viernes, 21 de abril de 2006

El plagio literario, un acto entre la admiración y la codicia

El juicio frustrado a Dan Brown hace recordar casos célebres y otras curiosidades

Para los más permisivos, el plagio esconde un homenaje y es la forma más temeraria de la veneración o de la envidia. Los psicoanalistas lo entienden como un desvío existencial donde el plagiario intenta asumir la identidad de otro. Son los abogados los que hablan de daño moral, violación flagrante a la propiedad intelectual y perjuicio económico, delito que la Justicia pena como la estafa, con hasta seis años de prisión.
En el universo literario, en tanto, las aguas están divididas: por un lado, se alza el estandarte del respeto a la forma personalísima con la que un escritor hilvana sus palabras y amasa sus ideas. Por el otro, los estructuralistas apoyan la noción de intertextualidad y sostienen que la propia literatura, con un número limitado de temas y personajes, es un océano de inconscientes plagiarios.
Esa justificación teórica ha servido para disculpar distintas apropiaciones, imitaciones y adaptaciones, de la que por una cuestión cronológica se libró Avellaneda en su saqueo literario del Quijote.
La sombra de la sospecha
Desde Shakespeare hasta Balzac, Montaigne y Eliot; desde Camilo José Cela hasta Saramago y Vargas Llosa, la sombra de la sospecha le tendió sus redes a gran cantidad de importantes escritores. De allí que la reciente absolución de una corte británica a Dan Brown por "El código Da Vinci" haya sido más que festejada por la industria editorial en todo el mundo. Sin embargo, ese fallo no ha frenado la insistencia de otros "damnificados" que alegan haber sido plagiados por el millonario autor. Es el caso de un teórico de arte ruso e investigador de la obra de Leonardo del Museo Ermitage, que la semana última acusó a Brown ante los tribunales de haberse apropiado del título de la obra y de su original interpretación sobre "La Gioconda".
Mijail Anikin contó a la prensa mundial que tres años antes de que apareciera la obra de Brown, él ya había escrito en su libro, "Leonardo Da Vinci o la teología de los colores", que la Mona Lisa no es el retrato de la enigmática Lisa Gherardini. Para el especialista se trata de un lienzo de fuerte carga alegórica donde en un mismo rostro se unen a la derecha la imagen canónica de Cristo y a la izquierda la fisonomía de la Virgen María. A ese misterio, dijo, lo bautizó "código Da Vinci" y se lo contó a un especialista del Museo de Houston que, según él, le "pidió autorización para transmitírselo a un autor que trabajaba en el tema".
"A Brown le gustó tanto esa síntesis para expresar el misterio del pintor que la utilizó como título y sobre mi interpretación sólo se limitó a señalar que es una teoría conocida de una serie de expertos", acusó Anikin.
Son muchos los que sostienen que a las demandas de plagios las impulsan los grandes éxitos editoriales. J. K. Rowling debió postergar el lanzamiento de su quinto "Harry Potter" porque la escritora estadounidense Nancy Stouffer la acusó de plagiar su libro "La leyenda de Rah y los muggles". Un tribunal neoyorquino la sancionó luego al probar que la autora había mentido, además de alterar documentos para sostener su caso.
