lunes, 31 de enero de 2011

Tomás Eloy Martínez / Homenaje a un año de su muerte

Escribir para seguir viviendo

Ezequiel Martínez
Para LA NACION

"Desde hace tiempo siento que la muerte está cercana. Lo siento, sin temor y con la esperanza de morir como siempre escribí, con los ojos abiertos. Siento curiosidad por ver el otro lado aunque francamente no creo que haya nada. Lo que queda de mí y quedará en la vida futura es lo que hice, el amor que les tuve y la melancolía por no poder estar más tiempo con ustedes."

Leí por primera vez estas líneas hace exactamente un año. Es el comienzo de una carta que mi padre nos dejó a sus siete hijos para compartirla después de su muerte. Pertenece a la intimidad familiar, y si la revelo ahora es sólo para que el lector de estos párrafos sepa que estoy aquí como un intruso: este espacio, que él ocupaba con su prosa infinita cada dos semanas en las páginas de La Nacion, le pertenece a él, no a mí. El mejor homenaje que puedo hacerle es intentar avanzar regalándoles de entrada el motor de sus palabras, esas mismas que todavía me susurran en los sueños y me dicen: "Vamos Ezequiel, tenemos que trabajar".

Fue en junio de 2008 cuando me confesó otro sueño que iba a apoyar sobre mis espaldas: la creación de la Fundación Tomás Eloy Martínez que se dedicara, entre otras cosas, a promover a través de un premio la creación de los jóvenes narradores de América latina. Estábamos en Boston, donde lo había acompañado para uno de sus tratamientos médicos, cuando también me sacudió con otra propuesta inesperada. Había terminado el manuscrito de su novela Purgatorio y quería que la revisáramos juntos. Pasamos tardes enteras desmenuzando línea por línea y párrafo por párrafo las entrañas de su imaginación. Recuerdo su ansiedad ante cada comentario, su humildad frente a mi deslumbramiento por alguna escena maravillosa, la sonrisa cómplice cuando yo lograba descubrir al personaje real detrás del inventado. Hacia el final de aquel viaje, después de muchas conversaciones sobre la vida, lecturas compartidas, los laberintos del mundo editorial o los avatares del periodismo, me dijo: "Eze querido, además de hacer la Fundación quiero que te ocupes de mi obra".

Entonces lo supe con dolor y certeza: el Papá (así, con el artículo en tucumano, como lo nombramos siempre con mis hermanos) comenzaba a despedirse.

De golpe, mientras escribo estas líneas, mi memoria salta al pasillo de una clínica en Buenos Aires. A mediados de 2009, cuando su salud empezaba a flaquear y ante cualquier síntoma insolente lo llevábamos a la fuerza a un chequeo de emergencia, siempre se las ingeniaba para convencer a los médicos de un alta prematura. Una de esas veces, la enfermera salió al pasillo y preguntó cuál de nosotros era Ezequiel. "Pide que pase", dijo. Me asusté; parecía una de esas escenas de película con final anunciado. Cuando salí de la sala de terapia tranquilicé a mis hermanos: "No pasa nada. Me llamó a mí porque lo único que quiere saber es si ya le busqué los datos que me pidió investigar para su próxima columna".

Así fue hasta el final de sus días. No cesaba de trabajar, como si el solo contacto con el teclado de la computadora fuese el único oxígeno que lograba mantenerlo con vida. Estaba obsesionado con terminar de corregir El Olimpo , una obra con un enjambre de voces narrativas sobre la que iba y venía una y otra vez. Había empezado a ayudarlo con eso y con el proyecto de dos libros que reunirían sus textos sobre la Argentina y otros sobre escritores y literatura. Le había prometido que en febrero me iba a tomar mis vacaciones para trabajar con él en estas asignaturas pendientes. En mi agenda del año pasado, todos los lunes, miércoles y viernes de febrero tenían anotada la leyenda "Papá". Unos días antes él había hablado con mis hijas para pedirles un favor ante la perspectiva de un verano sin playa: "Estas vacaciones necesito que me presten a su papá".

El domingo 31 de enero de 2010, a eso de las 7 de la mañana, sonó mi teléfono. Era mi hermano Gonzalo, que se había quedado a dormir con él y a quien yo debía relevar en la guardia filial a eso de las 10. "El Papá no se despertó bien", me anunció. Habíamos cenado con él la noche anterior, y a pesar de sus problemas de movilidad y de su voz casi inaudible, reclamó sentarse a la mesa con su gin tonic y papas fritas. Sonreía y se sumaba a nuestras bromas. Como escribió mi hermano Blas esta semana en su Facebook, "su humor, una de las cosas que más extraño de él, estaba intacto". Pero aquel domingo había amanecido distinto. Con Gonzalo llamamos a sus médicos y al resto de los hermanos. El Papá empezaba a irse.

Habíamos hablado tanto y todo acerca de lo que él imaginaba para la Fundación, del destino indivisible de su biblioteca, de los principios inquebrantables de su legado, que yo creía tener ya todas las respuestas que necesitaba. Sin embargo, este último año las preguntas y las dudas me alborotaron el juicio más de una vez. "¿Esto es lo que me pediste? ¿Está bien así, Pa?". A veces, cuando navego por los laberintos de su computadora intentando poner orden en esa cordillera interminable de documentos, encuentro su voz despejándome cualquier incertidumbre con una claridad conmovedora. Otras, como me ocurrió hace algunas semanas cuando sus editores de Alfaguara me enviaron la portada de la nueva edición de Ficciones verdaderas para que les diera el visto bueno, rescato su mirada frente a la pantalla en busca de aprobación. Como está sucediendo ahora, mientras me debe estar leyendo con ese orgullo excesivo que me regalaba ante cada línea que yo publicara.

Debo reconocer que a lo largo de este año sin él y con él, las muestras de afecto de sus amigos no me dejaron flaquear. En Buenos Aires, Puerto Rico, México, Bogotá, Madrid, Fráncfort o Berlín, en todos los rincones del mundo donde le rindieron algún homenaje, la generosidad de quienes lo conocieron ha sido un combustible inesperado. Ahí estuvo Gabriel García Márquez en Cartagena de Indias, que se despachó con un "era el mejor de todos nosotros", como si su abrazo no hubiese sido un gesto suficiente. Ahí estuvo Carlos Fuentes, exigiendo un tributo extra encabezado por él en la FIL de Gualadajara, que se sumara al que le habían organizado los periodistas. Ahí estuvo Sergio Ramírez, rogándome, una tarde de calor insoportable en Buenos Aires, que visitáramos juntos la tumba de mi padre. Ahí estuvo el aliento de José Saramago, que se reunió con él más pronto de lo que todos hubiésemos deseado. También el de Juan Cruz, que recorrió con su imaginación y su cariño grande la futura sede de la Fundación TEM en la Biblioteca Miguel Cané del barrio de Boedo. O Mercedes Casanovas, su agente literaria, que me trata como si fuera un autor más de su nómina. O Margarita García Robayo, que abrazó la causa de la Fundación como una cruzada propia. Y, por supuesto, cada uno de mis hermanos -Tomy, Gonzalo, Paula, Blas, Javier y Sol Ana-, esa tribu de Martínez inundada por la memoria de un amor inmenso e inagotable. La lista es interminable y forzosamente incompleta, porque les debo mucho a tantos.

