo definitivamente algo tenía”.

¿Tiene la sensación de que lo que le gusta, en parte, de Marx a gente como Soros es cómo describe de manera brillante la energía, el carácter iconoclasta y el potencial del capitalismo? ¿Era esa la parte que atraía a los altos ejecutivos que volaban por United Airlines?

Creo que es la globalización, los impresionaba el hecho de que predijera la globalización, como quien dice, una globalización universal, que incluye la globalización de los gustos y todo lo que trae aparejado. Pero pienso que los más inteligentes también veían una teoría que permitía una especie de desarrollo recortado de la crisis. Porque la teoría oficial en esa época (fines de los años 1990) teóricamente rechazaba la posibilidad de una crisis.

¿Y ese discurso de “un fin de la expansión y contracción” y salir del ciclo económico?

Exactamente. Lo que pasó a partir de los años 1970, primero en las universidades, en Chicago y el resto, y finalmente, desde 1980 con Thatcher y Reagan fue, supongo, una deformación patológica del principio de libre mercado que propicia el capitalismo: la economía de mercado pura y el rechazo del Estado y de la acción pública que no creo que ninguna economía del siglo XIX haya puesto en práctica realmente, ni siquiera los Estados Unidos. Y estaba en conflicto, entre otras cosas, con la forma en que el capitalismo había funcionado en su época más exitosa, entre 1945 y comienzos de los 70.

Cuando dice “exitosa”, ¿es en cuanto a elevar los niveles de vida en los años de la posguerra?

Exitosa porque dio ganancias y aseguró algo como una población políticamente estable y relativamente satisfecha a nivel social. No era ideal pero era, digamos, un capitalismo con rostro humano.

Y usted considera que el renovado interés por Marx también se debió al fin de los Estados marxistas/leninistas. ¿La sombra leninista desapareció y usted pudo volver a la naturaleza original de la escritura de Marx?

Con la caída de la Unión Soviética, los capitalistas dejaron de tener miedo y en ese sentido tanto ellos como nosotros pudimos analizar el problema de una manera mucho más equilibrada, menos distorsionada por la pasión que antes. No obstante, yo creo que fue más la inestabilidad de esta economía neoliberal globalizada la que empezó a ser muy notable al final del siglo. Mire, en cierto modo, la economía globalizada fue dirigida en forma efectiva por lo que podríamos llamar el Noroeste [Europa occidental y Norteamérica] global y ellos impulsaron ese fundamentalismo de mercado ultra-extremo. Al principio, pareció funcionar muy bien –al menos en el viejo noroeste– aunque desde el comienzo se podía ver en la periferia de la economía global que creaba terremotos, grandes terremotos. En América Latina hubo una enorme crisis financiera a comienzos de los 80. A comienzos de los 90, en Rusia hubo una catástrofe económica. Y después hacia finales del siglo, se produjo ese colapso enorme, casi global, que fue de Rusia a Corea (del Sur), Indonesia y Argentina. Esto hizo que la gente empezara a pensar, me parece, que había en el sistema una inestabilidad de base que antes se había pasado por alto.

Se ha llegado a sugerir que la crisis que vemos desde 2008 en relación con Estados Unidos, Europa y Gran Bretaña no es tanto una crisis del capitalismo en sí, sino del capitalismo financiero moderno de Occidente. Mientras tanto, Brasil, Rusia, India y China –BRIC– están desarrollando sus economías al mismo tiempo sobre modelos cada vez más capitalistas. ¿O es simplemente que ahora nos toca sufrir a nosotros las crisis que ellos tuvieron hace 10 años?

El verdadero avance de los países BRIC es algo que se produjo en los últimos 10 años, 15 como máximo. O sea que en ese sentido se puede decir que fue una crisis del capitalismo. Por otro lado, creo que es riesgoso asumir, como hacen los neoliberales y los defensores del libre mercado, que hay un solo tipo de capitalismo. El capitalismo es, si se quiere, una familia, con una variedad de posibilidades, desde el capitalismo dirigido por el Estado de Francia hasta el libre mercado de Estados Unidos. Por lo tanto es un error creer que el avance de los países BRIC es simplemente lo mismo, como la generalización del capitalismo occidental. No lo es: la única vez que se intentó importar el fundamentalismo del libre mercado al por mayor fue en Rusia y resultó un fracaso absolutamente trágico.

Usted planteó el tema de las consecuencias políticas del colapso. En su libro, habla de una insistencia en analizar los textos clásicos de Marx como si aportaran un programa político coherente para hoy, pero ¿adónde cree que va en la actualidad el marxismo como proyecto político?

No creo que Marx haya tenido nunca un proyecto político, por así decirlo. Políticamente hablando, el programa específico de Marx era que la clase trabajadora se formara como un cuerpo consciente de clase y actuara políticamente para adquirir poder. Fuera de eso, Marx de manera muy deliberada fue vago en razón de su aversión hacia las cosas utópicas. Paradójicamente, yo diría incluso que a los nuevos partidos se les permitía improvisar, hacer lo que pudieran sin instrucciones efectivas. Lo que Marx había escrito equivalía apenas un poco más que a las ideas estilo Cláusula IV sobre la propiedad privada, en ninguna parte cercano siquiera a brindar una orientación a los partidos o ministerios. Mi opinión es que el principal modelo que los socialistas y los comunistas del siglo XX tuvieron en mente fueron las economías de guerra dirigidas por el Estado de la Primera Guerra Mundial, que no eran particularmente socialistas pero que sí aportaban alguna suerte de orientación acerca de cómo podía llegar a funcionar la socialización.

¿No le sorprende la incapacidad, ya sea de la izquierda marxista o socialdemócrata, de aprovechar la crisis de estos últimos años políticamente? Aquí estamos sentados a 20 años de la muerte de uno de los partidos que usted más admira, el Partido Comunista de Italia. ¿Lo deprime el estado de la izquierda en este momento en Europa y en otras partes?