Si el plagio es la acción deliberada de apropiarse en forma total o parcial de obras ajenas, esos delitos también abundan fuera del terreno de la literatura. En 1976, el ex integrante de los Beatles George Harrison debió pagarle US$ 587.000 al sello editor Bright Tunes cuando un tribunal probó que con su hit "My Sweet Lord" había plagiado el tema de The Chiffons, "He´s so fine".
El escritor y crítico de teatro Ernesto Schoo recordó ante LA NACION el escándalo que protagonizó Beatriz Guido cuando en los años 70 publicó en la revista Para Ti "El hombre de la camisa de Félix", apropiación del cuento que la escritora norteamericana Mary Mc Carthy tituló: "El hombre de la camisa de Brooks Brothers". "El que la delató en La Opinión fue Francisco «Paco» Urondo", recuerda Schoo, y "ella adujo que le había enviado a la editorial una hoja aparte donde se especificaba que se trataba de una paráfrasis de ese relato. En Para Ti nadie recordaba esa hoja. Si bien creo que en la literatura lo importante no es qué se cuenta sino cómo se lo hace, allí el plagio fue bastante obvio porque, además de las indisimulables similitudes, resulta que Brooks Brothers era una famosa tienda neoyorquina de ropa masculina y Félix, otra similar en el rubro, pero en Buenos Aires".
Transcripción
Todos recuerdan las 60 páginas transcriptas en "Shimriti" que Bucay copió de "La sabiduría recobrada", obra de la filósofa española Mónica Cavallé, que además suscitó un colosal escándalo en la madre patria.
La retirada de circulación del libro de Bucay, a punto de agotar su segunda edición, el pedido público de disculpas por parte del autor en la revista "Mente sana" y una suculenta suma como resarcimiento fuera de los tribunales -aunque no trascendió el monto- le pusieron coto al conflicto. ¿El corolario? El ostracismo del mediático psicoanalista y la cancelación de su columna en el diario El País y en Clarín, aunque sus otros libros de autoayuda permanecen indemnes en las librerías.
El filósofo Tomás Abraham dice que no ha tenido "el honor de ser plagiado; aunque, si sucediera, no tendría vergüenza en defender lo mío. En el caso del ensayo -afirma-, son menos comunes esos casos de piratería berreta, ya que el género invita al uso casi obsceno de la cita y de conceptos ajenos como jactancia de la erudición del autor. Omitir una referencia es vista como afano, liso y llano".
Cuestión de sentido común
LA NACION fue víctima de un plagiador en 1997, en su certamen literario de cuento, cuando el participante Daniel Omar Azetti hizo suyo "El espejo que huye", creación del escritor florentino Giovanni Papini. Descubierto Azetti por el licenciado en filosofía Jorge Martín, LA NACION se ocupó ampliamente del caso en sus páginas, se disculpó con sus lectores, le retiró a Azetti los $ 10.000 del premio y, tras una nueva deliberación del jurado, proclamó a José Eduardo Machicote como ganador.
Con relación a un "caso tan grosero como ése", dice la escritora Ema Wolf, poco hay para agregar. "En realidad, no conozco autores preocupados por ser plagiados -agrega-, creo que el temor es más bien el de apropiarse, sin saberlo, de una idea que no es tuya. ¿Cómo saber qué te pertenece si venís acumulando lecturas desde los 8 o los 9 años? No diré que escribir es plagiar, pero sí que siempre es adaptar."
"Considero un acto de admiración el gesto de la joven chilena", sentenció Ricardo Piglia, cuando su editor, Ricardo Sabanes, entonces director de Planeta, denunció en el diario La Tercera que la flamante ganadora del concurso de cuento de la revista Paula en 2003, Paulina Wendt, se había apropiado de "El fin del viaje", la obra que inaugura el libro "Cuentos mortales", publicado en 1995 por el escritor argentino.