Como mencioné al principio, ni en la más audaz de sus falsas anécdotas él me hubiese imaginado escribiendo para el mismo espacio donde publicaba sus columnas quincenales. Y aquí estoy, Papá, como un intruso mientras imagino los chistes y las especulaciones exageradas con las que me habrías despertado una mañana cualquiera, sólo para ser el primero en compartir conmigo algún chisme de redacción. Aunque estuvieses en tu casa de Highland Park o en Buenos Aires, jamás pudiste frenar ese impulso madrugador de despabilarme con alguna historia picante.

Te fuiste hace un año, y aunque te siento en cada palabra que escribo, en cada libro que leo, en cada beso y caricia de buenas noches, esos llamados son una de las cosas que más extraño. Los hacés en mis sueños, pero ya no es lo mismo, porque el rebote de tu sonrisa pícara me despierta y me dice: "Vamos Ezequiel, tenemos que seguir trabajando". © La Nacion


Un año sin Tomás Eloy Martínez

El maestro de periodistas y escritores murió el 31 de enero de 2010. Sus colegas lo recuerdan con emoción y subrayan el valor de su obra y su legado.

POR SUSANA REINOSO - ESPECIAL PARA CLARIN


Hay ausencias que crecen con el tiempo, haciendo presente el vacío que deja quien ha muerto. La ausencia de Tomás Eloy Martínez comenzó el 31 de enero de 2010, cuando murió a los 75 años. Al cumplirse hoy el primer aniversario de su muerte, diversos homenajes lo recuerdan como maestro de periodistas, cronista impar y uno de los escritores sobresalientes de la narrativa iberoamericana, cuya obra fue traducida a 30 idiomas y publicada en 60 países.

El Hay Festival de Cartagena de Indias le rindió ayer un tributo junto con la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), de la que fue fundador junto a Gabriel García Márquez, y la argentina Fundación Proa. Fue con la conferencia “El periodismo como narrativa”, en la que hablaron sobre la obra, la trayectoria y el legado vigente de Tomás Eloy Martínez los escritores Sergio Ramírez, de Nicaragua, y los argentinos Martín Caparrós y Cristian Alarcón.

Consultada por Clarín , la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, que mantuvo una larga amistad con el autor de La pasión según Trelew , lo recordó con estas palabras: “No solamente su obra es un testimonio apasionante de la historia del país que nos tocó vivir, sino que Tomás es un ejemplo inolvidable del coraje necesario para aprender a morir”.

También el escritor español Juan Cruz, jurado del Premio Clarín de Novela, tuvo un recuerdo afectuoso para Tomás Eloy Martínez: “Creo que lo que distinguió a Tomás fue el oído. Escuchaba historias y las deglutía con un ritmo que solo él conocía, y que es la música del buen periodismo. Esa habilidad lo convirtió en un narrador soberbio, oral y en la escritura; leerlo es escucharlo, y esa es una rara habilidad” Joaquín Morales Solá lo evocó conmovido: “Tuve con Tomás una relación muy linda. Cuando murió se fue una parte de mi vida. Su ausencia es la pérdida de un maestro. Y como argentino, creo que perdimos a quien era el mejor escritor vivo de nuestro tiempo. Cuando Tomás inauguró la Feria del Libro de Buenos Aires en 2006, le reproché al entonces presidente Néstor Kirchner que no hubiera concurrido, precisamente porque Tomás era el mayor escrito rvivo. Dejó un legado moral y profesional. Su tenacidad para insistir siempre sobre la moral del periodista, la ética profesional y la necesidad del esfuerzo de comprensión de los personajes y los hechos es parte de su legado”.

Desde Cartagena de Indias, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez dijo: “En estos días he releído Lugar común la muerte , un libro hondo y luctuoso, reportajes que viven y andan solos, crónicas que respiran por sí mismas. Pero su mejor libro sigue siendo Santa Evita , porque consigue, como los grandes novelistas, que el personaje se despegue de las páginas del libro, y cobre sustancia propia. A un año de su muerte seguimos recordándole, y a su sonrisa y su voz. Y a su escritura. Todos sus libros, con sus voces propias, me hablan desde el estante donde están colocados en mi casa de Managua”.

También en este primer aniversario, Alfaguara, que edita la colección “Biblioteca Tomás Eloy Martínez”, publica una edición definitiva de Ficciones verdaderas . Y la Fundación Tomás Eloy Martínez, que preside su hijo Ezequiel, editor de la Revista Ñ , de Clarín , se lanzará con el Premio para Jóvenes Narradores para dos categorías: proyecto avanzado de novela y de no ficción. Además, en febrero subirá a Internet la página www.fundaciontomaseloymartinez.org, que contendrá las actividades de la entidad que funcionará en la sede de la Biblioteca Cané, en Boedo, donde trabajó el mismísimo Jorge Luis Borges. Para seguir cerca del maestro.

lunes, 24 de enero de 2011

Lisa Sanders, la médica detrás de los casos de “Dr. House”


Lisa Sanders es una de las genias escondidas detrás del singular éxito de la serie Dr. House. Como profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale tenía una columna en la revista de The New York Times en la que se refería a las dificultades para llegar a ciertos tipos de diagnósticos cuando los síntomas eran inusuales. Un día, recibió un llamado de Paul Attanasio, productor de series de televisión y ex crítico de cine del diario The Washington Post. Attanasio le comentó que era fan de su columna y le dijo que pensaba crear un programa basado, en parte, en lo que ella escribía.

“Cuando le pedí que me describiera un poco más qué idea tenía, me dijo que el programa trataría de un doctor que era irritable, arrogante, un adicto a las drogas que odiaba a los pacientes, pero que amaba los diagnósticos. Cuando vi el piloto, enseguida supe que sería un éxito. El guión y las actuaciones eran simplemente magistrales”, contó Sanders en diálogo exclusivo con PERFIL. Desde aquella charla inicial, Sanders se transformó en una de las asesoras del programa que ya promedia su séptima temporada y ha lanzado al estrellato al inigualable Hugh Laurie. “Todas las enfermedades, efectos secundarios y complicaciones que muestra la serie son reales. Mucho proviene de casos que fueron reportados por la literatura médica. Los guionistas a menudo combinan las historias para armar un paquete con tanto drama como sea posible, pero lo que sucede es real”, defendió la especialista. Sanders acaba de publicar en español su libro Diagnóstico, en el que recopila estos casos en apariencia indescrifrables, incluso para los mejores médicos del mundo.