Sí, por supuesto. De hecho, una de las cosas que estoy tratando de mostrar en el libro es que la crisis del marxismo no es sólo la crisis de la rama revolucionaria del marxismo sino de la rama social demócrata también. La nueva situación en la nueva economía globalizada finalmente aniquiló no sólo al leninismo marxista sino también al reformismo social demócrata, que fue esencialmente la clase trabajadora ejerciendo presión sobre sus Estados-nación. Con la globalización, no obstante, la capacidad de los Estados para responder a esta presión disminuyó efectivamente. Y entonces la izquierda retrocedió dando a entender: “Miren, los capitalistas están haciendo las cosas bien, lo único que debemos hacer es dejarlos ganar y asegurarnos de recibir nuestra parte”. Eso funcionó mientras esa parte se tradujo en crear Estados de bienestar, pero a partir de los años 1970, dejó de funcionar y entonces hubo que hacer, efectivamente, lo que hicieron Blair y Brown: dejarlos ganar todo el dinero posible y tener la esperanza de que se derramara la cantidad suficiente como para que nuestro pueblo estuviera mejor.

Entonces, ¿hubo un pacto faustiano para que en los buenos tiempos, en tanto las ganancias fueran saludables y se pudiera garantizar la inversión en educación y salud, no hiciéramos demasiadas preguntas?

Sí, mientras mejoró el nivel de vida.

Y ahora al caer las ganancias ¿luchamos por encontrar respuestas?

Ahora que con los países occidentales estamos yendo para el otro lado, con el crecimiento económico relativamente estático, declinando incluso, la cuestión de las reformas vuelve a tornarse urgente una vez más.

¿Usted ve como parte del problema, en lo que a la izquierda se refiere, el final de una clase trabajadora masiva consciente e identificable, algo que fue tradicionalmente esencial para la política socialdemócrata?

Históricamente es cierto. Los gobiernos socialdemócratas y las reformas cristalizaron en torno de partidos de clase obrera. Estos partidos nunca fueron, o sólo rara vez, totalmente de clase trabajadora. Siempre fueron hasta cierto punto alianzas: alianzas con ciertos tipos de intelectuales progresistas y de izquierda, con minorías, minorías religiosas y culturales, posiblemente muchos países con distintos tipos de pobres trabajadores, obreros. Con la excepción de los Estados Unidos, la clase trabajadora fue un bloque masivo reconocible durante mucho tiempo, ciertamente hasta bien entrada la década de 1970. Creo que la rapidez de la desindustrialización en este país alteró muchísimo no sólo la magnitud sino también, si se quiere, la conciencia de la clase trabajadora. Y no hay ningún país en la actualidad donde la clase trabajadora industrial pura en sí sea suficientemente fuerte. Lo que todavía es posible es que la clase trabajadora forme, por así decirlo, el esqueleto de movimientos más amplios de cambio social. Un buen ejemplo de esto, en la izquierda, es Brasil, que presenta un caso clásico de partido laborista de fines del siglo XIX basado en una alianza de sindicatos, trabajadores, los pobres en general, intelectuales, ideólogos y distintos tipos de izquierdistas, que ha producido una coalición gobernante asombrosa. Y no se puede decir que no sea exitosa después de ocho años de gobierno con un presidente saliente que cuenta con niveles de aprobación del 80%. En este momento, ideológicamente, me siento más en casa en América Latina porque sigue siendo el lugar en el mundo donde la gente todavía habla y dirige la política con el viejo lenguaje, el lenguaje del siglo XIX y el XX de socialismo, comunismo y marxismo.

En términos de partidos marxistas, algo que se desprende con mucha fuerza de su trabajo es el rol de los intelectuales. Hoy, vemos un entusiasmo enorme en universidades como la suya en Birkbeck, con reuniones y actos. Y si miramos los trabajos de Naomi Klein o David Harvey o las presentaciones de Slavoj Zizek, hay un verdadero entusiasmo. ¿Lo entusiasman estos intelectuales públicos del marxismo en este momento?

No sé si ha habido un gran cambio pero es indudable: con los actuales recortes del Gobierno habrá una radicalización de los estudiantes. Eso es algo del lado positivo. Del lado negativo... si analizamos la última oportunidad de una radicalización masiva de estudiantes en el 68, no significó demasiado. No obstante, como pensaba entonces y sigo pensando aún hoy, es preferible que los jóvenes, hombres y mujeres, piensen que están en la izquierda a que los jóvenes, hombres y mujeres, sientan que lo único por hacer es conseguir un trabajo en la bolsa.

¿Y cree que hombres como Harvey y Zizek desempeñan un papel útil en eso?

Supongo que la descripción de presentador se ajusta a Zizek. Tiene ese elemento de provocación que es muy característico y que ayuda a generar el interés de la gente, pero no estoy seguro de que quienes leen a Zizek se sientan mucho más cerca de repensar los problemas de la izquierda.

Permítame pasar de Occidente a Oriente. Uno de los interrogantes más urgentes que usted se plantea en el libro es si el Partido Comunista chino puede desarrollar su nuevo lugar en la escena global y responder a ésta.

Es un gran misterio. El comunismo desapareció pero subsiste un elemento importante del comunismo, ciertamente en Asia, que es el Partido Comunista estatal que dirige a la sociedad. ¿Cómo trabaja? En China me parece que hay un grado más alto de conciencia de la inestabilidad potencial de la situación. Probablemente haya una tendencia a crear más espacio de maniobra para una clase media intelectual creciente y para sectores educados de la población, que, después de todo, se medirán en decenas, posiblemente cientos de millones. También es cierto que el Partido Comunista en China parece estar reclutando un liderazgo tecnocrático. Cómo se une todo eso, no lo sé. Lo que sí me parece posible con esta rápida industrialización es el crecimiento de movimientos laboristas, y no queda claro hasta qué punto el Partido Comunista chino puede encontrar lugar para las organizaciones del trabajo o si las consideraría inaceptables, a la manera en que [consideró inaceptables] las protestas de la Plaza Tianannmen.

Permítame hacerle algunas preguntas sobre la política aquí en Gran Bretaña, para conocer su idea sobre la coalición. Me parece que tiene cierto aire de 1930 en lo relacionado con su ortodoxia fiscal, recortes del gasto, desigualdades del ingreso, con David Cameron como una figura muy similar a Stanley Baldwin. ¿Cuál es la lectura que usted hace?

Detrás de los distintos recortes que se sugieren en este momento, y que tienen la justificación de librarse del déficit, claramente parece haber una demanda ideológica sistemática de deconstruir, semiprivatizar, los viejos acuerdos, ya se trate del sistema de pensiones, la asistencia social, el sistema escolar o incluso el de salud. Estas cosas en la mayoría de los casos no se tuvieron en cuenta ni en el manifiesto conservador ni en el liberal y sin embargo, viéndolo desde afuera, éste es un gobierno mucho más radicalmente derechista de lo que parecía a primera vista.