Wendt, profesora de literatura en la Universidad Diego Portales, negó "categóricamente la acusación" contra su obra "El cazador", pero los tres integrantes del jurado (Fresán, Villoro y Palet) coincidieron en que "al cotejo de ambos cuentos, las similitudes resultan excesivas".
"El sentido común te indica claramente cuándo es influencia y cuándo es robo", señala indignado Marcelo Birmajer. "El que osa decir que el plagio no existe, que nadie inventó nada y que a todos les pertenece todo, es porque a ellos nunca se les ocurrió una idea original". Y agrega: "Yo creo que las ideas, los puntos de vista, los personajes y tramas originales pertenecen a quien las inventó; ergo, son propiedad privada. Si alguien se inspiró en mí, al menos que me mencione."
Fue una humillación nacional la que padeció la presentadora televisiva española Rosa María Quintana cuando la revista Interviú la acusó de transcribir párrafos enteros de Angeles Mastretta y de Danielle Steel en su libro "Sabor a hiel".
Entronizado como best seller, el volumen llevaba vendidos 100.000 ejemplares y debió ser retirado de circulación por Planeta cuando quedó claro que las metáforas y las imágenes de "Mujeres de ojos grandes" intercaladas con textos de Steel hilvanaban la historia sobre mujeres maltratadas de la popular presentadora.
El desenlace dejó al descubierto que no había sido ella la autora del plagio, sino su ex cuñado David Rojo, a quien había acudido para que la ayudara a dar forma a su primera aventura literaria. Rojo luego asumió las responsabilidades jurídicas del caso.
El arte de la estafa
Ninguna historia de rapiña literaria supera a la del periodista mapuche Nahuel Maciel, que además de publicar en El Cronista entrevistas apócrifas o plagiadas sobre Vargas Llosa, Carl Sagan, Onetti y Kundera, fue aún más lejos en el arte de la estafa: en la Sala Martín Fierro de la Feria del Libro y ante encumbrados escritores y periodistas presentó lo que para cualquier cronista del medio sería una proeza: una extensa entrevista con Gabriel García Márquez, editada como libro y con prólogo de Eduardo Galeano, cuya aversión por ese género es por todos conocida.
"El elogio de la utopía", tal como bautizó a aquella entrevista inexistente, estaba precedida por introducciones en cada uno de los 12 capítulos. En ellas Nahuel copió palabra por palabra grandes fragmentos del libro "Prior de la Ciudad de los Toldos", del sacerdote Mamerto Menapace. "La única contribución de Maciel a estos prefacios supuestamente personales consistió en reemplazar la palabra «Dios» por la de «utopía», contó Mario Diament en Noticias cuando el ardid tomó amplia difusión.
El primero en delatarlo fue Eduardo Galeano, que en carta a Página 12 habló del estupor que sintió al ver su nombre en un texto desconocido. Lo que siguió fue una llama transformada en hoguera, azuzada por la edición íntegra del libro, incinerada frente a escribano público.
Como reflexión final, Alvaro Abós afirma que, en realidad, el plagio recibe una más leve condena social que otros delitos. "Quizá sea -sostiene- porque todos podemos plagiar, pero ser plagiable es muy difícil. Pero como yo sé de la fatiga de escribir, el que le roba el esfuerzo intelectual a otro no es precisamente Robin Hood."