—¿En qué consiste su asesoramiento para la serie?

—Básicamente, mis otros dos colegas médicos y yo tenemos dos trabajos. Primero, ayudar al guionista a encontrar una historia médica, antes de pensar siquiera en algún personaje. Una vez que tiene la información básica, nosotros trabajamos para imaginarnos qué tanto puede haber ahí de medicina y pulimos los detalles. Después, una vez que el guión está hecho, lo leemos y apuntamos errores que pudieron haberse deslizado.

—¿No cree que a medida que la serie tuvo éxito, la cuestión médica pasó a segundo plano y ganó más espacio el desarrollo de los distintos personajes?

—Esa es una pregunta para alguien que tenga más distancia de la serie. Creo que las historias de los personajes son más importantes que lo médico, sí, pero me parece que siempre fue así.

—A veces, en busca de un diagnóstico, House provoca daño, algo que parece en contra del juramento hipocrático que dice que primero no hay que dañar, ¿qué opina?

—Es cierto que House provoca dolor y en ocasiones daños. Pero el daño que inflige es usualmente menor que el que sería infligido por la enfermedad si no se la diagnosticara correctamente. Diría que él causa dolor para prevenir daños más serios.

—En su libro, argumenta en contra de la medicalización y el modo en que los médicos actúan, como si no les importara el sufrimiento de las personas, sino la enfermedad. ¿Es posible evitar esto, tal como está de tecnologizado el sistema?

—El modelo médico norteamericano tiene muchos aspectos positivos. Vienen doctores de todo el mundo para beneficiarse del sistema de educación médica. Tenemos la mejor tecnología disponible para muchos de nosotros. Pero es cierto que hay ciertos problemas. Cuesta mucho y sus beneficios aún no pueden alcanzar a todos. Pese a nuestra tecnología, estamos muy abajo en muchos rankings de calidad. Nuestro sistema prefiere hacer más cosas

antes que optar por hacerlas bien o mejor. Por eso, necesitamos un cambio. Algo podemos hacer nosotros como doctores, pero mucho tendrá que venir desde lo gubernamental. El proyecto que atravesó el Congreso el año pasado y fue convertido en ley por nuestro presidente fue un comienzo maravilloso en la dirección correcta.

—¿Puede un médico estar entrenado para conocer tanto las enfermedades típicas como las raras?

—Hay que conocer ambas. Los médicos a menudo dicen que no pueden diagnosticar algo de lo que nunca han oído hablar. Creo que es mayormente cierto. Pero algunos defienden entrenar a un grupo de doctores como especialistas en diagnósticos dificultosos. El problema con eso es que esos diferentes doctores tienen diferentes brechas en su formación y difícilmente encontrarán enfermedades diferentes.

—¿Los médicos jóvenes están mejor preparados?

—Creo que tienen un mayor conocimiento gracia a los libros: no han visto enfermedades raras, pero saben que existen. Creo que esta generación tiene más voluntad de encontrar soluciones e Internet lo hace más fácil. En cambio, los médicos viejos han olvidado las enfermedades inusuales, si alguna vez las estudiaron, pero tienen un gran repertorio de enfermedades que sí han visto, lo que los hace más capaces de reconocerlas una segunda vez. También reconcen mejor a las enfermedades comunes.

—¿Cuál es su capítulo preferido de “Dr. House”?

—Preguntarme por mi capítulo favorito es lo mismo que preguntarme cuál es mi hijo favorito. Como con ellos, cada capítulo no es exactamente lo que había imaginado, pero tiene sus propios encantos.

—¿Hay diferencia entre escribir y ejercer la medicina?

—Ser médico es una experiencia intensamente personal. Sos sólo vos y el paciente en un cuarto. Lo que hago como médica es brindar alivio a gente que sufre. Escribir, en cambio, es una actividad bien diferente en la que me esfuerzo para darle sentido a toda una secuencia de eventos. Muestro lo que pasó y trato de explicarlo. En cierto sentido, son similares, pero como escritora lo hago públicamente. Una ocupación complementa a la otra, son partes de una totalidad.

—Ser médico es una experiencia intensamente personal. Sos sólo vos y el paciente en un cuarto. Lo que hago como médica es brindar alivio a gente que sufre. Escribir, en cambio, es una actividad bien diferente en la que me esfuerzo para darle sentido a toda una secuencia de eventos. Muestro lo que pasó y trato de explicarlo. En cierto sentido, son similares, pero como escritora lo hago públicamente. Una ocupación complementa a la otra, son partes de una totalidad.

sábado, 22 de enero de 2011

EL GRAN DISEÑO de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow

Y en el principio fue... ¿qué?

La dupla Hawking-Mlodinow apunta a demostrar en “El gran diseño” que pudo haber un comienzo del universo desde la más completa nada, sin necesidad de Dios; el resultado es un “trofeo dudoso”.

Si en la primera página un libro de divulgación científica asegura que la filosofía ha muerto, y poco más adelante declara que su objetivo es demostrar que el universo pudo comenzar sin la intervención de Dios, y luego, tras andar algunas páginas, lisa y llanamente afirma de sí mismo que “está enraizado en el concepto de determinismo científico”, uno se siente ya lo suficientemente irritado como para que, a continuación, todos los chistes estúpidos con que los autores pretenden hacer reír a su auditorio, como un típico par de cómicos stand up , lo molesten aún más.

No exagero: el libro de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow está plagado de toques de humor de este talante: “Podría haber un universo donde la Luna fuese de queso, pero hemos observado que la Luna no es de queso, cosa que es una mala noticia para los ratones” (ja, ja, ajá). Es lamentable que el reputadísimo Stephen Hawking le haya tenido que entregar la batuta del estilo de este libro al radical ateo y cómico de campus universitario Mlodinow. Hawking no es menos ateo y determinista, pero afortunadamente carecía de humor, y en cambio tenía observaciones agudas sobre las posibilidades de las mejores teorías científicas en su recordada Historia del tiempo .

Hay un juego que se debería jugar con los científicos y consistiría en privarlos de usar las metáforas que usan y obligarlos a interpretar otras. Esto es: no me hable de supercuerdas: dígame qué le promueve a usted en la mente, y me refiero a su mente lógica: “Y el espíritu flotaba sobre las aguas”. Qué significa para usted la zarza ardiente. Qué significa: “No puede decirse está allá o aquí, pues el reino de Dios está entre ustedes”. Qué significa el aura de santidad en cuya representación vio Carl Jung la primera intuición de la idea de energía.