¿Y cuál le parece que debería ser la respuesta del Partido Laborista?

El partido Laborista en líneas generales no ha sido una oposición muy eficaz desde la elección, en parte porque pasó meses y meses eligiendo a su nuevo líder. Pienso que el Partido Laborista debería, en primer lugar, hacer mucho más hincapié en que para la mayoría de la gente en los últimos 13 años, la época no fue del colapso al caos sino en realidad una época en que la situación mejoró, y particularmente en áreas como las escuelas, los hospitales y toda una serie de otros logros culturales – o sea que la idea de que de alguna manera todo debe ser desmantelado y sepultado no es válida. Creo que debemos defender lo que la mayoría de la gente cree que debe básicamente ser defendido y que es la provisión de alguna forma de bienestar desde la cuna hasta la tumba.

Usted conoció a Ralph Miliband, puesto que los Miliband son viejos amigos. ¿Qué cree que habría pensado Ralph de la contienda entre sus hijos y el desenlace con Ed dirigiendo el Partido?

Bueno, como padre obviamente no podría dejar de estar bastante orgulloso. Ciertamente estaría mucho más a la izquierda de sus dos hijos. Creo que Ralph se identificó realmente durante la mayor parte de su vida con el rechazo del Partido Laborista y de la ruta parlamentaria, y la esperanza de que, de alguna manera, fuera posible que naciera un partido socialista como corresponde. Cuando Ralph finalmente se reconcilió con el Partido Laborista, fue en el período menos útil, a saber la época de Bennite cuando no hizo mucho. De todos modos, creo que Ralph ciertamente habría esperado algo mucho más radical de lo que hasta ahora parecieron hacer sus hijos.

El título de su nuevo libro es Cómo cambiar el mundo . Usted escribe, en el último párrafo, “todavía sigue pareciéndome plausible el reemplazo del capitalismo”. ¿Es una esperanza intacta y es lo que lo mantiene trabajando, escribiendo y pensando en este momento?

No existe ninguna esperanza intacta en esta época.

Cómo cambiar el mundo es un relato de lo que hizo fundamentalmente el marxismo en el siglo XX, en parte a través de los partidos socialdemócratas que no derivaron directamente de Marx y de otros partidos –los partidos laboristas, los partidos de los trabajadores, etc.– que subsisten como gobierno y como partidos potenciales en el gobierno en todas partes. Y segundo, a través de la Revolución rusa y todas sus consecuencias. El precedente de Karl Marx, un profeta sin armas, inspirador de grandes cambios, es innegable. De manera muy deliberada, no digo que haya perspectivas equivalentes en este momento. Lo que digo ahora es que los problemas básicos del siglo XXI requerirían soluciones que ni el mercado puro, ni la democracia progresista pura pueden resolver adecuadamente. Y en ese sentido, habría que pensar una combinación diferente, una mezcla diferente de público y privado, de acción y control del Estado y libertad. Cómo se llamará eso, no lo sé. Pero podría perfectamente no ser capitalismo, ciertamente no en el sentido en el que lo hemos conocido en este país y en los Estados Unidos.

Traduccion: Cristina Sardoy.

(c) The Guardian, 2011



martes, 10 de mayo de 2011

Cada político con su librito

Candidatos y funcionarios publicaron títulos en los últimos meses; el de Aníbal Fernández, entre los más vendidos


La moda reaparece cada vez que una elección (sobre todo si es presidencial) despunta en el horizonte. Precandidatos, dirigentes que fueron quedando en el escabroso camino de las negociaciones preelectorales y hasta ministros del Gobierno encaran el año de las presidenciales con libros propios bajo el brazo.

En el primer grupo se enrolan Eduardo Duhalde, Elisa Carrió y Hermes Binner. Los dos primeros sostienen sus postulaciones contra viento y marea, mientras que el santafecino hace equilibrio entre Ricardo Alfonsín y el partido socialista mientras espera la interna por la gobernación de su provincia, en la que se definirá buena parte de su futuro.

Hace 10 días, Duhalde presentó un libro cuyo título no podría ser más elocuente de su presente político. Es hora que me escuchen se llama la publicación editada por la Universidad del Salvador. Lejos de retratar su deseo respecto de que la oposición acuerde en "grandes temas" y se unifique detrás de un único candidato, el libro es un análisis sobre "el peligro de los narco-Estados".

"Este libro tiene la intención de transmitir a la sociedad lo que pensamos en cada uno de los temas centrales del mundo y de la Argentina. Es un sinceramiento profundo y reflexivo que permite al lector entender y comprender en qué marco de pensamiento se construyeron las propuestas", dice Elisa Carrió en el segundo párrafo del prólogo de El futuro es hoy.

Editado por El Ateneo, el libro recopila artículos de sus colaboradores más cercanos: los diputados Adrián Pérez, Patricia Bullrich, Alfonso Prat-Gay, Fernando Iglesias y Carlos Moran y la senadora María Eugenia Estenssoro. Bajo el rótulo "Propuestas para una Argentina próspera, libre y de clase media" se recopilan artículos sobre desarrollo económico y social, democracia republicana, seguridad y democracia informativa.

El gobernador de Santa Fe aprovechó el inmejorable marco de la Feria del Libro para lanzar Hermes Binner, primer gobernador socialista de la Argentina. Es una compilación de diálogos que mantuvo con Daniel Attala, escritor y hermano de su vocero, Ricardo. Las conversaciones construyen un recorrido por la vida del gobernador: su infancia, su trayectoria política, sus ideas y su vida personal.

También el gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, que intentará ser reelecto en septiembre, presentó Kirchnerismo: desde las tensiones estructurales hacia la construcción del futuro en la Feria del Libro.

A fines de marzo, cuando su precandidatura presidencial estaba aún en pie (igual que la preinterna de la UCR), Julio Cobos lanzó Educación, el único camino (Septiembre Grupo Editor). A lo largo de ocho capítulos, el vicepresidente desgrana la afirmación que abre el texto: "El elemento característico que define a un país es su sistema educativo".