Por Loreley Gaffoglio De la Redacción de LA NACION

Fuente: La Nación

lunes, 10 de abril de 2006

A días de Pascuas y del estreno del esperado film El código Da Vinci, publican otro polémico libro sobre la figura Jesús

LONDRES (ANSA).- Jesucristo negó en una corte judía que fuera el hijo de Dios, según un nuevo libro del historiador e investigador inglés Michael Baigent, autor de La sangre sagrada y el Santo Grial.
Baigent, que perdió la semana pasada un caso de plagio contra el libro de Dan Brown El Código Da Vinci, escribió una nueva obra, que cuestiona las bases mismas de la fe católica. La obra -Los papeles de Jesús (The Jesus Papers)- concluye que Jesucristo redactó varias cartas a una corte judía en las que negó que fuera el hijo de Dios. Ese libro será publicado en Gran Bretaña el próximo mes, nueve días antes de que se estrene la película El Código Da Vinci, protagonizada por Tom Hanks.
Baigent, que no asistió en persona al juicio en Londres contra Brown, declaró que su nueva obra explora cómo Poncio Pilatos, el procurador de Roma en Judea, habría hecho un acuerdo secreto para salvar la vida de Jesús porque Cristo llamó a los judíos a pagar sus impuestos. "Todo lo que Roma requería era que se pagaran los impuestos. De repente, se dio cuenta de que no podía ejecutar a Jesús, pero debía deshacerse de él porque quería la paz en Judea", declaró Baigent.
El escritor basa sus conclusiones en dos manuscritos supuestamente escritos en arameo hallados debajo de una casa en la antigua ciudad de Jerusalén en la década de 1960. Los expertos consideran que podrían ser cartas escritas por Jesús a una corte judía, el Sanhedrin, en las que admite que no es el hijo de Dios, pero sí que está lleno del espíritu divino.
Baigent también dice en su libro que descubrió un documento que provee de evidencia de que Jesús estaba vivo en el año 45, más de una década después de la fecha aceptada de su crucifixión. Ese documento fue supuestamente visto por Alfred Lilley, de la Catedral de Hereford, en una iglesia de París, pero más tarde desapareció. Según Baigent, el documento se encuentra en los archivos secretos del Vaticano.
Tras las especulaciones, Pierpaolo Finaldi, editor de la revista católica Catholic Truth Society, declaró que las teorías de Dan Brown y de Baigent "suenan más irreales que una historia de fantasía". En ese sentido, George Kavoor, decano principal de la Escuela Teológica de la Universidad de Bristol, declaró que Michael Baigent "debería ganar el premio Nobel a la imaginación". Sin embargo, admitió que sus libros "han creado un gran interés por los Testamentos".