El segundo test al que deberían responder es el que se plantea en este libro: si hay cuatro condiciones para que un modelo científico sea satisfactorio, y si ellas son: que sea elegante, que contenga pocos elementos arbitrarios, que concuerde con las observaciones y que realice “predicciones” que no lo desmientan, ¿qué significa la primera de ellas?, es decir, la elegancia. ¿Qué valor tiene, fuera de la estética? Privados de sus propios códigos explicativos, que son precisamente los que elevan su lenguaje al metalenguaje o lenguaje de los lenguajes, que no es otro que el lenguaje natural, ¿qué sería de las pretensiones de claridad y divulgación de los científicos? ¿Qué sería incluso de su posibilidad de teorizar? En otras palabras, ¿qué harían los científicos sin el logos, que no es la matemática, sino la filosofía? Deberíamos decir que el libro El gran diseño es un engaño. Veamos por qué. Albert Einstein se resistió a admitir el carácter dialéctico de la teoría cuántica, según la cual,grosso modo , las cosas son y no son, o, dicho con mayor elegancia: son una y todas sus probabilidades. Por esto, Einstein dijo, ante la diabólica lógica que le proponían endemoniados daneses como Niels Böhr: “Dios no juega a los dados”, sin advertir que el hálito o el ánima –divinos o racionales– de un gran diseño es lo que Böhr le estaba mostrando en la idea clave del mundo subatómico: no puede decirse que el reino (una partícula) esté aquí o allí, pero sí, seguramente, que está entre ustedes.

Es por la contundencia y materialidad racionalista de la religiosidad de Einstein que la réplica de Böhr no se hizo tan famosa: “Einstein, deja de decirle a Dios cómo debe hacer las cosas”. A este libro es imposible creerle, desde la primera línea, porque no cree en el diseño: diseño es idea, y poco más o menos, designio, tal como lo veían Einstein o Böhr, que eran, por así decirlo, científicos con mística, con un espíritu genial asombrado ante sus hallazgos.

¿En qué consiste el libro? Antes que nada, en una recapitulación de la física, al estilo de Historia del tiempo , hasta llegar al punto en que Einstein la dejó: el Santo Grial de la física es hoy la unificación de las cuatro fuerzas (de paso: ¿podrían los científicos decir qué es una fuerza, en términos sustancialmente distintos a los de la mística y el sentido común?): el electromagnetismo, las fuerzas fuerte y débil de los átomos y la gravedad.

De las tres primeras se comprobó que actúan relacionadas, y se las puede considerar unificadas; a la cuarta es imposible ponerla de acuerdo con las otras, a no ser en las tentativas de la física cuántica, que ha elaborado una teoría cuántica de la gravedad, la cual puede ser llevada a entender el origen del universo como un suceso cuántico –en cambio, en la teoría de la relatividad, el universo se inicia en un punto en el que no rigen las leyes de la física–.

La teoría M es la nueva visión de Grial en los sueños científicos. Se trata de una serie de teorías ensambladas (“que se solapan”, dirá el libro) en una complejísima maquinaria teórica, aún no ajustada en sus “detalles” –uno de los cuales es que aún no pudo ser verificada–.

El gran diseño apunta a demostrar que pudo haber un comienzo del universo desde la más completa nada, porque esto es preciso para defender el relativismo de Hawking según el cual el mundo tuvo un principio, pero no fue Dios. Sin rozar el punto de que la cuántica permite conjeturar que el universo se originó en una singularidad, pero no en la nada, Hawking-Mlodinow exhiben un trofeo dudoso: el universo empezó “espontáneamente”, en todos los estados posibles, merced a un mecanismo de expansión cuántica que permite que todo haya andado como anduvo sin intervención de ningún ser divino.

Ahora bien, eso de la “generación espontánea”, ¿no fue algo que demostró inexistente, para enojo de los conservadores religiosos, un científico llamado Luis Pasteur, el cual iba a misa los domingos? Para responder realmente al por qué del universo, el dúo cómico Hawking-Mlodinow debería recurrir a la filosofía, pero ésta, ya lo sabemos, ha muerto.

martes, 18 de enero de 2011

EL CEMENTERIO DE PRAGA de Umberto Eco


Avatares de un alma siniestra

En la frondosa novela El cementerio de Praga, Umberto Eco narra el desarrollo del antisemitismo y rinde también un erudito homenaje a la literatura de folletín del siglo XIX


Por Alejandro Patat
Para LA NACION

Simone Simonini, nacido en Turín a principios del siglo XIX, hijo de un carbonario y nieto de un oficial del ejército sabaudo, es abandonado por su madre en la primera infancia. Simone cuenta su vida en imprecisos apuntes recogidos por un Narrador omnisciente. La historia infantil de Simone es un largo proceso de deseducación. Todo lo que le refiere su abuelo, reaccionario y conservador, nostálgico del Ancien Régime y obligado a participar en las filas del ejército napoleónico, está impregnado de un odio visceral contra los judíos y contra los masones. El niño absorbe desde temprano la leyenda preferida del abuelo, cargada de una pasión enefermiza que le atraviesa cuerpo y alma, basada en la tesis fanática del abad Barruel, en sus Mémoires pour servir à l'histoire du jacobinisme : judíos y masones atentan contra el rey de Francia. Según Barruel, se trata de una invisible guerra universal para subvertir el orden constituido. Pero el prejuicio antijudaico trasciende la tesis de Barruel en la familia de los Simonini. Justamente el nombre de bautismo del pequeño Simone alude a san Simonino, el niño mártir que habría sido asesinado y cortado en pedazos por los judíos de Trento en el siglo XIII.

El odio de Simone se acrecienta en el tiempo y resulta aún más vasto que el del abuelo. Al desprecio y la repulsión por los judíos y masones, les suma el rechazo por las mujeres y, no en última instancia, por los jesuitas, "masones vestidos de mujer", como él mismo observa. Y por ello, su vida halla por fin una dirección coherente con sus principios. Simone comienza a trabajar en el estudio de un escribano como finísimo calígrafo y falsificador de documentos: con el tiempo, se transforma en falsario profesional, espía, consiprador, entregador, contraespía, delator, asesino y sicario.

Ahora bien, Simone tiene también una conciencia, por cierto no muy recta. Es el Abad Della Piccola, el personaje en que se traviste para esconderse de quien lo persigue y para realizar, sin mayores escrúpulos, varios trabajos sucios. De hecho, el diario que el Narrador nos da a conocer está escrito en forma alternada por Simone y por el Abad. No faltan episodios en que ambos personajes, afectados por vacíos de memoria y por la sospecha de ser la misma persona, se recriminen no tanto la deplorable inmoralidad de sus actos como el comportamiento irregular, la falta de precisión, los excesos de la bebida y la comida.