"Hagamos futuro parecería ser nada más que el eslogan de la campaña presidencial de Mario Das Neves. Sin embargo, este libro demuestra que es mucho más que eso, que está muy lejos de ser sólo una construcción prefabricada para satisfacer las necesidades del marketing político", se afirma en la introducción de Hagamos futuro (Planeta), el libro que el gobernador de Chubut, Mario Das Neves publicó los primeros días de marzo último.

Las encuestas anunciaban un triunfo claro en su provincia y su proyecto presidencial esperaba esa victoria para que fuera el puntapié de la campaña por la presidencia. Su candidato logró una diferencia exigua sobre el postulante kirchnerista y la elección derivó en escándalo. Ayer la justicia provincial decidió que habrá elecciones complemetarias en los distritos con mesas impugnadas, lo que podría revertir el resultado y consagrar al candidato de la Casa Rosada.

Del lado del Gobierno, salieron al ruedo electoral dos ministros con despacho en la Casa Rosada.Aníbal Fernández volcó su verborragia mordaz en Zonceras argentinas y otras yerbas (Planeta), inspirado en la célebre Manual de zonceras argentinas de Arturo Jauretche.

En el prólogo, a cargo de Cristina Kirchner, la Presidenta describe al pensador como "enorme, visceral y coloquial". Desafiante, agrega: "¿Será porque nunca se tragó la zoncera de hay que hablar «difícil» y poner cara de traste para elaborar pensamiento profundo? ¡Uy! ¡Dije traste! ¡Y soy la Presidenta! Bueno, don Arturo se lo merece. Seguro que ahora dicen: «¡Zas! Aníbal la contagió»".

El libro de Aníbal Fernández está entre los más vendidos en la Feria del Libro. Según datos de la librería Cúspide, Zonceras... aparece segundo en el ránking de ventas de la exposición tras Economía 3D, del ex ministro de Economía Martín Lousteau.

En Mejor que decir (Planeta), Florencio Randazzo repasa sus años como ministro del Interior a través de "cinco casos de gestión de la Argentina de hoy para reflexionar". Dedicado in memoriam a Néstor Kirchner, el libro no tiene prólogo. Abre, en cambio, con el fragmento del discurso de Cristina Kirchner durante una firma de convenios con el sector agropecuario en enero último.

Para políticos en campaña y para el Gobierno (que también lo está), escribir libros se reedita como una forma más de ocupar espacio en el escenario público.

lunes, 9 de mayo de 2011

El terror islámico, según Wilbur Smith

El autor de decenas de best sellers se refirió a Ben Laden; presentó su último libro


"No soy responsable de las acciones de estos hombres. Ellos son su propia ley." Las palabras de uno de los fanáticos islámicos que, en la ficción de la reciente novela Los que están en peligro secuestra a una joven norteamericana, perteneciente a una familia multimillonaria, en venganza por la operación militar de Estados Unidos en Irak, expresan la pregunta de fondo que quiso formular su autor: ¿tiene sentido la justicia por mano propia?

Wilbur Smith, escritor de origen africano y formación inglesa, autor de más de treinta novelas (entre ellas, Los cazadores de diamantes y Río sagrado ), traducidas a 26 idiomas, que, según informan sus editores, ya han vendido más de 120 millones de ejemplares, presentará hoy su última obra en la Feria del Libro. Pero aclara, en alusión a otra de sus pasiones: "No vendría a la Argentina, si no fuera para cazar".

Smith, de 79 años, vive con su esposa y reparte su tiempo entre sus casas de Gran Bretaña, Suiza, Malta o en su residencia principal, en Sudáfrica. "Cuando hay mal tiempo en Londres, me voy a Ciudad del Cabo", dice el autor, que en su juventud fue contador, policía y hasta soldado. Durante dos años combatió en la guerra civil de Rhodesia (hoy Zimbabwe).

- En su último libro hay muchas referencias a hechos de la actualidad internacional. ¿Le ha pasado de anticiparse con la ficción a eventos reales?

Los que están en peligro trata temas que el mundo está discutiendo esta semana. Creo en la premisa que dice que la vida imita al arte. Yo no sé si soy capaz de adivinar como con una bola de cristal, pero sí de anticiparme, a veces.

-¿Qué cree puede ocurrir en el mundo luego del asesinato de Osama ben Laden?

-Creo que Al-Qaeda ha recibido un golpe enorme, y sabemos también que existen operativos de su cúpula que siguen vivos. Por otra parte, Al-Qaeda ya había sido arrinconada como organización por las naciones musulmanas que decidieron mirar al futuro. En otros términos, Al-Qaeda perdió su mística.

-¿No prevé, entonces, hechos de violencia en represalia?

-Sí, probablemente haya intentos de represalia. Sabemos que han reclutado a muchos jóvenes islamistas no solamente en Bagdad o Islamabad, sino también en Londres, en Nueva York. Siempre habrá un loco dispuesto a actuar, pero no creo que sean capaces de influir decididamente en el resto del mundo, ni que lleguemos a ver en Buenos Aires a hombres lapidando a las mujeres o colgando a los homosexuales como vemos en el mundo árabe.

-¿Lo que dice y ha escrito no le trajo problemas?

-Hasta ahora, no me han puesto en la lista negra. Me han dicho que soy racista y sexista, pero aún no me dijeron nada en lo religioso.

-¿Tiene ya un plan para un próximo libro?

-No sé y tampoco sé si habrá un próximo libro. La editorial me está tentando para que escriba mis memorias, pero no estoy convencido. Es casi como escribir una autobiografía, y esto sería aceptar que la lucha terminó.

lunes, 2 de mayo de 2011

"El peronismo es tan indispensable como Borges"

Analista lúcida de la realidad argentina, la ensayista afirma que la obsesiona la necesidad de comprender la naturaleza compleja del movimiento que fundó Perón, con su actual variante kirchnerista; por eso, sostiene que su último libro, La audacia y el cálculo, Kirchner 2003-2010, del que ofrecemos un anticipo, no es un panfleto sino un esfuerzo para pensar el presente y analizar a un gobierno que, señala, propone una visión parcial del progresismo, carece de escrúpulos y hace un "uso instrumental de los derechos humanos"
Por Ricardo Carpena


Para un sector político que quiere construir una imagen de progresista, ella es la intelectual de izquierda con la suficiente autoridad como para destrozar ese decorado. Para un sector político que aspira a imponer su pensamiento como único y dominante, es la pensadora de prestigio que deshace los preceptos más intocables. Pero para qué andar con tantos rodeos: para el kirchnerismo, Beatriz Sarlo es una pesadilla.