miércoles, 5 de abril de 2006

El código Da Vinci: el juicio más mediático del año

LONDRES.- ¿Está escribiendo una novela sobre intrigas palaciegas con Ana Bolena de protagonista? Si quiere publicarla en Gran Bretaña, espere unos días. ¿Una de aventuras sobre un hijo ilegítimo de Enrique VIII que se vuelve pirata? Levante la pluma de inmediato. ¿O algún romance estilo Corín Tellado durante los agitados días de la colonia? Váyase de vacaciones. Porque si en las próximas semanas el juez falla que hubo plagio en El código Da Vinci, "el futuro de la ficción en general, y en particular de la novela histórica, podrá verse sensiblemente afectado".
Así asegura a LA NACION David Hooper, abogado del estudio Reynolds Porter Chamberlain y uno de los máximos especialistas en derecho de propiedad intelectual británico, respecto del juicio más mediático del año. Naturalmente, el que Michael Baigent y Richard Leigh, dos de los tres autores de Holy Blood, Holy Grail (publicado en español como El enigma sagrado), iniciaron contra Random House al sostener que Dan Brown copió en su famosa novela, publicada por esa editorial, la tesis central de su libro. El juicio, que se desarrolla aquí, se suspendió hasta el martes para dar tiempo al juez de analizar ambas obras.
"En el caso de que el juez fallara que hubo plagio en el libro, se estaría extendiendo considerablemente el alcance de la ley de propiedad intelectual", explica Hooper. Porque a diferencia de casos anteriores, donde un novelista copió a otro novelista, en este caso lo que sostienen los demandantes es que el novelista "tomó ideas y la arquitectura" de un trabajo supuestamente histórico. "Y se supone que la historia nos pertenece a todos. Son datos. Es como si alguien me demandara por poner que Franco murió en 1975", subraya Hooper.
De cualquier manera, existe un antecedente en la justicia británica: en 1980, Trevor Ravenscroft acusó a James Herbert, autor del best seller La daga, de basarse para su novela en su libro de no ficción sobre la daga usada en la crucifixión de Cristo. "Pero allí había párrafos concretos que era evidente que habían sido levantados", señala Hooper. Aquí, en cambio, se trata de algo tan ambiguo como "ideas y arquitectura", sumado a que las ideas de El enigma sagrado tampoco eran del todo originales en sí.
¿Un golpe publicitario?
"Nadie piensa que Leigh y Baigent tengan la más remota oportunidad de ganar, pero deben tener alguna carta en la manga que no mostraron hasta ahora, porque un juicio así es muy caro y no lo hubiesen empezado de otra manera. Otros sostienen que todo es un golpe publicitario de Random House, que, después de todo, publica ambas obras", explicó a LA NACION un importante editor británico que pidió mantener el anonimato.
Por otra parte, distintos abogados litigantes consultados se preguntaron, extrañados, dónde estaban los daños para los autores de El enigma... Después de todo, las ventas de su propio libro aumentaron dramáticamente por el interés del público por el origen de El código Da Vinci y el litigio en sí. Al respecto, dice Hooper, es significativo que en el propio El código Da Vinci se mencione el libro El enigma sagrado y que el nombre de uno de los protagonistas (Sir Leigh Teabing) sea un anagrama del nombre de los autores que ahora le iniciaron un juicio. "Si uno está copiando trata de esconderlo, no de llevar al lector directo a la fuente", subraya.
El libro de Baigent y Leigh (Henry Lincoln, el tercer autor, se abstuvo de participar de la demanda) se publicó en 1982 y narra que Jesús se casó con María Magdalena, que no murió en la cruz y que ambos tuvieron un hijo que vivió en Francia, enlazado posteriormente con los reyes franceses, cuyos descendientes aún viven.
En El código Da Vinci, Cristo también tuvo un hijo con María Magdalena. La trama central de la novela gira sobre los intentos de la Iglesia Católica de evitar que se conozca a los descendientes de Jesús. El abogado de Random House no sólo sostuvo que el tema central de El enigma sagrado no aparece en el libro de Brown, sino que las ideas que Leigh y Baigent tratan de proteger son "demasiado generales" para ser protegidas por la propiedad intelectual. Y añadió que en El código Da Vinci no aparecen dos ideas centrales de El enigma sagrado: una sociedad secreta que pretende restaurar a los descendientes de Jesús en los tronos europeos y el hecho de que la crucifixión de Jesús fuera falsa y pudiera sobrevivir.
El juicio volvió a sacar a luz la vieja disputa sobre cuán original puede ser una obra de ficción. "Shakespeare tomó sus mejores argumentos de Holinshed. El musical «West Side Story» fue robado de Shakespeare. Paraíso perdido, de Milton, está basado desvergonzadamente en el libro de Génesis. Goethe tomó la idea de Fausto de Marlowe", señala en The Times el columnista Richard Linklaters.
Harold Bloom, en diálogo con LA NACION, se negó a definir el plagio "porque para mí no hay diferencia con la literatura. Como dijo mi gran héroe, Ralph Waldo Emerson: «¡Los originales no son originales!». Según Bloom, "hay ciertas figuras que han pasado por la historia y agotaron el stock de realidad y lenguaje para describirla. Después de Shakespeare nadie puede llamarse original. ¡Y Shakespeare mismo ni siquiera era original!".