Como falsificador, Simone es un auténtico bibliófilo, amante de los libros prohibidos y de las bibliotecas. En una de ellas, en Turín, encuentra un códice de antiguos grabados que ilustran el cementerio judío de Praga, donde Simone decide situar, modificándolo en el tiempo, el hecho fundacional de su imaginación infantil y de sus lecturas de Dumas. En el escenario nocturno del cementerio, entre apretadas tumbas superpuestas, doce rabinos pronuncian sendos discursos fatídicos para alcanzar, a través de un diabólico plan (primero religioso y luego político-económico), el sometimiento de los cristianos y el dominio del mundo.

El cementerio de Praga es una novela histórica que transcurre a lo largo del larguísimo siglo XIX y todos los hechos que se narran -desde las revoluciones europeas de 1848 hasta la expedición garibaldina de los Mil y la sospechosa muerte de Ippolito Nievo a bordo del Hércules, desde los días revolucionarios de la Comuna de París hasta la expansión de la fiebre socialista y comunista en el mundo, desde las investigaciones en el campo psicológico sobre la histeria y la hipnosis (por parte del joven y cocainómano Freud) hasta el entrecruzamiento entre masonería, satanismo y misas negras- son en realidad el trasfondo de un único tema: el desarrollo del antijudaísmo y del antisemitismo, que comienza con la escena de Praga, se perfecciona en los falsos Protocolos de los Rabinos de Sión (que fueron la fuente falsa del antisemitismo europeo) y culmina en la novela con el triunfo de la tesis de Simone, al estallar el famoso caso Dreyfus. El sentimiento de orgullo y de auténtica conmoción de Simone cuando logra, tras durísimos años de frenética propaganda subterránea, que el general judío Dreyfus sea injustamente acusado de traición es el signo de su primer triunfo, al que el protagonista le agrega la esperanza de que alguna vez en el mundo pueda realizarse su sueño: la solución final, el exterminio definitivo y total de todos los judíos.

En este nuevo relato histórico de Eco no faltan las citas: desde El judío errante de Eugène Suehasta Joseph Balsamo de Dumas, desde el ya mencionado texto de Augustin Barruel hasta laVie de Jésus , de Léo Taxil. Tal como el mismo autor consignara en sus Apostillas a El nombre de la rosa , en el lejano 1983, toda la visión histórica es narrada desde una perspectiva irónica, desacralizadora, a la que en estos últimos años, Eco le ha quitado mucho del juego posmoderno de las citas lúdicas y los guiños al lector. Desde esa primera novela hasta hoy, la narrativa de Eco, si bien potente e irreverente, se ha teñido de desencanto y de amargura. Porque la novela narra, en el fondo, la imposición de la mentira, perfectamente orquestada por personajes oscuros y mezquinos de la historia, y el triunfo de la visión falseada del mundo. O, como escribe un crítico italiano, la novela exhibe, más que la relación entre historia y verosimilitud, el camuflaje de la historia moderna. En el apéndice final, en que Eco explicita el carácter histórico de todos los personajes, a excepción de Simone, que en realidad es un " collage " de varios sujetos históricos, no llama la atención que se termine afirmando: "Simone está todavía entre nosotros".

Al mismo tiempo, El cementerio de Praga es una nostágica celebración de la novela de folletín decimonónica. Es un homenaje a la arquitectura rocambolesca en El conde de Montecristo de Alexandre Dumas y en las novelas de Sue, a la narración totalizadora en Victor Hugo, a la espléndida evocación de una vida antiheroica en Ippolito Nievo, a Los novios de Manzoni. De este último, en particular, Eco ha querido evocar la técnica narrativa basada en la alternancia de palabra e imagen: los grabados que ilustran la novela han sido elegidos por Eco de los libros de su vasta biblioteca. Y las imágenes, como en Manzoni, dicen o desdicen el texto. Pero casi todas esas novelas que el autor conmemora ofrecían al lector amplios momentos de tensión emocional, efusión sentimental y pasión amorosa. En cambio, El cementerio de Praga es una novela intelectual, sin ningún espacio para la emoción, el sentimiento o el eros. El único sentimiento de Simone es el amor de sí mismo y su única pasión, el odio a los judíos. Eco ha tomado del siglo XIX la estructura inventiva, ficcional de los grandes relatos, para adentrarse en los avatares más siniestros del alma. Como si la irracionalidad destructiva de Simone fuera la cifra de nuestro tiempo, o como si nuestro tiempo no consintiera más una vida que entremezcle la acción y las emociones constructivas.

CONFESIONES DEL ODIO

Al final de mi reconstrucción me siento agotado; quizá porque he acompañado estas horas de jadeante escritura con algunas libaciones que habían de darme fuerza física y excitación espiritual. Con todo, desde ayer he perdido el apetito y comer me produce náuseas. Me despierto y vomito. Quizá esté trabajando demasiado. O quizá me atenace la garganta un odio que me devora. A distancia de tiempo, volviendo a las páginas que escribí sobre el cementerio de Praga, entiendo cómo, a partir de aquella experiencia, de aquella reconstrucción tan convincente de la conspiración judía, la repugnancia que, en los tiempos de mi infancia y de mis años juveniles, fue sólo (¿cómo diría yo?) ideal, cerebral, meras preguntas de ese catecismo que el abuelo me había ido instilando, se encarnó, en carne y sangre, y únicamente a partir del momento en que conseguí revivir aquella noche de sábado, mi rencor, mi saña por la perfidia judaica pasaron de ser una idea abstracta a ser una pasión irrefrenalble y profunda. ¡Ay, de verdad, era menester haber estado aquella noche en el cementerio de Praga, santo Dios, o por lo menos, haber leído mi testimonio de aquel acontecimiento, para entender por qué no podemos seguir soportando que esa raza maldita envenene nuestras vidas!

Sólo tras leer y releer aquel documento, comprendí plenamente que la mía era una misión. Tenía que conseguir a toda costa venderle a alguien mi informe, y sólo si hubieran pagado su peso en oro, creerían en él y colaborarían en hacerlo creíble...

Por esta noche es mejor que deje de escribir. El odio (o tan sólo su recuerdo) perturba la mente. Me tiemblan las manos. Tengo que irme a dormir, dormir, dormir.

Fragmento del capítulo 12 de El cementerio de Praga.

lunes, 10 de enero de 2011

Murió María Elena Walsh

Murió María Elena Walsh
La escritora, poetisa y compositora María Elena Walsh falleció hoy a los 80 años tras padecer una larga enfermedad, según confirmaron desde la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic) a lanacion.com.