Se sabe que acercarse a las ideas de la célebre autora de Escenas de la vida posmoderna es un viaje de ida. Porque nadie sale indemne de la experiencia de leerla o de escucharla, algo que, como mínimo, puede provocar efervescencia cerebral en el argentino promedio, aunque en estos últimos años lo que ha generado con más frecuencia son ataques de nervios en ese kirchnerismo al que Sarlo le resulta a veces incomprensible y casi siempre intolerable.

La imposibilidad de que ella pase inadvertida se acrecentó con la aparición de su nuevo libro, La audacia y el cálculo, Kirchner 2003-2010 , una incisiva radiografía de los años en que amasó su enorme poder el fallecido ex presidente. La autora se jacta de que no es un "panfleto" antikirchnerista porque, a diferencia de otras obras que analizan el mismo tema, aquí prefiere utilizar "cierto discurso argumentativo".

Quizá ésa sea una característica distintiva de este libro: Sarlo afirma en el prólogo que buscó "la perspectiva de un historiador de la cultura al que le ha tocado como objeto el presente". Y así, a veces con la simple descripción o el análisis menos alambicado, logra un profundo repaso de laera de oro kirchnerista, en el que no descuida una mirada sobre las incursiones de los políticos en la TV, en un territorio de pulsiones mediáticas que llama Celebrityland , ni sobre la "política 2.0", es decir, la curiosa relación de la dirigencia y de los militantes con los blogs, las redes sociales e Internet.

"La empresa de mi vida fue entender el peronismo", afirmó Sarlo a Enfoques al hablar de su flamante proyecto, a partir del cual se permite dudar sobre si el kirchnerismo "se conservará o no como una de las tantas variantes" del movimiento que fundó Juan Domingo Perón.

Para no romper su fama, la ensayista se mostró implacable al caracterizar a los Kirchner: "Néstor era un político muy inteligente y carente totalmente de escrúpulos en el uso del aparato del Estado en su beneficio"; "Cristina ha recibido una gran herencia, es una gran parlamentaria, pero no es políticamente interesante".

Sarlo también puso en la mira a la oposición, aunque advirtió que no está desesperada por organizarla para vencer al oficialismo en las próximas elecciones: "Puede ser mala, pero tiene que basarse en su propia organización", sostuvo.

-A partir de sus notas y de este libro, ¿siente que puede entender verdaderamente el fenómeno kirchnerista?

-La empresa de mi vida fue entender al peronismo. Esta es la empresa con la cual nace a la política mi generación, con la idea de que nuestros padres habían cometido un grave error político celebrando la caída de Perón por un golpe de Estado, cosa que fue la madre de todas las desgracias argentinas. Mi generación, por tanto, tomó la idea de comprender la naturaleza compleja del populismo nacionalista, a veces conservador y a veces revolucionario, que fue el peronismo, y lo tomó como una tarea intelectual y política. De allí la idea de seguir pensando al kirchnerismo, que veremos si se conserva como una de las tantas variantes del peronismo. El peronismo ha producido una gran cantidad de buenos textos de historia y de ciencia política, además de buenos ensayos, precisamente porque ha habido un contingente de gente de los últimos cuarenta años dedicada a pensar eso. En algunos casos, como el caso de Horacio González, pensado desde el interior, y en otros, pensado con diversos grados de crítica. El libro no es ajeno a ese movimiento de mi generación. El peronismo es tan indispensable como Borges.

-¿En qué sentido?

-En el mismo sentido en que Borges es indispensable para la literatura argentina. Cuando una literatura tiene un escritor como Borges, no hay un escritor o un crítico que pueda sustraerse a colocarse respecto de ese escritor. Lo mismo que es Dante en la literatura italiana o lo mismo que es Shakespeare en la literatura inglesa. Es imposible hacer funcionar la máquina de esa literatura sustrayendo esa pieza fundamental. En el caso del peronismo, es imposible entender a la Argentina desde 1940 en adelante sustrayéndose a la comprensión de esa pieza fundamental.

-Usted dice en el libro que el kirchnerismo ha ganado una batalla cultural. ¿En qué consiste ese triunfo?

-Es una equivocación si lo pensamos como la batalla de Ayacucho, en donde a partir de ahí los españoles se retiran de América latina. Uno podría decir que se implantaron ciertos temas si pensamos en cómo llegar no a 40 millones de argentinos sino a una minoría muy pequeña, aunque más activa, a la que le interesa la política. Pero el primer capítulo en el cual los Kirchner logran implantar un tema es cuando dan la batalla por la ley de medios y la ganan. Es ahí donde algunos se dieron cuenta de que los Kirchner, además de favorecer sus propios intereses políticos introduciendo una ley de medios que es como una colcha de retazos, con aspectos terribles, con aspectos buenos, introducían allí elementos que tienen que ver con un ideal comunicativo que no es el ideal periodístico sino el de la comunicación de identidadesculturales, perfectamente legítimo. El segundo elemento es la transformación que se produce durante el Bicentenario. Dos o tres millones de personas dando vueltas produjeron un doble efecto: no estaban celebrando al Gobierno, pero estaban en una celebración que el Gobierno había montado. Con el acto que Cristina Kirchner hace en Vuelta de Obligado, ellos descubren un mix de cultura teatral circense, tipo Fuerza Bruta, más un compacto de revisionismo nacionalista, que es como el fondo de cocina de una ideología histórica popular, con una gran puesta en escena gracias al dinero del Estado.

-Hay un mito, o no, de que Kirchner fue el que reinventó la política. Con "audacia y cálculo", como dice su libro.

-Esa es una consigna de los kirchneristas, no es algo que yo desarrolle como hipótesis. Esto se puede pensar desde el punto de vista de los kirchneristas cultos: que Néstor restablece la política porque es un decisionista, que encara el decisionismo schmittiano , que vendría a ser el condensado máximo y más alto de la política, es decir, el que establece y define el conflicto y lo corta, lo resuelve. Cosa que intentó hacer con el campo y le salió mal, y con la ley de medios le salió bien. En el otro sentido, más banal, es que le dio un mayor atractivo a la política. Después de la crisis de 2001, él era el personaje más atractivo de lo que se había forjado hasta ese momento.