Fontanarrosa premiado en el Hay Festival

CARTAGENA DE INDIAS.- Ovacionado por el público y aplaudido cálidamente por sus colegas en el escenario, Roberto Fontanarrosa fue elegido por los 40 escritores que participaron del Hay Festival como el mejor entre ellos. El galardón consistió en una primera edición de Charles Dickens del año 1848.
Cayeron papelitos blancos desde los palcos, anoche, cuando el nombre de Fontanarrosa fue pronunciado por el presentador Guido Tamayo, un conocido editor colombiano que cerró la gala. Y Fontanarrosa, emocionado y sin perder nunca el humor, dijo: "Muchas gracias... en nombre del pueblo argentino". Lo que arrancó carcajadas y aplausos.
En el escenario del Teatro Heredia estaban sus colegas: el español Fernando Savater, la brasileña Marina Colasanti, el argentino Edgardo Cozarinsky, los colombianos Laura Restrepo y Oscar Collazos, y el nicaragüense Sergio Ramírez.
"Veo que son dos tomos. Uno debe ser en inglés y el otro, la traducción", dijo Fontanarrosa al recibir el premio, al tiempo que agregaba: "Seguro que en Rosario, mi ciudad, ya debe haber fiesta en las calles". Fontanarrosa no pudo ponerse de pie para recibir el premio pues está afectado de una enfermedad neurológica que le ocasiona problemas de movilidad. En un diario local, sin tapujos, hablo de su enfermedad.
Despedida
Finalizada la ceremonia, el Hay Festival cerró anoche con la música, el color y la calidez del Caribe, y proyectos a futuro. Los organizadores trabajaron a destajo para cerrar el presupuesto de la edición de Segovia, cuya socia local en España es la argentina residente en Madrid, Sheila Cremaschi, editora de la revista cultural Intramuros. Por la noche, todos disfrutaron la presentación del Carnaval de Barranquilla, que comienza esta semana en la vecina ciudad.
¿Y la Argentina para cuándo?, preguntó LA NACION al alma máter del Hay Festival, el británico Peter Florence, quien con la directora de programación, Lyndy Cooke, selló ayer la continuidad del Hay Festival de Cartagena, que se realizará la última semana de enero de 2007.
Florence se mostró interesado en que la Argentina se convirtiera en una sede del festival en el Cono Sur. Pero no le convence una ciudad grande como Buenos Aires, "porque la experiencia que hicimos en Londres no resultó". Según él, la gente se ve tentada de perderse en las grandes ciudades. Sin embargo, los organizadores están considerando una edición del festival en algunas otras ciudades argentinas con tradición literaria y cultural.
Ayer, una fuente española dijo a LA NACION que la Fundación Mapfre ya aseguró un aporte de 90.000 euros por cada uno de los próximos tres años para el Hay Festival en Cartagena.
Del libro a la pantalla
Jorge Franco fue ayer el más solicitado por la prensa hispanohablante, habida cuenta de que Rosario Tijeras, la película del mexicano Emilio Maillé, con guión del escritor argentino Marcelo Figueras, que Franco adaptó al registro del habla colombiana, era candidata a un Premio Goya, en España, como mejor película extranjera (premio que finalmente perdió a manos de la argentina "Iluminados por el fuego").
Con la sencilla calidez con que se presta a las entrevistas, aun cuando desayuna tranquilamente con su mujer, Franco siempre estuvo conforme con el film. Como dijo durante la mesa de literatura y cine, de la que participaron el argentino Edgardo Cozarinsky, el español Javier Cercas, el colombiano Franco y el británico Hanif Kureishi, no se puede pretender que una película sea fiel a una novela, porque son lenguajes diferentes.
Cozarinsky intervino como narrador y realizador, y habló de su película Ronda nocturna. Kureishi se refirió a su primer trabajo como guionista en Mi bella lavandería. Y Cercas -que se preguntó en voz alta: "¿Qué pinto yo en esta mesa?"- contó su experiencia a partir de la adaptación de su novela Soldados de Salamina, que lleva 35 ediciones. Franco, por su parte, habló de Rosario Tijeras.
Puestos a responder por qué el cine se alimenta tanto de la literatura, Cozarinsky recordó: "Muchas películas han nacido de la crónica policial de los periódicos. Gran parte del cine negro norteamericano partió de este origen". Kureishi acotó: "El cine recurre a la narrativa porque no hay ideas nuevas. Entonces, a los guionistas les resulta mejor adaptar una idea ya probada en una novela". Expresó luego que -cinematográficamente- prefiere las ideas nuevas. "De todos modos, cuando la gente va al cine la tiene sin cuidado si el guión provino de una caja de palomitas o de una gran obra literaria. Se sienta a disfrutar de la película, y ya."
Cozarinsky completó: "Todo es un original, ya sea una novela o un guión" y citó a Bresson, al que reconoce como un maestro, "quien leía mucho a Dostoievski y utilizaba su materia".
Cercas puso de relieve que el problema de los escritores, cuando se adapta al cine una novela de su autoría, es que "siempre creemos haber escrito el Quijote o Cien años de soledad. Entonces queremos que el film esté dirigido por Orson Welles. Yo creo que el director tiene que tener la misma libertad que yo cuando escribo".
Kureishi concluyó: "No hay motivo para quejarse. Trabajamos para una industria que nos paga muy bien", ya sea que un escritor construya un guión original o se le compren los derechos para adaptar una novela.


Fuente: La Nación