"El Sanatorio Trinidad Palermo informa del fallecimiento de la Sra. María Elena Walsh, luego de una prolongada internación y como epílogo de padecimientos crónicos que la aquejaban, contra los cuales luchó en los últimos tiempos", informó el centro médico a través de un escueto comunicado.

Los restos de esta figura prominente de la cultura argentina serán velados hasta la medianoche en la sede de Sadaic, de la cual formaba la comisión directiva, en Lavalle 1547, y serán inhumados mañana desde las 11 en el Panteón que la entidad posee en el Cementerio de la Chacarita.

La autora de libros, obras y canciones infantiles que se convirtieron en clásicos como Manuelita, ¿dónde vas? , Canciones para mirar, y El reino del revés, nació en el barrio de Ramos Mejía, en Buenos Aires, el 1º de febrero de 1930. En 1981, le diagnosticaron cáncer óseo.


DESPEDIMOS A MARIA ELENA WALSH

Falleció María Elena Walsh

(1930 – 2011)

Con su muerte se va una de las figuras más relevantes de la cultura argentina, una artista a la vez libre y comprometida, una persona íntegra.

Desde el año 2000 Alfaguara ha publicado toda su obra, para niños y adultos. Como sus editores y como argentinos criados al compás de sus versos y canciones, lamentamos profundamente esta gran pérdida.

Sigue con nosotros su obra inigualable y su recuerdo, que nos acompañará siempre.

Su cuerpo será velado en SADAIC (Lavalle 1547) hasta las 24 hs. y depositado mañana a las 11 en el Panteón que la entidad posee en el Cementerio de Chacarita.

Biografía

Escritora, compositora y cantante argentina, nace en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, en 1930.

En 1945 –a los 15 años– comienza a publicar poemas en el diario La Nación y las revistas Sur y El Hogar.

Su primer libro Otoño Imperdonable, de 1947, merece el Premio Municipal de Poesía.

Egresa de la Escuela Nacional de Bellas Artes como Profesora de Dibujo y Pintura en 1948.

El poeta español Juan Ramón Jiménez la invita a los Estados Unidos. Con una beca de la Fundación Williams, viaja en 1948. Asiste a cursos en la Universidad de Maryland en calidad de oyente.

Entre 1952 y 1956 reside en París, donde integra, junto con Leda Valladares, el dúo Leda y María y actúan en diversas ciudades de Europa como intérpretes de música folklórica. Graba varios discos en París y Londres. Allí comienza a crear canciones infantiles.

En 1956 regresa a Buenos Aires, donde alterna la publicación de libros con la realización de guiones y libretos para televisión (para niños y adultos) que le dan gran popularidad. Por ellos recibe el Martín Fierro, galardón máximo de la TV argentina.

En 1960 publica su primer libro infantil: Tutú Marambá. Le seguirán, entre otros, El Reino del Revés, Zoo Loco, Dailan Kifki, Chaucha y Palito, Manuelita ¿dónde vas?, que formarán parte –junto con sus canciones– del bagaje cultural de mayores y niños en la Argentina y en otros países de habla hispana.

En 1962 estrena en el Teatro Municipal General San Martín su primera comedia musical infantil: Canciones para mirar y, al año siguiente, Doña Disparate y Bambuco, representadas en teatros de la Argentina, América y Europa hasta hoy.

En 1968 comienza su serie de Recitales unipersonales para adultos, continuando en giras internacionales hasta 1978, año en que se retira de los escenarios. Sus canciones continúan siendo reeditadas y también, especialmente Como la cigarra y Serenata para la tierra de uno, incluidas en repertorios de grandes intérpretes internacionales.

En 1971 escribe, produce y actúa en el filme Juguemos en el Mundo, dirigido por María Herminia Avellaneda. Es autora del leit motiv y las canciones de La historia oficial de Luis Puenzo, primer filme argentino en ganar el Oscar a la mejor película extranjera. Asimismo, su personaje Manuelita inspiró el exitoso filme de García Ferré.

En 1979 el diario Clarín publica Desventuras en el País-Jardín de Infantes, denunciando la censura vigente, con gran repercusión internacional.

En 1984 publica Los poemas, que reúne su obra poética.

En 1986 dirige y traduce centenares de cuentos infantiles para la enciclopedia Veo Veo, publicada en la Argentina y otros países de América.

En 1990 publica Novios de Antaño, su primera novela para adultos. En 2008, Fantasmas en el parque, inclasificable como género (entre novela, memorias y ficción) y también perteneciente a su obra para adultos.

En 1994 publica Las Canciones, recopilación completa de canciones para niños y adultos. En 2008 se editan en forma de libro, por primera vez, sus comedias musicales Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco.

María Elena Walsh ha obtenido numerosas distinciones: Premio Municipal de Poesía (1948); Premio ARGENTORES; Gran Premio SADAIC; Premio Fundación Argentina para la Poesía; Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes; Highly Commended del Premio Andersen (IBBY); la Orden de la Sonrisa (Polonia); Premio Mundial de Literatura José Martí (Costa Rica, 1995); Premio Gabriela Mistral (Chile, 1996); Premio Internacional de La Paz de la Masonería Argentina y Premio de la Universidad de Tel Aviv (1997).

En 1985 es nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires; en 1990, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; en 2008, Reconocimiento Público de la Academia Argentina de Letras.

Fue integrante de la Comisión de Honor de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC).

Sus libros y canciones han sido traducidos al inglés, francés, hebreo, italiano, guaraní, finés, danés, sueco y vietnamita. Numerosas escuelas, bibliotecas y plazas de la Argentina llevan su nombre. Sus obras literarias han vendido más de un millón de ejemplares solo en Argentina.

Lista de obras publicadas

Tutú Marambá, 1960 - Zoo Loco, 1964 - El Reino del Revés, 1965 - Cuentos de Gulubú, 1966 - Dailan Kifki, 1966 - Versos tradicionales para cebollitas, 1967 - Pocopán, 1977 - Chaucha y palito, 1978 - El diablo inglés, 1985 - La nube traicionera, 1989 - Novios de antaño, 1990 - Manuelita ¿dónde vas?, 1997 - Canciones para Mirar, 2000 - Hotel Pioho´s Palace, 2002 - ¡Cuánto Cuento!, 2004 - Poemas y canciones, 2004 - Viajes y homenajes, 2004 - Canciones para Mirar (Teatro), 2008 - Doña Disparate y Bambuco (Teatro), 2008 - Fantasmas en el parque, 2008

sábado, 8 de enero de 2011

Tío Carlos o el sueño americano

Mario Vargas Llosa
Para LA NACION

Sábado 8 de enero de 2011 | Publicado en edición impresa

Cuando yo era niño se hablaba en mi familia de un lejano tío que, una mañana soleada, dijo a su mujer que iba un momento a la Plaza de Armas de Arequipa a comprar el periódico. No volvió nunca más y sólo muchos años más tarde se supo que había muerto en París. Cuando yo preguntaba a qué se había fugado ese tío a París, la abuelita Carmen y la Mamaé me respondían al unísono: "A qué iba a ser, ¡a corromperse!". Entre los miles de proyectos que se me han pasado por la cabeza figuró alguna vez el de tratar de averiguar la singular aventura de ese pariente prófugo y relatarla en un libro.