-De alguna forma, lo sigue siendo si se mira la orfandad de la oposición, sin propuestas, sin audacia, con papelones como los de Eduardo Duhalde en la interna del PJ Federal o el del radicalismo buscando aliarse con alguien que está en sus antípodas como Francisco de Narváez. Parece que extrañaran la época en que su existencia tenía sentido si tenían enfrente a Kirchner.

-Esto marca, además, que para ser político no hay que ser muy culto sino tener una especie de sensibilidad en la lectura de cómo van los ríos subterráneos, cómo se organizan las tendencias. Era un político muy inteligente en ese sentido y carente totalmente de escrúpulos en el uso del aparato del Estado en su beneficio. Ella [por Cristina Kirchner] ha recibido una gran herencia, es una gran parlamentaria, pero no es políticamente interesante. Por otra parte, los medios de comunicación, quienes opinan en ellos y quienes opinamos en ellos parecemos todos desesperados en organizar la oposición. Y la oposición puede ser muy mala, pero tiene que basarse en su propia organización. A las internas de la oposición no las descalifico de entrada: no me parece poco interesante que Ricardo Alfonsín tenga la cabeza partida por el hachazo de seguir con De Narváez o con Margarita Stolbizer. La discusión que ahí se da no es meramente electoral y me parece interesante. No tengo una visión tan cínica de la política como para decir "a ganar, a ganar, a ganar". Porque después se ven los resultados de ese "hoy ganamos y mañana jugamos bien". Eso fue la Alianza.

-¿Cree posible que exista un kirchnerismo sin Kirchner? La Presidenta mantiene el estilo, pero ha dado algunos guiños en un sentido contrario al que podría haber adoptado su marido, como el intento de recomposición de relaciones con el FMI, por ejemplo.

-El tipo de gobierno de Kirchner fue, por una parte, con un tipo de capitalismo oscuro, de amigos, y, por otra parte, con grandes oportunidades de negocios para el resto del capitalismo argentino, además de un manejo irrestricto de los negocios del Estado. Eso se puede seguir haciendo. Si viene un ciclo económico favorable en la Argentina, el resto de los capitalistas puede hacer negocios. Entonces las dificultades serán las que hoy tienen en Techint, les van a poder meter un sabueso ahí adentro. Si es cierto lo que dicen los economistas de que con algunas medidas sensatas se puede gobernar la inflación, quizá no tenga fecha de vencimiento. Y, por tanto, uno puede ser tranquilamente opositor porque todos los rasgos antiinstitucionales, corruptos, lo constituyen a uno como tal, pero, al mismo tiempo, no está obligado a votar a un gobierno de salvación nacional. No estamos ni invadidos por una potencia extranjera ni en un momento de crisis en la cual el Parlamento se reúne y le entrega a alguien los emblemas de la República. Cuando uno cree que hay que hacer cualquier cosa para sacar al kirchnerismo del poder está pensando en el esquema de salvación nacional y es disparatado: esos gobiernos tienen fecha de vencimiento.

-Como crítica tan dura del kirchnerismo, algún tipo de salvación política seguramente debe de imaginar?

-Hay que cambiar eso. Será difícil ganarles las elecciones, pero lo peor que sucedió en este país fue cuando la oposición pensó que a Perón no se le ganaban nunca más elecciones y había que hacer un golpe de Estado. Hoy a nadie se le ocurre un golpe, pero entonces ocurren las químicas más extravagantes por las cuales yo, que soy opositora del kirchnerismo, voy a tener que verme obligada a votar por Macri. Nunca. Tampoco voy a votar por Cristina Kirchner, pero no va a haber química que me obligue a votar por Macri. Voy a votar libremente porque no estoy ni invadida por un país extranjero ni en situación de crisis terminal. Voy a votar con libertad.

-La oposición no termina de aparecer como una alternativa real de poder.

-Es muy difícil en una tradición bipartidista. Es muy difícil establecer una alternativa real de poder. Eso también lo podríamos decir de la democracia norteamericana. Y donde aparece eso, surge con muchas dificultades. Los liberales ingleses hace veintipico de años que están recorriendo ese camino. Es muy difícil una alternativa cuando hay tradiciones de grandes agrupaciones políticas e identidades y automatismos electorales. ¿Cuántos norteamericanos quisieron entrar en eso? Llegan hasta alcalde de Nueva York y después no pueden, tienen que ser cooptados por uno de los dos grandes partidos. Es muy difícil producir esa tercera alternativa. Sobre todo lo fue para el Frepaso, la más numerosa de esas terceras alternativas y con políticos muy talentosos como Chacho Alvarez y Graciela Fernández Meijide. El Frepaso hizo lo que no tenía que hacer: la Alianza. Primero creyó que había que derrotar a Menem. En el imaginario esa Alianza creía que había que derrotar al menemismo cuando, en realidad, había que derrotar a Duhalde que ya hacía tres años que estaba separado del menemismo y con un discurso más industrialista. Entonces, primero hizo una alianza con un fantasma más vinculado con el pasado que con una apuesta al futuro. Para colmo, no había terminado de armar una base propia y fue a una alianza con un partido que tenía una cultura política incompatible. No se hace eso. Sería fantástico: todos nos miramos a los ojos, nos damos la mano y cantamos una que sepamos todos. Pero no es así la política. No hay una que sepamos todos.

-¿Cuál sería la opción, entonces?

-No tengo opción?

-Pero, ¿qué imagina que pasará?

-Lo que más podrá ampliar al radicalismo va a ser para el lado de De Narváez, pero va a tener un problema con Stolbizer. Estuve mirando los números y Stolbizer le ganó la provincia a De Narváez cuando compitieron contra [Daniel] Scioli. O sea: que el radicalismo mire los numeritos. De Narváez le ganó al kirchnerismo, con una masa ingente de dinero, en un momento bajo del oficialismo. Ahora, ¡ojo los radicales con lo que van a hacer! A ver si por hacer esto pierden lo que podrían tener.

-¿Usted es de esos antikirchneristas incapaces de reconocer logros del oficialismo? Jorge Fernández Díaz publicó hace dos semanas una imperdible nota en la cual destacaba cómo se dividió la sociedad: cuesta tanto que los kirchneristas hagan alguna autocrítica como que los antikirchneristas reconozcan ciertos méritos de Gobierno.