Ahora que estuve en Chile descubrí que Alberto Fuguet había tenido la misma idea, con un tío también desaparecido, pero no en París sino en los Estados Unidos, y que él sí la había llevado a la práctica en un libro divertido, triste, posmoderno y audaz, que acabo de leer de un tirón: Missing (Una investigación) . Se lo puede llamar una novela, porque este género es un cajón de sastre donde todo cabe, y porque Fuguet cuenta la historia de su desaparecido tío Carlos Fuguet, hermano de su padre, con técnicas y lenguaje novelescos, pero su libro es también muchas otras cosas y en eso reside su mayor atractivo: el testimonio de una búsqueda casi policial de un oscuro personaje extraviado en la oceánica sociedad norteamericana; la historia de una familia chilena de inmigrantes en California; una autobiografía parcial y la confesión de un escritor sobre los demonios personales que lo incitan a fantasear y la manera, entre racional, espontánea y casual, en que escribe sus libros. Pero Missing es sobre todo algo que, estoy seguro, su autor no se propuso nunca que fuera y que es, tal vez, su mayor logro: las ilusiones, éxitos y derrotas de los latinoamericanos que fugan a los Estados Unidos en pos del sueño americano. Dudo de que algún historiador o sociólogo haya mostrado de manera tan vívida y persuasiva ese trance dramático del desarraigo de las familias de origen hispano de su suelo natal y su difícil implantación en su tierra de adopción, con éxitos agridulces, esfuerzos denodados, añoranza tenaz y, a veces, frustración y tragedias domésticas. El sueño americano es una realidad, sin duda, pero para una minoría, en tanto que para muchísimos otros es apenas un limbo mediocre, y, para otra minoría, un infierno.

El tío Carlos era un joven díscolo, rebelde, se llevaba muy mal con su padre, nunca encajó del todo en la familia, y un buen día delinquió, con un pequeño robo que lo mandó a la cárcel. Cuando salió intentó por un tiempo reformar su vida, pero las disputas familiares y su perpetua insatisfacción con todo y con todos lo llevaron a apartarse de la parentela. Un buen día, ésta dejó de saber de él. Alberto Fuguet le tenía cariño y algo más: la fascinación que generan siempre las ovejas negras. Muchos años después de desaparecido aquel tío carnal, decidió buscarlo. Lo hizo y, sorprendentemente, lo encontró, sumido en la soledad más absoluta y ejerciendo un oscuro empleo en un hotelito de segunda o tercera clase, en las afueras de Denver.

Tío y sobrino reanudan la vieja amistad y, en varios y espaciados encuentros en distintas ciudades y pueblos de Estados Unidos, aquél revela a éste su agitada y versátil existencia, su servicio en el ejército, sus mujeres transeúntes, sus trabajos itinerantes en albergues sórdidos y hotelitos de paso, la fechoría que lo devuelve a la cárcel, el desasosiego perpetuo del que nunca consigue librarse, su espasmódica carrera de bongosero en bandas musicales ínfimas, sus esfuerzos desesperados y siempre inútiles por dar un sentido a su vida y encontrar la paz interior. La historia del tío Carlos aparece en el libro en un largo y hechicero capítulo, como un monólogo en verso, una confesión que transpira verdad y tranquila resignación, la de un hombre vencido, que nunca se integró al medio en que fue transcurriendo su existencia, siempre en la periferia de todo, de las familias bien establecidas, de los empleos seguros, de los gringos y de los latinos, de la fortuna y la miseria, condenado a la mediocridad, a una suerte de extraterritorialidad compartida con miles de miles de otros como él, seres sin raíces ni referentes, viviendo en una especie de limbo al que sólo llegan residuos fugaces de la prosperidad y las oportunidades de que gozan los otros, descubriendo cada día, a cada paso que da sobre esas arenas movedizas que es para él la vida, lo esquivo y fugaz que puede ser también, para tantos, el sueño americano.

¿En qué falló el tío Carlos? Nunca fue un perezoso. Es verdad que no le gustaba estudiar y prefirió emplearse sin haber recibido instrucción superior alguna, lo que lo condenaba a vivir siempre dependiendo de empleos muy menores. Sin embargo, en algunas épocas se rompió el alma y llegó a aprender un oficio, el de la hotelería, en el que había empezado a progresar. Pero la falta de constancia hizo que abandonara siempre lo que tenía, y renunciara a lo que podía llegar a tener, en busca de un fantasma inaprensible que se le escurría cuando lo iba a tocar. No sabía qué buscaba, pero, gracias al libro de Fuguet, nosotros lo sabemos: era un rebelde y ni siquiera estaba enterado, un ser incapaz de resignarse a su suerte y al mismo tiempo víctima de una confusión que le impedía descubrir cómo y haciendo qué podía canalizar toda esa enorme energía y ansiedad que derrochaba en nimiedades.

El tío Carlos no es un ser excepcional, sino el más común de los mortales, un muchacho al que las circunstancias hicieron perder sus raíces cuando era todavía un niño y nadie le enseñó ni ayudó a reemplazarlas por otras, de modo que su vida transcurrió, como la de tantos millones de seres en el mundo de hoy, a los que las violencias políticas o religiosas, o las necesidades económicas, arrojan de sus países y llevan a peregrinar a sociedades a las que jamás se integran, aunque trabajen en ellas y vivan o malvivan allí el resto de sus vidas, como seres exóticos, excluidos o autoexcluidos de la suerte del común. La tristeza que embarga su historia resulta de que, a medida que vamos conociendo las peripecias cómicas, penosas o extravagantes que protagoniza, advertimos ciertas reservas de creatividad, de bondad, de inocencia, de generosidad, que había en él y que nunca tuvo ocasión de aprovechar para construirse una vida mejor, porque el mundo en que vivió nunca se la dio. Es casi simbólico que el tío Carlos termine, ya sesentón y maltratado por los achaques, recibiendo una modesta pensión del seguro social, en un cuchitril de Las Vegas, la ciudad del azar y del dinero, las fortunas y las quiebras exorbitantes, solo como un hongo, y siguiendo un curso por correspondencia de Negocios y Administración de Empresas.