-Soy antikirchnerista, pero mantengo muy buen diálogo con los intelectuales kirchneristas. No creo que los intelectuales notorios del kirchnerismo digan otra cosa de mí. No me imagino a Ricardo Forster, Horacio González o María Pía López diciendo eso. Ni yo digo que ellos sean corruptos ni que estén contra las instituciones. Son kirchneristas, pero no son eso. En general , soy vista por los antikirchneristas como una persona que hace demasiado esfuerzo por entender, y por los kirchneristas como alguien que debería entenderlos porque tiene todos los elementos para hacerlo.

-Es curioso que no haya un profundo debate político entre intelectuales.

-Vengo de una larga militancia política desde fines de los 60: conozco a toda esta gente, ellos me conocen. Hay algunos, como Osvaldo Bayer, que no tienen la menor simpatía conmigo, pero no acabo de llegar a este campo. Vengo de la izquierda revolucionaria, los conozco, sé cómo piensan, ellos saben cómo yo pensé? Tampoco exageremos. Raymond Aron y Jean-Paul Sartre no se pasaron cuatro décadas debatiendo entre ellos. Porque el debate implica que las personas que entran en eso tienen que salir de aquello que están pensando para hacerse cargo de la perspectiva del otro.

-Tampoco habrá posibilidad de que usted debata con José Pablo Feinmann, otro intelectual kirchnerista.

- Ya debatí con Feinmann, pero, además, él ya me dijo de qué enfermedad me tengo que morir, enPágina 12 ha dicho de todo de mí. No le contesté porque no debato en esos términos. Pero yo hago historia de la cultura argentina y antes tampoco florecían los debates. ¿Cuándo aceptó debatir Tulio Halperín Donghi, el más grande historiador argentino? No anda por ahí como perro carroñero debatiendo... Estas son cosas que un día se instalan y uno termina diciendo "qué desgracia que no hay debate"...

-En el libro advierte que "el kirchnerismo no es el único progresismo posible de la Argentina real" y que, por el contrario, "el progresismo hoy tiene ideales que Kirchner no conoció". ¿Cuáles son esos ideales?

-El tema del progresismo, hoy, es el ideal democrático, una democracia ampliada, una democracia cada vez más profunda y cada vez más inclusiva. Usted me podrá decir que es el tema del progresismo porque en los países donde ese tema aparece los problemas de los ingresos mínimos están satisfechos, pero, bueno, no se puede hacer por etapas. Ese es el tema de las nuevas políticas. El kirchnerismo hizo su aporte porque puso la ley de matrimonio igualitario, pero no va a apoyar la ley de la despenalización del aborto. Son los derechos que hoy se debaten. Esos y muchos otros, como toda la cuestión inmigratoria. Y, además, algo que suena totalmente ideal en este momento, pero la Constitución del 94 tiene zonas muy mamarrachescas y necesita ser cambiada. Lo que pasa es que cuando se habla de cambiar la Constitución todos empezamos a temblar porque no sabemos qué otra cosa aún más bizarra puede aparecer. Y después, parece una trivialidad decirlo una vez más, pero está abierta la cuestión educativa en la Argentina: es de quinta la educación de los pobres. Es profundamente inigualitaria, profundamente diferenciadora. Algunas profesiones ya vienen segmentadas socialmente. Hay muchas cosas que hacer, no necesariamente para resolver en los próximos cinco años.

-En materia de derechos humanos, ¿qué es lo más criticable de Kirchner? Usted destaca en el libro que él llegó tardíamente a preocuparse del tema.

-No es una crítica, sino simplemente una constatación. Llegaron tan tarde al tema que se produce el gran acto fallido en el acto de la Esma, cuando Kirchner se olvida del juicio a las juntas. En general, todos los justicialistas llegaron tarde al tema. El uso instrumental de los derechos humanos me resulta horrible. Y el haber convertido a algunas organizaciones de derechos humanos, que habían logrado el máximo de los respetos, como Abuelas [de Plaza de Mayo], en una especie de anexo del aparato cultural e ideológico del Frente para la Victoria, me parece terrible, una pérdida para la Argentina. Hay una cosa que Graciela Fernández Meijide manejó perfectamente: cuando entró a la política dejó de funcionar como la madre de Pablo, el desaparecido. Entra a la política porque reconoce que ahí hay una separación necesaria entre las organizaciones de la sociedad civil que le van a reclamar siempre a la política, sin debilitarse, que lleve adelante sus reclamos. Esto fue lo que los Kirchner destruyeron, cooptando a hijos y a nietos de desaparecidos.

-Usted escribe que "los K reabrieron el debate entre izquierda y derecha para expropiar a la izquierda en su beneficio", pero la oposición, en general, parece correrse a la derecha.

-Si Elisa Carrió, por ejemplo, es de centroderecha, ¿a Macri dónde lo ponemos? Se cayó del mapa... En cualquier lugar de la Tierra, Carrió es de un partido liberal. Los Kirchner son muy hábiles: instalan a Carrió en la centroderecha. Es una operación. Esta es la batalla cultural que ganaron: nos definieron el espectro político. En la izquierda no hay disputa porque ellos ocuparon todo ese lugar. Y entonces en vez de pensar qué está pasando, se da por bueno lo que definen como etiqueta?

-Es cierto. Hasta parecen de izquierda un ex militante de la Ucedé como el ministro Amado Boudou o Hugo Moyano, que en los años setenta estaba en una agrupación de la derecha peronista dura como la Concentración Nacional Universitaria (CNU)...

-La cuestión no es el pasado, ese pasado tan remoto: "Yo no soy la que fui". Entonces no tengo que pensar que [Carlos] Kunkel es el que fue. Lo que pasa es que él es tan tonto como cuando era comandante montonero. De lo único que sabía era de fierros y después estuvo quince años preso y salió como salió. Pero nadie es lo que fue, entonces yo juzgo a las personas más o menos en ese pasado. No sé, estoy muy descontenta de cómo estamos pensando la política.

-¿Habla de la sociedad?

-No pienso como una vez le dijo Juan Carlos Torre a un amigo en la cola de un supermercado. Cuando le comentó que la gente decía no sé qué cosa del Plan Austral, Torre, impertérrito, le dijo: "¿No sabés que a la gente no hay que escucharla jamás?".