El libro está construido con técnicas y métodos que varían de capítulo a capítulo y en los que el juego, el experimento, el humor, la insolencia, el desplante, ponen una nota risueña que contrasta con la materia de la historia, dolorosa y por momentos desgarradora. Es una combinación que funciona muy bien, porque exige del lector una atención alerta, para ir restableciendo la cronología real a partir de los saltos temporales constantes de la narración, y los respiros que las dudas y entusiasmos del propio narrador con su oficio y vocación, constantes a lo largo del libro, ofrecen de tanto en tanto, para desagraviar al lector de ese viaje por el fracaso, la sordidez, la rutina y la mediocridad que es el tronco central de la historia.

Muchas partes del libro están escritas en un español mechado de anglicismos que, por instantes, parece a punto de convertirse en un spanglish , sin que ello llegue a ocurrir. Por el contrario, pasado un primer momento de desconcierto, este lenguaje, que no es, claro está, el de los hispanos de California, sino una recreación literaria del que muchos de ellos hablan, es de un encanto poético notable, una demostración de la formidable capacidad que tiene el español, en manos de un escribidor con talento, para metamorfosearse en tantas cosas sin perder su propia personalidad. Este estilo no es una caricatura ni un preciosismo formalista, es un estilo persuasivo y funcional, porque delata a través de su manera de hablar lo que son quienes así se expresan, la inseguridad que los habita, el inconcluso mestizaje cultural y lingüístico que constituyen, los dos mundos que hay en ellos coexistiendo con aspereza y sin llegar a fundirse.

En todos los libros de Alberto Fuguet que he leído hay siempre, junto con la historia que cuentan, una voluntad de innovar, tanto en la lengua como en la estructura narrativa. En Missing (Una investigación) , es donde mejor lo ha conseguido.

domingo, 2 de enero de 2011

Cómo manejarse con la nueva ortografía

Adrián Sack
Para LA NACION

MADRID.- La llegada de 2011 no sólo significó una vuelta de página para la historia, sino también para el uso del idioma español. A partir de ayer, las nuevas reglas y recomendaciones incluidas en las 745 páginas de la flamante edición de la Ortografía de la lengua española , editada en diciembre último por la Real Academia Española (RAE), comenzaron a regir y a generar, al mismo tiempo, dudas y polémicas sobre la necesidad de llevar a cabo esta muy comentada reforma.

No obstante, y ante el vendaval de críticas y objeciones recibidas desde la prensa ibérica, el propio presidente de la RAE, José Manuel Blecua, se esmeró en aclarar en los últimos días que la mayoría de las modificaciones anunciadas por los medios como "cambios impuestos" por esa institución no son más que "simples recomendaciones", mientras que las alteraciones más radicales "sólo obedecen a la consolidación de reglas" que en la edición anterior de la Ortografía , publicada en 1999 y con 577 páginas menos que la actual, presentaban alternativas en su empleo o aparecían como recomendaciones.

A pesar de las aclaraciones, en esa última categoría es donde aparecen los cambios más profundos.

Es el caso de las palabras "guión", "huí", "Sión", "truhán" o "fié", que desde ayer deben escribirse obligatoriamente sin tilde, a no ser que sean empleadas, como en esta nota, para dar cuenta de la modificación de la regla. Pero desde la RAE se insistió en que el uso de las nuevas formas prescindentes de acentuación ortográfica ya habían sido aprobadas 11 años atrás, por lo que tal supresión representa, apenas, la ratificación de una regla preexistente que no fue debidamente acatada tras su presentación.

De igual manera, la muy española tendencia a castellanizar los términos extranjeros -en especial provenientes del inglés- tiene, desde ayer, forma de ley.

Ya no será correcto escribir "piercing", "catering", "sexy", "judo" o "manager" si no se hace en bastardilla o cursiva, con el fin de remarcar su origen extranjero. Desde el primer minuto de 2011, sólo se puede escribir sin este recurso la forma adaptada al idioma español de estas palabras, es decir, "pirsin", "cáterin", "sexi", "yudo" y "mánayer". También sucede lo mismo con los nombres propios, donde Tchaikovski pasará a escribirse Chaikovski.

En la lista de las imposiciones más drásticas, también se hace notar la muerte de la tilde en la conjunción disyuntiva "o" cuando es escrita entre números, lo que originalmente se recomendaba para que la letra "o" no fuera confundida con el número "0". Pero ya no estará bien escribir "4 ó 5". La única forma aceptada será "4 o 5".

Además, ya no existen más los ex presidentes ni los ex maridos, aunque sólo nominalmente, porque luego de las modificaciones publicadas en la Ortografía de la lengua... , pasaron a ser "expresidentes" y "exmaridos". Tan sólo las expresiones compuestas, como alto comisionado o capitán general, podrán utilizar el prefijo "ex" en forma separada.

En cambio, y contrariamente a lo interpretado en un primer momento por varios medios internacionales, la supresión del acento ortográfico en el adverbio "sólo" y los pronombres "éste", "ése" y "aquél" no será obligatoria, ya que, tras arduas discusiones entre académicos, se decidió mantener el uso de ambas formas.

"A partir de ahora se podrá prescindir de la tilde, incluso en casos de doble interpretación", dice el texto, donde el "deberá" fue degradado en su rigor a un simple "podrá".

El empleo opcional de las modificaciones también se extiende a una de las reglas que más polémicas despertaron: el reemplazo de la "b" corta por la más castiza "uve" para denominar a la letra "v", o la desaparición del nombre "i griega" para designar a la "y", que la Docta Casa, fundada en 1713, prefiere llamar "ye" por resultar su uso "el único recomendado para todo el ámbito hispánico, por ser más simple y distinguirse directamente, sin más necesidad de especificadores, del nombre de la vocal i».

Frente a las controversias y resistencias generadas por la gran cantidad de modificaciones de las reglas incluidas en la nueva ortografía, que comprende la supresión en el alfabeto de la "ch" y la "ll", José Manuel Blecua, de 71 años, se esperanzó de que todos los cambios impuestos y propuestos "serán asimilados en cuanto se empiecen a enseñar en las escuelas", tal como sucedió con reformas anteriores.

"En cuanto eso se enseñe en la escuela, no habrá inconvenientes. El problema es para nosotros, para los que hemos aprendido así. A mí se me irá la mano en guión , es inevitable. Yo viví el cambio de fue , vio , dio , que antes se escribían con tilde. Pero la nueva generación no ha tenido ese problema", señaló el director de la RAE.

A partir de ahora, José Manuel Blecua será el encargado de demostrar que la nueva Ortografía de la lengua española no fue inspirada por el guion de un truhan, sino por el trabajo conjunto y consensuado de expertos y algún mánayer del idioma español en todos los países hispanohablantes.