-En política es muy difícil no escuchar a la gente. Hay que tener un oído puesto ahí, ¿no?

-¿Un oído? Medio oído. ¿Usted piensa que la gente estaba pidiendo que se juzgara a las tres juntas militares en 1982? Había clima de fin de dictadura por la derrota en la guerra [de Malvinas]. ¡Una velita a Thatcher todos los días de su cumpleaños, pobre señora! Le puso la reforma a Inglaterra, pero nos dio la democracia. No se sale de una guerra perdida así, donde la gente había donado sus joyas, mandado budín inglés a las Malvinas, cambiado el nombre a la sopa inglesa, hecho cuanta pelotudez se pueda hacer... Pero Alfonsín le dio una forma. Y ojo porque Luder, que dijo que la autoamnistía estaba bien, tampoco sacó el 10% de los votos. La sociedad estaba partida. Alfonsín le dio una forma a lo mejor de esta sociedad, pero no sé si todos andaban pidiendo "juicio a los comandantes". Estaban las Madres [de Plaza de Mayo] ahí. ¿[Dante] Caputo escuchaba a la sociedad cuando lo llevó a Alfonsín a la reunión de la Internacional Socialista? Caputo sólo se escuchaba a sí mismo. Le pareció que tenía que ir y ahí empezó la conversión socialdemócrata de Alfonsín.

-Los políticos de hoy, en realidad, sólo tienen los oídos puestos en las encuestas, son presos de la imagen.

- Creen demasiado en las encuestas. No necesitás un focus group para saber que a la gente le cae mejor [Gabriela] Michetti, pero que duda si ella no va a ser un poco menos eficiente que [Horacio] Rodríguez Larreta. No necesitás un focus group para eso. Necesitás viajar en subte. Ahora, si nunca viajás en subte, sonaste...

-Usted habla en el libro de Celebrityland , al aludir irónica y críticamente a esa dependencia que tienen la mayoría de los políticos de la televisión y que los lleva a hacer cualquier cosa. ¿Cómo se rompe ese especie de corsé?

-No se rompe, en todos los lugares es así. Brasil tiene una de las situaciones más terribles. Quizá la rompe un dirigente que tiene la capacidad de salir. Pero la lógica es así. Y se rompe si no se hacen indignidades. "Gran cuñado", no. Carrió no fue a "Gran cuñado", y eso es lo que yo respeto en un político. No discuto el grado de desviación de centroderecha, de centroizquierda. Yo discuto si fue a "Gran cuñado" o no.

-¿Tan determinante le parece?

-Totalmente. Hay que tener un poco de respeto por tu representación. Aspiran a representar en el gobierno al Estado. Ahí trazás una línea que es la que te constituye, una línea en la que decís "no". Por ejemplo: "Fumo marihuana, pero heroína mezclada con crack, no". Ahí trazás una línea. Quiere decir que tenés una columna vertebral y que no estás dispuesto a hacer todo.

-Si usted cree que "Gran cuñado" marcó la gran degradación de los políticos en 2009, estamos en un año electoral y es altamente probable que corramos el mismo riesgo.

-Algo va a haber, alguna maldad van a inventar, y cada vez más degradado todo. Pero alguien que quiere ocupar el gobierno representando al Estado tiene que tener un punto en el que dice que no. Ya no estamos pidiendo héroes. Sólo un punto.

© LA NACION

MANO A MANO

Me cayó simpática, pero, sobre todo, lo que me gustó de Beatriz Sarlo fue que me dejó con muchas preguntas sobre el país, para las que aún no tengo respuestas. Quizá sea ése el gran aporte que puede hacer un intelectual: obligarnos a pensar más y mejor; dejarnos sin contestaciones automáticas, sin atajos facilistas. Sarlo está alejada de cualquier estereotipo. Habla con claridad, es sencilla, nada soberbia, con una profundidad que es muy poco común. Sobre todo cuando esa filosa capacidad de analizar y de ir al meollo de algunos de los dilemas argentinos se desarrolla en tiempo real, no con la comodidad de quien se sienta a escribir y tiene tiempo para pensar y corregir. Me gustó que cuestionara ciertos argumentos de mis preguntas. Fue, en el mejor de los sentidos, un diálogo enriquecedor, sin red. Entiendo por qué es la encarnación del demonio para los K: militó en la izquierda, tiene más pergaminos progresistas que muchos y, como dijo, los conoce desde la década del sesenta. No le gustó cuando hablamos de quienes la califican de "gorila de izquierda", pero para responder hizo aquello por lo que es tan famosa: lo pensó bien.

"GORILA DE IZQUIERDA"

Las polémicas que despierta Beatriz Sarlo son clásicas, así como son también tradicionales algunas acusaciones que recibe, sobre todo en el mundo de las redes virtuales y de los foros en Internet, donde el peso de sus ideas se suele contrabalancear más con injurias que con pensamientos sólidos y distintos. Quizá lo que llame la atención, por la antigüedad de la expresión, más típica de los años setenta, es cuando varios de sus críticos coinciden en calificarla de "gorila de izquierda".

-¿Le molesta o no que le digan así?

-Creo que no soy gorila, pero es muy tradicional [la acusación]. En todo caso, prefiero que me digan de izquierda a que me digan de derecha.

-¿Duele lo de gorilismo? Algunos están orgullosos de ser gorilas.

-Mi generación vivió una vida tratando de no recibir el calificativo "gorila", pero corre por cuenta de quien lo dice. Por ahí fracasé y soy gorila...

-¿Pero no es algo que la condiciona cuando escribe? ¿No hay una especie de mecanismo de preservación que la lleve a cuidarse o a cambiar algunos planteos para no quedar enrolada en el "gorilismo"?

-No, en realidad no creo ser gorila. Si me comparo con Marcos Aguinis, Juan José Sebreli o Santiago Kovadloff, tengo que pedir la ficha de afiliación. (Risas.) Depende de con quién te compares. Pero en un arco donde estén Carlos Altamirano, Emilio de Ipola, Tito Palermo, en donde todos somos más o menos así, ninguno merecería el adjetivo de "gorila". Esa es la gente con la cual hablo. Para mi generación era el peor insulto que se podía recibir, pero tipos como [Jorge] Coscia son tan sectarios que me inclinaría a llamarlo gorila a él. Un gorila peronista.